Desde que a aquella ministra socialista se le ocurrió lo de no poder fumar en espacios públicos cerrados, he visto un paralelismo entre las brujas medievales y renacentistas y los fumadores. Ambos son fenómenos peligrosos, que no encajan en el sistema de valores de su cultura. Las brujas desafiaban el sistema moral basado en la religión adorando al diablo. Por tanto, habían de ser perseguidas, torturadas y quemadas vivas. Es lo esperable con todo aquellos fenómenos sociales considerados peligrosos. Como dice Mary Douglas en Pureza y Peligro, aquellos fenómenos que son culturalmente contradictorios o ambiguos son automáticamente rechazados. A medida que los seres humanos vamos creciendo y va pasando el tiempo, acumulamos gran cantidad de sugestiones atendiendo a los criterios que acabamos de señalar. De este modo vamos confirmando nuestros esquemas mentales -todo lo que no encaja es rechazado- y así, poco a poco, vamos construyendo prejuicios conservadores. Estos prejuicios nos infunden confianza y, cuando nos topamos con estímulos que no encajan en ellos, normalmente nos provocan sensaciones desagradables. Los individuos poseemos la facultad de cambiar o revisar nuestros esquemas mentales. Esta revisión es relativamente fácil a nivel individual, pero, según Mary Douglas, es mucho más complejo cuando se trata de cuestiones culturales, ya que cambiar de cultura es mucho más difícil que cambiar de opinión. Como es de suponer, cualquier cultura se enfrenta con cierto número de anomalías que no encajan bien dentro del sistema o esquema cultural común. Hay varias formas de enfrentarse a las anomalías. Generalmente las culturas tratan de modificar o adaptar esas anomalías para encajarlas dentro del sistema. Pero no siempre es posible. En esos casos, se consideran peligrosas y son perseguidas. Tal fue el caso de las brujas. En tanto que peligrosas, fueron perseguidas y quemadas en el fuego purificador de la hogueras de la Inquisición.
Salvando las distancias -en Occidente los castigos no son tan agresivos para el cuerpo- los fumadores padecen algo parecido. Son personas que insisten en una actividad que provoca enfermedades respiratorias y coronarias y que multiplica el riesgo de una muerte prematura. Todo un desafío al sistema de valores de nuestra sociedad actual, donde la salud se ha erigido en valor moral. (Si quieres saber más sobre la identificación de salud y moral puedes consultar este post: Droga II: Salud, estigma y persecución). De ahí que a los fumadores se les aparte de los lugares públicos, se les oculte a los ojos de los niños -no se puede fumar a menos de quinientos metros de un colegio-, haya quien defienda que no se les atienda en la Seguridad Social, etc...