martes, 2 de junio de 2015

Whiplash (Damien Chazelle)




   El objetivo de Andrew Neiman (Miles Teller), un joven y ambicioso baterista de jazz, es triunfar en el elitista Conservatorio de Música de la Costa Este en el que estudia. Marcado por el fracaso de la carrera literaria de su padre, Andrew alberga sueños de grandeza. Terence Fletcher (J.K. Simmons), un profesor conocido tanto por su talento como por sus rigurosos métodos de enseñanza, dirige el mejor conjunto de jazz del Conservatorio. Cuando Fletcher elige a Andrew para formar parte del conjunto musical que dirige, cambia para siempre la vida del joven. (filmaffinity)

    Es cine independiente con un director muy joven. Tal vez no sea la mejor película del mundo, pero tiene muchísimo mérito haber hecho esto con menos de treinta años. Y parecer que la hizo en veinte días. 
    La dirección es bastante sobria. No hay demasiados movimientos de cámara ni fuegos de artificio. Tampoco hay unos decorados impresionantes y apenas si cambia el espacio -casi todo transcurre en el conservatorio-. Y sin necesidad de engañar visualmente al espectador está bien contada. No necesita todo el aparato de Hollywood y los consiguientes millones de dólares para contar la historia. 
    Los actores están bien. Bien dirigidos hacen actuaciones contenidas excepto el profesor, que tiene que ser una actuación extrema por la naturaleza del personaje. 
    El tema de la película es uno de toda la vida: el genio artístico, el sacrificio, la ambición y el precio del éxito. A pesar de que el tema sea un tanto tópico, no lo aborda de forma simplista. Podía ponerse de una lado u otro: o bien todo vale para alcanzar el genio porque -como dice el profesor- se tiene una responsabilidad con la humanidad; o bien esas técnicas inhumanas aniquilan al individuo. También podría haber incidido en la cara negativa de la ambición, que lleva al protagonista a vivir aislado y a renunciar a las relaciones naturales, que en definitiva son lo que nos hace humanos. Pero no. Se mantiene equidistante y deja que sea el espectador el que saque sus propias conclusiones. Esta equidistancia se proyecta sobre la última escena -a partir de aquí hago un spoiler-. El profesor le ha hecho una encerrona para humillarlo ante los críticos de jazz más prestigiosos. Pero él protagonista se sobrepone y hace la mejor interpretación de su vida. Profesor y discípulo, que han tenido un duelo que por momentos recuerda La Huella, intercambian una mirada que no es fácil interpretar. Mira a su discípulo y sonríe. Pero ¿qué quiere decir esa sonrisa? ¿El maestro reconoce su derrota? ¿Reconoce el genio en su discípulo? ¿El maestro ha conseguido su objetivo haciendo que el discípulo traspasase los límites y se convirtiese así en un genio como él está convencido que debe hacerse? ¿Es una mirada de rencor? ¿Es todo a la vez? No lo sé. Como digo, es equidistante en el tratamiento del tema y por eso deja un final abierto.
    En cualquier caso tampoco hay que sobrevalorar la película. Se ve bien, es entretenida y bastante digna. Pero esa superstición heredada del romanticismo sobre la naturaleza del género es un poco ingenua, digna de un crío de veintitantos años. Hay otros muchos caminos para llegar al genio, si es que este concepto existe.

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