miércoles, 13 de noviembre de 2024

Hilary Putnam: El Pragmatismo Un Debate Abierto

 



    Hilary Putnam comienza señalando cómo hoy valoramos la tolerancia y el pluralismo, algo que en el pasado, incluso en sociedades ricas en diversidad de opiniones como la antigua Atenas o el Imperio Romano, se percibía como un signo de decadencia. La Ilustración fue crucial para cambiar esta visión, buscando una base sólida que permitiera a las sociedades aceptar la diversidad sin una religión o moral única. Sin embargo, este pluralismo también trajo consigo un escepticismo epistemológico, que hoy plantea el reto de evitar caer en un escepticismo moral extremo sin recurrir al autoritarismo. Estas tensiones llevaron a Putnam a explorar el pragmatismo, en especial en los escritos de Peirce, James, Dewey y Wittgenstein, por su afinidad en tratar las cuestiones de hecho y valor como inseparables. En su libro, Putnam busca mostrar cómo el pragmatismo ofrece mejores herramientas para enfrentar los problemas éticos y epistemológicos actuales.

    En el primer capítulo, Putnam reivindica la filosofía de William James.

    William James es una figura duradera en la filosofía, cuya obra ha generado intensas reacciones tanto favorables como desfavorables. Aunque Bertrand Russell ridiculizó su concepción de la verdad, también valoró su "empirismo radical" o "monismo neutral". Otros críticos como Martin Gardner cuestionaron su reinterpretación del concepto de verdad, mientras que admiradores como Jacques Barzun elogiaron su vigor intelectual. Para Putnam, la relevancia de James reside en su enfoque holístico, en el cual hechos, valores y teorías son inseparables, y su tendencia hacia un "realismo directo," que asume que percibimos el mundo externo, no meramente datos internos. Aunque estos enfoques parecieron contradictorios para algunos, Putnam y otros sostienen que son interdependientes y esenciales para comprender la filosofía de James.

    William James es a menudo malinterpretado en su teoría de la verdad, especialmente cuando Bertrand Russell lo acusa de sostener que algo es verdadero solo si sus efectos son beneficiosos. Sin embargo, James no dice esto; más bien, sugiere que la verdad es un "expediente" de pensamiento, es decir, que lo verdadero es aquello que funciona y que responde bien a la experiencia en diversos contextos, aunque pueda necesitar ajustes. James enfatiza que la verdad no debe ser vista como una “correspondencia” abstracta y misteriosa con la realidad, sino como algo que se alcanza mediante la confirmación en condiciones ideales y prolongadas de investigación. Al igual que Peirce, James ve la verdad como un "destino del pensamiento" o una meta final a la que se llegaría si la investigación continuara bajo condiciones óptimas y responsables, un enfoque que no confunde verdad con simple confirmación.

    Para James, la verdad es una forma de pensamiento práctico y adaptable, similar a cómo la justicia guía nuestra conducta. James afirma que lo verdadero es aquello que "conviene" en un sentido amplio, lo cual implica una perspectiva más compleja y evolutiva de la verdad, en la que esta se ajusta a nuestras experiencias y creencias conforme éstas se confrontan y refinan a través del tiempo.

    Putnam también compara las ideas de James con el concepto de significado en Ludwig Wittgenstein, resaltando cómo ambos filósofos han sido malinterpretados al simplificar o sacar de contexto sus expresiones. Además, examina la conexión de la verdad con la "confirmación" en el pensamiento de James y su relación con la obra del lógico Alfred Tarski, sosteniendo que James no confunde ambos conceptos, sino que ve la verdad como algo idealizado y alcanzable solo a través de un proceso prolongado de investigación y ajuste.

    Por último, Putnam explora el rechazo de James a dualismos rígidos, como el de hecho y valor, y su concepción del conocimiento como una mezcla interdependiente de teorías, valores e interpretaciones. James argumenta que nuestro entendimiento de la verdad y de los hechos está profundamente condicionado por nuestras prácticas y contexto cultural, lo que convierte a la verdad en un proceso dinámico, donde tanto el conocedor como el conocimiento se influencian mutuamente.

    William James aborda el realismo “directo” o la idea de que la percepción conecta con objetos y eventos externos, en lugar de depender de datos sensoriales internos. La propuesta de James es un intento de superar el dualismo clásico (separación entre el yo y el mundo) y se complementa con su postura pragmática. Según James, los conceptos de verdad y realidad no deben entenderse como absolutos, sino como construcciones humanas prácticas que nos permiten interactuar con el mundo de manera efectiva. Este enfoque implica que los individuos co-determinan la verdad dentro de un mundo común compartido.

