jueves, 6 de septiembre de 2018

Suicidio II: Causas sociales del suicidio.

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   Y pese a todo lo que dijimos en el post anterior -aquí-, sigue habiendo gente que se suicida.  Hay miles de razones para ello, la mayoría relacionadas con las circunstancias personales de las personas -haber vivido una desgracia, una personalidad con tendencia ciclotímica, depresiones endógenas, una enfermedad terminal, etc...- Pero esto es un post de antropología. No atendemos a estas razones personales, sino a las tendencias sociales que pueden arrojar a las gente a suicidarse. En clase también surgieron varias razones para ello:


   En primer lugar, no todo el mundo encaja dentro de los roles que la sociedad impone. Simplificando un poco, imaginémonos a una chica de una ciudad occidental cualquiera. La sociedad ha ido prescribiendo una serie de caminos que ella debe seguir. Ser estudiante, luego ir a la universidad y encontrar un trabajo en el que se realice. Paralelamente, encontrará una pareja sentimental con la que tener hijos y compatir un proyecto de vida en forma de familia tradicional. Cuarenta horas de trabajo semanales -algunas semanas algo más por las horas extra-, comer los fines de semana en casa de sus padres o sus suegros, un mes de vacaciones en un pueblo de la costa levantina y una hipoteca de treinta años sobre un piso de cien metros cuadrados a media hora del centro. Esta opción vital, que a mucha gente hace feliz, no tiene por qué satisfacer a todo el mundo. Y así es como llegan esas crisis de los cuarenta o los cincuenta, cuando te das cuenta de que has hecho todo lo que se esperaba de ti para ser feliz y resulta que no lo eres. El resultado es la decepción, la sensación de fracaso.  Normalmente esto se soluciona rompiendo el matrimonio, buscándose a sí mismo o haciendo excentricidades como cuando los cuarentones nos compramos coches deportivos y nos vestimos como adolescentes. Pero no siempre es así. La persona puede sentirse atrapada en la red de obligaciones que se han ido tejiendo a su alrededor y el suicidio en ocasiones es la única salida que encuentran. Esto sería impensable en la sociedad teológica medieval, por ejemplo, donde la felicidad no era el objetivo vital. Pero en la sociedad de la felicidad obligatoria, estar atrapado en unos roles que no nos hacen felices, puede llevar a la opción extrema del suicidio.

  Se puede consultar más sobre la sociedad de la felicidad obligatoria pinchando aquí.



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Crisis de los 40.


      Este es el mismo caso que el de los desempleados de larga duración. De alguna forma u otra los valores del capitalismo de corte protestante siguen estando vigentes (ver Bauman y Max Weber). Se supone que el trabajo le da sentido a nuestras vidas. Muchos parados caen en la depresión y la desesperación. En la mayoría de los casos esta desesperación tiene que ver más con la imposibilidad de cubrir sus necesidades vitales básicas (alojamiento, comida, luz, etc...), pero hay otros casos en los que los parados se deprimen aunque tengan estas necesidades vitales cubiertas por redes sociales secundarias (un familiar que se hace cargo de ellas, subsidios de desempleo, etc...). Estos parados se deprimen porque sienten que no sirven para nada, que están en la vida sin objeto alguno. Su problema es que no cumplen con la normativa del rol de adulto, que se define, entre otras cosas, por ser autosuficiente para tener la libertad de tomar las propias decisiones. 

       Esta primera razón es la que Durkheim dio en su libro El suicidio: la falta de integración social -Durkheim habla de anomía-. En nuestra sociedad, uno se integra teniendo dinero para gastar y esto suele conseguirse trabajando. 

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   Bastante relacionado con esto, Giddens apunta que, cuando hay cambios políticos o sociales muy rápidos, aumentan los suicidios, ya que las personas no consiguen cambiar/adaptarse lo suficientemente rápido. No encajas en el nuevo sistema de posiciones/roles sociales y esto te lleva a la desesperación y el suicidio. No tienes asideros morales, lo que supone la pérdida de la identidad personal. La cultura, con sus sistemas de clasificación, ayuda a que las personas nos sintamos seguras y sepamos quiénes somos y dónde estamos. De ahí la importancia de los ritos de paso. Pero, cuando no encajas en el sistema de roles/posiciones, te sientes desvalido, solo ante un mundo que no comprendes, que no te comprende o ambas cosas. Esto se da mucho en nuestra época, que se define por ser líquida. Los jóvenes nacen ya con esta facultad de adaptarse como parte de su naturaleza. Su identidad es líquida. No la tienen estable porque desde niños han sido enculturizados en esta cultura del cambio perpetuo. Pero para los viejos es difícil. Aún así, es raro que la gente se suicide por esto en nuestra cultura. Esto se da más en procesos de industrialización sobre culturas tradicionales. 

