Como todos los días, esta mañana desperté con la radio. Como no podía ser de otra manera, estaban hablando del crío de Barcelona que entró con una ballesta, un cuchillo y un cóctel molotov en su instituto y mató a un profesor e hirió a otra profesora y varios alumnos. El tertuliano de izquierdas decía que no se puede legislar en caliente, que tampoco se puede generalizar a partir de un caso que parece aislado y que hay que tener un poco de respeto por los implicados en este desgraciado incidente. El otro tertuliano, el conservador, dijo que sí, que sí, pero que algo estaba pasando con las nuevas generaciones, que no sabían nada y que cada vez eran más violentas. A este respecto le parecía importantísimo el papel de los medios de comunicación, que ponían a todas horas series, películas e incluso fragmentos de telediario cargados de violencia. Y por supuesto había que legislar en caliente, porque había que coger el toro por los cuernos.
Sobre lo dicho en este programa de radio tengo varias cosas que comentar.
Para empezar, parece que este chico padece una enfermedad que apunta a esquizofrenia. Mientras cometía el asesinato, gritaba que oía voces que le decían que tenía que matar a más gente. Pero no es por aquí por donde quiero llevar mi reflexión, sino por ese conflicto generacional que subyace en las declaraciones del contertulio conservador.
Ya Cicerón estaba horririzado con la deriva de las nuevas generaciones. Desde que el hombre es hombre, la generación anterior está convencida de que el mundo va a peor y que sus hijos ya no saben nada y que están llevando al mundo al caos. Tesis de este estilo se han repetido desde el origen de los tiempos y los argumentos son más o menos los mismos. La semana pasada fui al médico y, en cuanto se enteró de que yo era profesor, aprovechó para soltarme una perorata sobre la mal que veía el mundo porque los chavales de ahora no saben ni leer. Yo lo dije que sí porque no tenía ganas de discutir. Tengo una tos horrorosa y lo único que me importaba es que diese alguna droga que me ayudase a sobrellevarla. Pero a este señor podría decirle que las nuevas generaciones saben muchísimas cosas, probablemente más que él y yo. Saben, por ejemplo, un montón de nuevas tecnologías y de cine. Si no saben leer y no les interesa la literatura es porque el mundo ha cambiado. Su universo no es de papel, sino digital. No les interesa la letra impresa porque realmente no les aporta mucho. Con esto no quiero decir que los adolescentes de hoy en día no deban aprender a leer, sino que este médico y todos aquellos que creen que las nuevas generaciones no saben nada son muy cortos de miras. Su problema es que son incapaces de entender que no hay un conocimiento único y universal. El verdadero conocimiento es el que es significativo para el individuo. El resto es erudición vacía. Que un niño actual se sepa de memoria todas las obras de Azorín, como le gustaría a este médico tan preocupado por la educación, es un ejemplo claro de lo segundo.
En lo que respecta al tema de la violencia, difícilmente uno puede sostener que estas generaciones son más violentas que las de sus padres y sus abuelos. Los segundos fueron a una guerra y se me ocurren pocas cosas más violentas que esa. En cuanto a los primeros, crecieron en una sociedad ultraviolenta. La diferencia entre el franquismo y leademocracia es que la violencia ejercida por el Estado era mucho mayor en la dictadura. El estado es la institución social que se reserva el empleo justificado de la violencia. Cuando una sociedad está saturada de violencia estatal poco espacio queda para que la ejerzan los ciudadanos. Mi tío siempre me cuenta que antes la vida era mucho más tranquila y segura. Cuando en una romería había un poco de follón, llegaba una pareja de la guardia civil, cogía a un par de gamberros, les daba con el mosquetón en el pie, lo que les arrancaba de un golpe la uña del dedo gordo del pie, y se acabó el alboroto. Tampoco importaba mucho si los gamberros eran los verdaderos causantes del follón. A mi padre una vez lo detuvieron y lo llevaron al cuartelillo sólo porque iba por la carretera con unos amigos con pinta de facinerosos y se ve que alguien había hecho algo en algún sitio.
Esto no quiere decir que debamos aceptar que la violencia inherente a la naturaleza humana y debamos resignarnos. En absoluto. La violencia es cultural. En Antropología siempre se pone de ejemplo a los Yanomami, a los que se considera la sociedad más violenta del mundo. Los Yanomami son una etnia indígena del Amazonas. Entre ellos la violencia no sólo no se considera una lacra, sino que es toda una virtud. Asesinatos, violaciones de mujeres y guerras entre grupos son cotidianas. El hombre que más mata, más viola y más arrojo y crueldad demuestra en la batalla es considerado un referente para la comunidad. Los niños yanomami crecen en este ambiente y, al hacerse adultos, reproducen estos comportamientos. Es lo que se llama endoculturación y se da en todas las culturas del mundo. Lo mismo le sucede a los adolescentes que estudió Oscar Lewis en La Cultura de la Pobreza. Por su parte, lejos del ámbito de la violencia, los adolescentes españoles crecen con la idea de que el trabajo y el éxito laboral y económico son valores positivos y en su mayoría los incorporan a su modo de pensar.
Nuestros abuelos se criaron entre discursos muy radicales como el fascismo que glorificaban la violencia. Nuestros padres entre el discurso oficial que en el que estado tenía el deber de ejercer una violencia desaforada contra los ciudadanos para que no se desmandasen, Esas eran las visiones de la violencia que les transmitía su cultura, de ahí que mis abuelos fuesen a la guerra y a mi tío le parezca fenomenal que una pareja de la guardia civil provoque el terror en una romería de aldea. Afortunadamente, nuestros adolescentes no se endoculturalizan en culturas de la violencia como aquellas. Sin embargo, no todo es jauja en nuestro sistema democrático. Algo de razón tenía ese tertuliano conservador que tan mal me cae. Es cierto que los medios de comunicación transmiten una imagen banalizada de la violencia. A mí me encantan series de The Walking Dead, Los Soprano, The Wire, The Shield y otras muchas, pero no por ello no me doy cuenta de que son series extremadamente violentas. Y no son series que transmitan al espectador repulsa por esta violencia, sino todo lo contrario. En el mejor de los casos, el espectador asiste a los crímenes y las palizas con indiferencia. Ya hablé de este tema en otro post (aquí), pero una una de las razones por la que detesto el cine de Tarantino es que en ellas puedes ver sin inmutarte cómo le machacan la cabeza a un tío con tal de que la música esté chachi. Y no son sölo las series. Son los videojuegos, los líderes de los grupos de rock y rap y un montón de cosas más. Con esto, evidentemente, no quiero decir que se deba ejercer la censura y prohibir todo esto por moralmente pernicioso como le gustaría al contertulio conservador de la radio. Sólo digo que los creadores deben tener cierta conciencia crítica con sus obras y, si ellos no lo tienen, deberíamos inculcar a nuestros hijos y alumnos esta conciencia y las estrategias para ser capaces de identificar los mensajes subyacentes en cualquier manifestación cultural, a analizarlos críticamente y no pensar que son guays sólo porque el protagonista lleva unos tatuajes molones, va vestido muy a la moda y la música y los trucos de cámara fardan un montón.
El camino fácil siempre es cortar de raíz, censurar y retirar lo que en principio parece el detonante de una situación o de un suceso, en lugar de molestar en enseñarle, sobre todo, a los jóvenes a detectar la violencia y los mensajes subliminales de este detonante. Excelente post!
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