En el corazón de la zona gris es un estudio antropológico del campo de concentración de Auschwitz.
El libro empieza con una explicación de dónde tomó la autora las fuentes: memorias como fuente etnográfica, descripciones de internos, escritos de los guardas, escritos de testigos de los juicios y obras académicas. La autora deja claro que las memorias son su fuente principal.
La práctica de encerrar a grupos sociales detrás de verjas en campos se asocia/empieza con las guerras coloniales. La reclusión civil sin estatus de personas pronto pasó a otras situaciones.
Las características de este tipo de reclusiones son:
1. Se produce en momentos críticos o políticamente definidos como tales. Las distintas técnicas propagandistas de los gobiernos justifican la necesidad de los campos no sólo por lo excepcional de la situación (ya se trate de peligros reales o imaginarios, tales como luchas de resistencia, invasiones de refugiados, enemigos internos, amenazas terroristas o prisioneros de una población enemiga), sino también porque las consecuencias de la situación crítica se declaran oficialmente un peligro real para el mantenimiento del orden.
2. A diferencia de las prisiones, los campos suelen tener el carácter de respuesta rápida y provisional a una situación excepcional. Con frecuencia, los internos son grupos enteros de civiles, es decir, un conjunto de personas que no han cometido delitos penales y que no han sido juzgadas según los principios de unos sistemas jurídicos, que establecen como uno de sus fundamentos que la pérdida de libertad o los arrestos penales son el resultado de acciones cometidas contra las leyes. En la situación concentracionaria prima ser miembro de una categoría de enemigos: los prisioneros penan por lo que son, no por lo que hayan hecho.
3. La justificación de los campos suele contar con el apoyo de ideólogos y técnicos que no son los guardianes materiales del universo concentracionario; pero también con el de ciudadanos corrientes.
A continuación, Paz Moreno Feliu sitúa Auschwitz en el contexto económico y político del Tercer Reich:
- político: exterminio de judíos y gitanos.
- económico: Auschwitz como centro de trabajo y las SS como potencia económica.
Ritos de Paso en Auschwitz:
Moreno Feliu explica lo que son los ritos de paso. Fundamentamente sigue las teorías de Van Gennep y Victor Turner.
1. PRIMERA INICIACIÓN: SIN PARIENTES.
1.1. Primera fase: detención/muerte social.
La detención y la primera tortura suponía la muerte social de los presos. Sentían que a nadie ya les importaban.
Para los judíos del Este esta muerte social empezaba con el aislamiento social y luego con el aislamiento en guetos.
En todos los casos, esto supone una ruptura con su vida anterior.
1.2. Segunda fase: transporte/marginalidad.
Los detenidos todavía iban con familiares o conocidos, pero este era el último momento en que mantendrían contacto. Es la fase de tránsito, el último punto en el que las personas son más o menos conocidas y no una masa anónima.
1.3. Tercera fase: la rampa/selección.
Al bajar de los trenes, en una rampa, los encargados del campo separaban a las mujeres de los hombres, a los niños, a los ancianos, etc... Es el punto en que se rompe definitivamente con los conocidos de antes. Los que están siendo seleccionados no lo saben. Solo ven que las familias se disuelven. Las personas pierden las referencias. No saben dónde están, a dónde van, qué está pasando...
Hasta aquí todo ha tenido el carácter ambiguo de las etapas intermedias.
2. SEGUNDA INICIACIÓN: LA DESHUMANIZACIÓN.
2.1. Primera fase: Rampa después de la selección/primera noche en el campo.
Esta etapa, al solaparse con las anteriores, las refuerza.
La rampa se equipara con la detención. Muerte social y muerte simbólica (incluso en algunos casos física) de los parientes.
A veces empezaban enseguida las ceremonias de humillación de la segunda fase, otras los dejaban de pie toda la noche hasta que los introducían en los baños. De este modo los iniciandos aprendían que carecían de defensa y que no tenían dónde pedir ayuda.
2.2. Segunda fase: Ceremonias de humillación.
Los reos dejan de ser personas. Los desnudan, les quitan sus objetos personales... cualquier cosa que los uniera simbólicamente con la conciencia pasada de su persona.
También les privan de parte de su cuerpo: otros prisioneros les afeitan la cabeza.
Los desinfectan y los mandan desfilando a las duchas.
Les quitan hasta el nombre. Les tatúan un número y así les dan la forma del campo.
Entre golpes y gritos, otros prisioneros les cuentan qué ha sido de sus seres queridos seleccionados en la rampa. Esto es fundamental, porque así entienden el significado de lo sucedido.
En esta fase también tienen lugar los primeros contactos con los presos veteranos y se introducen en la jerarquía del campo.
Es un tránsito hacia una nueva existencia.
2.3. Tercera fase: Prisionero.
Acabada la fase anterior, ya no es el ser humano que se había sido: el recién llegado se ha convertido en un Häftling, un número, un prisionero, que porta los emblemas de su nuevo estatus: un uniforme (cuando lo hay), zuecos de madera, una cabeza afeitada, un tatuaje en el brazo, los golpes.
La iniciación en Auschwitz no solo suponía una ruptura con la vida anterior, sino acabar con la conciencia de la pertenencia a la especie humana. Por eso les quitaban sus referencias como personas. Desintegración social absoluta.
Si los iban a matar a todos, esta deshumanización también servía para que los SS los pudiesen ver como mercancía.
*
Es innegable que el testimonio sobre los campos podría leerse aislando estos tres períodos:
1. Separación: detención-transporte-selección.
2. Periodo marginal o liminal: iniciación al campo-prisionero-azar/estrategias de supervivencia.
3. Agregación: liberación-curación-regreso a la vida social.
En este sentido, podemos reconocer esta estructura en una primera lectura lineal de las memorias y tendríamos que considerar el paso por el campo como un ritual de iniciación (no sabemos a qué) que concluiría con la liberación.
