Un resumen muy sucinto del libro sería el siguiente: El autocontrol, la represión de las emociones y, en general, de la espontaneidad, surge a finales de la Edad Media, principios del Renacimiento. Esto está relacionado con los cambios sociales. Surge la clase cortesana, que ya no es una clase guerrera como era la medieval. Las clases y las personas dependen unas de las otras más que en el periodo anterior, lo que lleva al autocontrol y la autorepresión. Al principio era una marca de distinción de la clase cortesana frente al pueblo. Luego se extendió al grueso de la sociedad a medida que la interdependencia fue mayor, sobre todo a partir de las monarquías absolutas. La represión y el aucontrol de las emociones y los instintos tiene consecuencias psicológicas en el individuo al entrar en conflico el yo racional y en superyo subconsciente. Este conflicto se puede sublimar por medio a actividades como el deporte o el cine, o también puede crear ciertas patologías mentales como la manía o las fobias y filias incontroladas.
A continuación lo desarrollo:
En esta obra Elias pone en relación los cambios en la personalidad con los cambios sociales.
Estudia la sociedad como cambio continuo. No hay periodos estáticos. Sin embargo, Elias no es un evolucionista. No cree que la sociedad se dirija hacia un final mejor.
Matiene una postura intermedia entre que el hombre es un producto exclusivamente social (constructivismo radical) y que es un individuo (individualismo radical).
Su tesis es que, a partir de la Baja Edad Media y el Renacimiento, se da un proceso de autocontrol individual. Se cambia la coacción externa por la autocoacción. A partir de este momento, se crea un muro entre el yo y los otros.
"... a partir de la baja Edad Media y del Renacimiento temprano se dé un aumento especialmente fuerte del au-tocontrol individual, especialmente de este mecanismo automático, independiente del control externo al que nos referimos hoy día con conceptos como «interiorizado» o «internalizado». Este proceso de cambio, cada vez más acelerado, de la coacción externa interhumana en una autocoacción individual hace que muchos impulsos afectivos no puedan encontrar canal de expresión. Tales autocontroles individuales y automáticos, que se originan en la vida en común, por ejemplo, el «pensamiento racional» o la «conciencia moral» se intercalan de modo más fuerte y más firme que nunca entre los impulsos pasionales y afectivos de un lado y los músculos del otro e impiden con su mayor fuerza que los primeros orienten a los segundos, esto es, a la acción, sin un permiso de los aparatos de control.
Este es el núcleo del cambio estructural y de las peculiaridades estructurales que, desde el Renacimiento, encuentra su expresión, en el campo de la experiencia reflexiva, en la idea del «yo» singular en el recinto cerrado, del «yo mismo», separado por un muro invisible de lo que sucede «fuera». Son estos autocontroles civilizatorios que, en parte, funcionan de modo automático los que se experimentan individualmente como un muro ya entre el «sujeto» y el «objeto», ya entre el propio «yo» y los otros individuos, la «sociedad».
avance que se da en la dirección de una individualización mayor en el Renacimiento es bastante conocida; es el que nos ofrece una imagen suficientemente detallada de este desarrollo de las estructuras de la personalidad. Imagen que, al propio tiempo, remite a interrelaciones que todavía no están suficientemente claras. La transición a la experiencia de la naturaleza como un paisaje desde el punto de vista del observador, la transición a la experiencia de la naturaleza como objeto del conocimiento separado del sujeto del conocimiento como por una pared invisible, la transición a la autoexperiencia intensificada del ser humano aislado como un individuo reducido a sus propias fuerzas, independiente y ajeno a los otros individuos y cosas, todas estas y otras manifestaciones evolutivas de la época manifiestan los rasgos estructurales del mismo avance civilizatorio. Todas ellas muestran los rasgos de la transición a un escalón superior de la autoconciencia en la que el control de los afectos, constituido como autocoacción, es más fuerte, mayor la distancia reflexiva, menor la espontaneidad de los asuntos afectivos y en el cual, por lo demás, los hombres intuyen estas peculiaridades, pero sin tomar distancia frente a ellas y, por lo tanto, sin convertirlas, a su vez, en objeto de una investigación."
