Paul
Auster
Hace una semana recibí
una llamada de un buen amigo. Él, su mujer y yo tenemos un proyecto entre manos
de itinerarios lectores para nuestros alumnos de instituto. Acababa de releer Brooklyn Follies para este proyecto.
Estaba indignado.
-Quiero un post sobre
Paul Auster en tu blog ya. –dijo.
Teniendo en cuenta que
es mi amigo, que él y su mujer se portan muy bien conmigo, que me invitan a
comer todos los Miércoles y un montón de
razones más, no puedo negarme. Ahí va.
P: ¿R, te gusta Paul
Auster?
R: No me vuelve loco.
P: ¿Crees que la gente
debería leerlo?
R: Sí, aunque sólo sea
para saber un poco por dónde van los tiros de la literatura contemporánea.
P: Pero si es un autor
de los años ochenta…
R: El mundo no cambia
tan rápidamente. Eso de escribir algo completamente nuevo es pura propaganda de
la sociedad de consumo.
P: ¿Me gustará?
R: Normalmente sí.
P: ¿Y a ti no?
R: Ya he dicho que
no me vuelve loco.
P: ¿Pero me lo
recomiendas?
R: Sí. Creo que a todo
el mundo al que se lo he recomendado le ha gustado.
P: ¿Por qué?
R: Es una respuesta
larga.
P: Pues esto es un
blog. No puedes contar nada que lleve leerlo más de dos minutos. Internet es el
mundo del instante.
R: Está bien. Voy a
intentarlo.
Paul Auster conoce muy
bien el oficio de escritor. Y al público.
En cuanto a lo
primero, tengo que decir que sus libros están muy bien escritos. No hay
demasiadas estridencias y, aunque a veces corta un poco la narración, se leen
muy bien. Es una prosa sencilla y rápida que gustará a cualquiera. En el
aspecto lúdico, de puro entretenimiento, Auster no falla. En general, son
buenas historias. Es muy entretenido y eso siempre es de agradecer.
En cuanto a lo
segundo, Paul Auster escribe para el público medio, el sector de la población a
los que les gusta leer, que sienten que en la literatura hay algo más que
simple diversión y que saben que ese “más” no lo van a encontrar en la
literatura de consumo de masas –El código
da Vinci, Las sombras de Grey, La catedral del Mar, El tiempo entre costuras
y cosas por el estilo-. Pero, al mismo tiempo, ese público no está para meterse
entre pecho y espalda autores difíciles como Proust o Faulkner. Y ahí entra
Paul Auster. Lo lees, te gusta y sientes que has disfrutado con una actividad
de alta cultura. Eso está muy bien, porque te sientes la mar de culto, y no ha
hecho falta abrirte en canal como requiere la literatura con mayúsculas, desde
Homero a Cormac McCarthy.
Paul Auster escribe de
y para el hombre contemporáneo. Gracias a la revolución tecnológica hemos
cubierto nuestras necesidades vitales básicas. En Occidente ya nadie se muere
de hambre y casi todos tenemos un techo bajo el que cobijarnos –aunque eso ya
lo solucionarán los dirigentes ultraneoliberales que tenemos, pero eso es otro
tema-. Asegurada la supervivencia, ahora toca el siguiente paso: darle sentido
a la vida. Desgraciadamente la ciencia no ha dado solución a eso y así se ha
convertido el hombre moderno en un ser perdido en el mundo, en busca continua
de algo que no sabemos qué es. El final de El
Palacio de la luna, con el protagonista que llega a la playa y mira la luna
es una metáfora que encarna perfectamente el mundo austeriano.
-Profe, es una mierda
de libro porque no acaba. –me decían mis alumnos.
-No. Sois unos burros
porque no lo entendéis. –les respondía yo- El protagonista lleva toda la novela
buscando algo que le dé sentido a su vida. No lo encuentra y no lo encontrará
jamás. Pero no se rinde, porque está en la naturaleza humana buscarlo sin
descanso, por eso acaba la novela mirando la luna, esa metáfora de los
soñadores. La novela termina diciéndote que esa gente sensible nunca satisface
sus inquietudes, pero no por eso dejará de intentarlo, porque la propia
insatisfacción es lo que les mueve a la acción continua.
-Ah. –decían ellos,
que seguían sin entender nada.
Al mismo tiempo, en un
mundo en el que se exalta el individualismo, lo raro se considera una virtud.
En casi toda la literatura contemporánea que intente serlo, tiene que haber
personajes extraños, distintos. Hasta el cine y las series de televisión están
llenos de estos personajes, que molan porque son un producto de época. Woody
Allen, True Detective, Big Bang Theory
y un larguísimo etcétera. Todo lleno de gente extraña. Y Paul Auster no es
menos. Incluso diría más: es uno de los primeros en hacerlo, porque no olvidemos
que Auster escribe, sobre todo, en los años ochenta.
El hombre medieval
empleaba todas sus fuerzas psíquicas en pensar qué comería al día siguiente,
cómo sobreviviría a las enfermedades que lo acosaban o se desvelaba rezando
para que una mala cosecha o una epidemia de peste diezmase la población. Eso,
afortunadamente, se ha superado. Pero nuestra enorme energía psíquica no
desaparece. Hay que redirigirla hacia alguna parte. Y así surgen las
obsesiones, las neuras, las hipocondrías y demás enfermedades mentales modernas
que no son más que una total y absoluta falta de estímulos externos. Nuestra
mente funciona como una alergia. Sin agentes externos contra los que
defendernos –pestes, guerra, hambre… -, se ataca a sí misma. La enfermedad, la
hipocondría y, en general, las enfermedades mentales son un tema central de
nuestra literatura moderna. También en Paul Auster, que una y otra vez bucea en
la caída en la locura. El protagonista de El
palacio de la luna viviendo en Central Park como un mendigo o el de La Trilogía de Nueva York viviendo en un
cubo de basura presa de su propia obsesión son ejemplos claros de ello. Lo
bueno de Paul Auster y que lo pone por encima de otros autores contemporáneos,
como por ejemplo Beiggbedder, que se limitan a poner de protagonista a un
pirado y ya está, es que Auster refleja el modo en que la pérdida de referentes
estables de la realidad es lo que nos arrastra a la locura, es decir, que
explica los caminos que nos llevan hasta ella.
Y podría decir muchas
más cosas de Paul Auster, como que es un esteticista de la cultura americana,
pero, si lo hago, este post quedará muy largo y nadie se lo leerá.
P: ¿Entonces nos
recomiendas a Paul Auster?
R: Sí. Y, si te ha
gustado A dos metros bajo tierra, te
encantará.
P: ¿Por qué?
R: Porque son
exactamente lo mismo.
P: ¿Algo más?
R: Que de todos los
libros de Paul Auster yo me quedaría con El
Palacio de la Luna y con la Trilogía de Nueva York.
Alguien, no recuerdo quién, definió a Auster como un embaucador, el casero agradable que cuando estás a punto de dejar el piso porque no es lo que quieres, te conquista con su encanto y te hace caer en sus redes una vez más, con la sensación, eso sí, de que no es lo que quieres
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