Brubaker es uno de los creadores de cómic más prestigiosos del momento. Recuperó Capitán América y Daredevil y, según dicen por ahí su legión de fans, también ha conseguido revivir el género negro.
Me parece mucho decir.
Fatale es una sucesión de tópicos uno detrás de otro. Hace que su historia gire en torno al arquetipo de la mujer fatal que hemos visto en infinidad de mitos, leyendas, películas y novelas, crea un ambiente lovecraftiano muy de moda en el ambientillo adolescente gótico, introduce un motivo de subcultura americana -las referencias a Charles Manson y su pandilla de chiflados son evidentes-, le da a todo un barniz de género negro y crea Fatale. Este truquillo tal vez le funcione con adolescentes góticos que adoran el cómic sin haber abierto un libro de Poe o ver una película de Polanski sólo por el hecho de que hay gente vestida de negro y sangre, fantasía y sexo. Pero a los maduritos que estamos un poco más leídos esto nos chirría porque evidencia que Brubaker no ha creado nada. Fatale es un refrito. Y un refrito por momentos cogido con alfileres, porque hay cosas que no se pueden mezclar, como el vino blanco y la fanta de naranja.
También es probable que su corta y pega le funcione con todos aquellos que le quieren dar al cómic un aura intelectual. Podrán leer este tebeo y reconocer todas las referencias y sentirse muy cultos y muy inteligentes haciéndolo. En tal caso, pueden quedarse con Fatale todo para ellos. Leer buscando referencias es como hacer un crucigrama. No es disfrutar de una historia, sino buscar soluciones. Es cierto que a Borges le funcionaba, pero precisamente por eso Borges me parece un escritor tramposo. Este juego es una forma de hacerle la pelota al lector y, por lo tanto, un camino muy poco honesto para gustar. Nietzsche dijo que la filología era el arte de aburrirse con la literatura precisamente por eso. Leer trazando mapas de fuentes e influencias te aleja de lo que de verdad importa, que es una historia que emocione.
Según parece, cuando le preguntaron por qué había abandonado el cómic de superhéroes, Burbaker contestó que se sentía ridículo contando historias de gente que se disfraza y soluciona el mundo a golpes mientras hay personas que se encuentran en su lecho de muerte. No sé si esto fue un ataque de pose, de frivolidad o es que Brubaker es bobo. Supongo que será cualquiera de las dos primeras opciones, porque es inaudito que alguien que ha triufado contado historias de superhéroes reduzca el género a eso. A mí no me gustan ni Daredevil ni el Capitán América, pero decir que, por ejemplo, Batman sólo es un señor que se disfraza y arregla el mundo a golpes es o una estupidez o una frivolidad. Además, me resulta bastante curioso que haga una afirmación así y luego haga un cómic como Fatale, que es de una liviandad supina. De su afirmación se desprende que después de la experiencia con los superhéroes quiere dar el salto a un género trascendente, con mensaje político como Tardi o existencial como Goethe, y nada más lejos de la realidad. A parte de que más de la mitad de los personajes acaben muertos, no veo el mensaje por ningún lado.
Y por si todo esto no fuese suficiente, la historia está mal contada. Uno se pierde y el tomo tres, con tantos saltos temporales a pasados remotos, además de ser un rollo, me da en la nariz que no es más que enredar un poco la trama para alargar la serie.
Mención aparte merece Sean Phillips. También pasa por ser un grande, pero de la ilustración. No tengo tantos reparos con él como con Brubaker, pero no me parece un maestro en absoluto. Es cierto que domina la técnica. La viñeta está muy bien dispuesta y el cómic es agradable y rápido de leer. Pero con él tengo la sensación de estar ante un artesano que hace viñetas en serie. No le veo por ningún lado el toque personal, más allá oscurecer mucho los sombreados. Además, en algunos casos, no muchos, la expresión de la cara de los personajes no cuadra con lo que nos está contando.
Dave Steward es el encargado del color, que es lo mejor de toda la serie.
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