domingo, 14 de agosto de 2016

4.3.1. El sexo.



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    En el artículo anterior hemos visto que una de las ideas fundamentales en torno a la que está constituida la familia occidental es en el amor romántico. Esto quería decir que se espera de los esposos que se amen con pasión y que se realicen sexualmente en la pareja y no fuera de ella. 

   Empecemos por la segunda parte: el sexo. 

   Todas las culturas del mundo regulan las prácticas sexuales de sus miembros. No hay cultura alguna que prohíba totalmente cualquier forma de sexualidad, principalmente porque, si no practicásemos el coito, nos extinguiríamos. Pero todas imponen cierto grado de inhibición. Dicho de otra forma: en todas las culturas se nos dice con qué, con quién y cómo tenemos que tener relaciones sexuales. Hay culturas que permiten tener relaciones entre personas del mismo sexo y otras no. Hay culturas que permiten las relaciones homosexuales y otras no. Incluso hay culturas que permiten, e incluso, promueven, las relaciones sexuales con animales, y otras, como la nuestra, no. 

    Os pongo un ejemplo extremo: 

    Para nosotros, el sexo entre adultos y niños es una práctica repugnante. No solo condenamos moralmente la pederastia, sino que metemos en la cárcel al que la practica -y que quede claro que me parece bien-. Sin embargo, esta condena de la pederastia vuelve a ser cultural. Entre los sambia, por ejemplo, se cree que el semen de los hombres es una sustancia curativa, que fortalece y que es esencial para el crecimiento físico de las personas. Pero los hombres no pueden producir semen ellos solos, de ahí que a los niños, para que crezcan sanos y fuertes, haya que inseminarlos. Esto empieza en torno a los siete u ocho años y continúa hasta la primera adolescencia. Los niños son inseminados oralmente por solteros mayores en una serie de rituales secretos. 



   En la Antigua Grecia también se practicaba la pederastia con total normalidad, en concreto en el ámbito militar. Se consideraba que los lazos afectivos y sexuales eran beneficiosos para el ejército porque lo unía y lo hacía más fuerte. Por eso se favorecían las relaciones homosexuales entre soldados. Estas relaciones raramente eran entre hombres de la misma edad. Lo normal era que se diesen entre un adolescente y un adulto. 

    Por lo que parece, ni los niños sambia ni los jóvenes soldados tebanos experimentaban traumas horribles por mantener relaciones sexuales con adultos. Nunca he estado entre los sambia ni puedo hacer un viaje en el tiempo para entrevistar a jóvenes griegos, imagino que a muchos de ellos no les gustarán estas relaciones, pero también estoy seguro de que hubiese sido más traumático para ellos quedar fuera de estas relaciones pederastas que mantenerlas, porque dejarlos al margen sería un estigma. 
sambia
    Por supuesto, esto no quiere decir que los señores que vemos de vez en cuando en las noticias detenidos por difundir pornografía infantil sean unos incomprendidos y que deberían poder disfrutar del sexo con niños a su antojo. En absoluto. Vivimos en esta cultura y, por tanto, tenemos unos valores éticos. Transgredirlos es, y en este caso debe ser, severamente sancionado. Si os he puesto un ejemplo tan extremo como el de la pederastia homosexual es para demostrar que el sexo, como todo, está sujeto a variaciones culturales. No hay casi nada de natural en las relaciones sexuales. Prácticamente todo está sujeto a la modificación y control cultural. 

    Como sé que estas prácticas sexuales extrañas a nosotros despiertan mucha curiosidad, os pongo algunos ejemplos para que alucinéis un poco:
  
    - entre los shivaitas tántricos, se prescribe la necrofilia  -sexo con los muertos-. 

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     - en algunas cárceles mexicanas, está muy, pero que muy mal visto ser homosexual. Pero ser homosexual para ellos significa ser penetrado anal u oralmente. El que penetra no solo no es homosexual, sino que es un machote.

    - Entre los muria, al noroeste de la India, los jóvenes son iniciados en el sexo por otros chicos y chicas mayores en una choza comunal. 

muria

    - Entre los inuit del Ártico, cuando un hombre tenía que hacer un viaje en trineo y su mujer estaba embarazada, la intercambiaba con la de su mejor amigo. 

