sábado, 28 de febrero de 2015

E. L. James: Cincuenta sombras de Grey.



     Mi idea cuando abrí este blog no era hacer críticas de subproductos comerciales. Pero se ve que cuando cedí a la debilidad e hice una reseña de Los juegos del hambre se abrió la espita. En mi defensa he de decir que mi plan no era tanto valorar críticamente el libro -es infame- como reflexionar acerca de las razones de su éxito. 
      Hace una semana una familiar muy querida me mandó un whatsap en el que me decía que le gustaría mucho leer mi opinión acerca de Las cincuenta sombras de Grey. Luego me dijo lo mismo una alumna y poco después un par de amigos. La situación empezó a ser tensa. Cuando te regalan un libro que no te gusta siempre puedes dejarlo en una estantería y no leerlo nunca, porque, a fin de cuentas, si la persona que te lo regaló no se tomó la molestia de investigar un poco sobre tus gustos, tú no tienes el compromiso moral de molestarte en leer el bodrio que te ha regalado. Pero este caso es distinto. Resulta que todas esas personas me han dicho que les gustaría saber qué opino yo de la mierda de Las sombras de Grey. Es decir, que les interesa mi opinión. Y como soy una persona vanidosa y tampoco es que me sobren los lectores asiduos de mi blog, he decidido leerme esta bobada y escribir algo acerca de ella. Sin embargo, he de avisar a todos aquellos que habéis disfrutado con los libros y que leéis esto para confirmar vuestro gusto de que a mí esta trilogía me parece una mierda colosal. En consecuencia, no voy a dedicar más que unas líneas a hablar de ella desde un punto de vista literario. Como hice con Los juegos del hambre, me centraré más en el aspecto sociológico del tema, en las razones por las cual arrasa en el gusto popular. 

      Supongo que no hará falta resumir el argumento porque todo el mundo ha oído la historia. Una veinteañera universitaria un tanto bisoña en cuestiones sexuales conoce a un joven multimillonario de pasado y gustos bastante oscuros, y se embarcan en una relación sentimental-sexual que llevará a la joven a descubrir el amor y el sexo, especialmente esto último. Hay escenas tórridas, sadomasoquismo y se describen con todo tipo de detalles los encuentros sexuales. 
         Ya he dicho que desde un punto de vista literario esto es un truño monumental. Está fatal escrito, la profundidad psicológica de los personajes está al nivel de una piedra, es absolutamente inverosímil y un millón de errores más. La supuesta intriga que trata de crear al principio, como si no supiésemos de sobra que se va a liar a follar con Cristian Grey, está peor hecha que un culebrón venezolano. La protagonista no dice cosas, sino que las susurra, y ya no sé qué más, porque es que no hay absolutamente nada a derechas en este bodrio. Así que vayamos ya a las razones por las que ha triunfado.
          Las sombras de Grey son un bombazo de ventas porque vehiculan la ideología del poder y el gusto popular es muy conservador. La gente no quiere enfrentarse al esfuerzo que suponen las obras que te hacen replantearte tu sistema de valores. Es mucho más cómodo tragarse un discurso que nos reafirme de forma inconsciente en lo que ya creemos, aunque ese relato confirme nuestra situación de dominación.
         El discurso oficial dice que la trilogía de Grey ha triunfado porque explora la sexualidad desde una perspectiva femenina. Hace unos meses, hablando con una compañera de estos libros, le dije que yo me negaba a leer esa mierda de pornografía para mujeres menopáusicas. Mi compañera, que es muy feminista, me pidió por favor un poco de respeto para esas señoras que han descubierto la sexualidad con E. L. James. En su momento no dije nada, pero ahora que me he leído el libro, debo señalar que de abordar la sexualidad desde una perspectiva femenina nada de nada. En primer lugar, la narración de los encuentros sexuales me recordó muchísimo a las revistas guarras que había en los quioscos en los años ochenta. Estas revistas, además de fotos cochinas, incluían relatos marranos para entonar a los lectores. Y debo recordar que la pornografía es un fenómeno enfocado fundamentalmente al sexo masculino. En los polvos de Ana y Grey no hay un solo prolegómeno y Ana hace todas las porquerías que le gustan a Grey. Yo no soy un experto en sexualidad femenina, pero de lo que sí estoy seguro es de que aquellos que tratan de hacer con su pareja lo mismo que ven en las pelis porno, lo más probable es que fracasen como amantes. Me remito a las pruebas. Hace poco leí en internet una entrevista con Ginger Lynn, la actriz porno más importante de los ochenta y los noventa. En esta entrevista Ginger decía que uno de los problemas que la ha perseguido toda la vida es que sus amantes, conscientes de que se acostaban con una pornstar, trataban de estar a la altura e intentaban todo lo que habían visto que le hacían otros hombres en la pantalla. "Y a las mujeres no nos gusta que se nos corran en la cara", decía Ginger para cerrar la entrevista.
        En segundo lugar, Las sombras de Grey no abordan el sexo desde la perspectiva femenina porque la relación entre los dos protagonistas es el sueño sexual de cualquier varón. Grey coge a una joven virgen y le enseña a hacer todas las porquerías que le gustan a él. Ella está absolutamente entregada, dice a todo que sí y no se queja porque, a fin de cuentas, tampoco tiene nada con lo que comparar. Es el sueño del varón en una sociedad patriarcal que controla la sexualidad de las mujeres. La esposa es una virgen para todo el que no sea el marido, pero, al mismo tiempo, una puta que le satisface -pero sólo a él-. 
      En consecuencia, de explorar la sexualidad femenina nada de nada. Es más, creo que debería decirle a mi compañera feminista que Las sombras de Grey son bastante machistas. 
        Cuando comenté estoo con mi amiga L y le dije que no entendía cómo había pandillitas de amigas liberadas que iban a ver la película en procesión, ella me contestó:
       -¿Es que no te has dado cuenta de que las mujeres han masculinizado su sexualidad?
       Y así es. Las sombras de Grey son la prueba fehaciente. 
       
