Lo primero que debemos dejar claro a la hora de hacer esta breve aproximación antropológica a la droga es dejar claro qué se entiende por tal. Según la RAE, en su segunda acepción, droga es "Sustancia o preparado medicamentoso de efecto estimulante, deprimente, narcótico o alucinógeno", es decir, que la droga es algo que se consume y que altera el estado de ánimo, la percepción o ambas cosas.
Visto así, la categorización de una sustancia o un preparado como droga es bastante fácil. La cocaína es una droga porque, consumida, provoca un efecto euforizante en el consumidor; el alcohol, consumido en grandes cantidades, es un droga porque provoca embotamiento, un primer efecto de ligera de euforia, cierta sensación de relajación, etc...; la heroína también es una droga que causa relajación y felicidad extrema; y el LSD es otra droga porque provoca alucinaciones visuales y auditivas.
El problema surge cuando tratamos de trazar una frontera entre lo que es un estado de ánimo o de percepción alterados y lo que no. Departiendo sobre este tema con mis alumnos, uno me dijo que él, con las carreras de galgos, experimentaba un subidón tremendo y que sentía tal excitación y euforia que parecía que el corazón se le salía por la boca. La respuesta fue fácil.
El problema surge cuando tratamos de trazar una frontera entre lo que es un estado de ánimo o de percepción alterados y lo que no. Departiendo sobre este tema con mis alumnos, uno me dijo que él, con las carreras de galgos, experimentaba un subidón tremendo y que sentía tal excitación y euforia que parecía que el corazón se le salía por la boca. La respuesta fue fácil.
- Tú no te drogas con las carreras de galgos porque no tomas ninguna sustancia ni preparado. Si te peleases en la calle también sufrirías un subidón de adrenalina tremendo y eso no es drogarse. Para drogarse hay que ingerir, fumar, esnifar o inyectarse algo. Tiene que tener un componente físico.
Entonces otro dijo:
- ¿Y el café? Porque el café pone nervioso.
- En un sentido lato, el café sería una droga.
Hubo un murmullo entre la audiencia.
- ¿Y el tabaco?
- Yo fui fumador durante veinticinco años y nunca tuve la sensación de que los cigarrillos estuviesen alterando mi estado de ánimo, pero es cierto que, en determinadas situaciones, el tabaco es relajante.
- Pero el chocolate también. Yo cuando estoy triste y como chocolate me siento mejor.
Eso también era cierto. Pero no creo que podamos considerar al chocolate una droga. Al menos desde un punto de vista social. No imagino centros de rehabilitación para adictos al chocolate. Seguir dándole vueltas a la frontera entre lo que es droga y lo que no puede prolongarse durante cientos de años sin conseguir encontrar el punto en el que algo deja de ser una sustancia normal para convertirse en una droga. Así que creo que, para poder empezar a operar con este concepto, podemos definir droga atendiendo a dos criterios:
a) Tiene que alterar SIGNIFICATIVAMENTE el estado de ánimo o la percepción.
b) La sociedad en su conjunto tiene que reconocer esa sustancia o preparado como una droga.
Así las cosas, la cocaína, la heroína, el alcohol o el LSD seguían siendo drogas y el tabaco, el café y el chocolate no.
Esto no es un drogadicto. |
Una vez establecido qué entendemos por droga, nos encontramos con que la Naturaleza da infinitud de sustancias que podrían provocar a los seres humanos tales efectos. No hace falta viajar a Colombia o Afganistán para encontrarlas. Una planta tan común como el laurel era usado como droga psicoactiva por las tribus prerromanas que habitaban el territorio de lo que ahora es Galicia. Con esto, evidentemente, no le estoy dando ninguna idea a un adolescente gamberrete, sino que estoy señalando que hay muchísimas sustancias que pueden ser usadas como droga y que cada cultura conoce y usa las suyas. Hace muchos años los habitantes del monte Paralaia, en Moaña, categorizaban el laurel como droga y la usaban como tal. Nosotros hoy en día no consideramos al laurel una droga y, en consecuencia, no lo usamos para colocarnos, sino simplemente para mejorar el gusto de las comidas.