Una vez enunciada su tesis y su campo de estudio, Elias pasa a analizar la sociogénesis del concepto de civilización en Alemania y Francia, sus similitudes y sus diferencias. A grandes rasgos, la diferencia estriba en que en Alemania ambos conceptos están ligados al nacionalismo. Se dan solo a nivel espiritual y es lo que pone de relieve las diferencias entre las naciones. Los alemanes oponen los conceptos de civilización y cultura, en tanto que la expresión de la esencia del pueblo alemán, a las costumbres y la forma de entender la vida que tenían los círculos cortesanos fuertement influenciados por Francia. Por el contrario, para los franceses, civilización y cultura es todo aquello que ayuda a los seres humanos a librarse de la superstición. Se opone a bárbaro.
Erasmo introduce el concepto civilité, aunque es algo que ya estaba en el ambiente de la época. Son una normas de comportamiento para las clases altas, para moverse en los ambientes cortesanos.
La costumbre
cortesana educada se opone siempre a la de los campesinos. Lo que
diferencia a los ricos son sus modales en la mesa y usar instrumentos
para comer. Las fomras en la mesa son diferentes, porque las relaciones entre ellos son diferentes.
En el siglo XVI va despareciendo el término cortesía y se imponiendo
civilisé, que el que encarna esa barrera entre el tú y el yo. Se sustituye cortesía por civilidad o civilisé. Esta cambio viene de la mano del hecho de que la vieja nobleza cortesana va dejando paso a la clase nobiliaria absolutista. Esta nueva nobleza absolutista se legitima por sus formas particulares de trato.
"La actitud que hemos registrado con relación a esta «novedad», sin embargo, nos muestra un aspecto importante con toda claridad: las personas que acostumbraban a comer como lo hacen los hombres medievales, es decir, que cogen la carne con los dedos de una bandeja común, que beben vino de una misma copa y sopa del mismo tazón o del mismo plato, con todas sus otras peculiaridades, de las que ya hemos hablado y seguiremos hablando, estas personas tenían unas relaciones comunes distintas de las que tenemos nosotros; y no solamente porque tuvieran una conciencia clara y precisa de ello, sino porque, evidentemente, su vida emocional tenía una estructura y un carácter distintos de la nuestra. Su afectividad estaba condicionada por formas de relación y de comportamiento que, en relación con los condicionamientos de nuestro mundo, hoy nos parecen lamentables o, cuando menos, poco atractivos. Lo que faltaba en aquel mundo cortés o, en todo caso, no tenía la fortaleza suficiente, era ese muro que hoy parece levantarse, para contener y para separar, entre los cuerpos de las gentes; el muro que se hace visible sólo con acercarnos a algo que ha estado en contacto con la boca y las manos de otro, y que se manifiesta asimismo como un sentimiento de vergüenza cuando son las propias necesidades corporales las que se ofrecen a la vista de los demás y no solamente en esta ocasión."
"Lo que faltaba en aquel mundo cortés o, en todo caso, no tenía la fortaleza suficiente, era ese muro que hoy parece levantarse, para contener y para separar, entre los cuerpos de las gentes; el muro que se hace visible sólo con acercarnos a algo que ha estado en contacto con la boca y las manos de otro, y que se manifiesta asimismo como un sentimiento de vergüenza cuando son las propias necesidades corporales las que se ofrecen a la vista de los demás y no solamente en esta ocasión."
Se reprime todo lo que nos recuerda que somos animales, y esto se proyecta sobre la comida. No se sirven animales enteros. Se disimula todo lo posible que lo que comemos es un animal muerto.
Lo mismo sucede con las funciones corporales:
"Poco a poco va alcanzando a la mención de estas necesidades el «anatema del silencio». El mero recuerdo de que tienen que realizar tales funciones naturales resulta desagradable a las personas que se encuentran en presencia de otras con las que no tienen una relación íntima; y, en sociedad, se evita hacer mención a cualquier cosa que tenga algo que ver, aunque sea lejanamente, con tales necesidades naturales."
La sexualidad también es relegada a la trastienda y al núcleo de la vida familiar. Nunca se habla con los niños de ella.