        Como decía, el gusto popular es muy conservador. Siente especial querencia por aquellas obras que lo reafirman en sus valores. En este sentido, le reconozco a E. L. James la habilidad de haber sabido concentrar todo eso jugando con tópicos tradicionales y darle un falso aire progresista con el rollo del sexo.
       Las cincuenta sombras de Grey son una suerte de Cenicienta porno. Los paralelismos son evidentes:
        a) Ana conoce a un príncipe/capitalista millonario, que la saca de la vida mediocre de las clases populares.
        b) La compañera de piso juega el papel de las hermanas de Cenicienta, los elementos narrativos para que destaque la inocencia y el potencial de la protagonista, a la que  la sociedad no ha reconocido como debería.
        c) Ana se siente un poco acomplejada porque su compañera de piso es mucho más guapa que ella. Como la Cenicienta, es un patito feo que espera que llegue el príncipe azul para convertirse en cisne.
       d) El sentido de la vida de Ana, como el de Cenicienta, es conocer y satisfacer al príncipe.
         
       Paralelamente a este esquema que podemos encontrar en muchos cuentos populares, E. L. James recurre a otros tantos tópicos. 
        Grey es la concreción moderna del héroe romántico. Es oscuro, con un pasado terrible que amenaza con arrastrar a todo el que se le acerca a la perdición. Es exactamente lo mismo que Don Álvaro, el esperpéntico personaje de Don Álvaro o la fuerza del sino del Duque de Rivas. Y lo mismo también que los rockeros de la MTV, con sus drogas y su estilo de vida salvaje y ácrata. Por supuesto, todo esto no es más que una construcción de cartónpiedra, pero al gusto popular hay que extremarle los atributos de sus héroes, porque admira la exageración.
        Por supuesto, Grey no podía ser malo del todo. Ese rollo del sadomasoquismo puede provocar rechazo. Hay que justificarlo de alguna manera. Así que E. L. James se inventa ese pasado turbio, en el que fue abandonado por su madre prostituta que le quemaba el pecho con cigarrillos encendidos y en el que fue iniciado a los quince años en el sadomasoquismo por una pederasta amiga de su madre.
         Todo esto está al servicio de estimular el complejo de enfermeras que padecen algunas mujeres en las sociedades patriarcales y que he observado en muchas de mis alumnas. Se lían con el malote y guardan en su corazón la esperanza de que se redima por amor a ellas. Esto tampoco es nada nuevo. El don Juan de Zorrilla se redime por su amor a doña Inés como Grey acaba abandonando el sadomasoquismo, se casa con Ana y tienen hijos y comen perdices. El final conservador de cualquier cuento de hadas. Siento decirle a mis alumnas que rara vez ellos reconducen su vida por amor. Pueden hacerlo por otras razones, pero por amor es extraño.
        En una sociedad feudal, Cenicienta es rescatada por un príncipe. En una sociedad capitalista, Ana cae en los brazos de un empresario de éxito, todo un selfmade man que se ha hecho multimillonario con veintisiete años y que tiene hasta un jet privado. Sea como sea, en las dos versiones del motivo no se plantea en absoluto el sistema social, sino que se refuerza identificando al poderoso con el objeto de deseo.          