     -Los huaorani y los tamil de Malabar creen que cuantos más hombres introduzcan el semen en una mujer, más posibilidades tiene esta de quedarse embarazada, de ahí que sea normal que una mujer se acueste con varios hombres seguidos. 
huaorani

    - Para los honvienu de Benin, la postura del misionero -el hombre arriba y la mujer abajo- es incompleta, por lo que las relaciones sexuales no pueden limitarse a esta postura. 
    El modo que tienen las culturas de controlar la sexualidad humana son los tabús -prácticas prohibidas-. Resulta curioso que solo hay un tabú universal: el tabú del incesto. El resto, son culturales. Nosotros proscribimos las relaciones con niños o con animales, otras culturas no. Nosotros afortunadamente ya no prohibimos las relaciones homosexuales, otras culturas las persiguen ferozmente. Pero todas rechazan las relaciones sexuales entre padres e hijos y entre hermanos. Se han dado muchas explicaciones de por qué esto es así: 

    a) Westermack y Morgan creen que es por cuestiones biológicas -los niños salen deficientes-. Esta es una creencia popular, pero tengo entendido que no hay evidencias científicas. Sea como sea, la crítica que hace Levi Strauss a esta teoría me parece definitiva: la selección natural hubiese acabado con los hijos deficientes y podríamos seguir con el incesto. 

   b) Tylor dice que el sexo es un elemento peligroso. No puede haber rivalidad entre generaciones. Si los padres y los hijos empiezan a tener relaciones entre ellos, habría tensiones madre-hija y padre-hijo y eso daría al traste con la familia. 

   c) Levi-Strauss: la exogamia -obligar a tener relaciones sexuales fuera de la familia- es un modo para crear alianzas. Como decia Levi-Strauss, es mejor casarte fuera a que te maten fuera. 



    d) Malinowski sostiene que la familia es el espacio donde se enculturiza al niño. Si había sexo entre familiares, habría conflicto y esto acabaría con la enculturación y, por tanto, con la transmisión cultural, sin la que es imposible que el ser humano sobreviva.


    Volviendo a nuestra cultura, la familia y el matrimonio han sido -y en cierta medida siguen siendo- instrumentos para controlar la sexualidad humana, en especial la femenina. La tradición cristiana occidental, a la que pertenecemos, considera el sexo una práctica que debe darse dentro del matrimonio y cuya finalidad es tener hijos. Todo lo que quedase fuera de esta línea, era considerado pecado y, por tanto, proscrito. El sexo oral, el sexo lúdico, las relaciones homosexuales, los anticonceptivos, el sexo fuera del matrimonio, e incluso las técnicas de reproducción asistidas eran rechazadas. Las culturas tienen muchos mecanismos para orientar la cosmovisión y el comportamiento de las personas. En lo que se refería a la sexualidad, nuestra cultura optaba, fundamentalmente, por dos:

    En primer lugar, se castigaba legalmente todo lo que se apartase del coito heterosexual dentro del matrimonio. La prostitución estaba y está prohibida legalmente. Si te cogen haciendo la calle te meten un puro de cuidado. Y lo mismo sucedía -gracias a Dios ya no- con la homosexualidad. Por si no lo sabíais, durante el franquismo, te metían en la cárcel por gay. 

    Pero la simple y brutal represión nunca tiene efecto a largo plazo. Es mucho más eficaz hacer que las personas piensen de una determinada manera y actúen en consecuencia. Esto se concretaba en una ideología de la sexualidad, el género y la familia. Hay toda una tradición que vincula a la mujer con la Naturaleza y al hombre con la Cultura. Aún hoy en día oímos expresiones como "madre naturaleza", "fecundar a una mujer", "poner una semilla en su vientre", etc. El hombre es el agricultor que domina la salvaje naturaleza para extraer de ella sus frutos. Del mismo modo que el hombre penetra a la mujer durante el coito, el agricultor abre la tierra con su arado para plantar semillas. Esta metáfora, por supuesto, lleva asociado el sometimiento de la mujer y la identificación de la misma con la reproducción. En la lucha del ser humano por su supervivencia ha tenido que domeñar la naturaleza. El hombre es la civilización y la mujer es la fuerza salvaje que debe ser sometida. 