"Lo que hace tan difícil la destrucción de ese muro, destrucción que algún día habrá de ser necesaria, es decir, en una palabra, lo que hace tan difícil la ilustración sexual, no es solamente la necesidad de incorporar a los adolescentes a las mismas pautas de regulación y represión de los impulsos que tienen los adultos. La dificultad reside, sobre todo, en la estructura psíquica de los propios adultos, a quienes resulta difícil hablar de estas cosas secretas. A menudo, les falta el tono adecuado y hasta las palabras. Las palabras groseras que conocen no se pueden utilizar; los términos médicos son desconocidos para muchos; las reflexiones teóricas casi no sirven para nada. Son las repre-siones sociogenéticas las que les impiden mencionar estos temas. De ahí el consejo que les da Raumer de no hablar de ellos en la medida de lo posible. Esta situación, además, se agrava por el hecho de que la tarea del condicionamiento, de la regulación de los impulsos, esto es, de la «ilustración», coincide con la práctica de excluir del trato social convencional toda manifestación de los impulsos así como toda conversación sobre los mismos, y además, corresponde exclusivamente a los padres. La multiplicidad de relaciones afectivas entre la madre, el padre y el hijo suelen aumentar la resistencia a hablar sobre estas cuestiones (no siempre, pero sí muy a menudo), y no solamente desde el punto de vista del niño, sino también desde el del padre o del de la madre."
La autocoacción opera a nivel inconsciente. La aprendemos desde niños.
La vergüenza es lo que nos mueve a no actuar.
"Algo más tarde (se refiere a la época de Erasmo), la coacción y la continencia a las que hay que someterse, así como el miedo, la vergüenza y el disgusto que producen las infracciones, aparecen muy claramente, al menos en la clase alta y en los círculos cortesano-aristocráticos, como una coacción social, como vergüenza y miedo producidos por la presencia de otras personas."
Todos estos cambios suponen el nacimiento de la intimidad:
"Los seres humanos acaban ocultándose los unos a los otros estas funciones y hasta el recuerdo de las mismas. Y donde esto no es posible —piénsese por ejemplo en el caso del matrimonio, de la noche de bodas— la vergüenza, el pudor, el miedo y todas las demás reacciones vinculadas con estas fuerzas instintivas de la vida humana, aparecen reguladas por un ritual social estrictamente elaborado y por unas formas lingüísticas determinadas que sirven para ocultar, y al mismo tiempo, para salvaguardar las pautas de pudor. En otras palabras, a medida que avanza la civilización, cada vez se diferencian de forma más clara en la vida de los hombres, una esfera íntima o secreta y otra pública, un comportamiento secreto y otro público. Y esta escisión acaba siendo tan evidente para los hombres, les resulta una costumbre hasta tal punto dominante, que ni siquiera son conscientes de ella."
La agresividad también se transforma y refina. Solo aparece en los sueños y manifestaciones que consideramos patológicas. En la Edad Media la violencia era una de las alegrías de la vida. Robo, espolio y violencia eran lo normal y no se consideraban condenables. Como siempre, Elias vincula estos cambios a cambios en la estructura social:
Tanto en esta sociedad como en la otra es la estructura social la que exige y fomenta unas pautas determinadas y un dominio de las emociones: «Nosotros», dice Luchaire, «apenas podemos hacernos una idea de lo que era aquella sociedad, debido al carácter pacífico de nuestros usos y de nues-tras costumbres así como a la protección generalizada que el Estado moderno garantiza a cada individuo tanto en su propiedad como en su persona.»