       Además, habría que señalar que la relación entre Grey y Ana es absolutamente enfermiza. Grey consigue por momentos que Ana anule por completo su personalidad, que ni siquiera tome decisiones tan insignificantes como qué ropa ponerse o qué comer. El personaje pretende incluso imponerle un planning de ejercicio, una dieta estricta y no sé qué diablos más. A mí,la conducta sexual de cada uno me parece perfectamente respetable. Como si Grey quiere follarse un cerdo. Pero sacar de la alcoba la relación de sumisión me parece que está al borde del maltrato psicológico. 
         Y ya para terminar, me gustaría dejar claro que, cuando me refiero al gusto popular, no me estoy hablando del gusto de las clases bajas, sino al gusto masivo. He oído por ahí calificar a Las sombras de Grey como porno para chachas. No se me ocurre una calificación más desafortunada porque lleva implícita la idea de que las empleadas del hogar son peores personas que el que enunció esta frase porque tienen unos gustos bastos y desviados. 

martes, 17 de febrero de 2015

La isla mínima (Alberto Rodríguez)



     No es fácil hacer una crítica de La isla mínima. Le han dado un montòn de premios, ha causado muchísimo revuelo y difícilmente voy a decir algo medianamente original. 

      La isla mínima es la versión española de ese género que se ha puesto de moda en los últimos años: el neonoir, indienoir o como le quieran llamar. Es una historia de detectives de toda la vida, con sus policías, su crimen y todo eso, pero ambientada en un submundo muy degradado, donde el mal absoluto acecha. El resultado suele ser un thriller duro, áspero, que nos enseña las entrañas de una sociedad profunda -en este caso de la Andalucía profunda en los primeros pasos de la Transición-. Los dos exponentes que más repercusión han tenido de este neonoir son la sobrevalorada True Detective y la independiente Winter´s Bone

      Dije en su momento de Winter´s Bone:

       Si vais por ahí y leéis las críticas de Winter´s bone encontraréis que todas ellas hablan de un thriller duro, áspero, sórdido, que nos enseña las entrañas de la América oscura. También leeréis que se inserta en la corriente de cine independiente modernillo, que siente una especial predilección por el lado oscuro del ser humano y los pasajes desolados y depauperados. Todo ello con un talonaje, una textura, una fotografía y unos escenarios que provocan una continua sensación de frío e inquietud al espectador. Y, por supuesto, una banda sonora muy molona, muy chic y muy moderna. Pero no moderna porque creen nuevos sonidos, sino porque recuperan los viejos, pero dándole una nueva estética para que sean cool.

      Exactemente lo mismo se puede decir de La isla mínima, pero cambiando las referencias a la América profunda por las marismas del Guadalquivir, el frío por el calor del fin del verano andaluz, y obviando lo de la banda sonora chic, porque lo cierto es que la música pasa bastante desapercibida, lo que es una pena, porque, del mismo modo que Debra Granik nos cuela una actuación de country como el colmo del estilo, Alberto Álvarez nos podía haber metido algo de flamenco, que es mucho mejor que el country.
        