Sin embargo:
Nuestra forma de «observar» los campos no depende de principios abstractos que apliquemos externamente, sino de cómo las memorias nos la relatan. Al comparar la variabilidad de las narraciones encontramos, como en casi todos los estudios antropológicos, distintas versiones llenas de ambigüedades, contradictorias entre sí, cuando no en conflicto.
(...)
La mayoría de las memorias con tesis externa sí podrían considerar válido el esquema llegada al campo/prisionero/liberación, pero para otras, esa interpretación se presenta como extremadamente irreal y problemática: de entre todas las versiones que presentan Auschwitz como una quiebra inconcebible, sin lectura épica posible, y sin posibilidades de dejarlo atrás al regreso[8], según la fórmula «lo pasado, pasado» con la que se tendrían que haber re-insertado en la vida normal, nos detendremos en lo que cuentan Primo Levi y Charlotte Delbo, quienes presentan una interpretación que encontramos de forma recurrente en muchas otras memorias.
El tiempo en Auschwitz.
Los prisioneros no tenían relojes, ni calendarios, ni nada que les permitiese medir el tiempo.
Durkheim demuestra que el tiempo se construye socialmente. Los poderosos se apropian del tiempo de los oprimidos.
...las relaciones de poder y los mecanismos para apropiarse del tiempo de los otros (Fabian, 1983), configuran una pluralidad de tiempos incrustados en la economía política de una sociedad.
Moreno Feliu utiliza a Evans-Pritchard y Los nuer para distinguir entre tiempo ecológico y tiempo estructural. El tiempo estructural refleja las interrelaciones básicas de la estructura social. Se mide por acontecimientos considerados relevantes.
Este tiempo estructural, que refleja las interrelaciones básicas de la estructura social, marca periodos más largos que el tiempo ecológico, cuyo límite es el ciclo anual de actividades. El tiempo estructural de los nuer, relacionado con el espacio, se mide por la selección de cierto tipo de acontecimientos considerados relevantes socialmente, como, por ejemplo, los asentamientos de los campamentos en distintos lugares, los nacimientos del ganado o un sin fin de referencias establecidas en términos de parentesco (órdenes del linaje, alianzas, nuevas incorporaciones, nacimientos, etc.). Más que basarse en categorías conceptuales, el tiempo estructural de los nuer da cuenta de la distancia, expresada por los valores del sistema social, entre grupos de personas, de tal forma que la percepción del tiempo es equivalente al movimiento de personas y grupos a través de la estructura social.
Hubo un tiempo en Auschwitz, distinto al de antes y al de después.
Los prisioneros carecían de calendarios, relojes o cualquier instrumento homogeneizador que les permitiese objetivar el tiempo. En consecuencia, todos los días se les hacían iguales, lo que les resultaba insorportable. "Interminable anonimato del tiempo".
Sin estos instrumentos, los prisioneros contaban a partir de las actividades. Pero esto solo era posible para los privilegiados que tenían un trabajo.
En todas las sociedades, el control del tiempo es una de las formas en las que se manifiesta el poder absoluto. Por ejemplo, los calendarios son políticos. Controlan la vida cotidiana de las personas y reproducen los valores sobre los que se asienta el gobierno.
La prohibición de los relojes no era meramente simbólica. Era una de las facetas de la dominación total. Las decisiones sociales se inscriben en la triada pasado-presente-futuro. Sin instrumentos para medir el tiempo, se condenaba a los prisioneros a un presente continuo. La única decisión era la de sobrevivir a corto plazo.
Al igual que en otras muchas instituciones totales (ver Goffman o Foucault), solo les quedaba el tiempo programado. Así se programaba en Auschwitz:
Madrugada-despertar-formación
Entre las 3-4 o 4-5 horas de la madrugada, según la estación, sonaba la señal de despertar y con ella comenzaba el día. Había variaciones estacionales en la hora de levantarse porque los horarios se adaptaban para aprovechar al máximo la luz del día. Los prisioneros encargados de los barracones obligaban, entre golpes y gritos, a los internos a levantarse, hacer las literas, limpiar el dormitorio, asearse, desayunar e ir a las letrinas[9]. Media hora más tarde, todos los prisioneros tenían que formar por barracones para que les contasen los prisioneros-funcionarios que hacían de secretarios y que, posteriormente, rendirían cuentas a los SS. Si no encajaban los números, porque hubiese varios prisioneros en la enfermería, muertos por la noche o miembros de una barraca ausentes por cualquier otra causa, el cómputo se repetía, de forma que la operación de controlar a los miles de prisioneros formados en la gran plaza, casi militarmente, al amanecer, podía durar muchas horas. Pasar lista a la formación se convertía muy a menudo en un castigo en sí, aunque su primer objetivo fuese cotejar el registro preciso de prisioneros y que cuadrasen los números de los distintos departamentos burocráticos del campo.
Hay que tener en cuenta que en campos tan poblados como los de Auschwitz o Birkenau, la formación equivalía a pasar lista a unas cien mil personas dos veces al día[10]. A pesar de que los internos eran continuamente trasladados de unas dependencias del campo a otras, a pesar de que había muchas bajas, las cifras de vivos y de muertos tenían que cuadrar: el cómputo exacto estaba por encima del tiempo que llevara realizarse.
La llamada a formación (Appell) es la única división del tiempo programado a la que casi todas las memorias le dedican un capítulo específico, en muchos casos al inicio de la vida en el campo, por las penalidades que sufrían durante su realización.