Antaño el país estaba dividido en provincias y los habitantes de cada provincia constituían, en cierto modo, una pequeña nación que despreciaba a todas las demás. Por su lado estas provincias estaban divididas, a su vez, en una serie de señoríos o de feudos, cuyos propietarios jamás cesaban de luchar los unos contra los otros. Tanto los grandes señores, los barones, como los pequeños castellanos, vivían en un aislamiento salvaje y se encontraban ininterrumpidamente impulsados a guerrear contra sus «soberanos», contra sus iguales o contra sus vasallos. Además se daba una rivalidad entre las ciudades, entre las aldeas, entre los valles, así como una guerra ininterrum-pida entre los vecinos, guerra que parecía producirse de un modo natural en razón de la multiplicidad de estas unidades territoriales. Este cuadro nos per-mite ver de forma gráfica lo que ya hemos afirmado muy a menudo, con caracteres generales, esto es, la correspondencia que existe entre la estructura social y la estructura emotiva. En esta sociedad no hay ningún poder central que sea suficientemente fuerte para obligar a los seres humanos a contenerse. Y cuando, en una y otra zona, crece la fuerza de un poder central; cuando se obliga a los seres humanos a convivir en paz en un territorio más o menos amplio, entonces va cambiando de modo paulatino la configuración de las emociones y las pautas de los afectos. Entonces aumenta de modo paulatino la contención y la «consideración de unos individuos hacia los otros» en la vida cotidiana, en la vida social normal; en las páginas siguientes hablaremos sobre esto con más detenimiento. La descarga emotiva producida por el ataque corporal se limita a ciertos enclaves temporales y especiales. Una vez que el monopolio de la violencia física se ha transferido a los poderes centrales, no todo el mundo puede procurarse el placer de la agresión corporal, sino solamente algunas instancias legitimadas por los poderes centrales, por ejemplo el policía en relación con el delincuente; o masas mayores, solamente en épocas de excepción de choques guerreros o revolucionarios, en una lucha socialmente legitimada contra los enemigos externos o internos.
Actualmente, incluso en la guerra no disfrutamos de la muerte y la destrucción.
Sublimamos la violencia por medio del cine o el deporte (ver aquí).
Así resume Elias el nuevo comportamiento:
Lo más característico del hombre civilizado es que, debido a una autocoacción sociogenética, se le prohibe tratar de agarrar de modo espontáneo lo que desea, lo que ama o lo que odia.
Elias vincula este cambio a los cambios sociales:
"En
la fase cortesano-aristocrática, se justificaba la represión que se
imponía a las inclinaciones y a las emociones con la consideración y el
respeto que se debe a los demás, especialmente a los que son de rango
superior. En la fase siguiente, la renuncia a la satisfacción de los
impulsos, la regulación y la represión de estos, tiene menos que ver con
las personas; para decirlo de modo provisional y algo indiferenciado,
lo que obliga a la represión y a la regulación de las emociones y de los
impulsos son las coacciones (mucho menos visibles y más impersonales)
del entramado social, de la división del trabajo del mercado y de la
competencia. Estas son las que corresponden al tipo de justificación y
condicionamiento mencionado más arriba que implica una «modelación», que
pretende presentar el comportamiento socialmente impuesto como si fuera
un comportamiento deseado por el individuo, en función de sus impulsos
personales. Esto es cierto también de la regulación y la represión de
impulsos que son necesarios para la realización del «trabajo»; es decir,
es cierto para el esquema general de la modelación de impulsos en la
sociedad burguesa-industrial. El esquema de la do-minación emotiva, o
sea, de aquello que es preciso y no es preciso reprimir, regular y
transformar en esta época, no es el mismo que en la época
aristocrático-cortesana anterior. En la sociedad burguesa, debido a una
dependencia distinta, determinadas represiones, propias de ciertos
impulsos, se hacen más intensas, mientras que, en otros casos son las
propias represiones aristocráticas las que se perfeccionan y se
transforman en función del cambio de la situación social. Así, de los
distintos elementos se construyen, con intensidad diferente, distintos
esquemas nacionales de dominación de las emociones."
Con la monarquía absoluta y la centralización del poder, los aristócratas dejan de ser los únicos guerreros. La infantería -el pueblo- es más importante que la caballería. En el mejor de los casos, la aristocracia ejercía de comandantes. Los soldados pasan a ser gente pagada, y así la aristocracia pierde su poder militar.