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    Otra causa social de suicidio puede ser que los roles sociales pueden llegar a ser muy opresivos, lo que genera mucho estrés e insatisfacción. En clase surgieron dos ejemplos:
   
    El primero hablaba de un padre, cuyo rol se supone que es el de cabeza de familia. Como tal, debe satisfacer las necesidades vitales de sus hijos (expliqué esto aquí). Darle unos estudios para que puedan acceder a un futuro mejor es una de ellas. Pero los estudios son caros. Un padre que no gane el dinero suficiente puede verse superado por la situación. Como sucedía en el caso anterior, normalmente esto no acaba en suicidio, pero es puede ser una causa de ello. 

   El segundo era un personaje literario, pero no por ello menos real. En Tokio Blues de Murakami (que quiero dejar claro que no me gusta nada) hay un suicidio adolescente. En esta novela hay un adolescente que es el perfecto adolescente japonés. Estudiante brillantísimo, muy inteligente, está destinado a ocupar un puesto importante en la sociedad japonesa, y, por si no fuese suficiente, tiene la novia perfecta. Un día este chico se suicida. Y, si no recuerdo mal, la razón es que no soporta la presión de cumplir con todo lo que se espera de él. 


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   Pero no hace falta irse a una novela japonesa. La mayoría de mis alumnos de segundo de bachillerato están experimentando en sus carnes lo que supone la presión de cumplir con lo que se espera de uno. No solo por la obsesión de nuestra sociedad con las notas y los exámenes, sino por la obligación de tomar las decisiones correctas acerca de qué hacer con su vida. 

    La tercera razón social del suicidio está relacionada de nuestra sociedad de la felicidad obligatoria. Me cito a mí mismo:

   En aquel post sostenía que uno de los dogmas de nuestra cultura es la felicidad individual a través de placer  (aquí). Esta cultura del placer obligatorio nos impulsa a satisfacer todos aquellos deseos que puedan proporcionarnos gozo. Pueden ser de naturaleza sentimental, sexual o material. Basta con que sean deseos deleitosos para que sintamos la necesidad de cumplirlos, ya que nuestra felicidad depende de ellos. Sin embargo, no siempre es posible y, enculturizados en el placer, no estamos preparados para encajar la frustración.

    ... hay veces en que uno no alcanza su objetivo. Podemos desear ser un futbolista famoso o comer un helado de chocolate que nos apetece un montón. Habrá veces que lo consigamos y otras que no. Y como hemos aprendido que la felicidad individual es el sentido de nuestras vidas, la frustración llega a ser una verdadera fuente de infortunio. En lugar de aceptar que a veces las cosas no salen como uno espera, no alcanzar el objetivo nos hace desdichados. 

   Y esa desdicha puede llevarnos al suicidio.


    Esto de no cumplir con las expectativas nos llevó a la sociedad de consumo, que también puede llegar a ser una causa de infelicidad. 

   La publicidad, y en general toda la sociedad, nos transmite la idea de que consumir nos hará felices. En nuestro mundo de hoy en día convergen dos tendencias: el hedonismo que busca la felicidad en la satisfacción de los deseos y la ética capitalista protestante que identifica la felicidad con la posesión de bienes materiales. Estas dos tendencias se condensan en la sociedad de consumo, que nos promete el paraíso en el centro comercial (esto lo explico más detalladamente aquí). Si una persona carece del dinero necesario para consumir, puede sentirse que se queda al margen de la sociedad y, por tanto, de la felicidad. Y, como hemos dicho en párrafos anteriores, en una cultura que ha sustituido a Dios por la vida en este mundo, no encontramos otro sentido en la vida que ser felices. Fuera del consumo, no hay proyecto de vida feliz. La depresión es la consecuencia esperable y el suicidio la solución extrema. 

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Templo moderno.

    No poder consumir no solo destruye la imagen de uno ante sí mismo, sino también ante los demás. El problema del capitalismo del siglo XXI ya no es la producción, como sucedía en el siglo XIX. Hoy en día las máquinas y la tecnología en general permiten volúmenes de producción enormes con apenas unos pocos trabajadores. El problema en el siglo XXI es vender ese producto. El mercado está saturado. Ahora los que contribuyen al mantenimiento del sistema ya no son los trabajadores, sino los que compran los productos que salen de las fábricas. Esto, lógicamente, tiene que estar sustentado por una nueva moral, no ya del trabajo, sino del consumo. Es la manida frase del "tanto tienes, tanto vales". Se identifica la calidad moral de la persona con la capacidad que tenga para consumir, es decir, por el dinero que tenga. Dicho con otras palabras, eres guay si tienes pasta; si eres un tirado, eres un pringao. Nuestra sociedad eleva al altar de héroes mundiales a personajes cuyo único mérito en la vida es acumular una gran cantidad de dinero y que tampoco tienen una actividad muy definida, como los Beckham, Paris Hilton o Kim Kardashian. Los pobres son considerados parias porque no contribuyen en nada al nuevo sistema de consumo. No tienen pasta - no consumen - no sirven para nada - son unos parásitos, es el nuevo razonamiento. Esto, lógicamente, puede ser una causa de infelicidad y, en casos extremos, de suicidio. 


