Los “no lugares”. Espacios del anonimato.
Una antropología de la sobremodernidad.
Marc Augé.
El concepto de “no lugar” catapultó a Marc Augé a la fama mediática. Ahora todo el mundo habla de ellos y en los últimos tiempos ha sido objeto de numerosas críticas y revisiones. En cualquier caso, es un libro que merece la pena leer, aunque sólo sea para saber de qué se habla cuando se habla de “no lugares”. Si no tienes tiempo o si te da pereza, puedes leer este artículo en el que te resumo el contenido del libro y explico el concepto de “no lugar”.
Según Augé, el espacio o los lugares físicos son fundamentales en la vida humana. Los seres humanos entendemos la vida en función del espacio. Nuestras identidades dependen de nuestra pertenencia a un lugar geográfico que cargamos simbólicamente. El país, la ciudad o el barrio conforman nuestra identidad, porque es en ellos donde nos relacionamos con otras personas. Y son espacios físicos, cada uno con unas características particulares que lo definen y lo oponen a otros. La identidad humana depende de su endoculturación, de lo que asimila. No aprendemos por ciencia infusa, sino que es en el seno de las colectividades ancladas a espacios geográficos donde acabamos de hacernos humanos.
Según Augé, estamos viviendo un periodo histórico que él llama sobremodernidad. Este periodo de tiempo se define por tres aspectos:
a) la hiperexposición a los acontecimientos. Nos enteramos de todo lo que pasa en el mundo casi en tiempo real. Vivimos en la sociedad de la información y, sobre todo, de los medios de comunicación.
b) la hiperexposición a lugares. El mundo se hace pequeño. La revolución de la ciencia y la tecnología nos permite movernos a lo largo y ancho del mundo rápido y sin dificultad.
c) la individualidad. Las identidades son poliédricas. Uno es lo que es por su nacionalidad, su profesión, su orientación sexual, su adscripción política, etc… Se han perdido las identidades colectivas homogéneas como sucedía cuando las comunidades estaban aisladas geográficamente. Ahora estamos expuestos a muchos estímulos culturales muy diversos, cosa que no sucede, por ejemplo, con una tribu aislada del Amazonas.
Evidentemente, estos fenómenos son consecuencia de la Globalización.
Dice Augé que estos tres aspectos de la sobremodernidad llevaron a la aparición de los “no lugares”, que son espacios que se oponen a los lugares porque no están cargados simbólicamente, ni nos relacionamos en ellos, ni conforman nuestra identidad. Frente a los lugares, que eran los espacios de la relación, los no lugares son los espacios de la soledad y del anonimato. Son los supermercados, los aeropuertos, autopistas, áreas de servicio, estaciones, centros comerciales, etc. En ellos la relación con otros seres humanos está absolutamente despersonalizada. La cajera del supermercado, por ejemplo, ni siquiera te mira a la cara cuando pasa tu tarjeta. La despersonalización llega hasta el extremo de que, la mayor parte de las veces, la relación ni siquiera es con personas, sino con textos. En el supermercado, en la autovía, en las estaciones, hay millones de señales textuales que nos indican cómo tenemos que comportarnos. “Por favor, use guantes”, “Prohibido el paso”, “inserte tarjeta”, no conducir a más de ciento veinte kilómetros por hora… Si no hay relación, estos espacios no pueden aportar nada a la identidad de las personas, son, por consiguiente, espacios del anonimato. En ellos sólo eres un cliente, un usuario, nunca un individuo.
En los últimos tiempos el concepto de no lugar ha sido objeto de numerosas críticas y puntualizaciones. Quizá flaquee en algunos aspectos, pero tiene el valor de haber sido una idea nueva.
De todas las puntualizaciones, quizá la que más me ha interesado, la leí en un libro de Ángel Díaz de Rada. No sé si la idea es suya, porque es un libro que desarrolla el concepto de sistema experto de Anthony Giddens. Ángel Díaz de Rada habla de estrategias de repersonalización en los puntos de acceso a los sistemas expertos. Como estos puntos de acceso son siempre no lugares, estas estrategias de repersonalización se pueden hacer extensibles al concepto de no lugar. Las personas nos resistimos a perder nuestra identidad. No nos gusta ser sólo usuarios o clientes. Por eso ponemos en funcionamiento procesos simbólicos por medio de los cuales proyectamos nuestra identidad sobre los no lugares. En la oficina, un lugar aséptico e impersonal, ponemos la foto de nuestra familia; en los vagones de tren, los graffiteros gamberros pintan su nombre en los vagones; y en el supermercado o en el banco, nos gusta que la persona que nos atiende nos trate por nuestro nombre porque nos conoce. Es decir, que esa pesadilla de Augé, que sirvió incluso para ciertos novelistas escribiesen distopías futuristas, no fue para tanto. La despersonalización se ve contrarrestada por la natural tendencia humana a conservar su propia individualidad.
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