Mary
Douglas sostiene en Pureza y peligro que aquellos fenómenos
que son culturalmente contradictorios o ambiguos son automáticamente
rechazados1.
Según esta antropóloga, percibir es permitir que una impresión
externa prefabricada sea captada por nuestro entendimiento. Los seres
humanos tenemos en la mente una serie de esquemas previos
-representaciones colectivas- en los que tendemos a colocar o encajar
los estímulos externos que nos llegan. Las sugestiones externas que
se ajustan bien a nuestros esquemas son aceptadas inmediatamente;
tendemos a tratar las ambiguas como si encajasen imperfectamente en
el esquema, y a rechazar las contradictorias: “los hechos
incómodos, que se niegan a ajustarse, tendemos a ignorarlos o a
distorsionarlos para que no turben estos supuestos establecidos.
Cualquier cosa de la que tenemos noticia es, de un modo general,
seleccionada y organizada en el mismo acto de percibir”.
A
medida que los seres humanos vamos creciendo y va pasando el tiempo,
acumulamos gran cantidad de sugestiones atendiendo a los criterios
que acabamos de señalar. De este modo vamos confirmando nuestros
esquemas mentales -todo lo que no encaja es rechazado- y así, poco a
poco, vamos construyendo prejuicios conservadores. Estos prejuicios
nos infunden confianza y, cuando nos topamos con estímulos que no
encajan en ellos, normalmente nos provocan sensaciones desagradables.
Evidentemente, esto no siempre es así, y, en ciertos casos, no
sentimos rechazo ante la ambigüedad, como suele ocurrir en el caso
de la poesía, que es ambigua. Asimismo, los individuos poseemos la
facultad de cambiar o revisar nuestros esquemas mentales. Esta
revisión es relativamente fácil a nivel individual, pero, según
Mary Douglas, es mucho más complejo cuando se trata de cuestiones
culturales, ya que cambiar de cultura es mucho más difícil que
cambiar de opinión. Según Douglas,
“no es imposible que un
individuo someta a revisión su propio esquema personal de
clasificación. Pero ningún individuo vive aislado y habrá recibido
su esquema de otros, siquiera sea parcialmente.
La cultura, en el sentido de
los valores públicos establecidos de una comunidad, mediatiza las
experiencias de los individuos. Provee de antemano algunas categorías
básicas y configuraciones positivas en que las ideas y los valores
se hallan pulcramente ordenados. Y por encima de todo, goza de
autoridad, ya que induce a cada uno a consentir porque los demás
también consienten. Pero su carácter público hace más rígidas
sus categorías. Un particular puede o no revisar sus supuestos. Se
trata de un asunto privado. Pero las categorías culturales
pertenecen a la cosa pública. No pueden ser fácilmente sometidas a
revisión”.
Como
es de suponer, cualquier cultura se enfrenta con cierto número de
anomalías que no encajan bien dentro del sistema o esquema cultural
común. Hay cinco opciones de respuesta ante estas anomalías. En
primer lugar, las anomalías pueden ser reajustadas dentro del
sistema:
“Por ejemplo, cuando tiene
lugar un nacimiento monstruoso las líneas de demarcación entre lo
humano y lo animal pueden verse amenazadas. Si podemos rotular el
nacimiento monstruoso como acontecimiento de un género peculiar, las
categorías podrán ser reconstituidas. Así, los nuer consideran los
partos monstruosos como crías de hipopótamo que nacen
accidentalmente de los seres humanos; con esta rotulación la acción
apropiada es clara. Dulcemente los arrojan al río, al que
pertenecen”.
En segundo lugar, la
anomalía puede ser controlada físicamente:
“Así, en algunas tribus del
oeste de África la regla de que se debe matar a los gemelos tan
pronto nacen elimina una anomalía social, si se sostiene que dos
seres humanos no pueden nacer del mismo vientre al mismo tiempo. O
tómese a los gallos que cantan de noche: si al punto se les retuerce
el pescuezo, no viven para contradecir la definición de que cantan
al amanecer”.
En tercer lugar, se puede diseñar una regla para evitar las
anomalías y reforzar de este modo las definiciones con las que esta
anomalía parece no estar conforme: “Así pues, allí donde el
Levítico aborrece de los seres que reptan, debemos ver la
abominación como el lado negativo del modelo de las cosas
aprobadas”.
En
cuarto lugar, las anomalías pueden ser consideradas como peligrosas.
A este respecto, Mary Douglas señala que los individuos no
funcionamos como las instituciones. Mientras que los individuos, ante
la anomalía, podemos intentar convencer a los demás o replantearnos
nuestras convicciones, las instituciones, al considerarlas
peligrosas, las ponen más allá de toda discusión.
