La tesis del libro es que el capitalismo neoliberal precariza a los trabajadores culturales. Los argumentos que aporta la autora son:
Hemos asumido el dualismo materia vs espíritu y parece de mal gusto que cualquier actividad que tenga que ver con el espíritu reclame remuneración económica.
Paralelamente, el capitalismo neoliberal nos ha impuesto la ideología del entusiasmo. Cuando nos presentamos o realizamos un trabajo tenemos que mostrarnos entusiasmados con él. Nadie contrata a los tristes. Esto encubre el problema de la precarización.
Aunque también afecta a hombres, la precarización de los trabajadores culturales es fenómeno esecialmente femenino, ya que son trabajos realizados tradicionalmente por mujeres.
Los trabajadores culturales precarios pierden sus vidas pensando en su futuro cuando encuentren un trabajo mejor. Van aplazando las cosas para ese futuro que nunca llega.
El estado por momentos parece tener conciencia y ofrece contratos a los trabajadores culturales, pero son siempre contratos muy precarios y además altamente burocratizados.
En la lógica del capitalismo neoliberal todo tiene que ser objetivable. Esto se combina con la sociedad red. La consecuencia es que los trabajadores culturales tienen que estar continuamente produciendo y publicando en una red donde, debido a su saturación, todo es efímero. Esto es exactamente lo opuesto al conocimiento y a la creación artística, que requiere tiempo para la reflexión.
El sistema cultural ha creado una serie de requisitos formales y temáticos que cohartan cualquier expresión del saber. Si una producción no se ajusta por su temática o por su formato a las convenciones académicas, es automáticamente rechazada. Estas convenciones sirven para que el sistema cultural se autojustique y provoca que sea logocéntrico.
Internet, lejos de ser el espacio de libertad de expresión que esperaba la autora, es tremendamente conservador. En internet hay una cantidad casi infinita de información. La relación que tienen las personas con ella es efímera, apenas se detienen en ella. Solo es superficial, en el mejor de los casos, una lectura superficial, la mayoría de las veces apenas nos detenemos unos instantes en el titular. El verdadero saber y la verdadera expresión artística requiere esfuerzo porque cambia nuestros esquemas mentales. Por consiguiente, apenas si tiene cabida en el modelo de relación en la sociedad red. Internet se convierte así en un espacio conservador, donde solo consumimos aquello que nos reafirma en lo que ya sabemos porque eso no requiere esfuerzo.
El sistema cultural parcela el saber en categorías, la mayoría de ellas heredadas del pasado. Los trabajos deben encajar dentro de esas categorías. En caso de no hacerlo, es rechazado. Además, la expresión del saber es, por definición, libre, no puede ser encorsetado.
La fantasía de las series, los libros, los videojuegos, etc... sirven para ayudar a las trabajadoras precarias a sobrellevar sus vidas. Les dan una dimensión real para poder soportar la incertidumbre y la precariedad.
El miedo al delito hace que lo que las trabajadoras precarias publiquen en la red siempre sea lo normativo.
La lógica de la objetivación por medio de la estadísitica provoca que lo importante no es que un trabajo sea bueno, sino que sea muy citado.
Vidas conectadas a internet donde vivimos un sucedáneo.
Enclaustrados, permanentemente conectados, con falta de ejercicio físico y sin relaciones reales, físicas, con otras personas.
En las redes sociales subimos fotos de nuestros cuerpos retocados sobre el patrón del canon. Luego sufrimos porque no tenemos el cuerpo que vemos que tienen los demás en las redes sociales, donde no nos reflejamos como somos, sino como nos gustaría ser.
Internet podría ser un espacio de libertad sexual. Sin embargo, el deseo en nuestras habitaciones solitarias conectados a internet, se limita al deseo visual.
El capitalismo redirige este deseo en función de lo que se puede y quiere vender. Un deseo masculinizado y centrado exclusivamente en lo visual.
La formación, gracias a internet, se abre más allá de las instituciones académicas. Lo mismo sucede con la creación. Ya no necesitamos el filtro de las editoriales o del poder de la institución para difundirlas. Pero, al mismo tiempo, en la red y la televisión se venden unos estereotipos del creador y la creación que afecta negativamente a las personas con inquietudes artísticas o intelectuales. Debido a la instanteidad y al poco tiempo en el que nos detenemos en lo que vemos en la red, solo tenemos acceso a los estereotipos que se nos venden desde el poder. A pesar de que todo parece haber mudado, este poder sigue siendo ostensiblemente masculinizado.
Internet parece un saber libre y casi infinito, pero realmente está orientado, tendencializado. Las búsquedas nos son meditatizadas por el poder.
El trabajo cultural no remunerado no significa lo mismo para un pobre que para un rico. Para un rico es prestigio, para un pobre es frustración.
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