Las sociedades determinan los sentimientos. Los sentimientos y lo que los provocan no son universales. Dependen de los códigos de conducta, roles, etc... En el caso del amor, estos determinan cómo nos enamoramos, de quien, cómo nos comportamos, etc...
En la sociedad premoderna -siglos XVIII y XIX-, los códigos del enamoramiento eran muy rígidos. Se recibía en casa de la novia, a la que había que ser invitado, se pasaba un tiempo haciendo visitas, tiempo que era empleado por los padres de la novia para conocer al galán, valorar sus posibilidades como marido, etc...
Como se señaló anteriormente, aquellas características de la persona que llevan a que nos enamoremos de ella dependen de las diferentes sociedades. En la sociedad premoderna, la posición social de los enamorados se consideraba una característica más a tener en cuenta -de hecho era una característica principal-. Por contra, a la sexualidad no se le prestaba atención.
En la modernidad, se da, según Eva Illouz, La Gran Transformación del amor. Esta gran transformación afecta en diferentes aspectos:
a) La sexualidad se incorpora al amor. El sexo y la satisfacción de nuestros apetitos sexuales por parte de la pareja nos parece fundamental a la hora de enamorarnos. Esta incorporación de la sexualidad se debe, entre otras cosas, a la nueva sociedad de consumo. A partir de los años 20 en EEUU, se desarrolla la industria de la sexualidad. El maquillaje, una determinada forma de vestirse, etc... por parte de las mujeres deja de ser considerado negativamente. Así, la sexualidad es otro atributo de la persona que consideramos a la hora de enamorarnos.
Otro factor que desencadenó la irrupción de la sexualidad en el amor fue el psicoanálisis. Este corriente psicológica reduce la vida a una biografía sexual e interpreta todo rasgo de la personalidad en función del desarrollo sexual de la persona.
b) La libertad. Ahora tenemos la posibilidad de elegir dentro de un abanico muy grande, de modo que el amor y el enamoramiento se convierte en una tarea por momentos angustiosa en la que buscamos pareja en un mercado inmenso.
c) el miedo al compromiso. Como tenemos la posibilidad de elegir entre muchas más personas, somos reticentes al compromiso.
El sexo tradicionalmente estaba asociado al estatus. Cuantas más amantes se tenía, mayor era el estatus de la persona -de hecho normalmente había que mantener a las amantes y eso suponía un dispendio que solo las personas de estatus elevado podían permitirse-.
Con el feminismo y la liberación de la mujer, ellas también asocian tener muchos amantes con un estatus elevado. Sin embargo, en las mujeres el miedo al compromiso es más breve. Ello es debido a que ellas perciben que deben comprometerse con un varón para tener hijos. Dado que las mujeres no son fértiles toda la vida, tienden a querer comprometerse antes. Asimismo, la sociedad ha temporalizado los cánones de belleza. Para ser bella hay que ser joven. De ahí que las mujeres, cuando dejan de ser jóvenes -en torno a los 30 años-, sientan que deben comprometerse porque luego no podrán porque habrán perdido la belleza.
En el miedo al compromiso hay dos causas:
- por hedonismo: hay tal cantidad de personas con las que podemos tener relaciones sexuales, que cerrarnos a una sola no nos apetece.
- por ser incapaz de establecer vínculos definitivos. Analizamos todo, le damos muchísimas vueltas en la cabeza a si la persona con la que estamos es la adecuada, etc... Esto nos provoca ansiedad y nos impide sentir hacia esa persona.
En el amor moderno se da la tensión entre dos tendencias:
a) Necesidad de validación. La inseguridad ontológica, la conciencia de no saber cuál es el sentido de la vida ni nuestro lugar en el mundo y una sociedad en cambio vertiginoso nos convierte en personas inseguras acerca de nuestra identidad y valía. Por eso necesitamos que los demás nos digan que valemos mucho, gustarles, sentirnos deseados, etc... En este sentido, Illouz habla del sexo acumulativo. Tener muchos amantes se convierte en una forma de validación personal. Pero para tener muchos amantes, la persona no puede comprometerse con uno.
b) Libertad. El capitalismo de consumo está estrechamente relacionado con un individualismo radical. Este individualismo deifica la libertad de elección en todo y para todo. Illouz habla de autonomía para referirse a esta independencia. Depender de otro emocionalmente nos resta autonomía, de ahí el miedo y el rechazo al compromiso.
Sin embargo, las personas necesitamos parejas estables. Una persona a nuestro lado que nos quiera y a la que queramos nosotros. Además de estabilidad, es otra manifestación de la necesidad de validación. Alguien que nos quiera y nos sintamos apoyados y queridos por ella. Pero esta tendencia entra en conflicto con el rechazo al compromiso resultado de la ideología de la autonomía personal. Esto genera en las personas ansiedad por experimentar dos emociones contrarias al mismo tiempo y autoculpabilización. No nos atrevemos a pedirle compromiso a otra persona aunque estemos enamorados de ella porque esa petición de compromiso puede ser -y de hecho casi siempre es así- interpretada por parte de la otra persona como una intromisión y un menoscabo de su independencia.
