sábado, 13 de noviembre de 2021
Eva Illouz: ¿Por qué duele el amor?
domingo, 19 de septiembre de 2021
Edgar Cabanas y Eva Illouz: Happycracia. Cómo laciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas.
La psicología positivista es la que nos dice que la felicidad depende de uno mismo. Independientemente de las circunstancias que rodeen al individuo, este puede ser feliz si persigue su sueño, es trabajador, persistente, resiliente, esforzado, dedicado, sabe gestionar sus emociones, etc...
El neoliberalismo se ha apropiado de esta teoría porque encaja perfectamente con su ideología y las sociedades narcisistas, individualistas, del yo o como queramos llamarle. Sociedades en las que se prioriza el individuo y sus intereses por encima de la colectividad.
La psicología positivista ha desarrollado a su alrededor todo un mercado de hacer dinero por medio del coaching, de los libros de autoayuda, etc...
Esta concepción de la felicidad es tremendamente conservadora, porque lleva a las personas a la desmovilización social. Su sufrimiento no se debe a un reparto injusto del capital, sino su propio fracaso. Si queremos ser felices, no tenemos que cambiar la sociedad para que sea más justa, sino que tenemos que cambiarnos a nosotros mismos.
Las empresas utilizan esta ideología para revertir sobre el trabajador toda la responsabilidad de cualquiera de sus prácticas, incluidas aquellas que van en contra de los intereses de los trabajadores. La flexibilidad, los despidos, la identificación con la empresa, la autoevaluación continua, etc... son justificados con la psicología positiva.
La psicología positiva se base en tres pilares:
a) la autogestión: tú creas tu propia felicidad. Es como un trabajo que tienes que estar continuamente construyendo. La responsabilidad de la felicidad recae sobre ti.
b) la autenticidad: se supone que hay un yo autónomo con unos gustos y una forma de ser determinada y autónoma. Uno ha de comportarse y guiarse en la búsqueda de la felicidad de acuerdo con ese yo -en eso consiste ser auténtico-.
c) estrechamente relacionado con lo anterior, la persona tiene que crear su marca personal. Esta marca personal ha de ser vendida en el mercado y en la empresa.
En definitiva: esta psicología positivista, además de ser falsa, no solo crea hipocondríacos emocionales que se responsabilizan a sí mismos por su propia infelicidad, sino que es conservadora desde el momento en que crea personas conformistas que no culpan a la sociedad de su fracaso y, por tanto, no tratan de cambiar la sociedad a mejor.
domingo, 12 de septiembre de 2021
Howard Becker:Outsiders, hacia una sociología de la desviación.
Todas las sociedades tienen individuos que viven al margen del sistema. Estos son los que dan título al libro: outsiders.
El autor se pregunta qué lleva a un individuo a convertirse en un desviado, exponiéndose a las sanciones legales y sociales que ello supone. Frente a las teorías que lo achacaban a una desviación personal o a la enfermedad, Becker sostiene que es un grupo de individuos el que fija unas normas morales y de conducta y el que crea una categoría para aquellos que no se ajustan a ellas. Es la sociedad la que crea la categoría, no la persona la que, en una decisión individual y racional, decide comportarse al margen del sistema de reglas establecido. En este sentido, el autor insiste en que no es la motivación la que lleva a la conducta, sino al revés: un determinado comportamiento desviado de una persona es la que la arrastra a partir de ese momento. Esto no quiere decir que la persona no tenga responsabilidad alguna cuando toma una decisión que lo convierte en un desviado. Evidentemente, sabe que lo que va a hacer lo convierte, pero ha sido la creación de esa categoría la que lo posibilita.
La clasificación de un individuo dentro de la categoría solidifica a la persona dentro de él. Una vez uno se perciba a sí mismo como un ladrón, un homosexual, un drogadicto o cualquier otra conducta considerada desviada, la persona tiende a aprender unos modos de conducta de acuerdo con esa categoría -adopta el rol-.
Ser clasificado dentro de la categoría de desviado lleva a las personas a buscar justificaciones a su conducta, bien considerando desviados a las propias personas que han creado la norma, bien como el resultado de la falta de opciones, etc...
Ser clasificado como desviado estigmatiza a la persona, en el sentido que le daba Goffman: lo destruye como persona ante los demás. Un fumador de marihuana o un homosexual pueden, por ejemplo, desempeñar perfectamente el trabajo de oficina. Sin embargo, si sus compañeros de trabajo o su jefe se enteran de su condición desviada, probablemente serán despedidos, aunque esta condición no afecte en absoluto a su capacidad como trabajador.