    Merece la pena que nos detengamos un poco a explicar los conceptos de pureza y peligro de Mary Douglas para entender el modo en que la tradición cultural cristiana controlaba la sexualidad. Esta antropóloga sostiene que las culturas son sistemas de clasificación. El mundo externo es el caos. Ahí tenemos un montón de estímulos, cada uno único e irrepetible. Las culturas lo que hacen es agrupar esos fenómenos, clasificarlos atendiendo a características comunes. Simplificando mucho, mi casa y la de Sheila y la de Vera no son la misma. Son tres fenómenos independientes que la cultura, atendiendo a características comunes -edificio para habitar-, clasifica dentro de una misma categoría: casa. Mary Douglas no limita estas clasificaciones a las palabras. Ella habla de representaciones colectivas, en el sentido de unos esquemas previos que tienen nuestras mentes para clasificar los fenómenos del mundo. Así, cuando yo me encuentro con una chica nueva sentada en clase, automáticamente la sitúo dentro de la categoría de alumna y ya sé cómo comportarme con ella y qué esperar que ella haga en relación a mí. Los miembros de la cultura creen que su sistema de representaciones colectivas es natural, de modo que cualquier fenómeno que no encaje en él, sea el que sea, se considera peligroso. Os pongo varios ejemplos para que entendáis cómo funciona y cómo ha configurado nuestra concepción del sexo y la familia. (Si queréis saber más sobre Mary Douglas y Pureza y Peligro pinchad aquí)

     En nuestra sociedad, se consideraba que había dos géneros, que estaban definidos por los órganos sexuales del individuo -ya hemos visto que esto es cultural, como demuestran, por ejemplo, los berdache o dos espíritus-. Estos órganos sexuales deben ser utilizados única y exclusivamente para la reproducción, que es la función de la mujer en el mundo. Todo lo que no encaje en esta concepción dicotómica que identifica sexo genital y género y que limita el sexo a la procreación es inmediatamente proscrito. Tal es el caso de los homosexuales. Un homosexual es un hombre o una mujer que desea a personas de su mismo sexo biológico. Esto no encaja dentro de nuestro sistema de representaciones colectivas, así que los marginamos, los perseguimos y hasta en ocasiones los encarcelamos. Lo mismo sucede con las prostitutas. En esa función exclusivamente reproductiva que le habíamos asignado a la sexualidad femenina no encaja el comportamiento de una prostituta, así que se la persigue. Una ninfómana tampoco encaja, y por eso se las trata de enfermas. La promiscuidad y las relaciones extramatrimoniales también estaban muy perseguidas porque llevaban la sexualidad fuera del matrimonio. Hasta una chorrada como la menstruación femenina está cargada de ideología. Que yo sepa, a casi todo el mundo le da cierta repugnancia la sangre menstrual. De hecho creo recordar haberos explicado algo de esto en clase y veros torcer el morro y hacer ruiditos como "agggg" y "pffff". Objetivamente no hay nada asqueroso en la sangre menstrual. Es un poco más oscura o más clara -no lo sé-, pero es sangre al fin y al cabo. Sin embargo, solo nombrarla basta para que esbocéis muecas de asco. Y esto es porque una mujer que tiene la regla no puede quedarse embarazada, es decir, que una mujer con la regla no encaja dentro del sistema de representaciones colectivas que adjudicaba a la sexualidad de la mujer una función puramente reproductiva. La mujer es la destinada a tener hijos. Una mujer con la regla no puede hacerlo, de ahí que nos dé asco. Vosotras no lo habéis oído, pero cuando yo era niño se decía que una mujer con la regla no podía hacer mayonesa porque se le cortaba. Una mujer con la regla estaba sucia, contaminada, y esa contaminación se pasaba a la mayonesa que se estropeaba. Aquí nos basta con ocultar la menstruación, llevarla con discreción y alguna que otra superstición como la de la mayonesa, pero otras culturas que también identifican a la mujer con su función reproductora llegan hasta el extremo de construir una choza fuera de la aldea en la que encierran a las mujeres durante la menstruación. Cuando se les pasa, pueden volver. 

