James Scott: Los dominados y el arte de la resistencia.
Lo primero que hay que decir de James Scott es que escribe bien, es ameno de leer y eso siempre se agradece.
Lo segundo es que su libro me ha hecho reflexionar.
James Scott se opone a todas las teorías herederas del marxismo, que consideran la ideología como el resultado o el reflejo de unas determinadas relaciones socioeconómicas. Cita a Gramsci, a Bourdieu y no sé si a alguno más, pero en la mente de todos están Marvin Harris y todos esos antropólogos, filósofos y sociólogos que sostienen que el poder se perpetúa difundiendo su ideología, de modo que los oprimidos la aceptan de forma inconsciente y no tienen conciencia de su propia opresión. En otra ocasión interpreté La Catedral del Mar como un ejemplo de la difusión de las ideas del poder. Lo mismo hice con Operación Triunfo. En este último, se escoge a un grupo de personas cualquiera que tiene un sueño: cantar y ser famoso. Se los mete a todos en una academia y se les obliga a competir entre ellos por ser el mejor. La audiencia vota y el que gana va a Eurovisión. La idea del programa casi parece sacada de Max Weber y su Ética protestante y el espíritu del capitalismo. En
James Scott |
un mundo justo, con igualdad de oportunidades, cualquiera puede triunfar, incluso la Rosa de España. Para eso sólo hace falta esfuerzo y talento. La competitividad -esa palabra tan de moda ahora- saca lo mejor de cada uno. Es el calling divino de los calvinistas. Y al final, si cumples con todo ello, Dios te reconoce como uno de los suyos otorgándote bienes materiales en este mundo. El ideal de vida del capitalismo angloamericano. Con talento, ideas y trabajo, salir adelante en el mundo. Millones de personas ven este programa y aceptan de manera inconsciente que el capitalismo es el mejor sistema posible, porque cualquiera puede triunfar, como nos demuestra el caso de Rosa -o de los ganadores de posteriores concursos, cuyo nombre desconozco-.
Pues James Scott le hace una crítica demoledora a esta concepción de la ideología: si esto fuese cierto, los sistemas no cambiarían.
Y yo añado: esta concepción heredada del marxismo minusvalora a los oprimidos, como si fuésemos autómatas sin capacidad crítica alguna.
Según Scott hay dos tipos de discurso, el público y el privado. El discurso público es aquello que se puede decir en público y que es una idealización de cómo las clases poderosas se ven a sí mismas -en el caso de nuestra sociedad todo ese rollo de la igualdad de oportunidades y el discurso políticamente correcto-. Pero esto no es más que una representación, como una obra de teatro. En las bambalinas de ese discurso público, tanto las clases dominantes como las dominadas tienen su propio discurso, que sólo sale a a luz cuando están seguros de que hacerlo no puede acarrearles problemas. El discurso público es lo que la
Esclavo que dudo esté contento. |
gente realmente piensa y hace. Así, los esclavos negros públicamente hacían ostentación de acatar las normas pero, en cuanto se encontraban en la seguridad de sus cabañas, contaban cuentos, leyendas y hasta profecías que ridiculizaban y condenaban a sus amos blancos a todos los tormentos del infierno; y saboteaban a sus amos robándoles, con pasividad en el trabajo, rumores, etc... Las clases poderosas, por su parte, en la intimidad de sus casas o de cenas opíparas en restaurantes caros, a salvo de oídos indiscretos, sacan a relucir lo que de verdad mueve la sociedad y los mantiene en el poder, como la corrupción, el soborno, la represión por medio de la violencia física, etc...
Si los pobres no actuamos para sacudirnos el yugo de la opresión, es porque no vemos oportunidad de ello. Pero, en cuanto esa posibilidad tiene visos de hacerse realidad, nos volcamos en la lucha, como sucedió, según Scott, en la Guerra Civil Americana, en la Revolución Francesa o la Revolución Rusa.
Este mecanismo creo yo que podemos observarlo perfectamente hoy en día con todo el rollo de la crisis. Los oprimidos, cuando nos reunimos entre nosotros, criticamos a políticos y banqueros, y no son pocos los que defraudan a la Seguridad Social con bajas fraudulentas y evasión de impuestos -aunque esto último no sea una estrategia exclusiva de los pobres-. Sin embargo, si mañana yo tuviese la mala suerte de comer con Rajoy o Feijoo, dudo mucho que le dijese a la cara que es un capullo, sino que mantendría una actitud más o menos servil, diría que me encanta mi trabajo, etc... Lo mismo hace cualquier empleado con su patrón. A la cara, todos fingimos ser empleados entregados, mientras que en la intimidad reconocemos despreciarlo y hacemos todo lo posible por trabajar lo menos posible, etc...
No sé hasta qué punto tienen razón James Scott. Sobre todo, porque a esa crítica de que, si la plebe sólo fuésemos autómatas que repetimos el discurso del poder, nada cambiaría, se adelantaron Bourdieu, Victor Turner, Even-Zohar y otros muchos pensadores que hablaron del escenario político como de un espacio en el que luchan diferentes grupos de poder, cada uno con su propio discurso. Probablemente ninguno esté en posesión de la verdad absoluta, todos tengan parte de razón y la realidad sea una combinación de ambas tendencias. Pero por lo de pronto, el libro de Scott merece la pena ser leído porque pone de relieve un aspecto de la política y las relaciones de poder que hay que tener en cuenta.
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