Para que exista una conducta desviada, es necesario que una persona o grupo de personas identifique y sancione esa conducta. Estas personas son designadas por el autor como cruzados. Las motivaciones de los cruzados pueden ser muchas y muy variadas, pero, en general, tienden a hacerlo porque consideran que es bueno para la sociedad y para las personas. Becker pone como ejemplo aquellos que lucharon por prohibir el consumo de alcohol en EEUU a comienzos del siglo XX. Creían que una sociedad sin alcohol era mejor porque se evitaban muchos problemas de violencia, de familias desestructuradas, etc... Asimismo, estaban convencidos de que ayudaban a las personas que consumían alcohol porque, prohibiéndoselo, les evitaban ceder a su debilidad.
Becker diferencia entre valores y normas. Los valores es aquello que la sociedad considera que está bien o está mal. Con frecuencia, estos valores son ambiguos e, incluso, hay diferentes valores que chocan entre sí. Por ejemplo, el valor de la libertad individual puede chocar con la búsqueda de una salud óptima. Así, el consumo de alcohol o drogas se encuentra entre estos dos valores. La persona debe ser libre para hacer con su vida lo que le dé la gana, al tiempo que las drogas son malas para la salud -el ejemplo es mío, no de Becker-. Para solucionar estos problemas las sociedades crean normas, que son mucho más concretas y que nos dan a las pautas de conducta de acuerdo con las que tenemos que actuar. Estas normas están impulsadas por los cruzados y pueden tomar forma de leyes o simplemente de un acuerdo tácito entre las personas.
viernes, 3 de septiembre de 2021
Iñaki Domínguez: Sociología del moderneo
Frente a las sociedades tradicionales en las que todos los miembros de la comunidad se conocían entre sí y, por tanto, tenían una identidad, la vida moderna nos ha condenado a vivir de forma anónima entre la masa. Esto, lógicamente, genera cierto desasosiego y muchas personas sienten la necesidad de destacar para salir de ese anonimato aniquilador.
El moderno se rodea y hace cosas que se consideran exclusivas. Esto lo hace diferente y, por tanto, destacar. Pero la paradoja de esto es que los demás tienen que reconocer esas cosas tan exclusivas que rodean al moderno y poder identificarlas como tal, tienen que poder relacionarlo con algo. Esos pantalones tan guays lo son porque la gente lo relaciona con algo. Así, los modernos aspiran a lograr la distinción adhiriéndose a formas de conducta y vestimenta ya estandarizadas por el mercado. Aunque te invitan a ser original, el medio que te ofrecen para lograrlo es manufacturado en serie.
Asociarse a una marca para que los atributos de esa marca se te peguen.
La paradoja de que se busca la individualidad en moldes prefabricados en masa.
Los modernos tienden a ser gente de provincias, donde todo el mundo los conoce, que van a la gran ciudad y deciden redefinir su propia identidad. Son personas que están desencantadas con sus orígenes y deciden construirse una nueva identidad.
El moderneo está dominado por el pensamiento dogmático. Por tal, Iñaki Domínguez entiende aquel pensamiento que se adhiere a unos valores morales y determinadas conductas de forma acrítica. Según él, esto es debido a que en las sociedades contemporáneas, donde todo cambia continuamente y donde la cantidad de decisiones que tenemos que tomar es abrumadora, las personas recurrimos a expertos que nos digan qué pensar, qué hacer, qué nos debe gustar y qué no. Esto, lógicamente, deriva en el conformismo de los modernos.
Las sociedades tradicionales encontraban el sentido de la vida y un código de conducta en la religión. Nuestra sociedad científica nos ha condenado a vivir sin trascendencia, lo que lleva a la personas a la búsqueda de la felicidad aquí en la Tierra, por medio del consumo de bienes materiales y del hedonismo desenfrenado. Este hedonismo se lleva más allá de los momentos de ocio:
También en
el mundo laboral el moderneo se manifiesta como hedonismo enajenado. Se trata
de trasmutar el trabajo, tradicionalmente tedioso y sacrificado, en fuente de
placer. No obstante, como ya hemos visto, entre modernos también el ocio es
trabajo. La borrosa línea que separa ambos mundos refleja la naturaleza
alienada de la vida social. Ya no existe la polaridad tradicional entre trabajo
y placer, sino que el consumo coloniza la totalidad de la vida.
De acuerdo con las teorías de Debord, Baudrillard, etc... el capitalismo de consumo vacía todo de contenido, reduciéndolo a pura imagen. Esto lleva a Iñaki Domínguez a utilizar la metáfora del filtro para explicar el modo en que los modernos presentan su vida a los demás. En las redes sociales se pueden poner filtros a las fotos para que la realidad parezca mejor de lo que realmente es. Esto, el moderno, lo extiende a todos los aspectos de su vida. El moderno no está tan preocupado por el sentido o en contenido de sus actos, como de que estos aparezcan como deseables a los demás. La cultura de la imagen vacía de contenido les lleva a hacer de la vida un espectáculo que merece la pena ser proyectado, exhibido y, por tanto, vivido, consumido. En las redes y en la vida en general, el moderno se entrega a una suerte de narcisismo a través del autoelogio en imágenes.