        Hasta aquí lo que no me acaba de convencer de La isla mínima. No es nada original Es la versión cañí de lo que está de moda ahora en Estados Unidos. Pero creo que el resultado final es más que aceptable y hay muchas críticas que se le han hecho que me parecen del todo injustificadas.
        En primer lugar, es una película bastante entretenida. Está contada con ritmo. Se deja ver muy bien. En segundo lugar, la ambientación está francamente bien hecha. Es como meterse en un túnel del tiempo y aparecer de repente en los años ochenta. Para los que vivimos aquellos años, la película no es sólo un juego de nostalgia, es un auténtico desafío, porque realmente España era así -no refiero a los crímenes horribles, sino a los coches, a los bares, a la ropa, y a la gente en general-. Y en tercer lugar, técnicamente es impecable. Los planos cenitales consiguen realmente agobiarte.
       Hay quien dice que la trama está resuelta de forma atropellada. Es cierto. Todo se precipita en los último minutos y deja un montón de cabos sueltos. Pero hay que tener valor para criticar esto y alabar al mismo tiempo True Detective. La supuesta obra de arte de Nic Pizziolatto no sólo resuelve la trama de forma chapucera, sino que amplía la resolución un par de capítulos que no vienen a cuento. A mí no me importa en absoluto que las piezas del rompecabezas policíaco no encajen como los engranajes de un reloj. No necesito que el director y el guionista me sorprendan con un giro inesperado del guión al final y me dejen con la boca abierta. Es más, eso tiende a aburrirme. Lo que me interesa del género negro es que, con la excusa del crimen, desplieguen ante mí unos personajes y un ambiente interesantes. Ese es el caso de La isla mínima. He leído por ahí que no desarrolla los personajes, ni los principales ni los secundarios. Eso es no entender absolutamente de lo que es el cine. Los personajes y los conflictos de La isla mínima se apuntan, se infieren a partir de breves momentos. Una película dura dos horas. Difícilmente se puede desarrollar una personalidad en toda su complejidad. Para eso hace falta una novela. El cine apunta, sugiere. Y eso no lo convierte en un género menor. Como decía Lorca, la poesía está en el misterio. Y la ambigüedad del personaje de Javier Gutiérrez, que no quiero detenerme aquí a analizar para no hacer un spoiler, es fantástica.

     
       

Julian Barnes: Hablando del asunto y Amor, etcétera.





    La trama de estas dos novelas es la de siempre: un triángulo amoroso. Una pareja de enamorados y el mejor amigo que se mete en el medio. Se me ocurren millones de historias construidas sobre este motivo, desde los amores del rey Arturo, la reina Ginebra y Lanzarote del Lago a las comedias de enredo. Lo distinto de Hablando del asunto y Amor, etcétera es que, en lugar de recurrir a un narrador omnisciente o pegado a punto de vista del personaje como se había hecho toda la vida, recurre al multiperspectivismo. Las dos novelas están igual construidas. Cada personaje va contando un trocito de la historia, aportando su visión particular de lo sucedido. Este multiperspectivismo acerca al narrador a la omnisciencia, ya que el lector, reconstruyendo y rellenando lo huecos que deja uno con lo que dice otro, acaba recibiendo una información casi de narrador omnisciente. Evidentemente, esta técnica no es nada nuevo. Hay miles de novelas que hacen algo similar. El genial Wilkie Collins ya recurrió al multiperspectivismo en La piedra lunar en el siglo XIX. Lo interesante de las novelas de Barnes es que los testimonios de los personajes con frecuencia son contradictorios entre ellos. No es que cada uno interprete lo sucedido a su manera, es que cada uno nos cuenta unos hechos distintos. Este juego de perspectivas es la concreción en técnica narrativa de la filosofía de nuestra época. Los tiempos de las verdades únicas y absolutas han pasado. Todo es subjetivo, sujeto a interpretación. Es como si Derridá o Foucault hubiesen escrito una novela aplicando sus teorías. 
      Lo dicho hasta aquí es lo bueno que tienen las novelas. Aunque este juego no baste para convertir a Barnes en uno de los grandes, sí parece suficiente para hacer interesante su lectura. Sin embargo, la historia es un tanto floja. Puede que enganche un poco lo de los cuernos y todo eso, porque estas cosas suelen funcionar, pero lo cierto es que es bastante plana. Y esto en la primera parte -Hablando del asunto-, porque Amor, etcétera prácticamente no tiene historia. El único aliciente que tuve para embarcarme en la lectura de la segunda parte fue saber cómo habían terminado los personajes diez años después. El final de Hablando del asunto queda un poco abierto y tenía curiosidad qué había imaginado Barnes para sus personajes en el futuro. Quería saber cómo era su vida de casados, qué hacían en el trabajo, qué en la intimidad... Desgraciadamente Barnes no ha imaginado nada interesante y podría haberse ahorrado perfectamente continuar la historia. A lo mejor, como había ganado premios importantes con Hablando del asunto, hizo un bolo para ganar dinero. Lo respeto. Cada uno se busca el pan como puede, Pero me arrepiento de haberle hecho el juego.
      Por lo demás, las dos novelas son las típicas de Barnes. Personajes normales, casi mediocres, que nos cuentan unas vidas insulsas, pero que, gracias a una técnica narrativa magistral, consigue que interesarte.