Elias describe así los cambios politico-económicos que marcan el paso de una época a otra:
El aumento paulatino del sector monetario de la economía a costa del de la economía natural en ciertas zonas durante la Edad Media, tuvo consecuencias muy distintas para el conjunto de la nobleza guerrera de un lado y para el rey o los príncipes de estas zonas por el otro. Cuanto más dinero había en circulación, más rápidamente subían los precios. Todas las clases sociales cuya renta no aumentaba de modo proporcional, esto es, todas las personas que contaban con un ingreso fijo, resultaban perjudicados, en especial los señores feudales que percibían rentas fijas de sus posesiones territoriales.
Veíanse favorecidas en cambio aquellas funciones sociales cuyos ingresos aumentaban en correspondencia con las nuevas oportunidades de beneficio. En esta situación se encontraban ciertos grupos de la burguesía y, sobre todo el Rey, el gobierno central, puesto que a través del sistema fiscal éste participaba en el aumento de la riqueza. Podía detraer una parte para sí de todos los beneficios que se obtenían en su territorio con lo que sus ingre-sos aumentaban extraordinariamente, a medida que lo hacía la circulación monetaria.
Proporcionalmente a las oportunidades financieras de que disponía el poder central, crecieron también los militares. Quien disponía de los impuestos de todo un país, estaba en situación de alquilar más guerreros que cualquier otro. Al propio tiempo era relativamente independiente de los servicios de guerra a los que estaba obligado el vasallo medieval en razón del enfeudamiento del suelo.
El poder central absoluto se mantenía por el equilibrio entre el poder aristocrático y el burgués.
La represión de las emociones es consecuencia del aumento en la interrelación de las personas dentro de la sociedad. Resurge el dinero en el S. XVIII, cada vez hay una mayor especialización del trabajo...
Una expresión de este proceso fue el resurgir del uso del dinero. Resulta absolutamente evidente que en ello cumplieron una función esencial no solamente la expansión interna de la sociedad, sino también los movimientos de emigración y colonización, que implicaron la movilización de la propiedad, y la aparición de nuevas necesidades por medio del establecimiento de relaciones comerciales a larga distancia.
Elias traza las siguientes etapas en la interrelación entre individuos:
-Una primera fase de desintegración entrema en los siglos X y XI. Feudalización de la sociedad. Los guerreros pueden ascender socialmente. Muchos de ellos son señores menores autónomos.
- Finales del s. XI y, sobre todo, en el XII, el poder se centraliza cada vez más en grandes señores, lo que lleva a un aumento de la interrelación.
La lírica del amor cortés ya refleja la contención de los afectos. La poesía trovadoresca es posible por el cambio hacia la represión de los afectos y las emociones. Es el resultado de la regulación y la coacción.
La cortesía que se da en las clases altas es el resultado de las nuevas relaciones humanas de interdependencia. Y esto se da cada vez más hasta nuestros días. Las unidades de integración son cada vez mayores. Los procesos que lo posibilitan son un descenso en la guerra y un aumento en el comercio.
La génesis social del Estado está ligada al monopolio. Se da a partir del siglo XII, especialmente en los territorios franco-orientales. Surge un poder centralizado con funcionarios centrales basado en la división de funciones. Estos funcionarios surgen cuando los grupos que pelean por el poder sienten que, con sus luchas, tienen más que perder que que ganar. Las fuerzas equilibradas entre ellas es la oportunidad para el surgimiento de un poder central que ejerce como órgano de coordinación.
El equilibrio no debe romperse porque pone en riesgo la posición del poder central, por lo que el monarca debe sellar alianzas a un lado y a otro, sin decantarse demasiado nunca por ninguno. El poder del señor central es menor que el de la sociedad en su conjunto. Su posición solo se mantiene si hay equilibrio y/o igualdad de intereses.
El crecimiento de la monetarización implicó el ascenso de la burguesía y la pérdida de poder de la casta guerrera. Ambos están en equilibrio ahora, por lo que dependen uno de otro, y así surge la monarquía absoluta.
Con la revolución francesa la burguesía atacó a la nobleza, rompió el equilibrio y la fuerza se volvió contra ella como un boomerang.
Burguesía y monarquía absoluta ascendieron de la mano.
Antes el monopolio del poder era privado. Los gastos públicos y privados del rey se confundían. Ahora se separan. Con la división de funciones hay un presupuesto público y otro para el mantenimiento de la corte.
