Sherlock
Por fin he
visto la tercera temporada de Sherlock.
Me gustó, me gusta la serie en su conjunto y me alegra saber que habrá, al
menos, una temporada más.
Los
argumentos a favor de esta serie son muchos.
Para
empezar, me parece una adaptación genial de las novelas de Conan Doyle. Creo
que mantiene el espíritu de las novelas originales, pero trasladándolo a
nuestros días. Si los personajes de Sherlock y Watson fuesen creados hoy, estoy seguro de que Conan Doyle los hubiese imaginado exactamente igual a
cómo lo han hecho lo Steven Moffat y Mark Gatiss, los creadores de la serie.
Sherlock es vanidoso, ególatra, brillante y, como le sucede a todos los genios,
torpe en las relaciones sociales. Brusco, consciente de su superioridad
intelectual, no duda en utilizar a las personas con las que se cruza en función
de sus intereses. Y Watson es Watson, el contrapunto humano y emocional de la
fría razón práctica de su compañero de aventuras.
Las
comparaciones con la versión americana son inevitables. Elementary es calamitosa. Hacer de Sherlock Holmes un hipster
tatuado y de Watson una china-americana –Lucy Liu- experta en rehabilitación de
yonkis es intolerable. Por no hablar de Moriarty, que resulta ser la exnovia de
Sherlock Holmes, cuya fingida desaparición sume al detective en el pozo de la
heroína. Puede parecer una chorrada, pero la inevitable comparación con la
chapuza de Elementary hace que Sherlock brille con más fuerza.
Como sucede
en las novelas de Conan Doyle, la trama, con frecuencia, se soluciona de forma
un poco chapucera. Hay demasiadas casualidades para que todo acabe coincidiendo
y Sherlock pueda atar cabos. Da igual. Porque lo que importa en esta serie son
los personajes, los ambientes, y no una trama sorprendente. No todos los días
se puede hacer Sospechosos Habituales.
Los guionistas deben elegir: o primar a los personajes, o primar la acción. No
hay espacio para ambas cosas. Y a mí siempre me han interesado mucho más las
personas que las peripecias. En el post anterior comentaba
de pasada este hecho. True Detective,
con ese crimen tan truculento, con ecos de vudú y con las altas esferas
involucradas, hace que la atención del espectador se centre más en la acción
que los personajes –por lo menos al principio, luego eso cambia y, cuando la
serie acaba, el asesino importa un pito-. Que en Sherlock no encaje todo como el mecanismo de un reloj suizo carece
de valor. Lo que queremos es ver a Sherlock, da igual lo que haga, por
lo que no es conveniente plantear una trama demasiado impactante que atraiga la
atención del espectador y la desvíe de lo que realmente importa, que son los
personajes y los ambientes. Además, es una serie de detectives de toda la vida.
Ya está todo contado en este género. Es imposible darle más vueltas a las
tramas. Sólo queda hacer buenos personajes.
La
comparación con True Detective, me
lleva a otro de los argumentos a favor de Sherlock. La serie no es nada
pretenciosa. Sólo se plantea contar una historia de detectives y punto.
Entretener al espectador, sin enredarse en conversaciones metafísicas sobre el
sentido de la vida y la existencia. Es una
Moriarty |
narración cien por cien lúdica. Y lo consigue. Porque nos tiene los ochenta minutos que dura cada capítulo encantados delante del televisor sin la necesidad de cerrar los episodios con un cliffhanger para asegurarse de que estaremos ahí la próxima semana. Son episodios autoconclusivos. Si vemos el siguiente es porque queremos saber más de la vida de Sherlock y Watson, no por la necesidad imperiosa de saber cómo termina -es cierto que la introducción de Moriarty en la serie altera un poco la estructura autoconclusiva, pero Moriarty no aparece siempre-.
Centrándonos en la tercera temporada, hay algunos cambios que puede que no sean del gusto del espectador más ortodoxo. El primero y más evidente es que los sentimientos de los protagonistas pasan a primer plano, tanto, que la resolución de los crímenes por momentos queda relegada a una simple anécdota -especialmente en el segundo capítulo.
De la mano de la primacía de los sentimientos, la serie cobra tintes humorísticos. Todo lo que rodea la boda de Watson es graciosísimo y reconozco sin ambajes haberme descojonado con el discurso de Sherlock como padrino de boda y eso de que el cura siempre es el tonto de la familia. Continúan las alusiones a la relación homosexual entre los dos protagonistas -esto no es nada nuevo; recuerdo una sucesión de gags hilarantes sobre este tema en La vida privada de Sherlock Holmes de Billy Wilder-. pero es curioso que esta vez sean los propios personajes los que se ríen de sí mismos. El comentario de Watson cuando Sherlock le está enseñando a bailar el vals es de una ironía muy fina.
Puestos a ponerle algún pero, quizá la serie abuse de los efectos visuales como las sobreimpresiones en 3D o los giros vertiginosos de cámara. A mí estas cosas tienden a echarme de la serie, sobre todo cuando no vienen a cuento. No le veo ningún sentido al virtuosismo técnico por el virtuosismo técnico, más allá de fardar de las cosas tan molonas que sabe hacer equipo de efectos especiales. Pero este pequeño defecto no puede empañar una serie maravillosa.
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