sábado, 28 de febrero de 2015

E. L. James: Cincuenta sombras de Grey.



     Mi idea cuando abrí este blog no era hacer críticas de subproductos comerciales. Pero se ve que cuando cedí a la debilidad e hice una reseña de Los juegos del hambre se abrió la espita. En mi defensa he de decir que mi plan no era tanto valorar críticamente el libro -es infame- como reflexionar acerca de las razones de su éxito. 
      Hace una semana una familiar muy querida me mandó un whatsap en el que me decía que le gustaría mucho leer mi opinión acerca de Las cincuenta sombras de Grey. Luego me dijo lo mismo una alumna y poco después un par de amigos. La situación empezó a ser tensa. Cuando te regalan un libro que no te gusta siempre puedes dejarlo en una estantería y no leerlo nunca, porque, a fin de cuentas, si la persona que te lo regaló no se tomó la molestia de investigar un poco sobre tus gustos, tú no tienes el compromiso moral de molestarte en leer el bodrio que te ha regalado. Pero este caso es distinto. Resulta que todas esas personas me han dicho que les gustaría saber qué opino yo de la mierda de Las sombras de Grey. Es decir, que les interesa mi opinión. Y como soy una persona vanidosa y tampoco es que me sobren los lectores asiduos de mi blog, he decidido leerme esta bobada y escribir algo acerca de ella. Sin embargo, he de avisar a todos aquellos que habéis disfrutado con los libros y que leéis esto para confirmar vuestro gusto de que a mí esta trilogía me parece una mierda colosal. En consecuencia, no voy a dedicar más que unas líneas a hablar de ella desde un punto de vista literario. Como hice con Los juegos del hambre, me centraré más en el aspecto sociológico del tema, en las razones por las cual arrasa en el gusto popular. 

      Supongo que no hará falta resumir el argumento porque todo el mundo ha oído la historia. Una veinteañera universitaria un tanto bisoña en cuestiones sexuales conoce a un joven multimillonario de pasado y gustos bastante oscuros, y se embarcan en una relación sentimental-sexual que llevará a la joven a descubrir el amor y el sexo, especialmente esto último. Hay escenas tórridas, sadomasoquismo y se describen con todo tipo de detalles los encuentros sexuales. 
         Ya he dicho que desde un punto de vista literario esto es un truño monumental. Está fatal escrito, la profundidad psicológica de los personajes está al nivel de una piedra, es absolutamente inverosímil y un millón de errores más. La supuesta intriga que trata de crear al principio, como si no supiésemos de sobra que se va a liar a follar con Cristian Grey, está peor hecha que un culebrón venezolano. La protagonista no dice cosas, sino que las susurra, y ya no sé qué más, porque es que no hay absolutamente nada a derechas en este bodrio. Así que vayamos ya a las razones por las que ha triunfado.
          Las sombras de Grey son un bombazo de ventas porque vehiculan la ideología del poder y el gusto popular es muy conservador. La gente no quiere enfrentarse al esfuerzo que suponen las obras que te hacen replantearte tu sistema de valores. Es mucho más cómodo tragarse un discurso que nos reafirme de forma inconsciente en lo que ya creemos, aunque ese relato confirme nuestra situación de dominación.
         El discurso oficial dice que la trilogía de Grey ha triunfado porque explora la sexualidad desde una perspectiva femenina. Hace unos meses, hablando con una compañera de estos libros, le dije que yo me negaba a leer esa mierda de pornografía para mujeres menopáusicas. Mi compañera, que es muy feminista, me pidió por favor un poco de respeto para esas señoras que han descubierto la sexualidad con E. L. James. En su momento no dije nada, pero ahora que me he leído el libro, debo señalar que de abordar la sexualidad desde una perspectiva femenina nada de nada. En primer lugar, la narración de los encuentros sexuales me recordó muchísimo a las revistas guarras que había en los quioscos en los años ochenta. Estas revistas, además de fotos cochinas, incluían relatos marranos para entonar a los lectores. Y debo recordar que la pornografía es un fenómeno enfocado fundamentalmente al sexo masculino. En los polvos de Ana y Grey no hay un solo prolegómeno y Ana hace todas las porquerías que le gustan a Grey. Yo no soy un experto en sexualidad femenina, pero de lo que sí estoy seguro es de que aquellos que tratan de hacer con su pareja lo mismo que ven en las pelis porno, lo más probable es que fracasen como amantes. Me remito a las pruebas. Hace poco leí en internet una entrevista con Ginger Lynn, la actriz porno más importante de los ochenta y los noventa. En esta entrevista Ginger decía que uno de los problemas que la ha perseguido toda la vida es que sus amantes, conscientes de que se acostaban con una pornstar, trataban de estar a la altura e intentaban todo lo que habían visto que le hacían otros hombres en la pantalla. "Y a las mujeres no nos gusta que se nos corran en la cara", decía Ginger para cerrar la entrevista.
        En segundo lugar, Las sombras de Grey no abordan el sexo desde la perspectiva femenina porque la relación entre los dos protagonistas es el sueño sexual de cualquier varón. Grey coge a una joven virgen y le enseña a hacer todas las porquerías que le gustan a él. Ella está absolutamente entregada, dice a todo que sí y no se queja porque, a fin de cuentas, tampoco tiene nada con lo que comparar. Es el sueño del varón en una sociedad patriarcal que controla la sexualidad de las mujeres. La esposa es una virgen para todo el que no sea el marido, pero, al mismo tiempo, una puta que le satisface -pero sólo a él-. 
      En consecuencia, de explorar la sexualidad femenina nada de nada. Es más, creo que debería decirle a mi compañera feminista que Las sombras de Grey son bastante machistas. 
        Cuando comenté estoo con mi amiga L y le dije que no entendía cómo había pandillitas de amigas liberadas que iban a ver la película en procesión, ella me contestó:
       -¿Es que no te has dado cuenta de que las mujeres han masculinizado su sexualidad?
       Y así es. Las sombras de Grey son la prueba fehaciente. 
       