Y, en último lugar, por medio del mito y del rito, podemos sublimar
esas anomalías y reintroducirlas en el sistema de representaciones
colectivas culturales. Nos enfrentamos a la anomalía desde el orden
social, la reconocemos y, de este modo, la reinsertamos en los
sistemas culturales:
“podemos emplear símbolos
ambiguos en la poesía y
en la mitología con el
objeto de enriquecer el significado o de llamar la atención sobre
otros niveles de existencia [...]. El rito, por usar los símbolos de
la anomalía, puede incorporar el mal y la muerte junto con la vida y
la bondad dentro de una configuración única y grandiosa [...]. Si
la impureza es la materia fuera de sitio, debemos acercarnos a ella a
través del orden”
Para relacionar estos conceptos de antropología simbólica con la
antropología política, Mary Douglas sostiene que
“muchas ideas sobre el poder
se basan en una idea de la sociedad como serie de formas que
contrastan con los informes que tiene en derredor. Hay poder en las
formas y otro poder en el área desdibujada, en los márgenes, en las
líneas confusas y más allá de los límites extensos”
Cada estructura social posee una serie de símbolos en los que se
manifiesta. Estas representaciones colectivas se consideran puras, no
contaminadas. Todo aquello que no encaja dentro de estas
representaciones colectivas se trata de impuro y se margina. Así sucede por ejemplo con los expresidiarios y el problema que estos
tienen para encontrar trabajo debido al miedo que suscitan en el
resto de la sociedad. Si no existe un nuevo rito de asimilación, los expresidiarios permanecen al margen del sistema junto con otras personas a los que
se les atribuyen todas las acciones sociales equivocadas.
De acuerdo con Mary Douglas, hay
cuatro clases de contaminación social: el peligro que amenaza las
fronteras externas, el peligro que procede de la transgresión de las
líneas internas del sistema, el peligro que aparece en los márgenes
de las líneas y el peligro que parte de la contradicción interna,
cuando algunos postulados básicos se hallan negados por otros
postulados básicos, de modo que, en algunos aspectos, el sistema
parece contradecirse a sí mismo.
Mary Douglas dice que la contaminación y la moral no tienen por qué
estar siempre relacionadas, aunque en ocasiones puedan estarlo. Según
ella, hay cuatro relaciones:
“(1) Cuando
una situación está moralmente mal definida una creencia de
contaminación puede proporcionar la regla que determine post
hoc si ha tenido o no
lugar la infracción.
(2) Cuando los principios
morales entran en conflicto, una regla de contaminación puede
reducir la confusión por el simple hecho de proporcionarle un motivo
de inquietud.
(3) Cuando una acción que se
considera moralmente
mala no provoca indignación moral, la creencia en las consecuencias
perjudiciales de la contaminación puede tener el efecto de
agravar la
importancia de la ofensa,
y de
alinear así a la opinión pública del lado de lo que es justo.
(4) Cuando las sanciones
prácticas no
refuerzan la
indignación moral, las creencias
de contaminación
pueden proporcionar un
medio de disuadir a los posibles malhechores”
Cruzar la barrera social se considera una contaminación peligrosa
que se debe evitar. Cuando se ataca a la comunidad desde fuera, el
peligro externo fomenta la solidaridad de los miembros de la cultura.
Cuando esto mismo se hace desde dentro, por obra de individuos
indisolutos, estos pueden ser castigados y volver así a consolidar
públicamente la estructura. Algunas contaminaciones son demasiado
graves para permitir que sobreviva el ofensor, pero, en la mayoría
de los casos, estas contaminaciones sólo exigen remedios muy
sencillos que deshagan sus efectos. Para ello, las diferentes
culturas disponen de ritos para revertir, lavar, borrar y subsanar
las contaminaciones. Gracias a ellas se pueden eliminar los efectos
de la contaminación para satisfacción de todos en poco tiempo y con
poco esfuerzo. Como señalaba Mary Douglas, tiene que haber un rito
para que lo anómalo sea reinsertado. Esta es una de las funciones
principales de los ritos. Así, por ejemplo, cuando un miembro de la
sociedad ya no es un adulto, pero aún no desempeña ese rol, es
ambiguo, porque no es niño ni adulto, no es una cosa ni la otra,
está en el margen, en la frontera, en el limen. Para solucionar esta
ambigüedad, surgen en las diferentes culturas los diferentes ritos
de paso de niño a adulto.
Mary Douglas |
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