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    No deberíamos subestimar el papel de la religión en esta concepción de la sexualidad. Más adelante, en otros artículos, veremos cuáles son las funciones de la religión. Por ahora nos basta con pediros que os pongáis en la mente de una persona que cree fervorosamente en Dios y, por tanto, en la doctrina de la Iglesia Católica -la de antes, porque la del papa Francisco ha cambiado un poco-. Poneos, por un momento, en la cabeza de esa persona que está convencida de que Dios existe y que sus representantes en la tierra -el papa y los curas- le dicen que cualquier práctica sexual fuera del matrimonio es pecado y que irá al infierno por ello. Imaginaos, por favor, el terror cerval que tendría a enrollarse con alguien de su mismo sexo o ponerle los cuernos a su marido.   

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     Esta concepción de la sexualidad es más propia del franquismo que de hoy en día. Afortunadamente, la apertura a Europa y los cambios políticos y sociales de los últimos años han provocado algunos cambios. Para empezar, el grueso de la sociedad ya acepta el sexo lúdico -tener relaciones por placer y no solo para tener hijos-. Nos gusta el sexo y lo practicamos por gusto y ya no padecemos un tormento horrible pensando que por ello vamos a quemarnos en el infierno. Chicos y chicas salís los fines de semana y una de las motivaciones de estas fiestecillas es ligar un poco y tener algo de sexo. También se acepta a los homosexuales y ya no se les llama sodomitas, bujarras, maricones, ni cosas por el estilo. Sin embargo, tampoco podemos decir que aquella vieja concepción de la sexualidad haya desaparecido por completo. Sois mujeres y por experiencia sabéis que no es lo mismo un chico que se acuesta con muchas mujeres que una mujer que se acuesta con muchos hombres. Él es un campeón, ella una puta. A los homosexuales se les acepta más o menos, porque este año hubo una oleada de agresiones homófobas en Madrid y Santiago de Compostela. Y el sexo lúdico está permitido a medias. Se nos permite gozar del sexo, pero solo si es dentro del matrimonio o no se está casado. Y tampoco mucho, porque, si nos pasamos, en seguida nos convertimos en unas viciosas o unas guarras. 

Dos pobres chavales a los que dieron una paliza por ser homosexuales.







     


viernes, 12 de agosto de 2016

4.3. Basada en la idea de amor romántica.


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    Quizá uno de los aspectos en los que es más evidente el componente cultural de la familia occidental es en la creencia de que está basada en la idea de amor romántica. Entendemos que la motivación principal de los cónyuges para contraer matrimonio es la atracción sentimental y sexual entre ellos. Esperamos que los esposos estén enamorados entre ellos y que disfruten de una satisfactoria vida sexual. Nuestra cultura hace un énfasis especial en estos dos aspectos: los cónyuges deben realizarse personalmente en el amor y en el sexo. Como todo, esta concepción de la familia es cultural. Ya sé que os cuesta pensar que las personas pueden ser felices con otras opciones, pero es así. En la India, sin ir más lejos, todavía los matrimonios son pactados por parte de los padres incluso cuando los futuros cónyuges son aún unos bebés. Insisto otra vez en que no es fácil. Pensar en vosotras mismas aceptando un matrimonio con un viejo gordo y sudoroso solo porque tiene mucho dinero supongo que os repugnará. Imagino la mueca de asco que estáis poniendo en este momento solo con pensar en la noche de bodas. Sé que es difícil. Ya os he dicho en muchas ocasiones que el poder de la cultura a la hora de configurar nuestra concepción del mundo es tremendo. No solo os asquea pensar en vosotras recurriendo a este matrimonio de conveniencia, sino que hasta censuraríais moralmente a alguien que lo hiciera. No tendríais reparo alguno en criticarla y chismorrear porque os sentiríais justificadas para hacerlo. Una mujer que hubiese hecho algo así habría roto con una de las sacrosantas leyes del matrimonio occidental: hay que casarse por amor. ¿Y qué decir del sexo? Salvo que la joven esposa tenga unas inclinaciones harto peculiares, es imposible que disfrute en la cama con un viejo de barriga prominente cubierta de espeso pelo negro. Pues lo siento, porque esa atalaya moral en la que os erigís para condenar sin paliativos a la joven interesada es una construcción cultural. En Tailandia este tipo de matrimonios es muy frecuente y, que yo sepa, no padecen el acoso moral de los demás. Es muy normal que hombres maduros occidentales vayan a ese país, no sé si de vacaciones o directamente a buscar esposa, y que se casen con preciosas jovencitas nativas. Y ellas parecen bastante satisfechas porque, gracias a esta unión, abandonan la pobreza de los arrozales. No digo que esté bien. Yo no lo haría y creo que hay una relación asimétrica. Solo os digo que esa condena moral que os apresurabais a dictar es consecuencia de nuestra educación cultural. 

