El acaloradísimo debate tras la derogación de la doctrina Parot; el padre de Mariluz, la niña asesinada por un pederasta, paseado por la televisión; la indignación popular ante Miguel Carcaño, el asesino de Marta del Castillo; la durísima ley de seguridad ciudadana de Fernández Díaz; ese mimo ministro que encarcela a un par de personas por verter comentarios de muy mal gusto en Twitter; y otras muchas cosas más, todos fenómenos aislados hasta que leí La cultura del control.
David Garland divide en dos fases bien diferenciadas la historia del delito en la era actual.
La primera de ellas abarca desde el final de la Segunda Guerra mundial hasta la década de los setenta. Es lo que comúnmente se conoce en Estados Unidos como welfare y en Europa como socialdemocracia. La filosofía que había detrás de esta organización social era la propia de la Ilustración. Se considera que el individuo es bueno por naturaleza y que el delito es el resultado de una mala socialización, de una educación desviada o de la marginación. La lucha contra el crimen se concretaba en una serie de prácticas políticas encaminadas a paliar dicha marginación, como ayudas sociales para evitar la aparición de esas condiciones de vida, y en prácticas educativas de resocialización. La cárcel no era el justo castigo de un pérfido delincuente, sino un instrumento para reeducar a víctimas de un sistema injusto -programas de reinserción-.
A partir de 1970 en el mundo anglosajón triunfa el modelo neoliberal. El hombre ya no es ese ser inocente corrompido por la sociedad, sino un animal egoísta movido por sus propios intereses, las más de las veces espúreos. Se acabó Rousseau; es el tiempo de Hobbes -y hasta de Schopenhauer, diría yo-.
Surgen las críticas al modelo penal socialdemócrata, al que se tacha de inoperante -la cárcel no rehabilita, sino que empeora-, de ser carísimo -cuesta mucho sin resultados-, y de totalitario, ya que no respeta al individuo al obligar a todas las personas a ser iguales dentro de la legalidad.
En cuanto al castigo, la nueva filosofía neoliberal reduce todo a modelos económicos que aplican a otras esferas del comportamiento humano. Interpretan así el delito a partir de la teoría de la acción racional: el hombre se inclina al delito por naturaleza, luego hay que poner unas penas tan fuertes que hagan que delinquir no merezca la pena en el balance costes/beneficios.
Asímismo, el neoliberalismo exalta al individuo por encima de todas las cosas. El delito es
el resultado de una decisión individual. No se cree, como en el modelo socialdemócrata, que las personas son víctimas de sus circunstancias, sino que se sostiene que ser humano siempre es libre para elegir. La responsabilidad del delito se desplaza así de la sociedad al individuo. No habrá piedad ni derechos para esos malvados delincuentes. Se los castiga con penas de muerte, trabajos forzados y a vestir ropa de rayas. Los derechos de los delincuentes desaparecen. Para ello se apela al derecho de las víctimas y de sus familias, a las que no se duda en exhibir por platós de televisión para edificar a los telespectadores con su sufrimiento.
En cuanto a la prevención del delito, los cambios se orientan más hacia el control que el bienestar social y la educación. El delito no está causado por la privación, sino por un control inadecuado. La única forma de luchar contra él es con políticas de control. Este control se da en varios niveles:
a) En una filosofía que exalta al individuo, es lógico que la responsabilidad de la seguridad propia recaiga en uno mismo. Ponemos alarmas en nuestras casas y nuestros negocios, los americanos llevan armas, sprays de defensa, vivimos en urbanizaciones con seguridad privada, etc...
b) Ya que si tenemos la oportunidad, todos delinquiríamos,
lo que hay que hacer es evitar todas esas posibles situaciones: se ponen cámaras, verjas de seguridad, hay guardas por todas partes, etc...
c) La función de la cárcel, además de castigar a los malvados, sirve para encerrarlos, apartarlos y que dejen de ser un peligro potencial. Cuanto más tiempo estén fuera de la circulación, mejor. Mientras estén en prisión, no tendrán oportunidad de delinquir.
Paradógicamente, este Estado obsesionado con controlar, reconoce que no es capaz de
atajar el delito. Y así lo asume todo el mundo. La responsabilidad se traspasa a agentes externos como campañas de concienciación, y surgen diversos espacios privados con seguridad privada, como los centros comerciales. Es la privatización de la seguridad, una oportunidad de hacer negocios, actividad en torno a la cual gira toda la filosofía neoliberal. Esta oportunidad de ganar dinero llega incluso a la gestión privada de las cárceles.
Como se desprende de lo que he explicado aquí, Garland sostiene que el cambio en las
políticas penales y de prevención del delito son consecuencia de un cambio en el modelo socioeconómico, del paso de la socialdemocracia al neoliberalismo. Él dedica un montón de páginas a diseccionar este cambio. Resumirlas aquí sería demasiado tedioso. Me quedo con los aspectos que me parecieron más interesantes:
1. Durante la socialdemocracia, la política penal estaba en manos de expertos profesionales. Ahora, en el neoliberalismo, son los políticos los que la determinan con sus soflamas populistas de mano dura con los criminales. Se ha degradado el conocimiento científico por el sentido común y esa experiencia que supuestamente tenemos todos.
