Hacía mucho tiempo que había leído La mancha humana y alguna que otra novela de Philip Roth, pero nunca me había metido con la que se supone que es su mejor novela. La semana pasada Roth anunció por tercera vez que dejaba la literatura. Y entonces pensé que era una buena oportunidad para leer Pastoral Americana y, de paso, hacer una reseña en el blog.
La novela nos cuenta la historia del Sueco, un judío triunfador que ha hecho todo lo que la sociedad norteamericana espera de una persona. Fue un deportista excelente, se alistó en los marines durante la Segunda Guerra Mundial, era guapo, se casó con una miss, hizo prosperar el negocio familiar de fabricación de guantes y, además, era buena persona. Era tolerante, trataba de ponerse en la piel de los demás y no se comportaba como un capitalista despiadado. Se preocupó por sus trabajadores y no se llevó su fábrica a un país del tercer mundo para optimizar beneficios pagando salarios de miseria. Era lo que se dice un buen chico. Lo tenía todo para triunfar y, sin embargo, algo se torció y su vida se convirtió en un infierno. Le salió una hija problemática que se convirtió en terrorista.
Bajo esta trama, Roth desarrolla el tema por antonomasia de las novelas norteamericanas modernas: la falacia del ideal del capitalismo protestante -lo que comúnmente se conoce como la ruptura del sueño americano-. El Sueco había hecho todo lo que le habían mandado y acabó teniendo una vida de mierda. Los cambios políticos, sociales y, sobre todo, generacionales, lo sobrepasan. Ese buen chico self made man no está preparado para afrontar los acontecimientos que tendrán lugar en su vida. Asiste a todo con una actitud abierta y tolerante que sólo sirve para provocar el odio y el resentimiento de una hija desequilibrada y de un hermano egoísta, y para que su mujer se embarque en una serie de depresiones que acabarán con ella en una clínica de cirugía estética sólo para ocultar bajo la belleza de la nueva cara operada el sufrimiento de una vida desperdiciada. Por si esto no fuese suficiente, esa educación basada en una idealización de la filosofía de Emerson no lo prepara para la hipocresía que rezuma la clase media americana de blancos anglosajones. Como en Terciopelo Azul, todo lo que hay bajo la fachada no es más que mentira y degradación moral.
En general, la crítica está rendida a los pies de Philip Roth. Si uno quiere estar medianamente al día de lo que se cocía en la literatura de los últimos tiempos, tiene por fuerza que leerlo. Poco puedo decir de la novela que no se haya dicho ya. La red está llena de blogs con comentarios y exégesis. Escribir algo sería repetir lo ya dicho. Pero no me resisto a comentar tres cosas:
En primer lugar, tengo que reconocer que Pastoral Americana es una buena novela. Si alguna crítica se le ha hecho -que alguna hay-, es que es la enésima obra que trata la ruptura del sueño americano -hace nada hablé aquí de Submundo de Don DeLillo. Desmerecer la novela por esto es una chorrada, porque todas las novelas naturalistas de mediados del S. XIX tratan sobre la influencia del medio en el ser humano y no por eso Zola o Emilia Pardo Bazán dejan de ser grandísimos escritores. El escritor habla de lo que le rodea, porque son los temas que están en boga en el momento y porque es lo que conoce. Evidentemente, si encadeno seis novelas seguidas que tratan la ruptura del sueño americano, acabaré hasta las narices. Y lo mismo si encadeno ocho novelas naturalistas. Pero esto no es un problema de las novelas en sí, sino del modo en que uno las lee.
En segundo lugar, quisiera prevenir al lector de que Pastoral Americana es una novela densa. Arranca muy potente, con un narrador testigo que conoció al Sueco de joven y del que se declara abierto admirador. Nos cuenta un par de encuentros con el Sueco ya anciano, nos habla de su juventud y nos refiere sucintamente cómo muere. Pero, a partir de ahí, la acción parece detenerse, como desaparecer. El narrador pasa a contarnos lo que sucedió entre la juventud y esa muerte de cáncer de próstata de la que se entera por medio del hermano, pero apenas sin hechos, centrándose casi exclusivamente los procesos mentales de los personajes. Las descripciones de los sentimientos, los razonamientos y las sensaciones son prolijas, de modo que a partir de la página cien la novela resulta un tanto lenta e, incluso, exasperante. Los clímax de tensión se diluyen en las disquisiciones de los personajes. La última escena de la novela es una cena en la que se reúnen el Sueco, su mujer y unos amigos. No os estropearé el final. No quiero ser un spoiler. Pero yo, mientras la leía, me desesperaba porque alguien hiciese algo de una puta vez y se dejase de tanta reflexión y tanto sentimiento.
Y en tercer lugar, tengo la sensación de que Roth fue un poco rácano con los personajes femeninos. No sólo porque los condena moralmente a todos, sino porque no acabo de creérmelos, especialmente a la hija terrorista. Afortunadamente no conozco a nadie que se haya metido en un grupo terrorista a los dieciséis años, pero dudo mucho que el proceso mental sea parecido al que experimenta esta chica.
En cualquier caso, y pese a que es una novela lenta y floja con los personajes femeninos, hay que leerla, aunque sólo sea para saber por dónde van los tiros de la narrativa en los últimos cincuenta años.
P.D. Pastoral Americana es la primera parte de una trilogía que completan Me casé con un comunista y La mancha humana. No hace falta leerlas por ese orden. Ni siquiera hay que leer las tres, porque son independientes unas de otras.
Efectivamente. No he leído esta novela pero, por lo que dices, viene a decir lo mismo que Indignación y La mancha humana solo que todas ellas con argumentos diferentes. Como dices, el truco está en no leerlas todas seguidas, pero creo que ese es, precisamente, el asunto que hace grande a Roth. En cambio, cuando le da por las alumnas o hace política ficción lo encuentro más flojo, aunque Conjura contra América merece la pena, aun estando descompensada a partir de un determinado momento.
ResponderEliminarPor momentos me gustó y por momentos me daban ganas de matar al señor Roth o, al menos, pasar del menda. Creo que el motivo de esto último es el narrador testigo, que reconstruye mediante un par de encuentros con el Sueco en la madurez, sus recuerdos de juventud y los testimonios del hermano; un hipotético flujo de conciencia interno que intenta, como muy bien explicas, desnudar al Sueco y por extensión las bondades del modelo yanki revelando sus contradiciones y neurosis, y a su vez justificar el proceso metaliterario del narrador/autor metiéndose en los poros del personaje y construyendo su historia a partir de unos pocos hechos ofrecidos como reales. Articulando así dos planos: a partir del testimonial se compone el hipotético, y el propio narrador se justifica como autor en el sentido más megalómano de "creador". Todo esto ¿confiere mayor realismo, entretenimiento o calidad a la novela? No. A mí particularmente llega a exasperarme en no pocas ocasiones, se antoja pretencioso y de una ambición desmedida. El enésimo intento de perfilar definitivamente la idiosincrasia maniquea del Imperio. A su favor: es una lectura razonablemente amena y la puedes retomar cada tres meses, una vez que se te pasa el cabreo por una exposición desmesurada a sus interminables y apodícticas reflexiones.
ResponderEliminarNo había pensado en lo que dices del narrador, pero creo que tienes razón. A mitad de novela, más o menos, tuve la sensación de que no me creía lo que me estaban contando. Pensé que era porque los acontecimientos eran inverosímiles, pero, ahora que lo dices, puede que sea por el narrador.
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