Esta foto la saqué de un artículo del Pais que se llama "El negocio de las parejas mixtas de Tailandia"

    Tampoco debéis pensar que esta ligazón entre matrimonio, amor y sexo ha sido siempre así en Europa. En absoluto. De hecho, en términos comparativos, tiene dos días. 

    Lawrence Stone en The Family, Sex and Marriage in England 1500-1800 señala tres fases en el desarrollo de la familia desde el siglo XVI al XIX. 

    a) En la primera fase, se daba una familia nuclear, pero que incluía relaciones con otros parientes. La familia no era de modo alguno el lugar en el que realizarse ni emocional, ni sexualmente. Es decir, que ni se les pasaba por la cabeza que uno encontrase el amor en su esposa, ni tenía que disfrutar del sexo con ella. El sexo entre cónyuges solo era la forma para tener hijos. Así las cosas, supongo que entenderéis que los cónyuges pintaban poco a la hora de escoger con quién se casaban. Los matrimonios se pactaban en función de los intereses de los padres, otros familiares o la comunidad en general. Los nobles, si querían disfrutar de los placeres del amor y del sexo, tenían que buscárselo por ahí, fuera de la familia. A los pobres, que siempre hemos sido los puteados de la historia, la Iglesia y los moralistas nes decían que eso del enamoramiento y el deseo era una enfermedad y, por tanto, debía evitarse. Y todos los veían normal, porque su cultura los había educado así. 

    b) Desde comienzos del siglo XVII hasta los primeros años del siglo XVIII, entre los nobles se le empezó a dar cada vez más importancia al amor. Fue algo paulatino que empezó entre la clase dominante.

   c) A partir del siglo XVIII surge la idea de la familia que tenemos hoy en día. La familia está unida por el amor entre esposos y para con los hijos, y los cónyuges eligen libremente a su pareja guiados por la atracción sexual y el amor romántico.  

    Todo eso de casarse por algo que no sea amor y atracción sexual nos parece horrible, pero he de deciros que es una actitud etnocéntrica. Sé que os cuesta pensar que alguien pueda alcanzar la felicidad con una persona a la que no ama, pero esa idea que os parece tan evidente forma parte de vuestra programación cultural. John Boswell señaló que en esos tiempos pretéritos en los que los matrimonios se pactaban por intereses económicos y que a vosotros os parecen tan bárbaros la gente no era tan infeliz. Puede que su matrimonio empezase con un contrato de propiedad, pero a medida que iban pasando los años y con la crianza de los hijos de por medio, no era extraño que acabase surgiendo el amor entre ellos. 

    Además, quisiera que reflexionaseis un momento sobre cómo nuestra concepción de la familia basada en el amor y la atracción sexual puede hacernos profundamente infelices. Os suelto una batería de casos:

   1) Una persona que, por las circunstancias de la vida, no ha encontrado pareja. Es un solterón o una solterona. Uno puede ser perfectamente feliz así, pero a lo largo de mi vida me he encontrado con un montón de personas que estaban realmente angustiadas porque no habían encontrado a nadie. Se sentían solas y, en consecuencia, fracasadas. La presión de la ideología de la familia amorosa los frustraba porque los dejaba fuera del modelo de felicidad. Antaño para esta legión de frustrados existían las agencias de contacto. Ibas allí, pagabas un dinero y ellos te concertaban citas con otras personas a ver si tenías suerte y te acababas casando. Hoy en día páginas web como EDarling o Meetic han desplazado a esas viejas agencias de contactos, pero la función sigue siendo fundamentalmente la misma.