Ya no hay oportunidades de medrar, por lo que desciende el nivel de lucha violenta. Pero el poder central monopolista no puede absorber todo el poder, así que cede oportunidades a algunas personas, que luchan entre ellas para que el poder les ceda una función. Antes había una competencia libre, ahora es condicionada.
La sociedad a la que llámanos sociedad de la Edad Moderna, está determinada, al menos en Occidente, por un grado muy elevado de organización monopolista. Se arrebata a los individuos aislados la libre disposición sobre los medios militares que se reserva al poder central, cualquiera que sea la configuración de éste, y lo mismo sucede con la facultad de recabar impuestos sobre la propiedad o sobre los ingresos de los individuos, que se concentra en manos del poder central. Los medios financieros que afluyen así a este poder central, sostienen el monopolio de la violencia; y el monopolio de la violencia sostiene el monopolio fiscal. Ambos son simultáneos; el monopolio financiero no es previo al militar y el militar no es previo al financiero, sino que se trata de dos caras de la misma organización monopolista. Cuando desaparece el uno, desaparece automáticamente el otro, si bien es cierto que, a veces, uno de los lados del monopolio político puede ser más débil que el otro.
Encontramos antecedentes de esta organización monopolista de los ingresos y del ejército en zonas relativamente extensas, en sociedades con una menor división funcional, en especial como consecuencia de las grandes guerras de conquista. Lo primero que se constituye cuando aumenta la división funcional en una sociedad, es un aparato administrativo permanente y especializado en la gestión de estos monopolios. Solamente con la constitución de este aparato de poder político diferenciado alcanza su carácter monopolista la organización de los recursos militares y financieros. Solamente de esta forma se convierte el monopolio militar y fiscal en un fenómeno per-manente. A partir de ese momento, las luchas sociales ya no buscan la des-trucción del monopolio de dominación, sino la determinación de quiénes dispondrán del aparato monopólico, dónde habrán de reclutarse y cómo ha-brá que repartir las cargas y beneficios. Sólo con la constitución de este mo-nopolio permanente del poder central y de este aparato especializado de dominación, alcanzan las unidades políticas el carácter de «estados».
En torno a estos dos monopolios mencionados van cristalizando otros posteriormente, pero estos dos siguen siendo los monopolios clave. Si estos monopolios desaparecen, desaparecen todos los otros, desaparece el «Estado».
La cuestión es cómo y por qué se llega al proceso de constitución de este monopolio.
Este proceso no se da en las sociedades de los siglos ix, x y xi. A partir del siglo xi, vemos como va empezando a producirse, especialmente en los territorios hereditarios franco-occidentales. En un principio cada guerrero del país que dispone de un trozo de tierra, ejerce todas las funciones de dominación que, posteriormente, administradas con una maquinaria especializada, se convierten en monopolio de un poder central. El guerrero hace la guerra siempre que quiere conquistar tierras o defender las propias. La conquista de tierra así como las funciones de dominación, que aparecen vinculadas a su posesión, al igual que la defensa militar de la propiedad, se confían a la «iniciativa privada», para utilizar la terminología de una época posterior. Como quiera que, debido al aumento demográfico, se intensifica considerablemente la demanda de propiedades, la presión sobre la tierra y el hambre de la misma, se generaliza la lucha competitiva por conseguir nuevo espacio, una lucha competitiva que se libra con los medios de la violencia bélica y económica, a diferencia de las luchas competitivas del siglo xix, por ejemplo, que, gracias al monopolio de la violencia estatal, solamente se libra con los medios de la violencia económica.
Como dije, la autocoacción se nos enseña desde niños:
...que los adultos enseñan los modos de comportamiento adecuado a los niños parcialmente de modo automático y parcialmente de modo consciente, por medio de sus propias formas de comportamiento. Desde su primera infancia se acostumbra al individuo a observar esa contención y previsión sistemáticas que precisara para su funcion de adulto. Esta contencion, esta regulación de su comporlamiento y de su vida instintiva se le convierte en costumbre desde tan corta edad que se constituyó en él en una estación de relais de las pautas sociales, en una autovigilancia automática de los instintos en el sentido de los esquemas y modelos aceptables para cada sociedad, en una «razón», en un «super-yo» más diferenciado y más estable; y una parle de los movimientos e inclinaciones instintivos contenidos no le resultan conscientes en modo alguno.