(...)
Trabajo
Tras la formación-cómputo, los internos tenían que reunirse, rápidamente, en una nueva formación con sus comandos de trabajo, bajo las órdenes y golpes de los Kapos y dirigirse en filas de a cinco a sus lugares de trabajo, saludando militarmente a los guardianes, si tenían que salir del recinto, mientras tocaba la orquesta (Moreno Feliu, 1997). Dada la estructura dispersa de los lugares de trabajo, situados en los distintos subcampos, muchos prisioneros tenían que recorrer varios kilómetros hasta llegar al lugar. Después todo el ritmo del día estaba dominado por las penalidades y golpes que recibían de los Kapos y sus ayudantes, mientras realizaban el trabajo forzado. Dada la variedad de tareas y su carácter, a menudo incomprensible, las condiciones y ritmos del trabajo eran notablemente irregulares: no era lo mismo trabajar bajo cubierto en algo inteligible que las tareas a las que estaban sometidos la mayoría de los reclusos (especialmente los recién llegados) que trabajaban al aire libre bajo las temperaturas extremas del invierno silesio. En muchos comandos, sobre todo en los exteriores, la finalidad del trabajo no sólo era incomprensible (había comandos que abrían o cerraban zanjas, acarreaban piedras en carretas, las llevaban de un sitio a otro, desecaban estanques sin herramientas, ignorando los objetivos o el principio y el fin de las tareas), sino que de las actividades no podía desprenderse un ritmo que ayudase a computar el tiempo diario. Sin relojes, con actividades que no aportaban referencias temporales internas, sólo contaban con dos orientaciones: el sol si trabajaban en el exterior o la pausa de mediodía para comer la sopa. En total, descontando los periodos de formación y de desplazamiento, la jornada laboral era de unas nueve horas en invierno, once en verano (Sofsky, 1995: 100).
(...)
Regreso-formación-cena
Cuando los Kapos daban la orden de finalizar el trabajo, se invertía todo lo realizado por la mañana: regreso en filas, formación vespertina, si bien esta formación no tenía horario y podía extenderse durante varias horas, mientras se computaban los muertos, los heridos, se ejecutaban castigos, y en algunos casos se ahorcaba en público a algunos prisioneros. Muchas memorias narran días o noches extraordinarias en las que los prisioneros tuvieron que quedarse en formación durante toda la noche. Después, regresaban a las barracas donde tomaban la cena y se iniciaba el «tiempo libre»: intercambios de cosas «organizadas» en las letrinas, algunas visitas a conocidos o a la enfermería. A partir de las ocho y media ya no se podía salir de la barraca.
Los prisioneros tenían dos referencias para delimitar los acontecimientos: el despertar y la cena/acostarse. En el medio estaba el trabajo.
El control del tiempo tenía dos concesiones al tiempo exterior: los domingos por la tarde que no se trabajaba y Navidad. Ese era el tiempo programado, pero no les servía para situar los acontecimientos.
En los libros de memorias solo hay dos puntos fijos: el de la entrada y el de la salida. Luego toman referencias como cuando empezaron un trabajo, etc...
*
En el campo eran pocos alemanes y SS. Controlaban a los presos avivando la enemistad entre ellos. Eran los propios presos los que hacían casi todo.
Los alemanes tenían a los prisioneros jerarquizados. Los gitanos y judíos estaban en la parte más baja.
Incluso los judíos establecían jerarquías entre ellos.
Había muchos criterios de jerarquización:
Las relaciones internas entre los prisioneros eran muy complejas en función de la interrelación de las siguientes variables presentes en la combinación de jerarquías: la adscripción penal y nacional de los prisioneros funcionarios, el trabajo, el tipo de barracón donde se alojaban; las relaciones con otros reclusos; la procedencia nacional y las lenguas habladas. Estrictamente todas ellas se combinaban con las órdenes establecidas por las autoridades del campo y en ellas influían tanto las clasificaciones raciales, la arbitrariedad y la suerte, como el puesto de trabajo desempeñado.
Bajo las jerarquías subyace una cuestión de clase social. Esto se veía reflejado indirectamente en los triángulos que llevaba cada preso.
La jerarquización de los prisioneros facilitaba la colaboración. De hecho, los prisioneros funcionarios fueron los que más daño hicieron.
Los prisioneros no sólo habían aceptado la jerarquía socio-racial en la que los nazis los habían clasificado, sino que la habían extendido para incluir en ella nuevos órdenes surgidos del propio campo, precisamente por el carácter social y estratificado en el que se inserta la relación de sobrevivir. No se trata meramente de que, como se suele decir, la veteranía sea un grado, sino que la cuenta de los números sólo tiene sentido si consideramos la supervivencia como un principio de estratificación social. Como señala Bauman (1992), sobrevivir, lejos de ser «un instinto», se nos presenta como una relación social, no sólo cuando se analiza el resultado, sino desde el punto de vista de su propia constitución como deseo y como meta. ¿Por qué sobrevivir en el sistema concentracionario ha de considerarse parte de las relaciones sociales? Bauman se basa, entre otros, en el desarrollo de una de las ideas presentes en Masa y poder de Canetti, para quien sobrevivir tiene el matiz de «querer vivir más que los contemporáneos», que mueran los otros, no él mismo, por eso, la noción de sobrevivir tiene un componente social, aun a costa de recurrir a la manipulación de las relaciones o de las muertes de los otros (Canetti, 1973: 290-295).
Organizar en Auschwitiz
En esta parte Moreno Feliu se centra en la facultad del lenguaje para actuar sobre la realidad.
