El
concepto de violencia simbólica es fundamental para entender en
pensamiento de Pierre Bourdieu. La violencia simbólica es un proceso
por el cual un grupo impone al resto de la sociedad una serie de
significaciones como legítimas disimulando las relaciones de fuerza
en que se funda su propia fuerza. Es decir, la violencia simbólica
consiste en que los poderosos convenzan a los oprimidos de que el
sistema social es justo. Aplicando esto a nuestro sistema
capitalista, más o menos viene a decir que el grueso de la población
acepta que el capitalismo es un sistema justo en el que hay igualdad
de oportunidades. Si Amancio Ortega o Emilio Botín disfrutan de una
vida envidiable, es porque ellos son gente emprendedora que se lo
merece. Por el contrario, si nosotros nos pudrimos en una oficina por
mil euros al mes, es porque no tenemos talento, somos gente gris que
se merece la vida gris de los explotados.
Hay
muchas formas de ejercer la violencia simbólica. En otro momento
comenté cómo el best
seller La Catedral del Mar
contribuía a ella:
…
ejemplo de ello
podría ser una de los más importantes éxitos de ventas en los
últimos años en nuestro país: La
Catedral del mar.
Aparentemente se trata de una obra de evasión, y así es aceptada y
asumida por el gran público. La novela está ambientada en la
Barcelona medieval. El protagonista, hijo de un payés catalán al
que se ha desposeído injustamente de toda su hacienda, inicia su
andadura en el mundo en la indigencia más absoluta. Poco a poco,
gracias a su habilidad personal y a su rectitud moral, va venciendo
innumerables dificultades y se va sobreponiendo a los reveses del
destino, hasta que, ya adulto, consigue labrarse una buena posición
social, goza de una vida de opulencia económica y se casa con una
joven bella y virtuosa.
Como decimos, esta obra se vende como una novela de evasión y así
es leída inocentemente por miles de personas. Sin embargo ¿no se
encarna en este personaje el ideal del capitalismo, el self
made man?
Contraviniendo cualquier ley del rigor histórico, el autor nos
presenta una sociedad difícil, hostil, pero en la que un hombre
dotado de habilidad e inteligencia puede triunfar. Como en el ideal
capitalista, todo el mundo puede ser Bill Gates. Sólo hacen falta
buenas ideas y tesón. El personaje modelo de La
catedral del mar,
que ha sido repetido en innumerables ocasiones en los best
sellers
de Noah Gordon o Ken Follet, es un motivo típico de las
representaciones colectivas propias del capitalismo protestante.
Arnau Estanyol encarna la ética del trabajo y del esfuerzo sobre la
que se sostiene el capitalismo.
El hombre debe trabajar en este mundo con tesón y ahínco porque
será recompensado. Siempre hay una oportunidad para los hombres de
valor. Cualquiera puede triunfar, aunque la realidad diaria nos
demuestre implacablemente que es falso. El capitalismo se perpetúa,
entre otras formas, creando representaciones colectivas que indican a
los hombres cómo deben vivir y a qué deben aspirar. Los jóvenes se
vuelven emprendedores y los pocos que logran triunfar partiendo de
una situación desfavorecida, como Amancio Ortega, son convertidos en
héroes populares. Los que fracasan no lo hacen porque la sociedad
sea injusta ni porque haya un reparto desigual de oportunidades o
capital, sino por su falta de habilidad, y ahí están los ejemplos
de Amancio Ortega o del protagonista de La
catedral del mar para
demostrárnoslo.
Son los
mejores los que triunfan. Los demás pueden ser buenas personas o
incluso estupendos amigos, pero no merecen nada mejor. Los compañeros
de
Arnau
Estanyol en La
catedral del mar,
que
trabajan con él cargando piedras para construir la catedral y que
tan bien se portan con el protagonista, asisten como simples
comparsas al auge social de Arnau Estanyol. Ni el protagonista, ni el
autor, ni el lector se preocupan de esas vidas desperdiciadas en
interminables jornadas cargando enormes piedras día tras día a
cambio de un miserable jornal. Ni tampoco sentimos el más mínimo
afecto por la madre del protagonista, raptada, violada y obligada a
prostituirse durante toda su vida, y cuya única aspiración antes de
morir es ver a su hijo gozar de una buena posición social; ni por su
primera novia, también violada y obligada a prostituirse simplemente
por sentir una irrefrenable pasión erótica por Arnau, que la lleva
a exponerse sola a los peligros de la vida más allá de las murallas
de Barcelona. Si es más difícil identificarse con ellas y
conmoverse por su cruel destino, es porque las representaciones
sociales colectivas del capitalismo transmiten la idea de que, en el
fondo, se lo tenían merecido, pues carecían de talento.