Jacques Tardi y Verney: Puta guerra




     Puta Guerra no es un cómic convencional. Ni tan siquiera es una narración convencional. Por eso a los lectores más tradicionales de cómic o a los lectores o espectadores que sólo disfrutan con una historia en la que haya mucha intriga con unos personajes bien definidos y giros en la trama aburrirá soberanamente. En cambio, a aquellos lectores un poco más avezados es muy probable que les guste.
     Puta Guerra cuenta el día a día en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Las viñetas son pequeños cuadros en los que se recrea un determinado aspecto de aquella contienda y una voz/narrador nos va comentando lo que vamos viendo. En este sentido, se asemeja mucho a los diarios de guerra, como los que escribió Junger o los miles de diarios sobre las guerras napoleónicas que aún hoy podemos encontrar en las librerías, pero en formato cómic.  No hay un chica a la conquistar, ni un malo al que enfrentarse. Sólo pasa el día a día y las vicisitudes para sobrevivir a aquella guerra. 
       Esta es la razón por la que digo que Puta Guerra no es cómic que gustará a cualquiera. En general, los lectores entregados a Brubaker o a las factorías Marvel o Manga difícilmente encontrarán aquí algo similar. Sin embargo, si lo que te gusta es deleitarte con el dibujo, con los detalles, con una documentación rigurosísima, etc... seguro que disfrutas. 
      En varias páginas de internet he visto que algunos profesores de historia utilizan este cómic para enseñar el conflicto del 14 a sus alumnos. Puede ser una buena idea, porque, como dije, la obra está francamente bien documentada, es muy rigurosa y presenta las cosas de forma audiovisual muy amena. Sin embargo, me atrevo a avisar a estos profesores de que tal vez los alumnos se aburran con este cómic. No tiene la estructura de planteamiento-nudo-desenlace con un conflicto fácilmente reconocible y unos personajes estereotipados, que es lo que les gusta a nuestros alumnos. Leer Puta Guerra les va a costar esfuerzo y a los adolescentes eso no les gusta nada. 
        Una vez expuestas todos los pros del cómic, creo que para ser justos hay poner un debe. El 99% de los comentarios del narrador está enfocados a explicarnos el sinsentido, la injusticia y la crueldad de la guerra. No hace falta insistir tanto. Las imágenes ya son suficientes. El lector no es tonto. Sabe valorar él mismo, sin que el narrador le esté diciendo en todo momento lo que tiene que pensar. De tanto repetir lo malos que son los dirigentes que han montado todo aquello, parece casi panfletario y uno acaba cansándose y desconecta. 
         En cualquier caso, merece la pena desde luego.