Aunque parezca increíble, uno puede colocarse con esto. |
Una vez una sociedad categoriza una sustancia como droga, hace un uso de ella, es decir, le asigna una función. Estas funciones pueden ser de lo más variadas. Pueden ir desde la púramente lúdica, a una religiosa. Así por ejemplo:
a) En su libro Shooting Up , el historiador polaco Lukasz Kamienski demuestra cómo las drogas han sido usadas por infinitud de culturas para potenciar las capacidades de combate de los soldados. Los berserkers vikingos tomaban setas alucinógenas para provocarse un estado de frenesí; los guerreros incas incrementaban su resistencia mascando hojas de coca; los soldados de la Guerra de Secesión estadounidense eran adictos a la morfina; y hasta los nazis de la Wehrmacht tomaban speed.
b) En nuestra cultura la función medicinal de la droga está tan extendida que la primera acepción de la RAE de esta palabra hace alusión a esta función: "Sustancia mineral, vegetal o animal, que se emplea en la medicina, en la industria o en las bellas artes". Así, a los enfermos se les puede administrar morfina para paliar su dolor o dar barbitúricos o ansiolíticos para mitigar los síntomas del estrés o la depresión.
Hasta finales del siglo XIX la cocaína se utilizaba con fines medicinales. No solo el primer Freud se la recetaba a sus pacientes, sino que era muy corriente encontrarla en preparados para combatir catarros, problemas de garganta, insomnio, bronquitis, e incluso en pastillas que se le daban a los niños para la rinitis alérgica o la fiebre del heno.
En Perú y Bolivia los nativos mascaban hoja de coca para soportar la presión de la altura.
c) Emborracharse para divertirse ha sido el uso más extendido del alcohol. Y esta no es la única droga que utilizamos con función lúdica. Consumir, por ejemplo, drogas de diseño los fines de semana para ir a la discoteca es darle una función lúdica a la droga.
d) En las sociedades chamánicas las drogas tienen una función religiosa, al considerarlas un puente al más allá. Estos pueblos creen que existen dos mundos, este mundo material en el que habitan los vivos, y un más allá, poblado por seres mágicos, sobrenaturales y los muertos. La frontera entre los dos mundos es permeable, de modo que los seres que los habitan pueden cruzar de uno a otro. La droga es una ayuda, una suerte de puente. Tal es es caso de los jíbaros, que consumen ayahuasca para visitar a sus parientes lejanos. Toman ayahuasca y ven y hablan con sus seres queridos que se han ido al más allá.
Michel Perrin describe dos casos interesantísimos que combinan la función religiosa y la medicinal de la droga:
Los Guajiros son pobladores de una península semi-desértica del extremo norte de Suramérica, en Venezuela y Colombia. Para ellos, los fenómenos naturales como la lluvia, la repartición de las presasde caza y de las plantas, y también las enfermedades y demás desgracias que acechan a los hombres, son supuestamente regidos por seres llamados pülasü (Perrin, 1976 y 1992). Existen también en la sociedad guajira individuos considerados capaces de comunicarse con ellos para conseguir la curación de enfermedades, la caída de la lluvia o la vuelta de los animales para la caza: se trata de los shamanes. Para comunicarse con ellos, para volverse ellos mismos pülasü, los shamanes guajiros deben ingerir una sustancia también considerada como pülasü, es decir una droga. En este caso particular, es el jugo de tabaco mascado, consumido en altas dosis (Nicotiana tabacum o N. rústica; alcaloide: nicotina). Primero, en el futuro shaman se acumulan, en un lento proceso, “síntomas” significativos -sueños terapéuticos, fobias alimentarias, enfermedades repetidas...-, considerados como otras señales de una comunicación privilegiada con el mundo-otro, y por consiguiente de una vocación shamánica (Perrin, 1987). Pero esta comunicación no está bajo control. Surge luego un desmayo, la “casi muerte” como dicen los guajiros. Es un “revestimiento”, con la condición que esté confirmado mediante “la prueba por el tabaco”. Las reacciones que provoca deciden “objetivamente” el acceso al shamanismo. Si el aprendiz aguanta la alta dosis de jugo de tabaco que la shamana llamada en emergencia le obliga a tragar, si este líquido le hace renacer muy rápidamente de su desmayo significativo, se volverá un shaman; si vomita, se le declara incapaz. Una reacción positiva al tabaco significa el acceso a una nueva “especie”. La persona se “abrió”, dicen, al mundo-otro; sus “malas enfermedades se convirtieron en sus espíritus auxiliares”. Mas luego, en cada curación, es tomando el jugo de tabaco que se abrirá a voluntad, que se comunicará con sus auxiliares. Una shamana me decía así en 1979:
“La shamana se abre por todo su cuerpo a causa del yüi, del jugo de tabaco (...) Entonces, su voz sale de su vientre, canta, sus espíritus llegan y le hablan... Porque el tabaco es pülasü, tiene poderes (...) Cuando la shamana termina el jugo de tabaco, cuando abre de nuevo los ojos, su canto se vuelve tímido, inseguro y se detiene...”