Según
Bourdieu el sistema educativo es un instrumento de violencia
simbólica. Por medio de esta institución, nuestra sociedad nos
inculca desde niños la ideología la ideología capitalista. Es
cierto que toda acción pedagógica es una forma de violencia
simbólica -un poder arbitrario impone una arbitrariedad cultural-,
pero en el capitalismo esto ha llegado al grado máximo de eficacia.
En … ya apunté algunas formas en las que lo hace:
a)
el aula funciona exactamente igual que una empresa. Hay un jefe -los
profesores- que damos órdenes a nuestra plantilla de trabajadores
-los alumnos- para que lleven a cabo una tarea -el negocio-. La clase
debe estar más o menos unida y, con frecuencia, les mandamos
trabajos en grupo, para que vayan aprendiendo el trabajo colectivo de
la empresa. Pero tampoco hay que pasarse. Alimentar demasiado el
sentimiento de pertenencia a una comunidad podría ser subversivo,
medio comunista, así que también se fomenta la iniciativa personal,
el destacar por encima de los demás.
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Foto de clase. No soy yo, pero podría serlo.
Fijaos en el simbolismo de la posiciòn del profesor frente
a los alumnos.
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b)
los saberes y métodos son pasivos y repetitivos, como los que se
espera que tenga un empleado. Incluso el comportamiento ideal del
alumno es la sumisión, la ausencia de queja, el aceptar las
tareas que se le proponen y realizarlas sin rechistar. Cualquier
comportamiento contestatario es severamente reprimido por un
procedimiento disciplinario, ya sean partes, expulsiones, castigos
o expedientes.
c)
la competitividad, ese mantra capitalista del que se supone que
surge lo mejor del ser humano, se fomenta por medio del sistema de
calificaciones. Los alumnos pueden -y lo hacen- compararse entre
ellos por medio de una prueba objetiva que establece quién es
mejor que quién.
d)
ponemos un precio a su trabajo. Las calificaciones son el
equivalente al salario. Pueden cambiar sus notas por premios, bien
por regalos de sus padres, bien como llave para acceder a otros
estudios superiores que se supone que les permitirán una vida
mejor. Convertimos el valor de uso del conocimiento, en valor de
cambio.
Además
de estas formas, Pierre Bourdieu y … señalan otras cuestiones
bastante interesantes:
a)
Las huelgas de alumnos:
El
hecho de que se permita y hasta se fomenten por parte de los
profesores que haya huelga de alumnos es una prueba de que la huelga
como forma de protesta le interesa al poder. Las huelgas realmente no
no afectan al sistema, más allá de perder lago de dinero un día,
porque el trabajo perdido se acaba compensando a lo largo del año.
Si se canaliza el descontento de los dominados a través de la
huelga, se hace a través de un medio que realmente no afecta al
poder. Enseñando a los alumnos que cuando algo no les gusta hay que
ir a la huelga, el poder se asegura en el futuro formas de protesta
inofensivas. Esto se ve reforzado por el hecho de que muchas veces
los alumnos van a la huelga por cosas que realmente carecen de
importancia -con esto no me refiero a la última reforma educativa-.
Y así se les transmite la idea de que, en el fondo, a la huelga se
se va por cosas que no importan mucho y que las huelgas al finan son
para no ir a clase o no trabajar, pero en ningún caso son nada
serio.
b)
Nacionalismo y enseñanza. En el sistema educativo se crea desde
niños el sentimiento de pertenencia e identificación con la nación.
Así, estudiamos literatura o historia española, gallega, vasca o
catalana y dejamos poco espacio para la literatura o la historia
universal.
c)
Los saberes que se enseñan a valorar son los propios de las clases
dominantes. Se enseña derecho, arte “culto” o “elevado”,
etc... frente a los saberes que conocen las clases populares, como el
derecho consuetudinario o el arte popular o artesanal.
d)
La clase es una acción dramática que contribuye a crear alumnos
sumisos ahora, adultos dóciles en el futuro. La figura del profesor
y los atributos simbólicos de la autoridad es fundamental en esta
acción dramática. El profesor se coloca frente a los alumnos, en un
espacio en el que convergen todas las miradas, con un espacio entre
él y los alumnos, lo que lo dota de estatus y lo diferencia de
ellos. Y, al mismo tiempo, goza de libertad de palabra -puede hablar
cuando le dé la gana sin pedir permiso a nadie-, mientras que los
alumnos no.
e)
El examen es el bautismo burocrático del saber, el reconocimiento
oficial de la transmutación del saber profano en sagrado. El examen
otorga el derecho a un título, el reconocimiento por parte de la
autoridad de que un individuo puede desempeñar una determinada
actividad.