domingo, 8 de febrero de 2015

Jimmy y la manipulación de los medios de comunicación





    No me gusta escribir sobre el asesinato de Jimmy. Ni siquiera me gusta leer sobre ello porque me pone triste. No conocía a Jimmy, ni tengo nada a favor ni en contra de Riazor Blues. Me pone triste por al injusticia cometida. Sé que a diario se cometen otras muchas salvajadas, la mayoría de ellas aún más graves. Hay desgraciados que matan a su mujer tras una vida entera de malos tratos, hay locos fundamentalistas que le prenden fuego a una persona encerrada en una jaula y hay presidentes que van a una guerra por petróleo. Pero que pasen cosas peores, no quiere decir que debamos dejar de indignarnos con el crimen de Jimmy y el vergonzoso ejercicio de manipulación de la opinión pública que han hecho los medios de comunicación. 

    Leo en uno de los pocos periódicos que todavía publican algo sobre el crimen que el sumario de la operación Neptuno apunta a una agresión del Frente Atlético (aquí). En testimonios recogidos en el atestado policial se señala que uno de los presuntos asesinos de Jimmy sacó de un bar una bandeja llena de cuchillos que repartió entre ultras neonazis, algunos de ellos venidos desde Polonia ex profeso para la pelea. En ese mismo atestado policial no hay una sola palabra que suscriba esa tesis de que los Riazor Blues habían acudido a Madrid a una pelea pactada. Y no he visto en casi ninguno de esos medios que con Jimmy aún de cuerpo presente lo condenaron a la vergüenza pública una sola rectificación. 

       A Jimmy lo mató una jauría de neonazis, alguno de los cuales hizo miles de kilómetros para la encerrona. Pero no pasa nada. Ya no se dice nada. Ya se ha culpabilizado a la víctima, ya se ha justificado el crimen y las responsabilidades han quedado diluidas. Ya no importa que Cristina Cifuentes hiciese un ejercicio de dejación de funciones sangrante. Ya no importa nada. Ya nos han instruido en lo que tenemos que pensar, aunque hayan mentido sin parar para ello, y Jimmy ha dejado de ser un problema.  
  
      Hace tiempo yo respetaba a Paco González, el antiguo director de Carrusel Deportivo de la Cadena Ser y ahora de Tiempo de Juego de la Cadena Cope. En su momento le oí decir, refiriéndose a las tensiones nacionalistas del Estado Español, que hay separatistas y separadores. Y en ese momento pensé que tenía razón y que era un gran periodista. El crimen de Jimmy y lo que han hecho los medios de comunicación es un ejemplo claro de lo que son los separadores. Lástima que el mismo Paco González dijese en una tertulia de su programa que Ochaíta, el líder histórico de Ultras Sur, no era tan malo como Jimmy. Lástima que en esa misma tertulia Manolo Lama dijese sin cortarse un pelo que todos aquellos que pensábamos que no se estaba tratando con ecuanimidad a Riazor Blues y al Frente éramos tan criminales como los ultras. Lástima que un periodista que dijo una frase tan buena, se haya convertido en un separador. 

     Lo que más pena me da de todo es la actitud de los medios y los poderes públicos gallegos. De La Voz de Galicia no merece la pena ni hablar. De Feijoo o Negreira, que podían haber dicho algo en calidad de representantes públicos tampoco se podía esperar mucho -me hubiese gustado ver qué pasaba si Jimmy hubiese sido catalán o vasco-. Pero que el lamentable Tino Fernández, el presidente del Deportivo, cargue contra los Riazor Blues, que diga que son una marca maldita, que se siente con Cerezo asumiendo la culpa a partes iguales sin esperar a saber qué había pasado, que cierre una grada entera asumiendo que el deportivismo debía sentirse avergonzado, que sólo haga declaraciones tibias en voz baja defendiendo a Miguel Otero, el presidente de la Federación de Peñas, por la injustísima multa de más de veinte mil euros sabe Dios por qué, que no diga ni mu cuando al Deportivo le ponen setenta mil euros de multa y al Atlético de Madrid nada, y que, en definitiva, siga siendo presidente es una auténtica vergüenza. Nos han tratado como si fuésemos una colonia y Fernando Rey, Feijoo, Negreira y Tino Pérez son los virreyes. 

