Lone Star es una película difícil de comentar. Es de esas que la estás viendo y te entretiene, pero no es hasta que has acabado y la dejas reposar un poco que tomas conciencia de su complejidad y lo llena de matices que estaba.
Filmaffinity la resume así:
En el desierto de Texas, en un pueblo con numerosos inmigrantes mexicanos, aparece un hombre muerto. Durante la investigación, el sheriff encargado del caso tendrá que enfrentarse con algunos enigmas de su pasado.
Como decía, Lone Star es una película compleja.
En primer lugar, se trata de un western fronterizo, pero, en lugar de estar ambientado en el siglo XIX, la historia tiene lugar en el siglo XX. Esto ya de por sí desconcierta al espectador. Como decía Jauss en el marco de la Estética de la Recepción, la obra artística no tiene por qué ser interpretada con las mismas motivaciones con las que fue compuesta. El espectador se enfrenta a ella con su conocimiento del mundo formado por sus experiencias vitales y los conocimientos previos que ha adquirido. Este conocimiento determina el modo en que las personas interpretamos la obra artística, de ahí que unas personas interpreten una obra de una manera y otros de otra. Este conocimiento previo influye directamente en los géneros y en lo que esperamos de una obra. Los géneros se construyen a partir de una serie de convenciones que el lector/espectador conoce de antemano y determinan el modo en que se acerca a la obra. Así, si vamos a leer una novela romántica, esperamos que sea una narración en prosa de extensión considerable en la que los conflictos que muevan a los personajes sean sentimentales. En el caso de que el lector abra una novela romántica y se encuentre con una historia narrada en verso sobre francachelas de unos amigotes, cuando menos se vería sorprendido. Sin llegar a estos extremos, muchos han sido los autores que han jugado a sorprender al lector innovando o variando un género. El western, como todo género, tiene una serie de convenciones. Una de ellas -y no la menos importante- es que esté ambientado en el siglo XIX, Lone Star no lo está. Por eso, cuando empiezas a verla, no estás preparado para ver un western. Sin embargo, a medida que la película va avanzando, te vas dando cuenta de que estás ante uno de manual y te sorprende y te gana -por lo menos a mí-. Lone Star es, en este sentido, una variación sobre el western tradicional, y así Sayles le plantea al espectador un juego de espejos y referencias cruzadas.
En segundo lugar, Lone Star es un drama coral. Con la excusa de un cuerpo encontrado en el desierto y la consiguiente investigación, Sayles despliega ante el espectador una colección de personajes memorable, todos con su historia y su pasado. Aparentemente el director lleva al espectador de la mano junto con el protagonista en pos de la solución de un crimen. Pero esto, como digo, no es más que apariencia. El crimen es la excusa. La verdadera investigación es acerca del pasado de los personajes, de sus motivaciones y de las razones que los llevaron a acabar como acabaron. Como sucede con Tercipelo Azul de Lynch, bajo la fachada, bajo la imagen pública que los personajes ofrecen a sus vecinos, se esconden verdades oscuras. Nada es lo que parece. Y así, sumando uno a uno la historia de vida de cada personaje, Sayles construye una obra coral que no está hablando de un crimen, sino de la idiosincrasia de todo un pueblo.
La técnica narrativa para desplegar ante nosotros esta colección de personajes y su pasado es aparentemente muy sencilla. Hay varios saltos temporales en los que vemos el pasado, pero el grueso de la información nos llega a través de testimonios acerca de lo que fue. El policía va preguntando aquí y allá y la gente responde. De la suma de lo que vemos y de lo que nos cuentan reconstruimos el mosaico.
Esto de la técnica me lleva a uno de los más grandes aciertos de la película: el multiperspectivismo. Frente al modelo hollywoodiense de un protagonista único que nos ofrece un único punto de vista, Lone Star se construye sumando las diferentes perspectivas, lo que la hace muy moderna. Lo que dije en otra ocasión a propósito de Julian Barnes es perfectamente aplicable a Lone Star:
Cada personaje va contando un trocito de la historia, aportando su visión particular de lo sucedido. Este multiperspectivismo acerca al narrador a la omnisciencia, ya que el lector, reconstruyendo y rellenando lo huecos que deja uno con lo que dice otro, acaba recibiendo una información casi de narrador omnisciente. Evidentemente, esta técnica no es nada nuevo. Hay miles de novelas que hacen algo similar. El genial Wilkie Collins ya recurrió al multiperspectivismo en La piedra lunar en el siglo XIX. Lo interesante de las novelas de Barnes es que los testimonios de los personajes con frecuencia son contradictorios entre ellos. No es que cada uno interprete lo sucedido a su manera, es que cada uno nos cuenta unos hechos distintos. Este juego de perspectivas es la concreción en técnica narrativa de la filosofía de nuestra época. Los tiempos de las verdades únicas y absolutas han pasado. Todo es subjetivo, sujeto a interpretación. Es como si Derridá o Foucault hubiesen escrito una novela aplicando sus teorías.
Y ya para terminar, no me resisto a destacar el compromiso político del director. Este pequeño pueblo fronterizo es el espacio perfecto para hablar del racismo, de las diferencias de clase, de la corrupción política, de la violencia y de la forma en que algunos olvidan su origen.
En definitiva, una gran pelicula.
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