Y en cada curación, es con su soplo cargado de jugo de tabaco que el shaman tratará los males, haciendo volver las almas o expulsando del cuerpo los elementos patógenos. El tabaco constituye entonces para los Guajiros a la vez un vehículo y una señal: permite alcanzar el mundo-otro y es el emblema del shamanismo.
Guajiro |
La droga de los Huicholes que viven en la Sierra Alta al Noroeste de Guadalajara, en México, es el famoso cactus peyote, el jikuri (Lophophora Williamsii), cuyo alcaloide más activo es la mescalina (Benzi 1972; Furst, 1972). El Huichol que se siente con vocación shamánica deberá consumirlo hasta tener sueños o visiones apropiados que sólo esta planta suscitaría. Una vez que es shaman, utiliza luego el peyote como un producto “sagrado” (ma’ibe) que le revela diagnósticos, le ayuda a liberar las almas prisioneras, a curar las lesiones, etc. Puede también intentar, mediante absorción masiva, alcanzar un nivel shamánico superior, es decir una mejor capacidad para vivir la mitología, para encontrarse con más seres del mundo-otro. Los huicholes acuden también a otra droga, el Kieri (Solandra brevicalix o Datura metiloides, de la familia de las solanáceas), con efectos al parecer tremendos y que, asociados a la vez a la brujería shamánica y a la inspiración creadora, “hace sistema” con el peyote: kieri y jikuri tienen, en sus funciones, sus usos y sus mitos, posiciones opuestas, complementarias o incompatibles. Las sociedades justifican el poder de estas plantas vinculándolas a su concepto del mundo, a su simbólica y a su mitología. Les otorgan así un significado de la más alta importancia. En la simbólica guajiro, el tabaco se asocia al jaguar original que, en un combate épico, se enfrenta con Maleiwa, el Héroe cultural (Perrin, 1976: 108-11). Consumir el tabaco es entonces incorporar un producto que significa el todo-poder de la naturaleza, representado por el jaguar. Cuando el shaman le“come en su barriga”, puede no sólo comunicarse con el mundo-otro sino también pelear en plan de igualdad con él. Todo ocurre como si la potencia “sagrada” (pülasü, dicen los Guajiros) del tabaco, asociada al jaguar, tuviera que neutralizar los seres patógenos del mundo-otro (Perrin, 1992). Para los Huicholes, el peyote es un “dios”. Elaboraron un sistema ternario en el cual el peyote, el ciervo y el maíz ocupan los tres polos. Consumiendo la droga, el shaman huichol debe alcanzar un estado tal en el que se confunden o superponen sin cesar las imágenes del maíz, del peyote y del venado, cada uno puede ocupar simbólicamente el sitio de los demás y también, se dice, aparecer realmente bajo la forma de los demás en el transcurso de una experiencia alucinógena permitiendo alcanzar un estado de fusión que la mitología asocia al poder de los orígenes. Así me lo describía un shaman en octubre de 1989:
"Cuando estamos embriagados del peyote, vemos el pequeño venado, un momento es hombre, un momento mujer, un instante después será peyote. Al momento siguiente será maíz, hombre un instante, mujer por otro instante... Luego peyote, luego lluvia y nube, venado otra vez..."