Illouz opone dos tipos de sociedad: las sociedades premodernas religiosas y nuestra sociedad racionalista científica. En las sociedades premodernas se contemplaban formas de conocimiento como las correspondencias, las revelaciones o las epifanías. El mundo tenía un sentido misterioso, casi oculto. La idea del amor romántico encaja perfectamente dentro de esta cosmovisión. El amor como una fuerza superior al individuo, que supone la unión de dos almas, un impulso casi divino que no excluía el sufrimiento. Dos personas enamoradas se sentían poseídas por esa fuerza sobrenatural que era el amor y que los arrastraba al mismo tiempo al placer y al sufrimiento. Placer y sufrimiento eran inherentes e inevitables dentro del amor. La ciencia y la razón ha vaciado nuestra sociedad de sentido. Analizamos y buscamos relaciones de causa efecto en todo. El amor no podía quedar fuera. El psicoanálisis, la terapia de pareja, etc... analiza, reflexiona, disecciona el amor. Ahora ya no lo vemos como una fuerza superior que nos arrebata, sino como un contrato que puede convenirnos o no. La lógica capitalista del utilitarismo se impone en al concepción del amor. Sopesamos los pros y lo contras de embarcarnos en una relación amorosa y no dejamos de hacerlo durante todo el tiempo que dura dicha relación. En el momento en que racionalmente entendamos que los contras son más que los pros, acabamos con la relación amorosa. El amor ya no es una fuerza mística, sino un contrato con fines utilitarios.
Eva Illouz dedica los últimos capítulos del libro al análisis del decaimiento del deseo. Según ella, las personas no deseamos como antes por dos razones fundamentales;
a) Ironía. Pese a toda la ideología del amor romántico, las personas ya no creemos en el amor único que dará felicidad y sentido a nuestras vidas. Eso nos hace escépticos. Para poder sentir la pasión inherente al deseo uno debe entregarse plenamente. Desencanto y entrega son incompatibles, así que el deseo decae.
b) Racionalización: el feminismo somete a las relaciones a una revisión continua con la intención de que sean igualitarias, el psicoanálisis que también las somete a revisión, esta vez para asegurarse de que no son tóxicas, etc... El deseo surge de la ambigüedad. Tanta reflexión sobre lo políticamente correcto, el continuo análisis de la relación, disecciona dicha relación y deshace la ambigüedad.
La cultura, y en este caso las novelas, el cine, la televisión, etc... determinan el modo en que nos enamoramos y qué esperamos del amor. En las historias de las películas, series, etc... se nos ofrecen modelos de relación que luego tenderemos a reproducir. Imaginamos nuestras relaciones de acuerdo con los modelos que hemos adquirido.
Según Illouz, el desencanto es una de las características del amor contemporáneo, cuando comprobamos, como le sucede a Madamme Bovary en la novela de Flaubert, que nuestra relación no es como la habíamos imaginado. Este desencanto se da fundamentalmente porque:
a) los modelos ofrecidos inciden siempre en la aventura. Por el contrario, el matrimonio es la institución más normativizada de nuestra sociedad. Esta normativa incide sobre todo en los tiempos. Hay unos días para trabajar, dentro de esos días unas horas, una franja horaria para comer, otra para ver la televisión, otra para llevar a los niños al colegio, dos días de asueto, siempre al final de la semana, en los que los tiempos están igualmente pautados que durante los días de trabajo. Así las cosas, difícilmente la realidad de nuestras relaciones se corresponde con la aventura continua del modelo artístico.
b) el arte también nos ofrece modelos de cuerpos que difícilmente encontraremos en nuestra pareja sentimental.
c) La convivencia conlleva pequeñas rencillas, discusiones, etc...
Y ya para terminar el libro, Eva Illouz se adentra en el nuevo modelo de relación que surge como resultado de la aparición en nuestras sociedades de internet y las redes sociales. Según ella, frente a la falta de información acerca de la persona amada y deseada anteriormente, ahora gracias a las redes estamos mediados por la enorme cantidad de información que vertimos en las redes. Antes, la imaginación inherente al amor y al deseo se proyectaba hacia al pasado de esa persona amada. Rellenábamos los huecos de pasado en función de nuestros intereses. Hoy, debido a las redes, esa pasado ya nos es conocido. La imaginación tiene que proyectarse hacia el futuro.
Me parece un muy buen análisis de Illouz, obvio desde una perspectiva sociológica que tendría que ser completada por otras ciencias, pero desde su rama muy bueno.
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