       
    

Julian Barnes: El sentido de un final



      El sentido de un final se divide en dos partes claramente diferenciadas. En la primera, Tomy Webster nos habla de las amistades y los amoríos de su primera juventud. En la segunda, Tony, ya viejo, pleitea con una de esos amoríos de juventud porque le entregue el diario de un amigo que se suicidó y que le corresponde por un testamento.
        La novela es una reflexión sobre el paso del tiempo, el remordimiento y, sobre todo, sobre el autoengaño, el modo en que las personas deformamos nuestros recuerdos para hacernos una imagen más amable de nosotros mismos con la que podamos convivir sin conflictos de conciencia. Tony, cuando trata de recuperar el diario de su amigo, se sorprende al descubrir cartas, hechos y actitudes de su juventud que su subconsciente había apartado. Enfrentarse a la persona que fue en el pasado le lleva a un ejercicio de autoanálisis y a abrirse en canal ante el lector.
        El sentido de un final es una obra aparentemente menor, desde la extensión de la novela -es poco más que una novela corta- al protagonista construido por Julian Barnes. Como en otras muchas de sus novelas, Tony es un personaje mediocre, mediano, una persona como cualquiera de nosotros. Barnes no necesita crear un personaje excéntrico o con un carácter muy atractivo. Le basta con que hable bien, que cuente las cosas con sencillez para que el lector se identifique con él y quiera saber más de su vida. 
       Creo que han criticado la falta de articulación entre las dos partes de la novela. Hay algo de cierto en ello, ya que es verdad que no tienen mucho que ver. La primera parte es una novela adolescente, como La educación sentimental de Flaubert, pero en el siglo XXI. La segunda es una novela casi de misterio. Pero que no tengan mucho que ver las dos partes, no quiere decir que la novela esté desarticulada, porque no se puede entender la pesquisa de Tony sin la primera impresión que nos dio de su pasado. 
       Sin querer extenderme demasiado en esta crítica/reseña porque os destriparía la novela, os recomiendo leer esta novela breve, que está muy bien escrita y que nos hará pensar sobre el paso del tiempo y el modo en que deformamos nuestros recuerdos.
       

El Gran Hotel Budapest (Wes Anderson)



