viernes, 10 de noviembre de 2017

Franco Berardi: Héroes. Asesinato masivo y suicidio.

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    En Héroes. Asesinato masivo y suicidio Franco Berardi utiliza los asesinos de masas como síntomas para explicar la sociedad enferma que surge como consecuencia del capitalismo moderno. 

    En primer lugar, antes de la revolución de las nuevas tecnologías, las personas normales no podían llegar al gran público, hacerse visibles y famosas. Sin embargo, gracias a youtube, instragram, etc... cualquiera puede hacerse famoso, aunque solo sea durante un día. En este punto Berardi cita a Debord y la sociedad del espectáculo. El capitalismo convierte todo en algo falso, de cartón piedra. Nada es real,  todo es espectáculo. Berardi no habla del concepto de tiempo en Debord, pero creo que este párrafo que escribí a propósito del tiempo en Debord explica bastante bien esta idea de la sociedad del espectáculo:

    Los pueblos primitivos tenían una concepción de la vida y el tiempo como algo cíclico. Las estaciones se repetían una tras otra inexorablemente. Las cosas apenas cambiaban porque todo tendía a regresar. Sin embargo, el capitalismo impuso una noción del tiempo y de la vida como avance continuo, un discurrir hacia delante como si hubiese un fin último que alcanzar. Sin embargo, bajo esta nueva noción del tiempo, subyace la vieja visión, pero ahora convertida en espectáculo, es decir, sin ser realmente verdadera. Nuestro tiempo se organiza en semanas y años, como lo hacían las sociedades primitivas. Sin embargo, en las sociedades primitivas las festividades de lo cíclico tenían un significado. Generalmente, las fiestas de la cosecha o de la primavera tenían lugar en relación al comienzo o a la recolección de los bienes del trabajo. Estos bienes y el propio trabajo pertenecían a los individuos. Sin embargo, en el capitalismo, ni bienes ni trabajo pertenecen al individuo. Trabajamos para otro que recoge los bienes para sí mismo y sólo nos da un porcentaje despreciable de los beneficios. Las fiestas, es decir, los días de ocio, en la sociedad moderna no son más que espectáculo, una representación de una fiesta, no una fiesta real. Las fiestas actuales sólo sirven para marcar en el calendario el día o los días en los que descansamos, pero el trabajo no se acaba como se acababa en las sociedades primitivas con la cosecha. El lunes o el uno de Septiembre volvemos al trabajo para retomarlo exactamente donde lo habíamos dejado. La fiesta no supone el fin de un ciclo ni un cambio de estado. Ese tiempo abstracto de la producción sigue adelante sin detenerse nunca. 

    Lo mismo sucede con la fama en internet. Es falsa. Realmente no conocemos a las personas por haber hecho algo grande, sino simplemente por su presencia en internet o en los mass media. Además, es una fama efímera. 

    Paralelamente, y probablemente provocado por esta facilidad para aparecer en los medios, los individuos en nuestra sociedad capitalista vivimos obsesionados con salir del anonimato. De ahí personajes como esos asesinos que matan solo con intención de salir en los medios y hacerse famosos, aunque solo sea por ser bestias inmundas. 


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Franco Berardi.
    En segundo lugar, la vida por culpa de la red deja de ser real. La metáfora es el mapa y el paisaje. Antes el paisaje determinaba el mapa, ahora, con la realidad virtual, el mapa no pinta nada -estas ideas están en estrecha relación con ese concepto de postverdad tan de moda hoy en día-  ¿qué es real?

