En mi vida se me hubiese ocurrido escribir sobre unos libros como Los juegos del hambre. No porque me sienta muy por encima de estos subproductos comerciales escritos para adolescentes. En absoluto. A veces leo estas chorradas para mantenerme al día de los libros que le pueden gustar a mis alumnos, y alguna de estas paridas hasta me entretiene. Sencillamente es que Los juegos del hambre son malos de narices. Pero ayer un amigo me hizo una sugerencia.
-Puedes escribir un post sobre lo mejor y lo peor del año. -me dijo.
Automáticamente pensé en Los juegos del hambre. Ver a todos mis alumnos de tercero de ESO flipando con esta trilogía que además se ha convertido en película es, sin lugar a dudas, uno de los disgustos más grandes que me he llevado este año. No es que quiera que lean a Cervantes. Nadie con trece años puede entender El Quijote. Si uno solo de mis alumnos se leyese por propia iniciativa la obra homónima de Cervantes, yo pensaría que es un rarito o que quiere dar la nota. Pero que alucinen con Los juegos del hambre era demasiado. Insisto en que no tengo nada en contra de los subproductos comerciales pensados para hacer caja en el mercado adolescente. Laura Gallego me entretiene y Harry Potter, aunque sea para niños un poco más pequeños, me gustó mucho.
Se me ocurren un montón de razones por las que Los juegos del hambre son un desastre. Los personajes son horriblemente planos, la historia está más vista que el tebeo, justifica la violencia como forma de resistencia social, es ñoña -los amoríos de Katniss son para vomitar-, etc... Pero ese post sobre lo mejor y lo peor del año que nunca escribiré me hizo preguntarme qué demonios tiene Los juegos del hambre para enganchar a millones de adolescentes en todo el planeta, porque estoy convencido de que si yo tuviese ahora trece años, estaría que no meaba con Katniss y su aventurita distópica.
Lo primero que pensé acerca del éxito de esta trilogía es el bombardeo publicitario. Los juegos del hambre está hasta en la sopa, y ya no es sólo una novela/película, es una estética y hasta una forma de comportarse. Pero esto por sí solo no basta para todos los adolescentes flipen. Así que pensé más. Y me sorprendí reconociéndole algunos aciertos a Suzanne Collins.
En primer lugar, se nota que esta señora fue guionista de Nickoledeon. Conoce perfectamente el gusto adolescente. El adolescente es por definición un perezoso mental. No quiere hacer esfuerzos. Le molesta el trabajo y se cansa enseguida. Pero, al mismo tiempo, es increíblemente curioso. Está descubriendo el mundo y su cerebro es una esponja. Por eso Suzanne Collins recurrió a la estructura tradicional del viaje iniciático. Es una estructura narrativa que podemos encontrar en los cinco continentes y que todos conocemos de manera intuitiva. Hay un personaje -Katniss- que está viviendo en una aldea aislada. En esta aldea hay una carencia -en el caso de Los juegos del hambre un gobierno horrible superopresor y muy malo-. Resulta que el personaje es el elegido por el destino para solucionar esa carencia -Katniss va a acabar con el gobierno-, pero él no lo sabe. Hay una llamada a la aventura -el sorteo para ir a ese programa de televisión tan cruel-; y el héroe se pone en marcha para realizar una serie de pruebas. Normalmente el héroe es ayudado por una fuerza externa -no recuerdo ahora el nombre del mentor de Katniss- y todo termina con una gran prueba final que el héroe supera y vuelve a casa con esa carencia inicial solventada -Katniss realemente acaba con el gobierno-. Esta estructura, como demostró Campbell en El héroe de las mil caras, está repartida por los cinco continentes en millones de historias diferentes y ya forma parte de nuestro inconsciente colectivo. Por eso a nuestros adolescentes no les resulta difícil leer o ver Los juegos del hambre. Es la historia de siempre. No hay que esforzarse para entenderla. Además, ya saben todo lo que va a pasar. Sin embargo, como dije, el adolescente no sólo es perezoso. También es curioso. Consciente de esto, Suzanne Collins envolvió esta estructura tradicional en forma de distopía futurista, un rollo muy moderno y muy molón. Y así le dio al adolescente del S. XXI lo que más le gusta: algo de digestión fácil que, al mismo tiempo, parece muy moderno. Cuando analicé La fortaleza escondida de Kurosawa, dije que era lícito recurrir a estas estructuras que siempre funcionan. Denostar a Suzanne Collins por hacerlo y elogiar a Kurosawa por su perspicacia sería tener un rasero para medir la subcultura y otro para el arte consagrado. Eso, además de injusto, sería un snobismo asqueroso por mi parte, así que no lo haré. Le reconozco a la Collins la habilidad de haber sabido recoger la esencia del éxito de los cuentos tradicionales.
En segundo lugar, Los juegos del hambre se mueve en una ambigüedad moral que vale para un roto y un descosido. Aunque los amoríos de Katniss sean muy pacatos -y por tanto conservadores-, no deja de ser una mujer la que tiene un dilema amoroso porque le molan dos chicos. La Regenta era una cosa similar. Por supuesto que estaría fuera de lugar comparar la obra de Clarín con esta chorradita adolescente, pero creo que está muy bien que por una vez sea la chica la que toma la iniciativa en el amor y del triángulo amoroso. Es un feminismo muy pobre, lo sé, pero algo es algo. Y creo que hacer que la protagonista de una historia de amor y aventuras sea una chica engancha a mucha gente, sobre todo mujeres.
Esta ambigüedad moral me interesa sobre todo desde un punto de vista político. Tanto los ultraneoliberales como los socialdemócratas se han apuntado el tanto de que la obra defiende sus ideales. Para los primeros la novela es una metáfora futurista sobre los gobiernos que se inmiscuyen en la vida de los ciudadanos. Para que el futuro no sea así, hay que acabar con toda forma de Estado. Los juegos del hambre son, en su opinión, un canto a libertad y el liberalismo. Por el contrario, los socialdemócratas ven en Los juegos del hambre una parábola de las consecuencias del libremercado. Si no queremos acabar como los trece distritos, el Estado debe velar por el reparto justo de los bienes y el bienestar de los ciudadanos. De hecho, creo recordar que los disturbios en Los juegos del hambre empiezan en un distrito minero de mayoría negra. Y así, sin mojarse mucho, la obra gusta a unos y a otros, hasta el punto de que en Tailandia diecinueve jóvenes fueron arrestados por hacer el saludo del distrito 11 durante un discurso del Primer Ministro. Era su forma de protestar contra la opresión. Un gesto que puede interpretarse también de dos formas opuestas: protestan contra un gobierno de ultraderecha, o protestan contra un gobierno que infiere y planifica sus vidas.
El saludo del distrito 11. |
Y fin del post. Los juegos del hambre me parecen un pastiche horrible, pero le reconozco a Suzanne Collins la habilidad de conocer como nadie el gusto adolescente y jugar a dos bandas.