Para los nazis organizar era una economía que consistía en depredar a los territorios conquistados y a los judíos para una suerte de estado del bienestar alemán. Se robaba, había trueque, y todo ello institucionalizado.
En Auschwitz organizar liga la organización con el exterminio.
Organizar se definía por la ambigüedad moral. Abarcaba actividades muy diversas, como el extraperlo, obtener bienes y servicios, mercados negros, intrigas y corrupción. Así se daba en toda Alemania. En Auschwitz, se le suma que organizar era fundamental para sobrevivir. Así, determinadba las relaciones sociales.
Organizar es una nueva marca de desigualdad.
En el campo la palabra robar no se usaba. Solo organizar, aunque no eran sinónimos.
Si en principio, a partir del rechazo de Tedeschi o en la primera definición de Birnbau, «organizar» parece un sinónimo de robo, o una transacción de una sola dirección, pronto comprobamos que, sin desaparecer nunca este matiz, «organizar» forma parte de un complejísimo sistema de intercambios que se extiende por todo el campo, siguiendo las líneas de la jerarquía de prisioneros y que incluso puede abarcar también a algunos SS o trabajadores civiles externos.
(...)
«Organizar», u «organizarse», significa obtener no importa qué por no importa qué medio. Tanto lo adquirido mediante lo que tienes (los cigarrillos) como por la mendicidad, el trueque, el robo, el chantaje, la fuerza, incluso el homicidio. Se «organiza» un mendrugo de pan o diez hogazas de pan, un miserable trapo pulgoso o la lencería de seda nueva, un cigarrillo o mil cigarrillos, un litro de sopa o una marmita de sopa, un trozo de lefia, una tabla, diez tablas, una mesa o… una barraca entera. Se «organiza» un puñado de sal, un cubo de carbón, un jergón, una medicina, una litera, todo aquello que uno puede desear si se poseen los medios para adquirirlo y las mafias típicas del campo (Laks, 1991: 103).
(...)
En la perspectiva antropológica clásica, tanto Mauss (1924) como Polanyi (1991), vincularon la reciprocidad a las ideas sobre la moralidad: el don obliga al receptor, crea lazos de dependencia y fidelidad, pero también participa en la construcción del orden moral en que se sustentan las jerarquías o desigualdades y que legitima el poder. En la situación inversa y extrema de Auschwitz, «organizar» suponía la existencia impuesta de una jerarquía programada. Bajo «organizar», como sugería Klemperer, subyace la idea de que las acciones, o los trabajos, o los bienes emanaban de una autoridad que distribuía a unos estamentos inferiores menos de lo que previamente les había quitado. Quienes no les daban eran quienes les habían quitado. El choque con la moralidad previa que suponía la desigualdad jerárquica entre los prisioneros (los peores enemigos y encargados de hacer el trabajo sucio de los SS a los otros prisioneros) se convirtió en un mecanismo que articulaba unas relaciones en las que, de forma generalizada, se tomaba o se quitaba a los otros, mientras que las moralidades de estas conductas quedaban en suspenso en el tiempo Auschwitz.
El análisis de todas las relaciones existentes bajo el término «organizar» nos muestra cómo una situación extrema, como indudablemente era la de Auschwitz, puede ayudarnos a comprender mejor la actuación de otros grupos sociales en casos de crisis agudas en los que se describe una actitud puramente depredadora respecto, incluso, de los más próximos (Turnbull, 1973; Firth en Sahlins, 1965): cuando, en el marco de las obligaciones recíprocas, las peticiones son rechazadas porque nadie tiene, la respuesta parece ser quitar, tomar lo de los otros (Narotzky y Moreno, 2002). En su monografía sobre un gueto negro de Estados Unidos, Carol Stack (1975) describe cómo las posesiones van circulando en una forma aparente de reciprocidad generalizada; pero el proceso que describe también se puede considerar en sentido inverso: la gente «toma prestado», «pide», «coge», «quiere», y los requeridos ceden porque saben que ellos pueden hacer lo mismo, porque todos participan de las mismas posesiones (what goes round, comes round [lo que circula, vuelve]). Otras veces los familiares o amigos se adelantan a los deseos de sus próximos: «¿Quieres esto?», preguntan; «si no, coge otra cosa» (1975: 42), pero el espíritu es el mismo, el derecho generalizado a participar de las posesiones ajenas. Stack señala cómo el intento por parte de determinadas parejas de privatizar sus recursos con el fin de «transformar» su situación es boicoteado activamente por toda la red doméstica que reclama insistentemente participar en esos recursos (1975: 108-20).
Pero, además, esta capacidad de pedir y tomar que podemos situar en el campo de la reciprocidad negativa, está también presente en los ejemplos clásicos de reciprocidad generalizada como son los de los grupos de cazadores-recolectores, como ha señalado Ingold (1986). Cualquier lectura atenta de las monografías e incluso de los ejemplos que recoge Sahlins (1965) en su apéndice, es bien clara: la reciprocidad generalizada (ese dar al que lo necesita sin esperar nada concreto a cambio, esa moralidad difusa del compartir) se inicia en la mayoría de casos por peticiones o reclamaciones que (se nos dice) no pueden ser rechazadas.
La «organización» en Auschwitz no es sino un caso extremo de estos procesos, en los que existe una acción de «tomar» que, analíticamente, no se debe separar de la acción de «dar». En otras palabras, mientras que la reciprocidad generalizada se basa en una moralidad compartida, la negativa se da en situaciones de irrelevancia[13], ruptura, enajenación, transformación o suspensión del orden moral (Narotzky y Moreno, 2002).
