miércoles, 29 de noviembre de 2017

Antropología de la droga VI: Alcohol



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     Entre nosotros, la droga, salvo el alcohol, es una extranjera. No es que no conozcamos otras drogas o que no las usemos, pero realmente no están generalizadas. La única droga que ha consumido prácticamente todo el mundo es el alcohol. En ese sentido, el alcohol es nuestra droga por antonomasia. Y, como tal, está muy pautada, sujeta a numerosas convenciones de uso. 

     Usamos el alcohol en rituales religiosos, concretamente durante la eucaristía, aunque aquí no podemos hablar propiamente de el alcohol como droga, porque no la consumimos de modo que altere nuestra percepción o nuestro estado de ánimo. Y desde luego no es una ayuda para que el creyente viaje al más allá, como era el caso de los guajiros. Para nosotros solo es un símbolo, una metáfora de la sangre que se supone que derramó Jesucristo por todos los hombres. 


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    Tampoco podemos hablar del alcohol como droga cuando la consumimos a modo de alimento. Hasta hace relativamente poco, el vino y la cerveza era alimentos. De hecho, creo recordar un pasaje de Secuestrado, la novela de Stevenson, en el que protagonista que huye de unos malvados, es ayudado por unos campesinos o algo así. Para en su casa para descansar, no sé si cambiar de caballo, y le dan un cazo de cerveza caliente para que recobre fuerzas y entre en calor. Como si fuese una sopa.
   
    Hoy en día no bebemos alcohol por su aporte calórico. Al menos en España. En todo caso lo tomamos como complemento de las comidas. Normalmente no nos emborrachamos, sino que lo valoramos por su sabor. En este sentido tendríamos que hablar de un uso a caballo entre el hedonismo y la alimentación, pero en ningún caso como droga. 


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    Para usar el alcohol como una droga hay que emborracharse. Ya hemos comentado en posts anteriores que a nuestra cultura todo lo que sea uso lúdico de sustancias estupefacientes no le gusta porque no encaja dentro de nuestro sistema de hiperracionalizado donde la salud se ha elevado a valor moral. Sin embargo, dados el extendísimo consumo del alcohol con otras funciones y la larguísima tradición que tiene en la cultura occidental, permitimos, en cierta manera, que la gente se emborrache sin perseguirlos legalmente o condenarlos al ostracismo. Eso sí, de modo muy pautado. 

    En primer lugar, hay que colocarse de forma moderada. "Cogerse un puntillo" no se ve demasiado mal. Estar completamente trompa no es adecuado. Un puntillo pasa. 

    En segundo lugar, el consumo de alcohol está muy constreñido por los tiempos. Beber por la mañana no está bien visto. Ni siquiera hace cincuenta años, cuando la gente empinaba el codo mucho más que ahora. Hasta el gran Humphrey Bogart rechaza algún que otro trago aduciendo que es demasiado pronto para él. Hay que beber pasado el mediodía, salvo que se trate de una fiesta patronal o algo similar, que invite al pueblo entero al festejo. 


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Beber aquí no está mal visto.

     La constricción horaria me lleva a la relación del consumo de alcohol y el desempeño de otras actividades. Probablemente no vemos bien beber por la mañana porque la mañana es el momento del trabajo y hay pocos trabajos que puedan desempeñarse adecuadamente estando colocado. Y probablemente esa sea la razón por la cual no se ve mal emborracharse un poco en la fiesta local, aunque sea de mañana, ya que se supone que es un día festivo, en que no trabaja ningún miembro de la comunidad. 

    Algo similar sucede con emborracharse entre semana. Por salir el fin de semana y cogerse un pedo en la discoteca no está demasiado mal visto. Otra cosa es hacerlo un Martes o un Miércoles, cuando se supone que uno está sujeto a las obligaciones laborales. 

   Y lo mismo pasa en las fiestas, como fin de año, un cumpleños, si tu equipo gana la liga, etc... Se supone que son fechas señaladas en las que no se trabaja, de modo que podemos emborracharnos un poquito. 



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    Existe una relación directa entre trabajo y hedonismo en lo que consumo de alcohol se refiere. Como comenté en un post anterior (aquí), vivimos en una sociedad hedonista. Aquellos momentos en los que no trabajamos se supone que son para nosotros, para hacer aquello que nos venga en gana. En cualquier otra cultura el tiempo de ocio podría ser empleado de infinitas formas distintas, pero aquí se supone que tenemos que ser disfrutar y gozar. Dado que emborracharse un poquito es placentero, la relación entre ocio, fiestas y alcohol es evidente. 

     El alcohol también está muy pautado en lo que referente a la edad de los consumidores. Antes eran dieciséis años, ahora dieciocho. Sea como sea, prohibimos a niños y jóvenes su consumo. Los dieciséis o  los dieciocho no son más que cifras simbólicas con las que identificamos la mayoría de edad. Llamamos menores de edad a niños y adolescentes porque consideramos que aún no han adquirido los conocimientos y capacidades necesarios para enfrentarse a la vida. Esto se concreta, entre otras cosas, en que les hurtamos la capacidad de tomar decisiones. Un niño o un adolescente no puede decidir qué hacer con su vida. Para todo tiene que pedirle permiso a los adultos, normalmente sus padres. Dado que consideramos la droga como algo peligroso porque atenta contra nuestro sistema de valores, no permitimos que niños y adolescentes, esos seres que aún no tienen las habilidades necesarias para ser un ser humano responsable de todo derecho, lo consuman. No están preparados para enfrentarse con éxito al peligro. 

     A pesar de lo dicho, los adolescentes sí consumen alcohol. Me lo han dicho. Se emborrachan los fines de semana. Se me ocurren varias razones:

    a) La primera es que la adolescencia es ese periodo de la vida en la que uno se busca a sí mismo. Eso pasa por negar a los padres y, por extensión, todo lo que tiene que ver con el mundo adulto. Su sistema de valores no iba a ser una excepción, de ahí lo que conocemos como rebeldía adolescente. Emborracharse no es más que una manifestación más de la normalidad de la edad del pavo. 


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Adolescentes consumiendo industria de la rebeldía.


   b) El capitalismo necesita hacer negocio de todo. Los adolescentes son un excelente mercado, porque consumen sin el más mínimo espíritu crítico, de ahí que los adultos hayamos desarrollado toda una industria de la rebeldía, va desde la MTV a las discotecas. Compran alcohol, gastan su dinerito para que la imparable rueda de la sociedad de consumo siga su curso.  

    c) Para ellos emborracharse, además tiene una función social-sentimental. Les ayuda a desinhibirse y ligar en el mercado de carne de la noche.
       
    Finalmente, hay que señalar que las constricciones sociales al consumo de alcohol también afecta los sexos. Afortunadamente esto está cambiando, pero no era igual ver a una mujer borracha que a un hombre borracho. No se veía mal que el hombre fuese al bar a mazarse como un buey, pero, si lo hacía ella, era una perdida. Coherente dentro de la lógica de una sociedad machista en la que se trataba a las mujeres como niños grandes. No estaban, por tanto, preparadas para enfrentarse a los peligros del consumo de alcohol. Pero, como digo, afortunadamente esto está cambiando. Aún queda mucho camino por recorrer, pero insisto en que está cambiando. 


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