2. Hay una continua y sistemática propaganda del miedo para justificar el cambio en las políticas penales. Se le da una cobertura excesiva a los delitos, de modo que el ciudadano medio tenga una permanente sensación de sentirse amenazado. Cualquiera puede ser una víctima. Hay una percepción social de que el delito ha aumentado muchísimo en los últimos años y que el sistema socialdemócrata no ha hecho nada para solucionarlo. Se construye así un público temoroso y resentido. El sistema económico neoliberal hace que las personas vivan con miedo a bajadas de sueldo, a perder su empleo, etc... Esta inseguridad vital y económica se redirige por medio de la propaganda de la que acabamos de hablar hacia inseguridad hacia el delito y así se justifican las políticas represivas. -de esta última idea se hace eco Löic Wacquant en El estado de la inseguridad social-.
David Garland |
A partir de 1970 en el mundo anglosajón triunfa el modelo neoliberal. El hombre ya no es ese ser inocente corrompido por la sociedad, sino un animal egoísta movido por sus propios intereses, las más de las veces espúreos. Se acabó Rousseau; es el tiempo de Hobbes -y hasta de Schopenhauer, diría yo-.
Surgen las críticas al modelo penal socialdemócrata, al que se tacha de inoperante -la cárcel no rehabilita, sino que empeora-, de ser carísimo -cuesta mucho sin resultados-, y de totalitario, ya que no respeta al individuo al obligar a todas las personas a ser iguales dentro de la legalidad.
En cuanto al castigo, la nueva filosofía neoliberal reduce todo a modelos económicos que aplican a otras esferas del comportamiento humano. Interpretan así el delito a partir de la teoría de la acción racional: el hombre se inclina al delito por naturaleza, luego hay que poner unas penas tan fuertes que hagan que delinquir no merezca la pena en el balance costes/beneficios.
Asímismo, el neoliberalismo exalta al individuo por encima de todas las cosas. El delito es
el resultado de una decisión individual. No se cree, como en el modelo socialdemócrata, que las personas son víctimas de sus circunstancias, sino que se sostiene que ser humano siempre es libre para elegir. La responsabilidad del delito se desplaza así de la sociedad al individuo. No habrá piedad ni derechos para esos malvados delincuentes. Se los castiga con penas de muerte, trabajos forzados y a vestir ropa de rayas. Los derechos de los delincuentes desaparecen. Para ello se apela al derecho de las víctimas y de sus familias, a las que no se duda en exhibir por platós de televisión para edificar a los telespectadores con su sufrimiento.
En cuanto a la prevención del delito, los cambios se orientan más hacia el control que el bienestar social y la educación. El delito no está causado por la privación, sino por un control inadecuado. La única forma de luchar contra él es con políticas de control. Este control se da en varios niveles:
b) Ya que si tenemos la oportunidad, todos delinquiríamos,
lo que hay que hacer es evitar todas esas posibles situaciones: se ponen cámaras, verjas de seguridad, hay guardas por todas partes, etc...
c) La función de la cárcel, además de castigar a los malvados, sirve para encerrarlos, apartarlos y que dejen de ser un peligro potencial. Cuanto más tiempo estén fuera de la circulación, mejor. Mientras estén en prisión, no tendrán oportunidad de delinquir.
Paradógicamente, este Estado obsesionado con controlar, reconoce que no es capaz de
Cárcel privada en Chile |
Como se desprende de lo que he explicado aquí, Garland sostiene que el cambio en las
políticas penales y de prevención del delito son consecuencia de un cambio en el modelo socioeconómico, del paso de la socialdemocracia al neoliberalismo. Él dedica un montón de páginas a diseccionar este cambio. Resumirlas aquí sería demasiado tedioso. Me quedo con los aspectos que me parecieron más interesantes:
1. Durante la socialdemocracia, la política penal estaba en manos de expertos profesionales. Ahora, en el neoliberalismo, son los políticos los que la determinan con sus soflamas populistas de mano dura con los criminales. Se ha degradado el conocimiento científico por el sentido común y esa experiencia que supuestamente tenemos todos.
2. Hay una continua y sistemática propaganda del miedo para justificar el cambio en las políticas penales. Se le da una cobertura excesiva a los delitos, de modo que el ciudadano medio tenga una permanente sensación de sentirse amenazado. Cualquiera puede ser una víctima. Hay una percepción social de que el delito ha aumentado muchísimo en los últimos años y que el sistema socialdemócrata no ha hecho nada para solucionarlo. Se construye así un público temoroso y resentido. El sistema económico neoliberal hace que las personas vivan con miedo a bajadas de sueldo, a perder su empleo, etc... Esta inseguridad vital y económica se redirige por medio de la propaganda de la que acabamos de hablar hacia inseguridad hacia el delito y así se justifican las políticas represivas. -de esta última idea se hace eco Löic Wacquant en El estado de la inseguridad social-.
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