Así se dice que “se caza el peyote”, como un venado, en una tierra llamada Wirikuta, lugar a la vez mítico y real, ubicado a unos quinientos kilómetros del territorio indígena, donde se recoge lo necesario para un año. Allá se consume hasta lograr la sensación de haber franqueado la frontera entreeste mundo y el mundo-otro, hasta experimentar la mitología, hasta encontrar a Kauyumari, el venado que asume el papel de espíritu auxiliar y cuyos favores se comparten o se disputan los shamanes. Este encuentro es el primer nivel a alcanzar para ser shaman. En este lugar de los orígenes, el huichol, gracias al peyote, actualiza la mitología, experimenta las analogías entre las modificaciones de sus afectos, de sus percepciones sensoriales, y el concepto del mundo y de sus orígenes que le impone su sociedad.
En: "Enfoque antropológico sobre las drogas", MICHEL PERRIN: Revista Takiwasi Nº 1: Usos y Abusos de Sustancias Psicoactivas y Estados de Conciencia Takiwasi, Perú, Año I, Diciembre 1992 pp. 31-51.
Llegados a este punto me gustaría hacer un inciso para dejar claro un par de aspectos del consumo de drogas alucinógenas en nuestra sociedad. Ahora ya soy mayor, pero cuando era joven era bastante frecuente escuchar a jóvenes que habían leído por encima a Castaneda y querían darle un toque místico al consumo de drogas decir que las drogas abren la percepción, que ayudaban a encontrarse a uno mismo, bla, bla, bla... y como prueba de ello citaban a las sociedades chamánicas. La comparación no aguanta el más mínimo rigor. Estos pseudohippies místicos de la droga estaban utilizando estas sustancias fuera de contexto. En las sociedades tradicionales que citaban como ejemplo para justificar su discurso outsidder prodroga, los iniciandos y los chamanes eran preparados durante largos periodos de tiempo, lo que sugestionaba sus cerebros para ver exactamente lo que iban a ver y sentir exactamente lo que iban a sentir. Además, los consumidores de drogas chamánicas creían fielmente que existía otro mundo mágico poblado por seres mágicos, sus tótems, sus antepasados y demás seres sobrenaturales. Así las cosas, el resultado del consumo de esas drogas psicotrópicas era socialmente controlado. Dice Lévi-Strauss en “Les champignons dans la culture" al respecto:
Los alucinógenos no encierran un mensaje natural cuya noción misma es contradictoria; son arrancadores y amplificadores de un discurso latente que cada cultura tiene guardado y cuya elaboración permiten y facilitan las drogas...
Nada más alejado de un chaval de veinte años que se come unos tripis o unas setas para pillarse un colocón con los colegas. Si un joven de aquí toma alucinógenos, no está preparado ni cree que vaya a ver ese otro mundo, porque no tiene fe en él. Se lo puede pasar de puta madre o tener un mal viaje, pero, sea como sea, no sufrirá una gran transformación mística. A mí que una persona consuma o deje de consumir drogas me da exactamente igual. Es un decisión personal. Pero creo que, si intenta justificarse apelando a la comparación antropológica, debe hacerlo adecuadamente. No hay nada peor la que la ignorancia. Nuestra sociedad actual no hace un uso sagrado de las drogas porque somos una cultura laica. No tenemos un más allá al que viajar.
Muy interesante. Cuando estuve en Perú de vacaciones me hinché a tomar hojas de coca en todo tipo de formatos (el peor, el de mascar las hojas, saben fatal) y me fueron muy útiles, casi no noté el mal de altura. Al final cualquier estímulo cristaliza de una forma u otra según sea la cultura y época que toque. He visto hace poco un documental sobre Santa Teresa y sus famosos éxtasis eran una mezcla de fe, misticismo, epilepsia y puede que hasta disociación.
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