Muy buena película.
El argumento es bastante sencillo:
El protagonista es un actor madurito que en su juventud fue famoso por ser el que encarnaba en la pantalla a Birdman, un superhéroe. En el momento en que tiene lugar la narración ya está de vuelta, han pasado sus mejores años y poca gente se acuerda de él. El personaje, que confunde el amor con ser admirado, no puede soportar que la fama haya pasado de largo. Por eso se propone hacer una obra de teatro escrita, dirigida y producida por él.
Birdman es una historia que habla de muchas cosas.
En primer lugar, el tema principal es la redención, las vidas perdidas y la posibilidad de recuperarlas. La obsesión del Michael Keaton con su carrera y con mantenerse en el candelero lo ha llevado a vivir una vida que no es la suya. Como repite en numerosas ocasiones "no existo". La obra de teatro en la que se embarca lo pone en contacto con una serie de circunstancias que lo llevan a replantearse el sentido de su existencia.
En segundo lugar, Birdman habla de la fama, de la relación de las personas con ella y de la necesidad que tenemos los hombres del siglo XXI de dejar de ser gente anónima. Michael Keaton vive atormentado porque ya no es nadie. Trata de hacer una obra de teatro que sea reconocida por el público y la crítica porque necesita el prestigio.
La relación con la fama nos lleva al amor, el tercer tema de la película. Keaton vive obsesionado con la admiración de gente que no conoce, y esto le lleva a olvidar la naturaleza del verdadero amor, que es el amor humano, el de las personas cercanas a las que uno toca. En este sentido, hay una escena en la discute con su hija -una magistral Emma Stone- en la que ella le acusa de confundir amor con admiración y le dice que debe despertar porque esa necesidad de destacar, de no ser anónimo, es la misma que tienen todos los humanos del siglo XXI.
En cuarto lugar, Birdman es una reflexión metacinematográfica y metateatral. Las fronteras entre la realidad y la ficción son permeables y por momentos se confunden los personajes a los que representa Keaton -Birdman y Raymond Carver- y el propio Keaton. Esta permeabilidad entre realidad y ficción llega a su máxima expresión en el personaje de Edward Norton y esa conversación maravillosa con Emma Stone en la que él le confiesa que se pasa la vida fingiendo excepto cuando se sube al escenario, donde es él mismo.
En quinto lugar, es una crítica feroz a los críticos de cine y teatro. La crítica que ha decidido poner podre la obra sin haberla visto siquiera es un personaje deleznable. Y los dos momentos en los que Edward Norton y Michael Keaton, por separado, le dicen que un actor se lo juega todo en cada obra, mientras que ella no hace nada salvo sentarse y escribir etiquetas es una verdad como un puño. Se ve que González Iñárritu tenía algunas cuentas que ajustar después de algunos comentarios que se hicieron sobre Babel y 21 gramos.
Y podría seguir así durante muchos párrafos, desglosando todos los temas que toca esta película porque, como las obras de arte, Birdman es compleja, llena de matices, que nos llaman a un segundo y un tercer visionado.
Las actuaciones son más que buenas. Escoger a Michael Keaton para un personaje como este es un acierto memorable. Supongo que Michael Keaton debe tener mucho sentido del humor, porque aceptar un papel en el que se hace una sátira de lo que él representa sólo puede hacerse si uno no se toma demasiado en serio a sí mismo -lo que es una virtud-.
Edward Norton es un actor de confianza. Muy pocas veces me ha defraudado. Y aquí no lo hace.
Y Emma Stone... ¿qué puedo decir de esta mujer? Que enamora desde el primer momento en que la cámara se posa en ella. Hace un personaje secundario de esos que uno quiere que se convierta en principal, que aparezca todo lo posible en pantalla. La escena final, que no contaré para no estropearos la película y sobre la que tengo mis dudas, merece la pena sólo por verle los ojos.
|
Ojos increíbles |
Desde un punto de vista técnico, sorprende muchísimo el uso del plano secuencia. Prácticamente toda la película es un plano secuencia, o un falso plano secuencia con algunos truquillos para que lo parezca. En las conversaciones no hay plano-contraplano como estamos acostumbrados, los cambios de lugar no implican un cambio de plano, sino que la cámara sigue a los personajes y, cuando cambia de escena, sigue a uno de ellos hasta que aparece otro y le deja el testigo. Dicho así puede parecer un recurso un poco vacío, como si la película fuese demasiado formalista. Recuerdo que en Fresas Salvajes Bergman rodaba alguna conversación con un plano secuencia, moviendo la cámara de un personaje a otro para resaltar la distancia emocional entre ambos. Pero Bergman dosifica este recurso porque puede llegar a agobiar. No es el caso de Birdman. Aunque abusa de él, le da un toque especial que llama la atención desde el comienzo y, lejos de echarte de la película, hace que te metas más. Además de simbolizar el alejamiento emocional por medio del espacial como había Bergman, el plano secuencia tiene sentido cuando sigue a los personajes por los pasillos del teatro, se mete por las ventanas y se detiene en los camerinos. El teatro es como un pequeño submundo que la cámara recorre curiosa, deteniéndose en cada momento en lo principal.
|
Surrealismo |
Quizá lo único que no me acabó de convencer del todo es el toque surrealista de la película. No me parece mal, porque el surrealismo siempre está en relación con las alucinaciones de Michael Keaton, pero a veces están demasiado presentes y no sé hasta qué punto eran necesarias y no tan sólo belleza visual gratuita. Pero esa no es más que una objeción menor y, en cualquier caso, bien merece la pena porque vale para poder ver esos ojos maravillosos en la última escena.