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   2) Matrimonios que se rompen porque, por lo que sea, no han respondido a las expectativas de realización personal en lo afectivo o sexual. Esposos o esposas que dejan a sus parejas porque el matrimonio no ha sido permanentemente un subidón de anuncio de compresas. La vida diaria se volvió rutinaria y monótona y ellos esperaban estar todo el día embriagados de amor. 

    3) Personas de más de cuarenta años que creen que se les ha pasado el arroz, porque, por las razones que sean, no tienen pareja y sienten que han malgastado su vida. 

    4) Adolescentes que no ligan. 

  5) Yo conocí a varias mujeres que estaban dispuestas a encontrar a la que sería su futuro esposo en la universidad, como habían hecho sus padres. Se sentían horriblemente presionadas y creo que estarían dispuestas a enamorarse de un cerdo con tal de que pudiese encajar en el relato de "encontré al amor de mi vida en la universidad". -Espero que no suene machista decir que conocí mujeres, pero la verdad es que solo conocí mujeres así. Hombres no, pero estoy seguro de que también los hay. 

    6) Matrimonios de mediana edad que se rompen, con el consiguiente sufrimiento, porque uno de los dos ya no desea al otro. Se han hecho mayores, él tiene barriga y está calvo, ella tiene culo y varices. Entonces buscan la satisfacción sexual con alguien joven, lo que acaba derivando en una ruptura matrimonial. Sufrimiento para ellos y para los hijos si los hubiese. 

    Podía seguir con esta lista durante cientos de hojas. Pero me basta con estos seis casos. Sumadlos todos y contestad a esta pregunta: ¿qué porcentaje de la población occidental es feliz gracias al matrimonio basado en la idea romántica del amor?

     Y por ahora basta. Una vez más me veo en la obligación de dejar claro que este artículo no es una apología del matrimonio por conveniencia, sino una reflexión acerca del modo en que la cultura determina nuestra concepción de la familia y cómo esta orienta nuestro comportamiento. Estoy seguro de que ni una de vosotras se había planteado casarse con un viejo rico. Tampoco os digo que lo hagáis. Solo pido que reflexionéis. 



martes, 9 de agosto de 2016

4.2. Monógama.




     La segunda característica fundamental de las familias occidentales como la vuestra es la monogamia -y en esto apenas si le han afectado los cambios sociales-. 

     Por monogamia entendemos una pareja estable formada únicamente por dos individuos y exclusividad sexual y sentiemental entre ellos -es decir, que no se incorpora a otros compañeros sexuales ni se forma un trío o cuarteto de tres o cuatro personas todas enamoradas entre sí-. En otras palabras: la familia se estructura en torno a dos personas que se quieren tienen relaciones sexuales solo entre ellos y con nadie más. 

    Como siempre, esta concepción de la familia es cultural y no natural. Sé que cuesta aceptarlo, sobre todo si pensáis en vuestros padres y vuestro novio proponiéndoos un tercer compañero para el juego. Es algo que os repugna y que a mí también. Solo con imaginarme a Ana planteándome que se sume otro hombre a nuestra unión me da algo, pero es porque todos hemos sufrido una enculturación sin fisuras en este sentido. No solo es que una familia que se escape de este modelo de parejita sea más raro que un perro verde, sino que, además, todos los modelos que se nos plantean en la ficción, ya sea la literatura, ya sea el cine, no contemplan otra cosa. ¿Cuántas películas conocéis que terminen "y entonces ellos tres, ella y ellos dos, se enamoraron los tres y vivieron felices. Los lunes, los miércoles y los viernes ella dormía con uno, y los martes, jueves y sábados, con el otro. Los domingos los tres juntos"? Esta total y absoluta falta de alternativas hace que ni nos planteemos otra opción. Y así entendemos las relaciones sentimentales y, por extensión, la familia. Pero, como siempre, esto es porque nos hemos educado así. Si fuésemos, por ejemplo, mormones del siglo XIX, yo tendría cuatro o cinco esposas y vosotras compartiríais marido con otras tres o cuatro mujeres. Lo mismo sucedería en algunas partes del mundo islámico. Y no experimentaríais un conflicto al respecto. No he hecho un trabajo de campo sobre el tema, pero estoy seguro de que las mujeres mormonas no experimentaban un conflicto social. Puede que sintiesen celos y estoy convencido de que muchas de ellas no eran felices. Que las hayan educado así no quiere decir que sea un camino para alcanzar la felicidad. Lo que quiere decir es que no lo verían como una anomalía. Verían normal tener que compartir esposo y no creo que nadie las mirase mal por la calle por eso. 


