viernes, 5 de agosto de 2016

El rol, la identidad cultural y la máscara.


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     Este artículo trata sobre una cuestión que realmente me angustia: la identidad cultural es alienante, ¿cómo superarlo?

    A Goffman le resulta curioso que el significado original de la palabra persona fuese máscara, e interpreta este significado como un reconocimiento del hecho de que cada uno de nosotros desempeña un rol y que es en estos roles donde nos conocemos a nosotros mismos. Con esto lo que quiere decir es que las personas interactuamos unas con otras. Al interactuar, lo hacemos de acuerdo con una serie de valores y normas de conducta que hemos aprendido y que funcionan un poco a forma de convención entre nosotros. Os pongo un ejemplo:

    Una chica de dieciséis años está sentada en la mesa con sus padres. Los tres hablan de cosas comunes, como la familia o la rutina doméstica. La chica no está especialmente interesada en la conversación. Finge que le interesa porque hay algo que quiere pedirle a sus padres. Se muestra atenta y hasta solícita porque quiere predisponerlos a su favor. Va a pedirles algo y trata de suavizarlos de antemano. En un momento dado, la chica siente que es la hora. Entonces suelta su pregunta:

   -Esta noche hay fiesta en Cangas, ¿puedo ir?

   La madre la mira inquisitivamente.

   -¿Quién va a ir? -pregunta a su vez.

   La chica da una lista de amigas, todas ellas conocidas por sus padres, que incluso conocen a las familias. Por supuesto, oculta el nombre del chico que le gusta, con el que lleva tonteando un par de semanas, que seguro que estará en esa fiesta y con el que es muy probable que acabe teniendo un breve romance. 

    -Está bien. -dice la madre al fin- Pero tienes que estar en casa a las tres. 

     La chica hubiese preferido tener permiso para salir toda la noche, pero no insiste mucho, no vaya a ser que sus padres se lo piensen mejor. 

    -Ten el móvil todo el tiempo encendido. A las tres te llamo y me dices dónde te recojo. -dice el padre. 


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    La chica asiente y termina de comer. Luego se va a la habitación. Allí pone algo de música adolescente mientras intercambia mensajes de wasap con una amiga. En ellos le cuenta que sus padres la dejan ir. La amiga pone muchos emoticonos de caritas sonrientes y le recuerda que ese chico que tanto le gusta va a estar. 

    -¿Te vas a liar con él? -le pregunta. 

   La otra se hace un poco la remolona, pero al final confiesa que por supuesto, que, como el otro se ponga a tiro, cae fijo.


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   Mientras, en el comedor, los padres hablan acerca del permiso. Al padre no le hace mucha gracia que su hija de dieciséis años salga hasta tan tarde. La madre aduce que todas las amigas irán y que, si no quiere que la niña acabe aislada, tienen que dejarla ir. El padre entiende el razonamiento, pero objeta que el mundo ha cambiado mucho, que con el botellón y todo eso. La madre no está de acuerdo en absoluto.

    -Venga. ¿Es que ya no te acuerdas de cuándo teníamos dieciséis años? ¿es que acaso no te emborrachabas con tus amigos? 

    -Ya, pero... 

    -¿Y no teníamos líos entre nosotros? -le interrumpe la madre.

    Fin de la escena costumbrista. 

   Aquí hemos visto a cuatro personas interactuando, primero una adolescente con sus padres, luego dos adolescentes entre ellas wasap mediante, y finalmente, un matrimonio adulto. Y hemos visto como las personas han representado varios roles, con los valores y comportamientos asociados a ellos:



    En primer lugar tenemos a la hija adolescente delante de sus padres. Allí se comporta como una hija recatada. Se porta bien y les pide permiso a sus padres para ir a la fiesta. Pero en cuanto deja atrás la presencia paterna y se encierra en la seguridad de su cuarto, cambia inmediatamente de rol. Ya no es la hija responsable, sino la amiga que cotillea. Reconoce que le gusta un chico y que si se pone a tiro se liará con él. Por su parte, los padres, también han desempeñado sus roles. Empezaron siendo los padres celosos de la educación y seguridad de su hija y, cuando se fue, se comportaron como un matrimonio adulto, que se conoce bien y que no tiene que fingir delante de extraños. Por supuesto que ellos se emborracharon de jóvenes y se enrollaron, y, si el padre se muestra tan reticente con esa fiesta, es porque en el fondo los hombres seguimos siendo bastante machistas y eso de imaginarnos a nuestra hijita morreando en el portal con un adolescente de flequillo es dificil de tragar.