El referente moral es fundamental para que el concepto de «reciprocidad» resulte útil y se diferencie sustancialmente del de «intercambio bajo contrato». Sin embargo, en estos casos extremos resulta esencial analizar simultáneamente las facetas consideradas positivas (dar-recibir-devolver) y negativas (tomar-perder-guardar) de la reciprocidad.
La práctica de encerrar a grupos sociales detrás de verjas en campos se asocia/empieza con las guerras coloniales. La reclusión civil sin estatus de personas pronto pasó a otras situaciones.
Las características de este tipo de reclusiones son:
1. Se produce en momentos críticos o políticamente definidos como tales. Las distintas técnicas propagandistas de los gobiernos justifican la necesidad de los campos no sólo por lo excepcional de la situación (ya se trate de peligros reales o imaginarios, tales como luchas de resistencia, invasiones de refugiados, enemigos internos, amenazas terroristas o prisioneros de una población enemiga), sino también porque las consecuencias de la situación crítica se declaran oficialmente un peligro real para el mantenimiento del orden.
2. A diferencia de las prisiones, los campos suelen tener el carácter de respuesta rápida y provisional a una situación excepcional. Con frecuencia, los internos son grupos enteros de civiles, es decir, un conjunto de personas que no han cometido delitos penales y que no han sido juzgadas según los principios de unos sistemas jurídicos, que establecen como uno de sus fundamentos que la pérdida de libertad o los arrestos penales son el resultado de acciones cometidas contra las leyes. En la situación concentracionaria prima ser miembro de una categoría de enemigos: los prisioneros penan por lo que son, no por lo que hayan hecho.
3. La justificación de los campos suele contar con el apoyo de ideólogos y técnicos que no son los guardianes materiales del universo concentracionario; pero también con el de ciudadanos corrientes.
A continuación, Paz Moreno Feliu sitúa Auschwitz en el contexto económico y político del Tercer Reich:
- político: exterminio de judíos y gitanos.
- económico: Auschwitz como centro de trabajo y las SS como potencia económica.
Ritos de Paso en Auschwitz:
Moreno Feliu explica lo que son los ritos de paso. Fundamentamente sigue las teorías de Van Gennep y Victor Turner.
1. PRIMERA INICIACIÓN: SIN PARIENTES.
1.1. Primera fase: detención/muerte social.
La detención y la primera tortura suponía la muerte social de los presos. Sentían que a nadie ya les importaban.
Para los judíos del Este esta muerte social empezaba con el aislamiento social y luego con el aislamiento en guetos.
En todos los casos, esto supone una ruptura con su vida anterior.
1.2. Segunda fase: transporte/marginalidad.
Los detenidos todavía iban con familiares o conocidos, pero este era el último momento en que mantendrían contacto. Es la fase de tránsito, el último punto en el que las personas son más o menos conocidas y no una masa anónima.
1.3. Tercera fase: la rampa/selección.
Al bajar de los trenes, en una rampa, los encargados del campo separaban a las mujeres de los hombres, a los niños, a los ancianos, etc... Es el punto en que se rompe definitivamente con los conocidos de antes. Los que están siendo seleccionados no lo saben. Solo ven que las familias se disuelven. Las personas pierden las referencias. No saben dónde están, a dónde van, qué está pasando...
Hasta aquí todo ha tenido el carácter ambiguo de las etapas intermedias.
2. SEGUNDA INICIACIÓN: LA DESHUMANIZACIÓN.
2.1. Primera fase: Rampa después de la selección/primera noche en el campo.
Esta etapa, al solaparse con las anteriores, las refuerza.
La rampa se equipara con la detención. Muerte social y muerte simbólica (incluso en algunos casos física) de los parientes.
A veces empezaban enseguida las ceremonias de humillación de la segunda fase, otras los dejaban de pie toda la noche hasta que los introducían en los baños. De este modo los iniciandos aprendían que carecían de defensa y que no tenían dónde pedir ayuda.
2.2. Segunda fase: Ceremonias de humillación.
Los reos dejan de ser personas. Los desnudan, les quitan sus objetos personales... cualquier cosa que los uniera simbólicamente con la conciencia pasada de su persona.
También les privan de parte de su cuerpo: otros prisioneros les afeitan la cabeza.
Los desinfectan y los mandan desfilando a las duchas.
Les quitan hasta el nombre. Les tatúan un número y así les dan la forma del campo.
Entre golpes y gritos, otros prisioneros les cuentan qué ha sido de sus seres queridos seleccionados en la rampa. Esto es fundamental, porque así entienden el significado de lo sucedido.
En esta fase también tienen lugar los primeros contactos con los presos veteranos y se introducen en la jerarquía del campo.
Es un tránsito hacia una nueva existencia.
2.3. Tercera fase: Prisionero.
Acabada la fase anterior, ya no es el ser humano que se había sido: el recién llegado se ha convertido en un Häftling, un número, un prisionero, que porta los emblemas de su nuevo estatus: un uniforme (cuando lo hay), zuecos de madera, una cabeza afeitada, un tatuaje en el brazo, los golpes.
La iniciación en Auschwitz no solo suponía una ruptura con la vida anterior, sino acabar con la conciencia de la pertenencia a la especie humana. Por eso les quitaban sus referencias como personas. Desintegración social absoluta.
Si los iban a matar a todos, esta deshumanización también servía para que los SS los pudiesen ver como mercancía.
*
Es innegable que el testimonio sobre los campos podría leerse aislando estos tres períodos:
1. Separación: detención-transporte-selección.
2. Periodo marginal o liminal: iniciación al campo-prisionero-azar/estrategias de supervivencia.
3. Agregación: liberación-curación-regreso a la vida social.
En este sentido, podemos reconocer esta estructura en una primera lectura lineal de las memorias y tendríamos que considerar el paso por el campo como un ritual de iniciación (no sabemos a qué) que concluiría con la liberación.