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    Es cierto que a veces nos encontramos con personas y situaciones que escapan del modelo. Hay, por ejemplo, matrimonios que practican el intercambio de parejas. Yo no conozco a ninguno, pero sé que los hay. Sea como sea, hay que estar muy preparado mentalmente y tener muy claro qué es lo que uno entiende por pareja para que esta no se resquebraje si introducimos otros compañeros sexuales. No se debe subestimar el poder de la enculturación. Podemos llegar racionalmente a la convicción de que la pareja monógama no es más que una convención social impuesta y que podemos estar por encima de eso y buscar nuevas experiencias sexuales de forma consentida. Es cierto y hay gente que dice que lo consigue. Pero no subestiméis el poder de la cultura. No es solo la reacción que tendrían vuestros conocidos si se enterasen de que os intercambiáis maridos, sino lo que sentiríais sabiendo que él está en la cama con tu amiga. Insisto en que los programas y valores culturales son muy, pero que muy, fuertes. 


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    Hay quien a visto en los matrimonios que se divorcian un modelo alternativo a la familia monógama porque luego se vuelven a casar y tienen así otra nueva pareja sexual. Pero en estos casos, más que formas que se apartan de la norma, estamos ante una monogamia sucesiva, porque durante cada matrimonio no se introduce un nuevo compañero sentimental de forma consentida -que no son tríos, vamos, sino cambios de parejas monógamas a lo largo del tiempo-.

  Mención aparte merece el tema de los cuernos. Un miembro de la pareja encuentra un compañero sexual sin que el otro se entere. Puede ser una acción puntual, o puede prolongarse en el tiempo. Pero, en cualquiera de los dos casos, no pone en peligro el modelo familiar monógamo desde un punto de vista social. Los cuernos son una acción furtiva y, en caso de que no lo sea, el miembro de la pareja que los padece finge que no se entera. Se hace como que no sucede nada, porque la sociedad no ve nada bien las infidelidades. Es algo que todos pensamos que está mal y hasta está recogido en el código penal como causa de divorcio. Esta presión social contra el adulterio es lo que hace que una persona se sienta tan mal cuando su pareja le es infiel. Se siente traicionada y humillada porque la sociedad le ha enseñado que su pareja tenía que ser exclusiva. No sucedería lo mismo si esa misma persona, en lugar de haber sido criada en Moaña, lo hubiese sido entre los nayar de Kerala que hemos visto en el artículo anterior (aquí) o los dobu de los que hablé a propósito del rol social (aquí). En el caso de los primeros, la preocupación del marido sería llevar regalos bonitos para que la esposa le acepte a él y no a otro como compañero sexual esa noche, y en el caso de los segundos estaríamos mucho más preocupados de que nuestro esposo o esposa no nos matase con un hechizo que de los compañeros sexuales que este tuviese. Por muchos que sean. 


