Esta novela me la recomendó un amigo con la intención de que acabara mi periplo por la literatura norteamericana que hay que leer para estar en la onda -no en vano el prólogo es del omnipresente Rodrigo Fresán, adalid de los molones-.
Resumiendo un poco, el argumento de la novela es relativamente sencillo: un periodista americano está en Vietnam en los últimos años de la guerra. Decide llevar un montón de heroína a EEUU y venderla allí con ayuda de su mujer y un amigo. Pero no son unos narcotraficantes profesionales y las cosas se tuercen. Entonces empieza una sucesión de peripecias contra gánsteres y policías corruptos.
La novela no está mal. Me gustaría hacerle una crítica en profundidad para que mi amiga L no se sintiese defraudada, pero lo cierto es que poco puedo decir de ella. Se lee muy bien, principalmente porque hay mucha acción. Los personajes están bastante bien construidos, son verosímiles y tienen varios puntos buenos. El clímax final tiene muchísima tensión y, en general, le doy un aprobado. No voy a decir más de cuestiones técnicas. Creo que no las merece. De hecho, pensaba pasar de hacer una crítica de ella porque no tenía mucho que decir. Sin embargo, hablando con ese amigo que me la recomendó, salió el tema de la provocación en la novela. Y entonces pensé que podía hacer una reseña de esas en las que cojo una novela cualquiera para reflexionar sobre algún fenómeno literario en general.
Lo siento L, pero de Dog Soldiers no hay mucho más que decir.
Me sorprendió que algunos escritores a los que respeto mucho -Wallace Steigner o Don DeLiilo-, algunos a los respeto un poco -Jonathan Lethem- u otros a los que no respeto nada -James Ellroy- la pusiesen por las nubes, cuando Dog Soldiers no deja de ser un producto de época.
La literatura, como todo, tiene su tiempo. Hay un tiempo interno inherente al lector. No siempre uno está de humor para leer cosas muy serias y te apetece leer una chorradita intrascendente que te entretenga y no requiera mucho esfuerzo. Y hay un tiempo externo, que ancla la obra literaria al tiempo que la vio nacer. Cuando digo que Dog Soldiers es un producto de época, me refiero a este segundo tiempo. Cada época tiene sus gustos. Y muchas veces, lo que es valorado en un momento histórico determinado, no lo es en otro. Esto es especialmente evidente en los estereotipos y en las obras de decadencia que cogen todos los elementos de moda y los exageran. Don Álvaro o la fuerza del sino es el ejemplo más claro que se me viene ahora en la cabeza. En el siglo XIX fue un exitazo, porque halagaba al público dándole una ración doble de lo que le gustaba. Pero hoy en día el gusto ha cambiado y las exageraciones del Duque de Rivas nos resultan ridículas. Mucho me temo que a Dog Soldiers le pasará lo mismo. En la época que fue escrita -y sobre todo cuando fue recibida en España por primera vez-, gustaba mucho lo provocador. Veníamos de una era de represión, y salirse de la norma ya era un valor estético en sí. En Dog Soldiers hay mucho sexo, muchas drogas y mucho liberalismo. Esto molaba mucho, sobre todo en la España postfranquista, y la crítica alabó la novela. Pero las cosas han cambiado. Leer cómo una tía se chuta o cómo le chupa la polla a un tipo no tiene nada de provocador. Ya hemos visto eso una y otra vez en las novelas y en el cine y ya no impresiona a nadie. Es más, a mí hasta me aburre. Y este es el valor supremo de Dog Soldiers y la razón por la cual creo que la crítica del momento la puso por las nubes. Pero el tiempo pasa y el juicio de la historia la pondrá donde se merece. Una novela interesante, entretenida, pero que no deja de ser un producto de época.
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