Sin embargo:
Nuestra forma de «observar» los campos no depende de principios abstractos que apliquemos externamente, sino de cómo las memorias nos la relatan. Al comparar la variabilidad de las narraciones encontramos, como en casi todos los estudios antropológicos, distintas versiones llenas de ambigüedades, contradictorias entre sí, cuando no en conflicto.
(...)
La mayoría de las memorias con tesis externa sí podrían considerar válido el esquema llegada al campo/prisionero/liberación, pero para otras, esa interpretación se presenta como extremadamente irreal y problemática: de entre todas las versiones que presentan Auschwitz como una quiebra inconcebible, sin lectura épica posible, y sin posibilidades de dejarlo atrás al regreso[8], según la fórmula «lo pasado, pasado» con la que se tendrían que haber re-insertado en la vida normal, nos detendremos en lo que cuentan Primo Levi y Charlotte Delbo, quienes presentan una interpretación que encontramos de forma recurrente en muchas otras memorias.
El tiempo en Auschwitz.
Los prisioneros no tenían relojes, ni calendarios, ni nada que les permitiese medir el tiempo.
Durkheim demuestra que el tiempo se construye socialmente. Los poderosos se apropian del tiempo de los oprimidos.
...las relaciones de poder y los mecanismos para apropiarse del tiempo de los otros (Fabian, 1983), configuran una pluralidad de tiempos incrustados en la economía política de una sociedad.
Moreno Feliu utiliza a Evans-Pritchard y Los nuer para distinguir entre tiempo ecológico y tiempo estructural. El tiempo estructural refleja las interrelaciones básicas de la estructura social. Se mide por acontecimientos considerados relevantes.
Este tiempo estructural, que refleja las interrelaciones básicas de la estructura social, marca periodos más largos que el tiempo ecológico, cuyo límite es el ciclo anual de actividades. El tiempo estructural de los nuer, relacionado con el espacio, se mide por la selección de cierto tipo de acontecimientos considerados relevantes socialmente, como, por ejemplo, los asentamientos de los campamentos en distintos lugares, los nacimientos del ganado o un sin fin de referencias establecidas en términos de parentesco (órdenes del linaje, alianzas, nuevas incorporaciones, nacimientos, etc.). Más que basarse en categorías conceptuales, el tiempo estructural de los nuer da cuenta de la distancia, expresada por los valores del sistema social, entre grupos de personas, de tal forma que la percepción del tiempo es equivalente al movimiento de personas y grupos a través de la estructura social.
Hubo un tiempo en Auschwitz, distinto al de antes y al de después.
Los prisioneros carecían de calendarios, relojes o cualquier instrumento homogeneizador que les permitiese objetivar el tiempo. En consecuencia, todos los días se les hacían iguales, lo que les resultaba insorportable. "Interminable anonimato del tiempo".
Sin estos instrumentos, los prisioneros contaban a partir de las actividades. Pero esto solo era posible para los privilegiados que tenían un trabajo.
En todas las sociedades, el control del tiempo es una de las formas en las que se manifiesta el poder absoluto. Por ejemplo, los calendarios son políticos. Controlan la vida cotidiana de las personas y reproducen los valores sobre los que se asienta el gobierno.
La prohibición de los relojes no era meramente simbólica. Era una de las facetas de la dominación total. Las decisiones sociales se inscriben en la triada pasado-presente-futuro. Sin instrumentos para medir el tiempo, se condenaba a los prisioneros a un presente continuo. La única decisión era la de sobrevivir a corto plazo.
Al igual que en otras muchas instituciones totales (ver Goffman o Foucault), solo les quedaba el tiempo programado. Así se programaba en Auschwitz:
Madrugada-despertar-formación
Entre las 3-4 o 4-5 horas de la madrugada, según la estación, sonaba la señal de despertar y con ella comenzaba el día. Había variaciones estacionales en la hora de levantarse porque los horarios se adaptaban para aprovechar al máximo la luz del día. Los prisioneros encargados de los barracones obligaban, entre golpes y gritos, a los internos a levantarse, hacer las literas, limpiar el dormitorio, asearse, desayunar e ir a las letrinas[9]. Media hora más tarde, todos los prisioneros tenían que formar por barracones para que les contasen los prisioneros-funcionarios que hacían de secretarios y que, posteriormente, rendirían cuentas a los SS. Si no encajaban los números, porque hubiese varios prisioneros en la enfermería, muertos por la noche o miembros de una barraca ausentes por cualquier otra causa, el cómputo se repetía, de forma que la operación de controlar a los miles de prisioneros formados en la gran plaza, casi militarmente, al amanecer, podía durar muchas horas. Pasar lista a la formación se convertía muy a menudo en un castigo en sí, aunque su primer objetivo fuese cotejar el registro preciso de prisioneros y que cuadrasen los números de los distintos departamentos burocráticos del campo.
Hay que tener en cuenta que en campos tan poblados como los de Auschwitz o Birkenau, la formación equivalía a pasar lista a unas cien mil personas dos veces al día[10]. A pesar de que los internos eran continuamente trasladados de unas dependencias del campo a otras, a pesar de que había muchas bajas, las cifras de vivos y de muertos tenían que cuadrar: el cómputo exacto estaba por encima del tiempo que llevara realizarse.
La llamada a formación (Appell) es la única división del tiempo programado a la que casi todas las memorias le dedican un capítulo específico, en muchos casos al inicio de la vida en el campo, por las penalidades que sufrían durante su realización.
(...)