     No sé cuántas nominaciones a los Oscar, un montón de premios Bafta y un sinfín de reconocimientos. 
      Era de esperar que tarde o temprano Wes Anderson fuese aclamado por la crítica. No porque sea un director tocado por las musas, sino porque hace un cine muy efectista. Wes Anderson es la quintaesencia del gusto de este momento, el goce estético puro sin mensaje alguno, un hipster de la cámara, así que no es de extrañar que el espíritu de nuestro tiempo lo haya elevado al altar de genio.
      A mí me parece una mierda colosal. Sus películas no son más que un montón de imágenes muy bonitas enlazadas una detrás de otra sin el más mínimo sentido de conjunto. Que yo sepa, el cine consiste en contar una historia. Eso es lo primero. Luego hay que contarla bien, pero sin historia el cine es un ejercicio de estética vacío. Y esto es lo que pasa a Wes Anderson. Yo definiría su cine como excesivamente formalista, en el sentido de que es forma pura. El resto es una chorrada. La trama de El Gran Hotel Budapest no se aguanta por ningún lado. No tiene gancho, ni sentido, ni siquiera es verosímil. Es cierto que en la comedia las leyes de verosimililtud se ven alteradas. Como decía Aristóteles, la risa surge al huir del término medio. Inevitablemente esto ha de afectar al pacto entre espectador y director, en el sentido de que aceptamos hechos detrás de la cámara que en el género dramático rechazaríamos por inverosímiles. Pero también es cierto que cada película tiene sus propias leyes, que se establecen en los primeros minutos del visionado. Cuando veo El señor de los anillos acepto que existen elfos, gnomos y seres por el estilo porque el director así lo ha establecido. Pero una vez firmado este pacto, no se lo puede saltar, porque, de hacerlo, su narración resulta absurda. Tal es el caso de El Gran Hotel Budapest. Wes Anderson rompe una y otra el pacto con el esoectadir, de modo que su historia, que ya tenía mucho vuelo de partida, acaba siendo una bufonada sin sentido. Eso sí, formalmente muy bonita, con unos planos estupendos que harían cada uno un póster muy molón en la habitación de un adolescente con inquietudes culturetas. 
      Cuando veo una película de Wes Anderson pienso inmediatamente en los hipsters diseñadores de Zara que se dejaban caer por mi barrio hace un par de años. Todos vestidos supermodernos y megaguays, pero sin puta idea de por qué lo hacían más allá de molar un montón -por no hablar de sus conversaciones vacuas-. El cine de Wes Anderson es exactamente lo que Finkielkraut llamó la cultura de los feelings. Algo que mola, pero sin razón alguna para hacerlo. Como los grupos de música y los videos de la MTV. ¿En razón de qué un grupo es cool o apesta? No hay valoración objetiva más allá de lo que me da en la nariz. Exactamente lo mismo que las películas de Wes Anderson. Estética pura vacía de contenido. No hay historia, no hay buenas actuaciones, no hay mensaje. Sólo planos bonitos y actores vestidos de forma muy molona.
        Este lamentable ejercicio de vacuidad se le pega a los actores, que ven su actuación atrapada en el ejercicio estético que les plantea Anderson. No pueden actuar, sólo sobreactuar y entregarse a la bufonada.
         Decía Norman Mailer que el estilo lo es todo. El Gran Hotel Budapest es la prueba palpable de que no podía estar más equivocado. El estilo es el instrumento imprescindible para contar la historia, pero sin la historia misma, el cine no tiene sentido.

domingo, 1 de febrero de 2015

Jacques Tardi y Vautrin: El grito del pueblo.



     Este cómic es una adaptación de la novela de Vautrin. El resultado es más que bueno por muchas razones.
      En primer lugar, el argumento es buenísimo. Un thriller ambientado en la Comuna de París, con muchísima intriga y giros insospechados de guión que sorprenden continuamente al lector.
       En segundo lugar, tiene una colección de personajes interesantísimos. Por momentos, entre la trama y esos personajes curiosos, me daba la impresión de estar ante una novela de Alejandro Dumas. 
        En tercer lugar, este thriller no renuncia al dramatismo. No quiero hacer un spoiler, pero las trágicas historias de muchos de los desheredados que pueblan el submundo creado por Vautrin son conmovedoras. No me resisto a llamaros la atención sobre ella, la prostituta enamorada obligada a satisfacer los instintos más bajos de hombres embrutecidos. Y la pérdida de la virginidad de ese joven que, antes de ir a la muerte en una trinchera contra los soldados de Thiers, acude a pasar una noche con esta mujer como el último regalo de un hombre que ya está muerto.
        Estas tragedias personales me llevan a la cuarta razón por la que este es un cómic de tronío: el compromiso político. Tardi no elude temas polémicos ni mojarse. El grito del pueblo es la voz de los desheredados, de las víctimas de la historia. Pero no nos equivoquemos. No es un cómic panfletario. El mensaje político está muy bien argumentado.
        En quinto lugar, el rigor histórico del dibujo y de la historia es más que notable. Tanto, que por momentos uno tiene la sensación de haber entrado en la Revolución de la Comuna y estar viviendo la lucha de aquellos hombres. Aunque los dibujos tienen un toque muy personal, casi como si estuviesen hechos a desgana, si uno se fija están cuidados hasta el más mínimo detalle. 

Fijáos en lo bien recreada que está la batalla
       Y en sexto y último lugar, el dibujo es personal. Tardi tiene un estilo propio, una viñeta que se reconoce. Esto no es sinónimo de calidad. Puedes tener un estilo propio y que sea una mierda. Pero no es el caso. La viñeta es preciosa.