La represión de nuestros instintos tiene consecuencias psicológicas en forma de manías, fobias y filias incontroladas, etc... ya que nos obliga a una tensión constante entre el yo consciente y el superyo inconsciente. Tenemos energías psíquicas contradictorias.
El instrumento de la represión es la vergüenza:
El sentimiento de vergüenza es una excitación específica, una especie de miedo que se manifiesta de modo automático y habitual en el individuo por razones concretas. Visto superficialmente es un miedo a la degradación social o, dicho en términos más generales, a los gestos de superioridad de los otros. Pero también es una forma de disgusto y de miedo que se produce y se manifiesta cuando el individuo que teme la supeditación no puede defenderse de este peligro mediante un ataque físico directo u otra forma de agresión. Esta indefensión frente a la superioridad de los otros, esta entrega completa a su merced no surge directamente de la amenaza que supone la superioridad física de los demás, si bien es cierto que se explica en función de las coacciones materiales, de la subordinación física del niño en relación con las personas que modelan su carácter. En el caso de los adultos, sin embargo, esta indefensión se produce por el hecho de que los seres humanos cuya superioridad se teme, se relacionan con el super-yo de la persona indefensa y atemorizada, con el aparato de autocoacción modelado en el individuo gracias a la acción de aquellos de quienes él dependía y que ejercían sobre él cierto grado de poder y de superioridad. Esto explica por qué este miedo al que llamamos «vergüenza» aparece muy atenuado a la vista de los demás: porque por muy fuerte que sea no se expresa directamente en gestos externos. La vergüenza alcanza su configuración específica en el hecho de que quien la padece está haciendo o piensa hacer algo que le obliga a incurrir en contradicción con las personas a las que se encuentra unido de una u otra forma y consigo mismo, con el sector de su conciencia mediante el que se autocontrola. El conflicto que se manifiesta en la vergüenza no es solamente un conflicto del individuo con la opinión social predominante, sino un conflicto del comportamiento del individuo con aquella parte de su yo que representa a la opinión social; es un conflicto en su espíritu; es un conflicto en el que el propio individuo se reconoce como inferior. El individuo teme perder el aprecio o la consideración de otros cuyo aprecio y consideración le importa o le ha importado. La actitud de aquellos frente al individuo se ha consolidado en su interior en una actitud que él mismo adopta de modo automático. Esto es lo que le hace encontrarse indefenso frente a los gestos de superioridad de los demás que, de algún modo, actualizan en él este automatismo.
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OTRO RESUMEN DEL LIBRO:
La obra central de Norbert Elias, "El proceso de la civilización", se fundamenta en un minucioso análisis de las transformaciones en el comportamiento humano que configuran la noción de "civilización", así como en los cambios de significado de las palabras. Elias sigue una estrategia argumentativa que rastrea la evolución de los conceptos utilizados por cada sociedad, desde el término "civilización" hasta "civilité" y luego a "courtoisie". Este enfoque le permite seguir la pista del proceso civilizatorio y del cambio real en el comportamiento que ha tenido lugar en Occidente.
El estudio detallado de las palabras, junto con el análisis de sus orígenes y cambios sociales, se revela como crucial para la sociología, como señala Efias, un discípulo de Mannheim. Elias propone una teoría de la civilización concebida como un proceso histórico con variaciones nacionales, caracterizado por un creciente control del individuo y una transformación de las formas externas de coerción en formas de autocontrol.
El extenso proceso histórico de transformar una sociedad guerrera en una sociedad cortesana, a través de la monopolización estatal de la violencia y los impuestos, implica, entre otras cosas, la disminución de la clase guerrera y la ascensión de una clase cortesana. Esta transformación, iniciada en los siglos XI y XII y culminada en los siglos XVII y XVIII, implica una evolución de los impulsos individuales hacia la contención y el autocontrol basado en el miedo a la pérdida del prestigio social. Se produce la interiorización de las coacciones sociales y la transformación de las coacciones externas en autoimposiciones.