  Quizá una de las aportaciones más interesantes de Bauman es interpretación psicológica del consumo. Parte de una concepción un poco schopenhaueriana de la naturaleza humana. La vida oscila entre el dolor que provoca el deseo insatisfecho y el tedio que llega cuando hemos satisfecho ese dolor. Sufro porque no tengo algo -una novia, un puesto de trabajo, o lo que sea- y, cuando lo consigo, al poco tiempo paso a considerar la nueva situación como normal y me aburro. Para evitar caer en un tedio indefinido, me busco otra meta que me mantiene insatisfecho mientras no la alcanzo. Y así desde que nacemos hasta que nos morimos. Según Bauman, el consumismo ha superado este círculo vicioso. Por medio de la publicidad nos provoca el deseo insatisfecho de poseer ciertas cosas. Pero satisfaccerlas es increíblemente fácil. Basta con ir al centro comercial y pasar la tarde. La expectativa de satisfaccer ese deseo insatisfecho ya basta para hacernos felices. Es como si insatisfacción y deseo se juntasen en una nueva experiencia agradable. Por eso, cuando nos deprimimos, vamos de compras. Comprar es el mejor antidepresivo del siglo XXI, mucho mejor que el Prozac. Pero esta nueva forma de felicidad sólo la tienen los ricos, que son los que pueden consumir. Los pobres sin posibilidad de consumir, los nuevos parias del siglo XXI, se mantienen en una insatisfacción, en una infelicidad perpetua. Y son, por tanto, más tendentes al suicidio. 
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Bauman

    Pero no solo no consumir es causa de depresión, porque realmente el consumismo no nos da la felicidad. Como dice Beigbeder en 13.99 euros

   Soy publicista: eso es, contamino el universo. Soy el tío que os vende mierda. Que os hace soñar con esas cosas que nunca tendréis. Cielo eternamente azul, tías que nunca son feas, una felicidad perfecta, retocada con el PhotoShop. Imágenes relamidas, músicas pegadizas. Cuando, a fuerza de ahorrar, logréis comprar el coche de vuestros sueños, el que lancé en mi última campaña, yo ya habré conseguido que esté pasado de moda. Os llevo tres temporadas de ventaja, y siempre me las apaño para que os sintáis frustrados. El Glamour es el país al que nunca se consigue llegar. Os drogo con novedad, y la ventaja de lo nuevo es que nunca lo es durante mucho tiempo. Siempre hay una nueva novedad para lograr que la anterior envejezca. Hacer que se os caiga la baba, ése es mi sacerdocio. En mi profesión, nadie desea vuestra felicidad, porque la gente feliz no consume. Vuestro sufrimiento estimula el comercio. En nuestra jerga, lo hemos bautizado «la depresión poscompra». Necesitáis urgentemente un producto pero, inmediatamente después de haberlo adquirido, necesitáis otro. El hedonismo no es una forma de humanismo: es un simple flujo de caja. ¿Su lema? «Gasto, luego existo.» Para crear necesidades, sin embargo, resulta imprescindible fomentar la envidia, el dolor, la insaciabilidad: éstas son nuestras armas. Y vosotros sois mi blanco.

  El consumismo realmente no nos hace felices. Simplemente nos tiene permanentemente insatisfechos. Podemos experimentar ese breve momento de euforia del que habla Bauman, pero, como dice Beigbeder, va inmediatamente seguido de la depresión postcompra. No encontramos la felicidad en lo que consumimos. Y eso es otra fuente de frustración e infelicidad y, por tanto, causa de un posible suicidio. 


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Beigbeder

   La soledad extrema de nuestras sociedades contemporáneas también es una causa de suicidio. En las culturas tradicionales y campesinas era muy extraño que los grupos tuviesen un número elevado de miembros, de tal modo que todos se conocían entre ellos, lo que llevaba a la creación de lazos mutuos de dependencia. Los miembros de un mismo grupo debían ayudarse entre ellos para poder sobrevivir. Por ejemplo, en una comunidad campesina de pocos miembros, si uno tenía un carro, lo llevaba a la siembra, aunque ese día no se trabajasen sus tierras, porque otro tendría aperos de labranza que podrían ser utilizados en otro momento para ayudarle a él. Si había que hacer una casa, iban todos los de la comunidad. Y otro día venían a hacértela a ti. Por el contrario, las relaciones en las ciudades actuales son entre extraños. Las personas son anónimas y esto puede  hacer que nos sintamos solos, especialmente si nuestros lazos familiares se han disipado, bien porque nuestros parientes se hayan muerto, bien porque se hayan tenido que mudar a otro ciudad, etc... 

   Conviene no idealizar estas sociedades campesinas en las que todo el mundo se ayuda porque lo cierto es que esta ayuda es de lo más interesada. Ayudas porque esperas recibir ayuda a cambio en el futuro.  Pero, sea como sea, las personas en este tipo de sociedades tienden a sentirse menos solas en las ciudades contemporáneas. 

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