        Como decía, el gusto popular es muy conservador. Siente especial querencia por aquellas obras que lo reafirman en sus valores. En este sentido, le reconozco a E. L. James la habilidad de haber sabido concentrar todo eso jugando con tópicos tradicionales y darle un falso aire progresista con el rollo del sexo.
       Las cincuenta sombras de Grey son una suerte de Cenicienta porno. Los paralelismos son evidentes:
        a) Ana conoce a un príncipe/capitalista millonario, que la saca de la vida mediocre de las clases populares.
        b) La compañera de piso juega el papel de las hermanas de Cenicienta, los elementos narrativos para que destaque la inocencia y el potencial de la protagonista, a la que  la sociedad no ha reconocido como debería.
        c) Ana se siente un poco acomplejada porque su compañera de piso es mucho más guapa que ella. Como la Cenicienta, es un patito feo que espera que llegue el príncipe azul para convertirse en cisne.
       d) El sentido de la vida de Ana, como el de Cenicienta, es conocer y satisfacer al príncipe.
         
       Paralelamente a este esquema que podemos encontrar en muchos cuentos populares, E. L. James recurre a otros tantos tópicos. 
        Grey es la concreción moderna del héroe romántico. Es oscuro, con un pasado terrible que amenaza con arrastrar a todo el que se le acerca a la perdición. Es exactamente lo mismo que Don Álvaro, el esperpéntico personaje de Don Álvaro o la fuerza del sino del Duque de Rivas. Y lo mismo también que los rockeros de la MTV, con sus drogas y su estilo de vida salvaje y ácrata. Por supuesto, todo esto no es más que una construcción de cartónpiedra, pero al gusto popular hay que extremarle los atributos de sus héroes, porque admira la exageración.
        Por supuesto, Grey no podía ser malo del todo. Ese rollo del sadomasoquismo puede provocar rechazo. Hay que justificarlo de alguna manera. Así que E. L. James se inventa ese pasado turbio, en el que fue abandonado por su madre prostituta que le quemaba el pecho con cigarrillos encendidos y en el que fue iniciado a los quince años en el sadomasoquismo por una pederasta amiga de su madre.
         Todo esto está al servicio de estimular el complejo de enfermeras que padecen algunas mujeres en las sociedades patriarcales y que he observado en muchas de mis alumnas. Se lían con el malote y guardan en su corazón la esperanza de que se redima por amor a ellas. Esto tampoco es nada nuevo. El don Juan de Zorrilla se redime por su amor a doña Inés como Grey acaba abandonando el sadomasoquismo, se casa con Ana y tienen hijos y comen perdices. El final conservador de cualquier cuento de hadas. Siento decirle a mis alumnas que rara vez ellos reconducen su vida por amor. Pueden hacerlo por otras razones, pero por amor es extraño.
        En una sociedad feudal, Cenicienta es rescatada por un príncipe. En una sociedad capitalista, Ana cae en los brazos de un empresario de éxito, todo un selfmade man que se ha hecho multimillonario con veintisiete años y que tiene hasta un jet privado. Sea como sea, en las dos versiones del motivo no se plantea en absoluto el sistema social, sino que se refuerza identificando al poderoso con el objeto de deseo.          
       Además, habría que señalar que la relación entre Grey y Ana es absolutamente enfermiza. Grey consigue por momentos que Ana anule por completo su personalidad, que ni siquiera tome decisiones tan insignificantes como qué ropa ponerse o qué comer. El personaje pretende incluso imponerle un planning de ejercicio, una dieta estricta y no sé qué diablos más. A mí,la conducta sexual de cada uno me parece perfectamente respetable. Como si Grey quiere follarse un cerdo. Pero sacar de la alcoba la relación de sumisión me parece que está al borde del maltrato psicológico. 
         Y ya para terminar, me gustaría dejar claro que, cuando me refiero al gusto popular, no me estoy hablando del gusto de las clases bajas, sino al gusto masivo. He oído por ahí calificar a Las sombras de Grey como porno para chachas. No se me ocurre una calificación más desafortunada porque lleva implícita la idea de que las empleadas del hogar son peores personas que el que enunció esta frase porque tienen unos gustos bastos y desviados. 

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