Infoentretenimiento
Se llama Julián y es
mi amigo. Es uno de esos camaradas de la infancia que a los que no te queda otra que serle fiel toda la vida porque os
une una vieja amistad que ya no puedes borrar. Como todos los seres humanos,
Julián es un personaje complejo, lleno de claroscuros, con muchas mezquindades
y alguna que otra grandeza. Pero si, de toda su caleidoscópica personalidad,
tuviese que definirlo como hacen los malos novelistas, con un único rasgo de
carácter, diría que es un esnob. Un esnob como la copa de un pino, con todas y
cada una de las particularidades que tradicionalmente se le atribuyen al esnob.
Durante nuestros años universitarios, cuando lo
sociedad no veía con malos ojos que llevásemos una vida algo canalla, Julián sostenía
que pocas cosas lo hacían más feliz que regresar a casa ya de amanecida, con
unas gafas oscuras que protegiesen sus pupilas de la luz solar.
-Tío, es que tengo la
sensación de haber cumplido con mi trabajo. –me dijo una vez.
Pasó el tiempo y ya en
la treintena, Julián tomó conciencia de que ya era hora de sentar la cabeza.
Entonces mudó la vida bohemia por placeres más maduros, como por ejemplo los de
la mesa, y se convirtió en un gourmet y un sumiller tan experimentado como
crápula había sido. Dejó la noche y empezó a hablarnos de tal o cual
restaurante donde hacían una lamprea exquisita y, sobre todo, de vino. Porque
no hay nada que encante más a un esnob que el vino. Puede hablar de taninos, de
syrah y cabernet sauvignon y convertir la sana ingesta de ese líquido un poco
narcotizante en un supremo acto de vanidad social. Por supuesto, como buen esnob,
Julián no tiene ni puta idea de vino, pero le da bien al pico. Todo pura
palabrería y, si no cuento la anécdota en la que rellenamos con morapio una
botella de Vega Sicilia y él se pasó la noche paladeando el vino turbio y
pontificando sobre el merecido prestigio de las bodegas de Valbuena de Duero,
es porque, de manida, sonaría falsa.
Pues bien, el caso es
que, de un tiempo a esta parte, mi amigo Julián se ha vuelto un experimentado
analista político. Se lee de cabo a rabo los periódicos, ve los telediarios y
escucha toda cuanta tertulia radiofónica hay. Le encanta estar a la última y
teníais que oírlo hablar con su amigo Miguel, los dos encantados de oírse
hablar del último escándalo de corrupción política entre las filas
conservadoras.
Hasta hace un par de
días yo había interpretado esta nueva tendencia de mi amigo como una faceta más
de su esnobismo. Se había convertido en analista político como quien se compra
unas zapatillas muy molonas o una camisa a la última moda. Pero no. Me había
equivocado en mi infinita soberbia, pecado que reconozco sin ambages -soy
vanidoso y un poco chulito-. Si, por ejemplo, yo observaba con cierta
curiosidad que mi amigo Julián pasaba horas enteras pegado a los periódicos,
las radios y la televisión, y no dedicaba un solo minuto de su tiempo a ensayos
de teoría política o sociología, interpretaba este hecho en mi infinita
soberbia como que Julián, además de esnob, es un vago de carallo y un poco
burro. Si, por poner otro ejemplo, yo estupefacto le escuchaba decir “una buena
botella de vino, al final del día, después de trabajar, con los periódicos y el
telediario es un plan”, no pensaba que necesitase la botella entera para
soportar la cantidad indecente de corruptelas, guerras e inmigrantes muertos a
pocos metros de nuestras playas que pueblan nuestros noticieros. No. Sólo pensaba
que mi amigo Julián no tenía gustos propios y juntaba todo aquello que la
sociedad juzga de buen tono: los placeres un poco elitistas de la mesa y un
toque pseudointelectual.
Pero me equivocaba. No
entendí la complejidad del fenómeno hasta que leí ese concepto en un libro de
Castells. Infoentretenimiento. El autor lo mencionaba de pasada, pero a mí me
hizo reflexionar. La industria de los medios de comunicación de masas hace años
que se dio cuenta de que había un público potencial en el mercado de la audiencia,
un nicho para los que se sienten intelectualmente superiores a la chusma que ve
Gran Hermano y demás realities, pero
que tampoco están dispuestos al esfuerzo que requiere una película o una novela
que hable del alma humana. Y así la industria de la comunicación convirtió a la
política en un espectáculo, una opereta protagonizada por políticos,
empresarios de éxito y creadores de opinión, en la que lo que más interesa son
los escándalos, las medidas impopulares y la hipocresía para que mi amigo Julián
y su amigo Miguel puedan ver todo eso y limitarse a cotillear como lo haría
cualquier portera sin tener que echarse al monte.
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