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   Las infidelidades matrimoniales en nuestra sociedad son un espacio perfecto para estudiar los conflictos entre naturaleza y cultura. El ser humano, en tanto que animal, no siente una atracción sexual exclusiva. Esa historia romántica de que solo se tiene ojos para él/ella no es más que otra de las formas que tiene la cultura de orientar nuestra concepción de la familia. Los cuentos como Blancanieves o La Cenicienta, en los que dos personas se conocen y ya se quedan prendados el uno del otro para siempre, pase lo que pase, son estrategias que tiene la cultura para ir configurando nuestra concepción de la familia. Nos cuentan una historia muy bonita que se nos plantea como el camino para alcanzar la felicidad y así nos convencemos de que el modo para ser felices es la pareja monógama. Las personas -especialmente las mujeres- se realizan vitalmente, encuentran el sentido de la vida, en esa dedicación exclusiva a su amante. Esto es, evidentemente, falso. Que uno pueda ser muy feliz y realizarse en el matrimonio, no implica que no desee a otras personas. Cuando vemos a gente guapa, nos sentimos atraídos por ellas. Es lo normal y por mucho que amemos a nuestra pareja no vamos a hacer desaparecer un instinto natural. Le pasa a todos los animales y el ser humano no iba a ser una excepción. Otra cosa es que, habiendo sido educados en esta concepción monógama de la familia, renunciemos a ese deseo y seamos felices haciéndolo. Yo lo hago y soy muy feliz por ello, pero insisto en que es una cuestión cultural. Los dobu, por ejemplo, no lo hacen.  

Dobu

    En lo que se refiere a esta tendencia natural a la fidelidad he oído explicaciones de todo tipo. Os prevengo en concreto contra algunas cosas que se han argumentado desde la sociobiología porque no son más que machismo disimulado con una pátina de biología. Helen Fischer (aquí), por ejemplo, sostiene que los celos y, por tanto, la fidelidad, es un mecanismo adaptativo. Por medio de ellos, las mujeres se aseguraban de que el macho fuese suyo y solo suyo y así se quedaba con toda la comida que este podía traer. Los machos sienten celos y son monógamos porque es la forma que tienen de asegurarse que la hembra no se quede embarazada de otro y, por tanto, de asegurarse la conservación de sus genes. Esto, como os dije, es machismo disimulado con biología, porque lo que se desprende de tal argumento es que el lugar natural de la mujer es la casa, esperando pasivamente a que el hombre le lleve el sustento. ¿Cómo explica ella entonces la poligamia tibetana? Seguramente como una aberrración cultural, pero eso es un posicionamiento moral puritano, no científico. Además, ¿qué sucede entonces con todas aquellas culturas en las que se da el avunculado -el que se encarga del hijo no es el padre, sino el tío materno-? ¿es que acaso el tío está muy preocupado por la perpetuación genética del marido de su hermana? 



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    Desmond Morris, un zoólogo que se hizo famosísimo con El mono desnudo, dice cosas muy parecidas (aquí). Amparándose en el estudio de los animales, además de eso de los celos, sostiene que la poligamia en los hombres es algo natural. Según él, la supervivencia adaptativa también se manifiesta en la sexualidad. La hembra solo puede tener un hijo cada dos años aproximadamente, de ahí que tienda a la monogamia. El hombre, por el contrario, puede fecundar a cuantas hembras quiera y es, por tanto, polígamo por naturaleza. A Morris se le puede objetar la cultura nayar y la poliandria tibetana, pero él, adelantándose a eso, sostiene que son desviaciones de la selección natural, como lo son también, según él, los homosexuales. En fin. 

    Pero para desmontar los argumentos naturalistas tampoco tenemos que irnos a lejanas culturas como los dobu o los nayar. Basta con que os observéis a vosotras mismas. Seguro que veis un montón de chicos guapos por los que os sentís atraídas. Esto no quiere decir que queráis acostaros con todos ni mucho menos. Simplemente que a diario os cruzáis con chicos que os parecen guapos y os atraen, luego las mujeres tampoco tendéis naturalmente a la monogamia. 


   P.D. Este artículo no es un llamamiento a la liberación sexual ni un ataque a la pareja monógama. Simplemente trata de reflejar cómo nuestra cultura nos orienta hacia ella. Nos guste o no, vivimos aquí y nos hemos empapado de estos valores. Si alguien opta por otra opción de forma reflexiva, razonada y libre, no tengo nada en contra. Pero le aviso de que no es fácil. La presión social puede ser una fuente de infelicidad mucho mayor de lo que os imagináis.