    En tercer lugar, el mundo virtual implica la virtualización del otro. Se le deshumaniza. Se pone al mismo nivel a personas que a personajes de videojuego. De este modo, resulta increíblemente fácil matar. Internet y los mass media convierten a sus consumidores en psicópatas, incapaces de sentir empatía por otros seres humanos porque los ha distanciado, los ha deshumanizado. Así, una matanza en un instituto de EEUU puede ser percibida como un video del estilo de Call of Duty

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   En cuarto lugar, somos gente sin futuro, con vidas miserables. Los jóvenes se tienen que endeudar para poder estudiar, comprar una casa, etc... Esta deuda sirve como chantaje para que no se rebelen, para que pasen por el aro el resto de su vida. Berardi pone esto en relación con el neoliberalismo salvaje que desmontó el estado del bienestar, que aseguraba a las personas una vida digna y a los jóvenes un futuro. 

    En quinto lugar, en el mundo capitalista, con su moral individualista y su mundo virtual de internet se crean seres sociales aislados, solitarios y sin arraigo cultural ni emocional. 

      En sexto lugar, en el capitalismo moderno la violencia  está ritualizada, como el película La purga. Durante el barroco, cuando se cometía un crimen, se hacía a escondidas. Ahora se hace en público y se alardea de ello. Goldman Sacks y todos los capitalistas roban y estafan de forma institucionalizada por encima de los estados. Lo hacen a la luz e incluso hacen ostentación de ello. El crimen se hace público. Los psicokillers siguen el mismo patrón de comportamiento. 
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  En séptimo lugar, la idelogía neoconservadora  ve en el islam y el relativismo y la liberación de la mujer un peligro. El Tea Party o los neoliberales europeos piensan eso. Se bombardea a la población con propaganda en este sentido y y luego surgen pirados como Breivik, el asesino noruego  que mató a decenas de personas pertenecientes a las juventudes socialistas. 

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Breivik durante su juicio.


    Y ya para terminar, rescato lo que dice a propósito de la identidad y de la sociedad de la paradoja de la desinformación en la sociedad con mayor facilidad para acceder a la información.

    A propósito de la identidad: 


