martes, 22 de abril de 2014

Paul Auster



Paul Auster




                Hace una semana recibí una llamada de un buen amigo. Él, su mujer y yo tenemos un proyecto entre manos de itinerarios lectores para nuestros alumnos de instituto. Acababa de releer Brooklyn Follies para este proyecto. Estaba indignado.
                -Quiero un post sobre Paul Auster en tu blog ya. –dijo.
              Teniendo en cuenta que es mi amigo, que él y su mujer se portan muy bien conmigo, que me invitan a comer todos los  Miércoles y un montón de razones más, no puedo negarme. Ahí va.
               
                P: ¿R, te gusta Paul Auster?
                R: No me vuelve loco.
                P: ¿Crees que la gente debería leerlo?
                R: Sí, aunque sólo sea para saber un poco por dónde van los tiros de la literatura contemporánea.
                P: Pero si es un autor de los años ochenta…
                R: El mundo no cambia tan rápidamente. Eso de escribir algo completamente nuevo es pura propaganda de la sociedad de consumo.
                P: ¿Me gustará?
                R: Normalmente sí.
                P: ¿Y a ti no?
                R: Ya he dicho que no me vuelve loco.
                P: ¿Pero me lo recomiendas?
                R: Sí. Creo que a todo el mundo al que se lo he recomendado le ha gustado.
                P: ¿Por qué?
                R: Es una respuesta larga.
               P: Pues esto es un blog. No puedes contar nada que lleve leerlo más de dos minutos. Internet es el mundo del instante.
                R: Está bien. Voy a intentarlo.
                Paul Auster conoce muy bien el oficio de escritor. Y al público.
              En cuanto a lo primero, tengo que decir que sus libros están muy bien escritos. No hay demasiadas estridencias y, aunque a veces corta un poco la narración, se leen muy bien. Es una prosa sencilla y rápida que gustará a cualquiera. En el aspecto lúdico, de puro entretenimiento, Auster no falla. En general, son buenas historias. Es muy entretenido y eso siempre es de agradecer.
                En cuanto a lo segundo, Paul Auster escribe para el público medio, el sector de la población a los que les gusta leer, que sienten que en la literatura hay algo más que simple diversión y que saben que ese “más” no lo van a encontrar en la literatura de consumo de masas –El código da Vinci, Las sombras de Grey, La catedral del Mar, El tiempo entre costuras y cosas por el estilo-. Pero, al mismo tiempo, ese público no está para meterse entre pecho y espalda autores difíciles como Proust o Faulkner. Y ahí entra Paul Auster. Lo lees, te gusta y sientes que has disfrutado con una actividad de alta cultura. Eso está muy bien, porque te sientes la mar de culto, y no ha hecho falta abrirte en canal como requiere la literatura con mayúsculas, desde Homero a Cormac McCarthy.
                Paul Auster escribe de y para el hombre contemporáneo. Gracias a la revolución tecnológica hemos cubierto nuestras necesidades vitales básicas. En Occidente ya nadie se muere de hambre y casi todos tenemos un techo bajo el que cobijarnos –aunque eso ya lo solucionarán los dirigentes ultraneoliberales que tenemos, pero eso es otro tema-. Asegurada la supervivencia, ahora toca el siguiente paso: darle sentido a la vida. Desgraciadamente la ciencia no ha dado solución a eso y así se ha convertido el hombre moderno en un ser perdido en el mundo, en busca continua de algo que no sabemos qué es. El final de El Palacio de la luna, con el protagonista que llega a la playa y mira la luna es una metáfora que encarna perfectamente el mundo austeriano.
                -Profe, es una mierda de libro porque no acaba. –me decían mis alumnos.
            -No. Sois unos burros porque no lo entendéis. –les respondía yo- El protagonista lleva toda la novela buscando algo que le dé sentido a su vida. No lo encuentra y no lo encontrará jamás. Pero no se rinde, porque está en la naturaleza humana buscarlo sin descanso, por eso acaba la novela mirando la luna, esa metáfora de los soñadores. La novela termina diciéndote que esa gente sensible nunca satisface sus inquietudes, pero no por eso dejará de intentarlo, porque la propia insatisfacción es lo que les mueve a la acción continua.
              -Ah. –decían ellos, que seguían sin entender nada.
              Al mismo tiempo, en un mundo en el que se exalta el individualismo, lo raro se considera una virtud. En casi toda la literatura contemporánea que intente serlo, tiene que haber personajes extraños, distintos. Hasta el cine y las series de televisión están llenos de estos personajes, que molan porque son un producto de época. Woody Allen, True Detective, Big Bang Theory y un larguísimo etcétera. Todo lleno de gente extraña. Y Paul Auster no es menos. Incluso diría más: es uno de los primeros en hacerlo, porque no olvidemos que Auster escribe, sobre todo, en los años ochenta.
                El hombre medieval empleaba todas sus fuerzas psíquicas en pensar qué comería al día siguiente, cómo sobreviviría a las enfermedades que lo acosaban o se desvelaba rezando para que una mala cosecha o una epidemia de peste diezmase la población. Eso, afortunadamente, se ha superado. Pero nuestra enorme energía psíquica no desaparece. Hay que redirigirla hacia alguna parte. Y así surgen las obsesiones, las neuras, las hipocondrías y demás enfermedades mentales modernas que no son más que una total y absoluta falta de estímulos externos. Nuestra mente funciona como una alergia. Sin agentes externos contra los que defendernos –pestes, guerra, hambre… -, se ataca a sí misma. La enfermedad, la hipocondría y, en general, las enfermedades mentales son un tema central de nuestra literatura moderna. También en Paul Auster, que una y otra vez bucea en la caída en la locura. El protagonista de El palacio de la luna viviendo en Central Park como un mendigo o el de La Trilogía de Nueva York viviendo en un cubo de basura presa de su propia obsesión son ejemplos claros de ello. Lo bueno de Paul Auster y que lo pone por encima de otros autores contemporáneos, como por ejemplo Beiggbedder, que se limitan a poner de protagonista a un pirado y ya está, es que Auster refleja el modo en que la pérdida de referentes estables de la realidad es lo que nos arrastra a la locura, es decir, que explica los caminos que nos llevan hasta ella.
            Y podría decir muchas más cosas de Paul Auster, como que es un esteticista de la cultura americana, pero, si lo hago, este post quedará muy largo y nadie se lo leerá.
                P: ¿Entonces nos recomiendas a Paul Auster?
                R: Sí. Y, si te ha gustado A dos metros bajo tierra, te encantará.
                P: ¿Por qué?
                R: Porque son exactamente lo mismo.
                P: ¿Algo más?
             R: Que de todos los libros de Paul Auster yo me quedaría con El Palacio de la Luna y con la Trilogía de Nueva York.

1 comentario:

  1. Alguien, no recuerdo quién, definió a Auster como un embaucador, el casero agradable que cuando estás a punto de dejar el piso porque no es lo que quieres, te conquista con su encanto y te hace caer en sus redes una vez más, con la sensación, eso sí, de que no es lo que quieres

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