Trabajo
Tras la formación-cómputo, los internos tenían que reunirse, rápidamente, en una nueva formación con sus comandos de trabajo, bajo las órdenes y golpes de los Kapos y dirigirse en filas de a cinco a sus lugares de trabajo, saludando militarmente a los guardianes, si tenían que salir del recinto, mientras tocaba la orquesta (Moreno Feliu, 1997). Dada la estructura dispersa de los lugares de trabajo, situados en los distintos subcampos, muchos prisioneros tenían que recorrer varios kilómetros hasta llegar al lugar. Después todo el ritmo del día estaba dominado por las penalidades y golpes que recibían de los Kapos y sus ayudantes, mientras realizaban el trabajo forzado. Dada la variedad de tareas y su carácter, a menudo incomprensible, las condiciones y ritmos del trabajo eran notablemente irregulares: no era lo mismo trabajar bajo cubierto en algo inteligible que las tareas a las que estaban sometidos la mayoría de los reclusos (especialmente los recién llegados) que trabajaban al aire libre bajo las temperaturas extremas del invierno silesio. En muchos comandos, sobre todo en los exteriores, la finalidad del trabajo no sólo era incomprensible (había comandos que abrían o cerraban zanjas, acarreaban piedras en carretas, las llevaban de un sitio a otro, desecaban estanques sin herramientas, ignorando los objetivos o el principio y el fin de las tareas), sino que de las actividades no podía desprenderse un ritmo que ayudase a computar el tiempo diario. Sin relojes, con actividades que no aportaban referencias temporales internas, sólo contaban con dos orientaciones: el sol si trabajaban en el exterior o la pausa de mediodía para comer la sopa. En total, descontando los periodos de formación y de desplazamiento, la jornada laboral era de unas nueve horas en invierno, once en verano (Sofsky, 1995: 100).
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Regreso-formación-cena
Cuando los Kapos daban la orden de finalizar el trabajo, se invertía todo lo realizado por la mañana: regreso en filas, formación vespertina, si bien esta formación no tenía horario y podía extenderse durante varias horas, mientras se computaban los muertos, los heridos, se ejecutaban castigos, y en algunos casos se ahorcaba en público a algunos prisioneros. Muchas memorias narran días o noches extraordinarias en las que los prisioneros tuvieron que quedarse en formación durante toda la noche. Después, regresaban a las barracas donde tomaban la cena y se iniciaba el «tiempo libre»: intercambios de cosas «organizadas» en las letrinas, algunas visitas a conocidos o a la enfermería. A partir de las ocho y media ya no se podía salir de la barraca.
Los prisioneros tenían dos referencias para delimitar los acontecimientos: el despertar y la cena/acostarse. En el medio estaba el trabajo.
El control del tiempo tenía dos concesiones al tiempo exterior: los domingos por la tarde que no se trabajaba y Navidad. Ese era el tiempo programado, pero no les servía para situar los acontecimientos.
En los libros de memorias solo hay dos puntos fijos: el de la entrada y el de la salida. Luego toman referencias como cuando empezaron un trabajo, etc...
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En el campo eran pocos alemanes y SS. Controlaban a los presos avivando la enemistad entre ellos. Eran los propios presos los que hacían casi todo.
Los alemanes tenían a los prisioneros jerarquizados. Los gitanos y judíos estaban en la parte más baja.
Incluso los judíos establecían jerarquías entre ellos.
Había muchos criterios de jerarquización:
Las relaciones internas entre los prisioneros eran muy complejas en función de la interrelación de las siguientes variables presentes en la combinación de jerarquías: la adscripción penal y nacional de los prisioneros funcionarios, el trabajo, el tipo de barracón donde se alojaban; las relaciones con otros reclusos; la procedencia nacional y las lenguas habladas. Estrictamente todas ellas se combinaban con las órdenes establecidas por las autoridades del campo y en ellas influían tanto las clasificaciones raciales, la arbitrariedad y la suerte, como el puesto de trabajo desempeñado.
Bajo las jerarquías subyace una cuestión de clase social. Esto se veía reflejado indirectamente en los triángulos que llevaba cada preso.
La jerarquización de los prisioneros facilitaba la colaboración. De hecho, los prisioneros funcionarios fueron los que más daño hicieron.
Los prisioneros no sólo habían aceptado la jerarquía socio-racial en la que los nazis los habían clasificado, sino que la habían extendido para incluir en ella nuevos órdenes surgidos del propio campo, precisamente por el carácter social y estratificado en el que se inserta la relación de sobrevivir. No se trata meramente de que, como se suele decir, la veteranía sea un grado, sino que la cuenta de los números sólo tiene sentido si consideramos la supervivencia como un principio de estratificación social. Como señala Bauman (1992), sobrevivir, lejos de ser «un instinto», se nos presenta como una relación social, no sólo cuando se analiza el resultado, sino desde el punto de vista de su propia constitución como deseo y como meta. ¿Por qué sobrevivir en el sistema concentracionario ha de considerarse parte de las relaciones sociales? Bauman se basa, entre otros, en el desarrollo de una de las ideas presentes en Masa y poder de Canetti, para quien sobrevivir tiene el matiz de «querer vivir más que los contemporáneos», que mueran los otros, no él mismo, por eso, la noción de sobrevivir tiene un componente social, aun a costa de recurrir a la manipulación de las relaciones o de las muertes de los otros (Canetti, 1973: 290-295).
Organizar en Auschwitiz
En esta parte Moreno Feliu se centra en la facultad del lenguaje para actuar sobre la realidad.
Para los nazis organizar era una economía que consistía en depredar a los territorios conquistados y a los judíos para una suerte de estado del bienestar alemán. Se robaba, había trueque, y todo ello institucionalizado.
En Auschwitz organizar liga la organización con el exterminio.