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Adolescente con flequillo



     Como los protagonistas de nuestra pequeña escena costumbrista, las personas, en nuestras vidas, desempeñamos muchos roles distintos y saltamos continuamente de uno a otro en función de la persona que tengamos delante. Por poner otro ejemplo, yo, un martes de febrero, voy al instituto a primera hora. Allí me encuentro con el jefe de estudios y otros profesores con los que intercambio unas palabras y con los que desempeño el rol de compañero de trabajo. Luego me voy a clase y con los alumnos me comporto como un profesor, que no es lo mismo que un compañero de trabajo, porque no os cuento lo mismo, no digo lo mismo y, en definitiva no soy igual. Cuando toca el timbre me voy a casa donde está Ana, mi mujer, con quien soy de otra forma. Suelo pasar la tarde leyendo o trabajando y a eso de las ocho, me gusta quedar con los colegas para tomar algo en el bar. Allí vuelvo a ser otro, un amigo, no un marido, ni un compañero de trabajo, ni un profesor. Les cuento cosas que a vosotras no y les oculto otras que a mi mujer confieso. No les doy besos, como a ella, pero sí a veces nos damos abrazos amistosos, cosa que ni se me pasaría por la cabeza hacer con un compañero de trabajo o un alumno. Entonces, ¿quién es Curro? ¿el compañero de trabajo? ¿el profesor? ¿el marido? ¿el amigo? Y podría seguir con la lista hasta aburrir, porque, además de todas estas cosas, soy vecino, hijo, primo, cuñado, hermano, tío y un largo etcétera. 
     


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Unos amigos cualquiera en el bar.


   La respuesta es sencilla. Yo soy todos esos, porque nuestra identidad es la suma de todos estos roles. Tú identidad es la suma de tu rol de hija, de amiga, de alumna, de vecina, de conocida, de prima, etc... Es la suma de cómo eres con las amiguitas, con tus padres, con tus abuelos y con toda aquella persona con la que interacciones. 

      A partir de aquí se me plantean tres cuestiones:

   a) las situaciones de interacción no siempre se pueden aislar, por lo que no tienen por qué ser homogéneas. A veces puedes estar en una situación en la que tengas que interactuar a la vez con dos personas con las que desempeñas dos roles distintos con cada una de ellas. Esto se da, por ejemplo, en clase. Estás sentada con tu amiga, pero también me tienes a mí delante, que soy tu profesor. Este hecho con frecuencia deriva en situaciones embarazosas, porque hay roles que es difícil conjugar. Pensad en lo incómodo que se siente un adolescente cuando su madre, delante de todos sus amigos, se chupa el dedo pulgar y le frota la comisura de los labios para limpiarle los restos de comida. El rol de amigo chulito difícilmente es compatible con el de hijo. 

    b)  Todas estas formas de comportamiento son aprendidas. A veces nos cuesta darnos cuenta de ello porque los seres humanos tendemos al etnocentrismo -pensar que nuestra cultura y, por tanto, nuestro comportamiento, es el natural-. Para empezar, esa cena familiar hubiese sido impensable entre los dobu. Los matrimonios dentro de esta cultura son muy inestables, practican el adulterio asiduamente, y marido y mujer viven con el perpetuo temor mutuo a morir por la brujería del otro. En consecuencia, la autoridad sobre la niña la representa el hermano de la madre de modo que, en caso de que una joven dobu tuviese que pedir un permiso, lo haría al tío. Pero tampoco hace falta irse tan lejos. Si en lugar de ser de Moaña, esta familia hubiese sido cuáquera, ni de lejos la conversación se hubiese dado en esos términos -de hecho ni siquiera se hubiese dado-. 


Dobu


    c) La cuestión de la identidad: como vimos en el artículo dedicado a la identidad individual (aquí), los papeles que desempeñamos dentro de los roles no están completamente prefijados. Cada uno los interpretamos a nuestra manera. Mi amigo Luis no se comporta como amante con su mujer Mónica como yo con Ana. Ni mi amigo Telmo es profesor igual que yo. Ambos los somos, pero cada uno a su manera. Sin embargo, tampoco conviene sobrevalorar este componente individual de la identidad. Tú decides qué imagen quieres dar como profesional, como amante o como amigo, y así te vistes y decoras tu casa. Pero los programas culturales -los roles- son estereotipos, están hechos para una persona estándar. Los márgenes de maniobra que nos dejan son muy pequeños. Telmo y yo estamos incluidos dentro de la categoría cultural -rol- de profesor. Cada uno lo somos a nuestra manera, pero, a fin de cuentas, las conductas asociadas a esta categoría son más o menos las mismas. Telmo puede ser más gracioso que yo en clase, o puede explicar mejor, pero los dos establecemos la misma relación con los alumnos, que es la esperable que tenga un profesor con sus discípulos, los dos nos relacionamos con nuestros compañeros de trabajo en la sala de profesores y hacemos exámenes y ponemos notas. Podríamos pensar también que escogemos un rol o una posición social en función de nuestras inclinaciones personales. Puedo decidir ser marido o no serlo, ser profesor o arquitecto, punki o pijo, y también puedo decidir cómo ser todas estas cosas. Pero aquí el margen de maniobra también es mínimo, porque estas inclinaciones son en gran parte inculcadas culturalmente. Por ejemplo, yo conozco un tipo en Vigo que está convencidísimo de que es un tipo auténtico y está encantado de haberse conocido. Como es un idiota, no se da cuenta de que ese personaje de progre joven que compra El País, se viste a la moda y está al tanto de los movimientos políticos del mundo global y de las últimas tendencias -para él ambas cosas están al mismo nivel-, no es su opción vital individual, propia y voluntaria, sino el resultado de programas y valores culturales que le han inculcado las agencias de publicidad que han diseñado el estereotipo del bohemio burgués para explotar el mercado del sector de la población donde lo “cool” se ha convertido en un fetiche. 



