martes, 9 de agosto de 2016

4.2. Monógama.




     La segunda característica fundamental de las familias occidentales como la vuestra es la monogamia -y en esto apenas si le han afectado los cambios sociales-. 

     Por monogamia entendemos una pareja estable formada únicamente por dos individuos y exclusividad sexual y sentiemental entre ellos -es decir, que no se incorpora a otros compañeros sexuales ni se forma un trío o cuarteto de tres o cuatro personas todas enamoradas entre sí-. En otras palabras: la familia se estructura en torno a dos personas que se quieren tienen relaciones sexuales solo entre ellos y con nadie más. 

    Como siempre, esta concepción de la familia es cultural y no natural. Sé que cuesta aceptarlo, sobre todo si pensáis en vuestros padres y vuestro novio proponiéndoos un tercer compañero para el juego. Es algo que os repugna y que a mí también. Solo con imaginarme a Ana planteándome que se sume otro hombre a nuestra unión me da algo, pero es porque todos hemos sufrido una enculturación sin fisuras en este sentido. No solo es que una familia que se escape de este modelo de parejita sea más raro que un perro verde, sino que, además, todos los modelos que se nos plantean en la ficción, ya sea la literatura, ya sea el cine, no contemplan otra cosa. ¿Cuántas películas conocéis que terminen "y entonces ellos tres, ella y ellos dos, se enamoraron los tres y vivieron felices. Los lunes, los miércoles y los viernes ella dormía con uno, y los martes, jueves y sábados, con el otro. Los domingos los tres juntos"? Esta total y absoluta falta de alternativas hace que ni nos planteemos otra opción. Y así entendemos las relaciones sentimentales y, por extensión, la familia. Pero, como siempre, esto es porque nos hemos educado así. Si fuésemos, por ejemplo, mormones del siglo XIX, yo tendría cuatro o cinco esposas y vosotras compartiríais marido con otras tres o cuatro mujeres. Lo mismo sucedería en algunas partes del mundo islámico. Y no experimentaríais un conflicto al respecto. No he hecho un trabajo de campo sobre el tema, pero estoy seguro de que las mujeres mormonas no experimentaban un conflicto social. Puede que sintiesen celos y estoy convencido de que muchas de ellas no eran felices. Que las hayan educado así no quiere decir que sea un camino para alcanzar la felicidad. Lo que quiere decir es que no lo verían como una anomalía. Verían normal tener que compartir esposo y no creo que nadie las mirase mal por la calle por eso. 


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    Es cierto que a veces nos encontramos con personas y situaciones que escapan del modelo. Hay, por ejemplo, matrimonios que practican el intercambio de parejas. Yo no conozco a ninguno, pero sé que los hay. Sea como sea, hay que estar muy preparado mentalmente y tener muy claro qué es lo que uno entiende por pareja para que esta no se resquebraje si introducimos otros compañeros sexuales. No se debe subestimar el poder de la enculturación. Podemos llegar racionalmente a la convicción de que la pareja monógama no es más que una convención social impuesta y que podemos estar por encima de eso y buscar nuevas experiencias sexuales de forma consentida. Es cierto y hay gente que dice que lo consigue. Pero no subestiméis el poder de la cultura. No es solo la reacción que tendrían vuestros conocidos si se enterasen de que os intercambiáis maridos, sino lo que sentiríais sabiendo que él está en la cama con tu amiga. Insisto en que los programas y valores culturales son muy, pero que muy, fuertes. 


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    Hay quien a visto en los matrimonios que se divorcian un modelo alternativo a la familia monógama porque luego se vuelven a casar y tienen así otra nueva pareja sexual. Pero en estos casos, más que formas que se apartan de la norma, estamos ante una monogamia sucesiva, porque durante cada matrimonio no se introduce un nuevo compañero sentimental de forma consentida -que no son tríos, vamos, sino cambios de parejas monógamas a lo largo del tiempo-.

  Mención aparte merece el tema de los cuernos. Un miembro de la pareja encuentra un compañero sexual sin que el otro se entere. Puede ser una acción puntual, o puede prolongarse en el tiempo. Pero, en cualquiera de los dos casos, no pone en peligro el modelo familiar monógamo desde un punto de vista social. Los cuernos son una acción furtiva y, en caso de que no lo sea, el miembro de la pareja que los padece finge que no se entera. Se hace como que no sucede nada, porque la sociedad no ve nada bien las infidelidades. Es algo que todos pensamos que está mal y hasta está recogido en el código penal como causa de divorcio. Esta presión social contra el adulterio es lo que hace que una persona se sienta tan mal cuando su pareja le es infiel. Se siente traicionada y humillada porque la sociedad le ha enseñado que su pareja tenía que ser exclusiva. No sucedería lo mismo si esa misma persona, en lugar de haber sido criada en Moaña, lo hubiese sido entre los nayar de Kerala que hemos visto en el artículo anterior (aquí) o los dobu de los que hablé a propósito del rol social (aquí). En el caso de los primeros, la preocupación del marido sería llevar regalos bonitos para que la esposa le acepte a él y no a otro como compañero sexual esa noche, y en el caso de los segundos estaríamos mucho más preocupados de que nuestro esposo o esposa no nos matase con un hechizo que de los compañeros sexuales que este tuviese. Por muchos que sean. 


