miércoles, 23 de diciembre de 2015

Nicholas G. Carr: Atrapados. Còmo las máquinas se apoderan de nuestras vidas.


    Atrapados es un ensayo liviano, fácil de leer. En ciertos ambientes, especialmente los universitarios, esto es un handicap para textos de este género. Los acerca al gran público y, por consiguiente, dejan de ser un espacio reservado para ellos, los académicos especialistas. A mí, en principio, cuanto más fácil sea de entender un libro, mejor me parece. No veo qué hay de bueno en la complejidad por la complejidad. Hago mía la cita de Ortega de que la sencillez es la cortesía del filósofo. Eso sí, siempre y cuando el libro tenga contenido. Y Atrapados lo tiene. No es que vaya a cambiar la historia del pensamiento, pero sí nos hace reflexionar. 
    La idea de la que parte el libro es que las máquinas y la consiguiente automatización de muchas de las acciones humanas está cambiando nuestra forma de pensar, de aprender y de relacionarnos con el entorno. 
    Las máquinas hacen todo por nosotros. Esto nos ahorra una inmensa cantidad de tiempo y de esfuerzo pero, al mismo tiempo, nos pone ante el dilema de qué hacer con nuestro tiempo libre. Nos aburrimos y no sabemo qué hacer y por eso desperdiamos nuestro tiempo de ocio viendo la televisión, navegando por internet sin rumbo fijo y, en definitiva, dejando pasar el tiempo de forma improductiva y no especialmente satisfactoria. Carr cita estudios científicos que trataron de identificar cuándo las personas son más felices. La mayoría de la gente contestó que fuera del trabajo, pero esas mismas personas alejadas del trabajo no sabían muy bien qué hacer. Esta afirmación de que somos felices sin trabajar cuando en realidad no lo somos es lo que los psicólogos llaman decisiones erróneas. 
    A continuación Carr hace un repaso histórico de la percepción y la ideología que había detrás de la tecnificación de la sociedad y encuentra dos tendencias dominantes. Al principio se pensaba que la máquinas nos iban a liberar del trabajo e íbamos a encontrar la felicidad gracias a ellas. Pronto surgió otra tendencia que veía en las máquinas un elemento desestabilizador de la sociedad. Iban a destruir los puestos de trabajo, a provocar inmensas bolsas de desempleados y, por tanto, a generar una sociedad desigual y pobre. 
    El siguente fragmento resume perfectamente otra de las consecuencias de la automatización:
Como explicó Raja Parasuraman en un artículo académico publicado en el año 2000, «la automatización no sólo suplanta la actividad humana, sino que más bien la cambia, con frecuencia de manera no intencionada ni anticipada por los diseñadores».[106] La automatización rehace tanto el trabajo como al trabajador.
Cuando las personas abordan una tarea con la ayuda de ordenadores, son víctimas muchas veces de un par de afecciones cognitivas: la complacencia automatizada y el sesgo por la automatización. Ambas revelan las trampas que nos esperan cuando tomamos el camino de Whitehead y realizamos operaciones importantes sin pensar en ellas.
La complacencia automatizada tiene lugar cuando un ordenador nos atonta en una falsa sensación de seguridad. Estamos tan confiados en que la máquina trabajará inmaculadamente y solucionará cualquier imprevisto que dejamos nuestra atención a la deriva. Nos desenganchamos de nuestro trabajo, o al menos de la parte de él que maneja el software, y podemos como resultado de ello perdernos señales de que algo va mal. La mayoría de nosotros hemos experimentado complacencia ante un ordenador. Cuando usamos el correo electrónico o un procesador de texto, relajamos nuestras facultades de corrección si está activada la autocorrección.[107] Es un simple ejemplo, que como mucho puede llevar a un momento embarazoso. Pero como muestra la experiencia a veces trágica de los aviadores, la complacencia automatizada puede tener consecuencias letales. En los peores casos, las personas confían tanto en la tecnología que su percepción de lo que sucede a su alrededor desaparece completamente. Desconectan. Si surge un problema de repente, puede que se aturullen y pierdan instantes preciosos para reorientarse.

La automatización nos hace pasar de ser actores a observadores. Nos hace la vida más cómoda, pero puede inhibir nuestra facultad para aprender. Otros dos párrafos en los que explica esta idea:

Mi experiencia ofrece un modelo para el modo en que los humanos adquieren habilidades complicadas. Con frecuencia empezamos con alguna instrucción básica, recibida directamente de un profesor o mentor o indirectamente de un libro, manual o vídeo de YouTube que transfiere a nuestra mente consciente conocimiento explícito sobre cómo se realiza una tarea; haz esto, luego esto, después eso. Eso es lo que hizo mi padre cuando me enseñó dónde estaban las marchas y me explicó cuándo apretar el pedal. Como pronto descubrí, el conocimiento explícito sólo te lleva hasta un cierto punto, particularmente cuando la tarea tiene un componente psicomotriz además de uno cognitivo. Para lograr maestría, debes desarrollar el conocimiento tácito, y ese sólo viene a través de la experiencia real, mediante la práctica de la habilidad una y otra y otra vez. Cuanto más practicas, menos tienes que pensar en lo que estás haciendo. La responsabilidad por el trabajo se desplaza desde tu mente consciente, que tiende a ser lenta y a detenerse, a tu mente inconsciente, que es rápida y fluida. Al suceder eso, liberas tu mente consciente para focalizarse en los aspectos más sutiles de la habilidad, y cuando esos, a su vez, se vuelven automáticos, procedes al nivel superior. Sigue hacia adelante, sigue empujando, y al final, asumiendo que tengas alguna aptitud innata para la tarea, serás recompensado con la pericia.
Este proceso de formación de habilidades, mediante el que el talento viene a ser ejercitado sin pensamiento consciente, se conoce por el nombre, carente de gracia, de automatización, o incluso por el nombre de proceduralización, más carente de gracia aún. La automatización implica adaptaciones profundas y generalizadas en el cerebro. Ciertas células cerebrales, o neuronas, se afinan para acometer la tarea necesaria y trabajan en grupo a través de las conexiones electromecánicas proporcionadas por las sinapsis. El psicólogo cognitivo de la Universidad de Nueva York Gary Marcus ofrece una explicación más detallada: «A nivel neuronal, la proceduralización consiste en una amplia selección de procesos cuidadosamente coordinados, incluidos los cambios tanto en la materia gris (cuerpos celulares neuronales) como en la materia blanca (axones y dendritas que conectan a las neuronas entre sí). Las conexiones neuronales existentes (sinapsis) deben volverse más eficientes, deben formarse nuevas espinas dendríticas y han de sintetizarse proteínas».[129] A través de las modificaciones neurales de la automatización, el cerebro desarrolla automaticidad, una capacidad para la percepción, interpretación y acción rápida e inconsciente que permite a la mente y al cuerpo reconocer patrones y responder a circunstancias cambiantes instantáneamente.

La automatización también afecta a las cualidades de muchas actividades profesionales. Los médicos ya sólo meten datos en un ordenador y así pierden el ojo clínico, los arquitectos recurren al Kad, pero como consecuencia todas las casas son iguales y pierden el instinto para la belleza, etc...
Al mismo tiempo, asistimos a a un proceso por el cual las decisiones morales se dejan en manos de máquinas. Carr pone un ejemplo un poco tonto de una máquina cortacésped que se encuentra con un bicho. Una persona puede tomar la decisión moral de seguir cortando y matarlo o parar, apatarlo y salvarlo. Pero una máquina no tomará nunca la segunda decisión. Esta delegación de las responsabilidades morales en las máquinas, la automatización y las consiguientes estadísticas llega a extremos deshumanizadores en las agencias de seguros, que no tienen en cuenta en absoluto la naturaleza o la situación de la persona, sino tan solo la estadística, y la guerra moderna, monotorizada y llevada a cabo por drones. 
Nuestra relación con el espacio también se ve afectada por la automatización. Gracias, por ejemplo, al GPS, los seres humanos pasamos por el espacio sin verlo y, por tanto, sin conocerlo. Pero vivir es vivir en el espacio, aprehender el lugar y, así, incorporarlo a nuestra identidad. 
Las relaciones humanas también han cambiado por culpa de la automatización en las redes sociales, Ya no decimos ni nos relacionamos. Delegamos en programas informáticos que deciden quién es bueno a malo para nosotros, que nos sugieren amigos en Facebook, Twitter o Google Plus. Paralelamente, los buscadores de internet ya predicen lo que queremos bucar sin que tengamos que esforzarnos en pensar. Solo con escribir un par de letras, a partir de estadísticas de otros usuarios y de nuestro historial, el buscador ya nos dice a dónde debemos ir y qué debemos ver. 
La sociedad actual tiene fe en la automatización.  A pesar de que vivimos a diario montones de errores en las máquinas y la automatización de las actividades -Windows es un ejemplo extremo- seguimos pensando que el error no está en la máquina ni en el proceso de automatización, sino que estamos convencidos de que con nuevos softwares y actualizaciones podremos llegar al automatización perfecta.
Finalmente, Carr distingue dos tendencias históricas en la percepción de la automatización -son distintas de las dos con las que habría el libro-. Con la revolución industrial surge la idea de que las máquinas están al servicio de la humanidad. Se concibe la técnica al servicio del hombre, están diseñadas para mejorar nuestras vidas. Pero pronto esta tendencia fue sustituida por otra en la que se entiende la tecnología como progreso por si misma, sin tener que ponerla en relación con las personas a las que se suponía que servía. Y así el hombre se subordina a la tecnología y no al revés. Las innovaciones tecnológicas, aunque sean perjudiciales, se incorporan a la sociedad sin valoración crítica alguna. Carr llama a encontrar el término medio.

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