jueves, 11 de junio de 2015

James Ellroy: Trilogía americana.




La trilogía quiere retratar un periodo fundamental de la historia de EEUU, desde 1958 a 1972, el auge y asesinato de JFK, la revolución cubana, el mandato de Hoover, la influencia de la mafia, Martin Luther King y el movimiento por los derechos civiles, etc… Para ello recurre a una historia coral, que mezcla personas y acontecimientos históricos y de ficción.
Dicho esto, es evidente que se trata de una obra muy ambiciosa y, siento decirlo, de resultado irregular.
Recojo en primer lugar los aciertos:
En el prólogo Ellroy avisa de que se propone desmitificar iconos de la cultura norteamericana. La trilogía es una reflexión acerca de cómo se hace la historia y cómo se escribe. Los acontecimientos que mueven la historia de los pueblos están protagonizados por personajes maquiavélicos movidos por bajas pasiones que no dudan en recurrir a la violencia para alcanzar sus objetivos. Sin embargo, el pueblo necesita héroes. No se puede construir la mitología de una nación con delincuentes. Por eso se reescribe la historia hasta convertir a estos facinerosos en modelos de conducta. Ellroy se propone reconstruir los acontecimientos tal cual fueron, sin el posterior ejercicio de reelaboración idealizada del discurso oficial. Es un planteamiento muy provocador y hasta que atrevería a decir que, en EEUU, donde le dan tanta importancia a los símbolos patrios, casi subversivo. Esta idea motriz, aunque no sea original, es buena y bien se puede construir una novela sobre ella.
Muy relacionado con estos hombres poderosos que mueven la historia, está la idea de la culpa y el castigo. El peso de la culpa y el castigo inminente persigue a los protagonistas de este relato. Ellroy construye una novela de personajes redondos, en absoluto monolíticos. Algunos de ellos caen en la delincuencia por causa de acontecimientos ajenos a su control, otros casi sin darse cuenta, otros por necesidad y otros por idealismo político. Pero muchos viven la culpa como un conflicto interno y así evolucionan a lo largo de las páginas.
La obra combina textos de todo tipo. Hay transcripciones de diálogos, hay fragmentos de diarios, hay narración tradicional en tercera persona y, en definitiva, hay pluralidad de puntos de vista que, bien combinados, le dan frescura a la narración.
Hasta aquí el jabón. Ahora los palos:
La prosa, especialmente el de la segunda entrega –Seis de los grandes- es insoportable. Una cosa es un estilo lacónico y otra muy distinta lo que hace Ellroy. Por ejemplo, repetir una y otra vez la estructura sujeto y verbo para las escenas de acción es un coñazo. Pedro mira. Pedro camina. Pedro golpea. Pedro vuelve a golpear. Pedro se arrodilla. Pedro agarra la garganta. Pedro aprieta…y así durante toda la página. Os lo podéis imaginar. Esto me lleva a la adecuación entre el fondo y la forma. Una novela áspera, dura, pide un estilo áspero y duro. Así sucede, por ejemplo, con La Carretera, la pesadilla distópica de Cormac McCarthy, donde las oraciones parecen cortadas con un cuchillo. La trilogía americana también es una obra dura, pero Ellroy se pasa de frenada. Sobre todo la segunda parte, que es muy pesada de leer.
Además, Ellroy recoge tal cantidad de datos, nombres y hechos reales y ficticios que por momentos el lector se pierde. Sería conveniente que, como sucede con Vida y Destino o algunas ediciones de Guerra y Paz, el libro viniese con un apéndice con una lista de los personajes y una breve descripción para poder situarlos.


En definitiva, una obra que aspira a mucho, que se queda en el camino, pero que tiene algunas cosas buenas. Puede ser una lectura interesante, pero aviso de que es larguísima. En el tiempo en que se tarda en leer esta trilogía, uno puede leer tranquilamente otros seis libros. Y eso juega en su contra.

James Ellroy

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