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   Las infidelidades matrimoniales en nuestra sociedad son un espacio perfecto para estudiar los conflictos entre naturaleza y cultura. El ser humano, en tanto que animal, no siente una atracción sexual exclusiva. Esa historia romántica de que solo se tiene ojos para él/ella no es más que otra de las formas que tiene la cultura de orientar nuestra concepción de la familia. Los cuentos como Blancanieves o La Cenicienta, en los que dos personas se conocen y ya se quedan prendados el uno del otro para siempre, pase lo que pase, son estrategias que tiene la cultura para ir configurando nuestra concepción de la familia. Nos cuentan una historia muy bonita que se nos plantea como el camino para alcanzar la felicidad y así nos convencemos de que el modo para ser felices es la pareja monógama. Las personas -especialmente las mujeres- se realizan vitalmente, encuentran el sentido de la vida, en esa dedicación exclusiva a su amante. Esto es, evidentemente, falso. Que uno pueda ser muy feliz y realizarse en el matrimonio, no implica que no desee a otras personas. Cuando vemos a gente guapa, nos sentimos atraídos por ellas. Es lo normal y por mucho que amemos a nuestra pareja no vamos a hacer desaparecer un instinto natural. Le pasa a todos los animales y el ser humano no iba a ser una excepción. Otra cosa es que, habiendo sido educados en esta concepción monógama de la familia, renunciemos a ese deseo y seamos felices haciéndolo. Yo lo hago y soy muy feliz por ello, pero insisto en que es una cuestión cultural. Los dobu, por ejemplo, no lo hacen.  

Dobu

    En lo que se refiere a esta tendencia natural a la fidelidad he oído explicaciones de todo tipo. Os prevengo en concreto contra algunas cosas que se han argumentado desde la sociobiología porque no son más que machismo disimulado con una pátina de biología. Helen Fischer (aquí), por ejemplo, sostiene que los celos y, por tanto, la fidelidad, es un mecanismo adaptativo. Por medio de ellos, las mujeres se aseguraban de que el macho fuese suyo y solo suyo y así se quedaba con toda la comida que este podía traer. Los machos sienten celos y son monógamos porque es la forma que tienen de asegurarse que la hembra no se quede embarazada de otro y, por tanto, de asegurarse la conservación de sus genes. Esto, como os dije, es machismo disimulado con biología, porque lo que se desprende de tal argumento es que el lugar natural de la mujer es la casa, esperando pasivamente a que el hombre le lleve el sustento. ¿Cómo explica ella entonces la poligamia tibetana? Seguramente como una aberrración cultural, pero eso es un posicionamiento moral puritano, no científico. Además, ¿qué sucede entonces con todas aquellas culturas en las que se da el avunculado -el que se encarga del hijo no es el padre, sino el tío materno-? ¿es que acaso el tío está muy preocupado por la perpetuación genética del marido de su hermana? 



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    Desmond Morris, un zoólogo que se hizo famosísimo con El mono desnudo, dice cosas muy parecidas (aquí). Amparándose en el estudio de los animales, además de eso de los celos, sostiene que la poligamia en los hombres es algo natural. Según él, la supervivencia adaptativa también se manifiesta en la sexualidad. La hembra solo puede tener un hijo cada dos años aproximadamente, de ahí que tienda a la monogamia. El hombre, por el contrario, puede fecundar a cuantas hembras quiera y es, por tanto, polígamo por naturaleza. A Morris se le puede objetar la cultura nayar y la poliandria tibetana, pero él, adelantándose a eso, sostiene que son desviaciones de la selección natural, como lo son también, según él, los homosexuales. En fin. 

    Pero para desmontar los argumentos naturalistas tampoco tenemos que irnos a lejanas culturas como los dobu o los nayar. Basta con que os observéis a vosotras mismas. Seguro que veis un montón de chicos guapos por los que os sentís atraídas. Esto no quiere decir que queráis acostaros con todos ni mucho menos. Simplemente que a diario os cruzáis con chicos que os parecen guapos y os atraen, luego las mujeres tampoco tendéis naturalmente a la monogamia. 


   P.D. Este artículo no es un llamamiento a la liberación sexual ni un ataque a la pareja monógama. Simplemente trata de reflejar cómo nuestra cultura nos orienta hacia ella. Nos guste o no, vivimos aquí y nos hemos empapado de estos valores. Si alguien opta por otra opción de forma reflexiva, razonada y libre, no tengo nada en contra. Pero le aviso de que no es fácil. La presión social puede ser una fuente de infelicidad mucho mayor de lo que os imagináis.


    



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