Este cambio implica una autoconstitución del individuo, una transformación de su sistema emotivo, una contención de las emociones y un ajuste en las normas de "buenas maneras". Se desarrolla una gran capacidad de observación psicológica de sí mismo y de los demás, crucial para la posición en la jerarquía social de la sociedad cortesana. Elias describe la formación de un tipo de hombre calculador, siempre a la defensiva, represor de reacciones emotivas espontáneas y experto en la observación psicológica.
La literatura, según Elias, se convierte en la expresión de esta capacidad de observación psicológica, especialmente en la descripción de tipos humanos, extendiéndose más allá de la sociedad cortesana hasta nuestros días. Esta descripción, según Elias, supera los límites de la psicología científica al no aislar artificialmente al individuo de sus relaciones sociales, encontrando su expresión más rica en la literatura francesa heredera de la sociedad cortesana.
En el contexto de este proceso de "psicologización", Norbert Elias examina también el proceso de "racionalización" social, que implica la construcción de una racionalidad cortesana anterior a la racionalidad profesional burguesa estudiada por Max Weber hace treinta años. Elias destaca que, junto con la racionalidad profesional burguesa y capitalista formada a partir de la coerción económica moderna, han surgido y aún persisten otros tipos de racionalidad, como la racionalidad cortesana, originada en necesidades y situaciones sociales diferentes. A lo largo de la historia, en diversas cortes se ha desarrollado una forma de racionalidad no burguesa, basada en el desarrollo de la etiqueta y el ceremonial, llegando hasta los detalles más íntimos de la vida del monarca. Esta racionalidad implica un cuidadoso cálculo del ornato correspondiente a cada residencia y el autocontrol de los impulsos y afectos para mantener una conducta perfectamente calculada en las interacciones sociales, ya que el éxito personal y las oportunidades de participación en el poder dependen de estas interacciones.
En su análisis de la especificidad del proceso de civilización alemán y sus tendencias anticivilizatorias que culminan en la barbarización de la sociedad durante el nazismo, Norbert Elias destaca la existencia de dos cánones de conducta en la mayoría de los Estados nacionales, configurando el equilibrio internacional de poder en los siglos XIX y XX. Estos cánones presentan exigencias contradictorias a los individuos: un canon moral igualitario, procedente de los sectores ascendentes del "tiers état", centrado en el valor del individuo humano, y un canon nacionalista no igualitario, derivado del canon maquiavélico de los príncipes y grupos aristocráticos dominantes, que valora más a la colectividad, el Estado, la patria o la nación a la que el individuo pertenece.
Este doble canon de conducta ha evolucionado de manera dispar en diferentes países durante los últimos dos siglos. El caso de Alemania es especialmente trágico, ya que la persistencia del canon guerrero-aristocrático y nacionalista a menudo ha llevado al fracaso del canon ilustrado y burgués, incluso en momentos en los que este último se formuló con mayor claridad y radicalidad. La burguesía alemana, después de la formación del Segundo Reich, asimiló el ethos guerrero y el canon de conducta nacionalista, transformando la autonomía de la conciencia en heteronomía y dependencia de la autoridad estatal. Las tendencias democratizadoras fueron suprimidas en favor de la búsqueda del hombre fuerte, en consonancia con la larga tradición alemana que desde Lutero liberaba al individuo de las decisiones políticas para ponerlas en manos de la autoridad.
Esta reformulación autoritaria del imperativo categórico, que Kant propuso como un principio moral universal, se hizo realidad en la Alemania nazi. Norbert Elias cita a Hans Frank, alto funcionario y gobernador general de la Polonia ocupada, quien expresó que el imperativo categórico en el Tercer Reich consistía en "actuar de tal manera que el Führer apruebe tu conducta en caso de que tenga conocimiento de ella". Esta distorsión extrema de las palabras y del espíritu de Kant refleja la inversión histórica en la que, según Elias, la burguesía alemana se asimiló al ethos guerrero del código aristocrático del honor, influyendo de manera determinante en el curso histórico y la tragedia durante la era del nazismo.