El moderneo aplica la lógica de mercado a todos los aspectos de la vida, entre ellos el amor. El moderno se muestra altivo porque eso lo hace pasar a los ojos de la persona deseada como alguien inaccesible, escaso y, por tanto, como en el mercado, sube el precio. Los verdaderamente poderosos tienden a mostrarse altivos porque tienen valor para los demás por el mero hecho de ostentar una situación de poder. El moderno copia su actitud, aunque carezca del contenido.
viernes, 27 de agosto de 2021
Eva Illouz: El consumo de la utopía romántica.
La idea del amor romántico surge en el siglo XIX como justificación ideológica de la familia patriarcal. Se concibe el amor romántico como una suerte de comunitas, en el sentido que le da Victor Turner a este concepto (ver aquí). Hay una vida normal en las ciudades, con su trabajo, sus preocupaciones por la economía de las personas, etc... Esta vida normal está regida por los intereses económicos (por eso trabajamos, por eso nuestras relaciones sociales son como son, por eso vivimos como lo hacemos, etc...). El amor romántico escapa a estos valores porque se supone que va más allá de lo material. De acuerdo con la ideología del amor romántico, no establecemos relaciones sentimentales ni nos casamos por interés económico. En este sentido, el amor es un espacio liminal. Illouz habla más bien de liminoide, porque el amor romántico, aunque comparte muchas de las características de la experiencia religiosa, no alcanza su significado e intensidad.
El amor romántico casi sustituye a la experiencia religiosa. Es el que le da sentido a la vida. La concepción teológica del mundo y de la vida ha desaparecido. Ya no creemos en Dios y en la vida eterna, así que tenemos que darle sentido a nuestra vida siendo felices aquí y ahora. La experiencia romántica se erige como el modo para alcanzar esa felicidad y, por tanto, es el sentido de la vida.
En tanto que fenómeno liminal/liminoide, el amor romántico tiene que tener sus propios espacios al margen de la vida cotidiana. Así, la Naturaleza se convierte en su espacio privilegiado. La Naturaleza se asemeja a Dios y se opone al espacio de la vida prosaica, vulgar de la ciudad.
El capitalismo de consumo recoge toda esta ideología y la lleva a consumir y gastar. Las actividades vinculadas al amor implican consumir: viajar, cenas románticas en restaurantes caros, hoteles, hacer turismo, ir al cine, al teatro o la ópera, etc... Lo que en el siglo XIX eran visitas a la casa de la amada, hoy en día se ha convertido en una actividad de consumo.
El amor romántico aparece vinculado a dos actividades propias del capitalismo de consumo: el lujo y el turismo. En cuanto al primero, durante los encuentros románticos, se hace un gasto conspicuo en comidas desproporcionadamente caras, en viajes y habitaciones de hotel que no pagaríamos de ninguna manera en otro contexto, etc... En cuanto al segundo, pagamos viajes y todo lo que ello implica porque se supone que viajando accedemos a espacios donde se viven las experiencias más intensas.
Sin embargo, la mayoría de la gente no se embarca ni acepta incondicionalmente la ideología del amor romántico. Baudrillard decía que en el capitalismo de consumo, las personas no consumimos objetos, sino símbolos (ver aquí). La mayoría de los ciudadanos de las sociedades postmodernas somos conscientes de ello y por eso mantenemos una actitud cínica con respecto a las cosas y las personas. Sabemos que en el amor los medios de comunicación de masas y la publicidad nos venden una imagen, unos marcos conceptuales y unas conductas que aceptamos. Por eso la mayoría somos un tanto escépticos con respecto al amor romántico.
En nuestra sociedad conviven dos ideas aparentemente contradictorias acerca del amor:
a) el amor como una fuerza que nos arrebata y todo lo puede, por encima de los compromisos y los intereses económicos (esta es la idea típica del amor romántico).
b) el amor racional, por el que entendemos que las relaciones sentimentales pueden ser un medio para ascender socialmente (esta es la concepción típica de los matrimonios pactados de sociedades primitivas). Paralelamente, esta idea del amor racional nos hace entender el amor en términos de una inversión capitalista: invertimos algo a cambio de algo. A cambio de involucrarnos en una relacionas con los sacrificios que ellos supone, esperamos una gratificación emocional: ser felices. Esto responde al individualismo e utilitarismo propios del capitalismo.
Estas dos tendencias solucionan su aparente contradicción por medio del habitus -Illouz toma el término de Bourdieu-. Por medio del habitus aprendemos de quién nos tenemos que enamorar, que cualidades debe tener la persona (generalmente de clase social), etc... Entonces sentimos el amor romántico/pasión, pero determinado por el habitus.