Organizar se definía por la ambigüedad moral. Abarcaba actividades muy diversas, como el extraperlo, obtener bienes y servicios, mercados negros, intrigas y corrupción. Así se daba en toda Alemania. En Auschwitz, se le suma que organizar era fundamental para sobrevivir. Así, determinadba las relaciones sociales.
Organizar es una nueva marca de desigualdad.
En el campo la palabra robar no se usaba. Solo organizar, aunque no eran sinónimos.
Si en principio, a partir del rechazo de Tedeschi o en la primera definición de Birnbau, «organizar» parece un sinónimo de robo, o una transacción de una sola dirección, pronto comprobamos que, sin desaparecer nunca este matiz, «organizar» forma parte de un complejísimo sistema de intercambios que se extiende por todo el campo, siguiendo las líneas de la jerarquía de prisioneros y que incluso puede abarcar también a algunos SS o trabajadores civiles externos.
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«Organizar», u «organizarse», significa obtener no importa qué por no importa qué medio. Tanto lo adquirido mediante lo que tienes (los cigarrillos) como por la mendicidad, el trueque, el robo, el chantaje, la fuerza, incluso el homicidio. Se «organiza» un mendrugo de pan o diez hogazas de pan, un miserable trapo pulgoso o la lencería de seda nueva, un cigarrillo o mil cigarrillos, un litro de sopa o una marmita de sopa, un trozo de lefia, una tabla, diez tablas, una mesa o… una barraca entera. Se «organiza» un puñado de sal, un cubo de carbón, un jergón, una medicina, una litera, todo aquello que uno puede desear si se poseen los medios para adquirirlo y las mafias típicas del campo (Laks, 1991: 103).
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En la perspectiva antropológica clásica, tanto Mauss (1924) como Polanyi (1991), vincularon la reciprocidad a las ideas sobre la moralidad: el don obliga al receptor, crea lazos de dependencia y fidelidad, pero también participa en la construcción del orden moral en que se sustentan las jerarquías o desigualdades y que legitima el poder. En la situación inversa y extrema de Auschwitz, «organizar» suponía la existencia impuesta de una jerarquía programada. Bajo «organizar», como sugería Klemperer, subyace la idea de que las acciones, o los trabajos, o los bienes emanaban de una autoridad que distribuía a unos estamentos inferiores menos de lo que previamente les había quitado. Quienes no les daban eran quienes les habían quitado. El choque con la moralidad previa que suponía la desigualdad jerárquica entre los prisioneros (los peores enemigos y encargados de hacer el trabajo sucio de los SS a los otros prisioneros) se convirtió en un mecanismo que articulaba unas relaciones en las que, de forma generalizada, se tomaba o se quitaba a los otros, mientras que las moralidades de estas conductas quedaban en suspenso en el tiempo Auschwitz.
El análisis de todas las relaciones existentes bajo el término «organizar» nos muestra cómo una situación extrema, como indudablemente era la de Auschwitz, puede ayudarnos a comprender mejor la actuación de otros grupos sociales en casos de crisis agudas en los que se describe una actitud puramente depredadora respecto, incluso, de los más próximos (Turnbull, 1973; Firth en Sahlins, 1965): cuando, en el marco de las obligaciones recíprocas, las peticiones son rechazadas porque nadie tiene, la respuesta parece ser quitar, tomar lo de los otros (Narotzky y Moreno, 2002). En su monografía sobre un gueto negro de Estados Unidos, Carol Stack (1975) describe cómo las posesiones van circulando en una forma aparente de reciprocidad generalizada; pero el proceso que describe también se puede considerar en sentido inverso: la gente «toma prestado», «pide», «coge», «quiere», y los requeridos ceden porque saben que ellos pueden hacer lo mismo, porque todos participan de las mismas posesiones (what goes round, comes round [lo que circula, vuelve]). Otras veces los familiares o amigos se adelantan a los deseos de sus próximos: «¿Quieres esto?», preguntan; «si no, coge otra cosa» (1975: 42), pero el espíritu es el mismo, el derecho generalizado a participar de las posesiones ajenas. Stack señala cómo el intento por parte de determinadas parejas de privatizar sus recursos con el fin de «transformar» su situación es boicoteado activamente por toda la red doméstica que reclama insistentemente participar en esos recursos (1975: 108-20).
Pero, además, esta capacidad de pedir y tomar que podemos situar en el campo de la reciprocidad negativa, está también presente en los ejemplos clásicos de reciprocidad generalizada como son los de los grupos de cazadores-recolectores, como ha señalado Ingold (1986). Cualquier lectura atenta de las monografías e incluso de los ejemplos que recoge Sahlins (1965) en su apéndice, es bien clara: la reciprocidad generalizada (ese dar al que lo necesita sin esperar nada concreto a cambio, esa moralidad difusa del compartir) se inicia en la mayoría de casos por peticiones o reclamaciones que (se nos dice) no pueden ser rechazadas.
La «organización» en Auschwitz no es sino un caso extremo de estos procesos, en los que existe una acción de «tomar» que, analíticamente, no se debe separar de la acción de «dar». En otras palabras, mientras que la reciprocidad generalizada se basa en una moralidad compartida, la negativa se da en situaciones de irrelevancia[13], ruptura, enajenación, transformación o suspensión del orden moral (Narotzky y Moreno, 2002).
El referente moral es fundamental para que el concepto de «reciprocidad» resulte útil y se diferencie sustancialmente del de «intercambio bajo contrato». Sin embargo, en estos casos extremos resulta esencial analizar simultáneamente las facetas consideradas positivas (dar-recibir-devolver) y negativas (tomar-perder-guardar) de la reciprocidad.
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