El capitalismo financiero se basa en un proceso de desterritorialización continua que está atemorizando a los que se ven incapaces de afrontar la precariedad de la vida diaria y la violencia del mercado de trabajo. Este miedo a su vez provoca la reterritorialización agresiva de los que se aferran a alguna forma de identidad o de pertenencia como única ilusión de refugio y protección. Pero la pertenencia es una proyección engañosa de la mente, una sensación de disimulo, una trampa. La pertenencia no puede demostrarse de forma concluyente sino a través de un acto de agresión contra el otro. El efecto de la combinación entre la desterritorialización en el ámbito del capitalismo financiero y la reterritorialización en el terreno de la identidad está conduciendo a un estado de guerra permanente.
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la Unión Europea ha sido un proyecto político de paz a nivel continental. La guerra entre Francia y Alemania marcó la historia de la modernidad europea desde el inicio del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial. No solo fue una guerra entre Estados-nación, sino también un conflicto cultural: la Ilustración contra el Romanticismo, la razón universal contra la identidad cultural. Superar esta oposición, que se encuentra en el corazón de la modernidad, ha constituido la tarea política y la misión histórica de la Unión Europea. Aquí reside la grandeza del concepto de Europa, un proyecto que todavía hoy parece ser el único capaz de interpretar las posibilidades actuales de la maquinaria pos-territorial de internet.
Pero dicho proyecto fue marginado y traicionado cuando la clase dirigente europea optó por la vía rápida de la unión monetaria y financiera, y transformó el proyecto político y cultural descrito por Benda en algo muy diferente: un sistema posdemocrático basado en el gobierno de las finanzas. El Tratado de Maastricht permitió que el proyecto europeo fuera reducido al monetarismo.
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Mientras que la identidad europea de las décadas anteriores se había apoyado en la prosperidad económica y en la estabilidad financiera, la clase dirigente de Maastricht estableció un proceso de unificación basado en el dogma neoliberal del crecimiento permanente, el equilibrio financiero, el consumismo y el poder absoluto del Banco Central Europeo. Pero la prosperidad no duraría siempre y, con el tiempo, el absolutismo financiero mostró su cara más virulenta. Al principio, el proyecto europeo era esencialmente un proyecto de «voluntad, espíritu e imaginación», pero luego fue subvertido durante los ochenta y noventa, cuando se transformó en una afirmación de la identidad del capitalismo financiero.
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Sometidos a la abstracción de la desterritorialización financiera, Europa está destruyendo el concepto de Estado de bienestar y de prosperidad y dando paso al miedo y al resurgimiento del nacionalismo, el etnicismo y la guerra. La feroz cuantificación material del organismo vivo de la sociedad está sentando las bases para una reacción violenta, como hemos visto con los movimientos nacionalistas y xenófobos.
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La identidad no se adquiere de forma natural; es un producto cultural, el efecto de una reificación (fijación y naturalización) de la diferencia cultural, de la particularidad psicológica, social y lingüística. La identidad es continuidad y confirmación del lugar y del papel de un hablante en el ciclo de la comunicación. Para que seamos comprendidos, debemos desempeñar una función en el juego y dicha función se identifica de forma subrepticia con una marca de pertenencia.
Pero la identidad siempre va en busca de sus raíces, y el lugar donde comienza la enunciación se confunde a menudo con los orígenes naturales, es decir, con la verdad primigenia y por tanto innegable. La comunidad donde se produce la comunicación (un lugar donde de manera convencional se intercambian signos cargados de significado) se toma por un lugar de pertenencia y se transforma en fuente primigenia de significado. La convención temporal y transicional que dota de significado a los signos se refuerza y transforma en la marca natural o relación motivada entre signo y significado.
Puede que la identidad sea la capa más dura del mapa de orientación interno. Se opone al estilo, que es singularidad y conciencia de la singularidad, un mapa de orientación flexible y adaptable, y que cambia de forma retroactiva. El estilo nunca es un rasgo normativo, ni tampoco implica interdicción ni castigo. La identidad es una limitación (realizada de forma inconsciente) sobre la posibilidad de comprensión e interacción. Se trata de una limitación útil, por supuesto, pero es peligroso confundirla con una condición de autenticidad y de pertenencia primigenia. Es la condición de la agresividad mutua, del racismo y la violencia, y del fascismo. La identidad se basa en un sentido hipertrófico de las raíces y conduce a reclamar el sentido de pertenencia como un criterio de verdad y de selección.
La identidad es el dispositivo perceptual y conceptual que nos otorga la posibilidad de conocimiento, pero a veces confundimos lo anterior con el reconocimiento. Creemos, erróneamente, que lo que ya sabemos, el mapa que poseemos, se lo debemos a nuestro sentido de pertenencia, lo cual puede resultarnos en ocasiones de utilidad; sin embargo, resulta peligroso confundir nuestro mapa cultural con el territorio interno de pertenencia. Uno se pierde sin un mapa, pero perderse también es el inicio de un proceso de conocimiento: la premisa para la creación de un mapa.

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Y, en cuanto a la información, pese a que pueda parecer lo contrario, la gente está desinformada en internet, porque solo lee lo que quiere leer, lo que le reafirma en sus convicciones, aunque sean erróneas.
En los años anteriores a la difusión generalizada de la cibercultura, las expectativas sobre el futuro eran muy diferentes. Mientras que en los años ochenta muchos comentaristas imaginaron el florecimiento de un espacio sin jerarquías y de intercambio multilateral, de apertura y experimentación cultural, de tolerancia y creatividad, la realidad presente es bien distinta. La multiplicación de las fuentes de información y de los flujos electrónicos de estímulos es tan apabullante que tendemos a retirarnos al área limitada y homogénea de la blogosfera para recibir el tipo de información y opiniones que confirman nuestras expectativas y convicciones:
La paradoja de la revolución de la información es que perviven concepciones erróneas pese a que la gente tiene acceso a más información. Los ciudadanos de Europa y de Estados Unidos desean estar más informados que nunca. Ahí internet desempeña un papel fundamental. 

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