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El ideal de vida inducido por las agencias de publicidad.
    Y así llegamos al callejón sin salida que me obsesionaba: ?si mi forma de ser es mayoritariamente aprendida, no estoy alienado? Dicho con otras palabras: yo he nacido, como el resto de los seres humanos, con el cerebro vacío. A lo largo de mi vida lo he ido llenando de información, que me ha enseñado qué sentir, cómo hacerlo y el modo de comportarme (1). Todo eso me ha venido de fuera, no lo he elegido yo. Lo único que me queda es desempeñar esos roles a mi manera, pero, como ya he dicho, eso tampoco es mucho. Sobre todo porque puedo estar convencido de que hago o pienso tal o cual cosa por inclinación personal, porque yo soy así, cuando en realidad ese pensamiento o esa decisión están inducidos culturalmente. Os pongo otro ejemplo: Hace tiempo, y supongo que ahora será más o menos igual, si hacías una encuesta en la que preguntabas qué harías si te tocase el Euromillón, el 90% de la gente contestaba que irse al Caribe a una playa de arena blanca y aguas cristalinas o viajar mucho, conocer mundo, viajar sin parar. ¿No os resulta un poco extraño? ¿Es que acaso las personas nos parecemos tanto, o no será que nuestro modelo de vida ideal nos ha sido inculcado por la publicidad de las agencias de viajes, brazo ejecutor del turismo, la que pronto será la primera industria del Planeta? Lo mismo sucede con el amor, por poner otro ejemplo. El hecho de que te enamores de ese chico se debe, en gran parte, a que te parece guapo. Y creo haber demostrado en un artículo anterior que la belleza es cultural, es decir, aprendida (aquí). 

    Como dije, a mí esta cuestión me obsesionaba y hasta me angustiaba. Aceptar que lo que soy, mis decisiones, no dependen de mí, sino de lo que me ha tocado en suerte aprender, es aceptar que soy como un barco a la deriva, cuyo rumbo no depende él. Pero fijaos: he escrito "obsesionaba" y "angustiaba", pretérito imperfecto de indicativo, un tiempo de pasado. Porque un día, dándole vueltas a esto, me vino a la cabeza La Feria de las Vanidades, la genial novela de Thackeray. En ella, entre otras cosas, se sostiene que solo los idiotas se creen su propia identidad. Hay dos personajes, Dobin y Amelia, que se han creído a pies juntillas sus roles. El primero es el buen soldado, hombre honesto; y la segunda la entregada esposa amante. Por supuesto, los dos son unos completos majaderos y, si no es por la intervención de Becky, su vida hubiese terminado tan triste y carente de interés como el de los roles que se acabaron creyendo. Solo Becky, la tía chunga que es una cínica de cuidado, es lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que la sociedad no es más que una feria de vanidades. Como nos enseña  Thackeray a través de Becky Sharpe, la única forma de no sucumbir a esta alienación es ser consciente de ella. Y la antropología puede servirnos para eso. Nos puede ayudar a distanciarnos de nosotros mismos, a observarnos como sujeto de estudio y a tomar conciencia de qué hay de aprendido y cultural en lo que pensamos y hacemos. Y así y solo así, seremos libres a la hora de tomar nuestras decisiones. 


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(1) Ojo, no confundáis el modo de comportarme con ser un buen chico. La forma de comportamiento asociada al rol depende de la situación. Si eres un buen chico con tus amigos adolescentes, con toda seguridad les vas a resultar un muermo y acabarán pasando de ti. El rol de colega adolescente lleva asociado un comportamiento un tanto canalla y de desafío a la autoridad-. 
    

1 comentario:

  1. La pelicula the arrangement de Elia Kazans es muy instructiva al respecto

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