    James y el pragmatismo rechazan el escepticismo radical, defendiendo que la duda requiere una justificación similar a la de la creencia. Además, el pragmatismo sostiene un falibilismo en el que ninguna creencia está exenta de revisión, pero también enfatiza que la posibilidad de error no invalida nuestras percepciones del mundo.

    Este enfoque se asemeja al último Wittgenstein, quien considera que el conocimiento depende de nuestra “forma de vida” y que las percepciones compartidas de la realidad no requieren un acceso preconceptual, sino una capacidad para formar conceptos comunes. Al igual que James, Wittgenstein cuestiona la idea de verdades absolutas y sostiene que la correspondencia con la realidad es un reflejo de nuestras prácticas lingüísticas y sociales.

    Este realismo pragmático de James combina un reconocimiento de la falibilidad de nuestras creencias con una confianza en nuestra capacidad para acceder y construir un mundo compartido, sin necesidad de certezas metafísicas.

    Para William James, la filosofía tiene como cuestión central el "cómo vivir", semejante a la visión de Sócrates. Sin embargo, James no acepta la separación entre una filosofía dedicada a la vida y otra enfocada en cuestiones técnicas. En su perspectiva, la filosofía ideal une ambas facetas: los ideales personales y la visión del mundo deberían sostenerse mutuamente, y un enfoque puramente teórico resulta insuficiente para responder a las necesidades profundas de la vida.

    James enfatiza que cada persona debe tomar decisiones por sí misma, sin depender de una autoridad externa para definir sus principios. Esta autonomía filosófica resuena con el ideal de Kant de “atrévete a pensar” y la idea de Wittgenstein de que, en última instancia, no existe un método definitivo para decidir los principios correctos. Según el pragmatismo de James, el proceso de investigación y la experiencia misma son los que nos enseñan mejores formas de resolver diferencias y avanzar en la comprensión de nuestras vidas y principios. La filosofía de James, a pesar de sus imperfecciones, ofrece un "alimento sustancioso" tanto para el pensamiento como para la vida práctica.

    En el segundo capítulo, explora la posible tendencia pragmática en el último Wittgenstein y su relación tanto con Kant como con el pragmatismo de filósofos como William James. La obra de Wittgenstein, lejos de ser una simple crítica a la filosofía tradicional, puede verse como una continuación y reinterpretación de sus ideas. A diferencia de lo que algunos piensan, el objetivo de Wittgenstein no es "terminar" con la filosofía, sino ayudar a modificar nuestra forma de ver y entender el mundo sin imponer tesis filosóficas permanentes.

    En relación a Kant, Wittgenstein hereda la idea de que nuestras descripciones del mundo no son copias directas de la realidad, sino que están condicionadas por nuestras elecciones conceptuales. Aunque Kant planteaba que ciertas estructuras trascendentales de la razón influían en nuestra percepción del mundo, Wittgenstein va más allá, sugiriendo que no existen descripciones del mundo independientes de nuestro lenguaje y puntos de vista humanos. Wittgenstein también critica la búsqueda de definiciones absolutas en la epistemología, señalando que términos como "conocer" no tienen un significado fijo, sino que su uso evoluciona en función de cómo los humanos siguen creando y adaptando sus "juegos de lenguaje".

    Wittgenstein muestra una tendencia hacia el pluralismo, inspirado por Kant, quien vislumbró diferentes perspectivas del mundo (científica, moral, estética y religiosa) que no pueden reducirse entre sí. Wittgenstein, al igual que los pragmáticos, rechaza la idea de que haya un solo criterio definitivo o estructura inmutable para determinar el conocimiento.

    Rorty, en La filosofía después de la filosofía, adopta una postura que se aproxima a la concepción wittgensteiniana del lenguaje, según la cual lo que es verdadero o falso depende de las reglas de los "juegos de lenguaje" en los que participamos. Sin embargo, Rorty va más allá al tratar los juegos de lenguaje como sistemas automáticos, donde las reglas son semejantes a algoritmos o programas, lo que lleva a una visión mecanicista de los seres humanos como autómatas lingüísticos. En esta interpretación, no hay un juego de lenguaje "mejor" que otro, más allá de ser adecuado a ciertos intereses.

    Putnam, sin embargo, critica esta visión, argumentando que Rorty distorsiona el sentido del pensamiento wittgensteiniano. Para Wittgenstein, el lenguaje no es un conjunto de reglas mecánicas, sino un fenómeno dinámico que está profundamente vinculado con nuestras prácticas y la capacidad de juzgar la coherencia y la evidencia en distintos contextos. Por ejemplo, en el caso de la afirmación sobre los prisioneros de guerra en Vietnam, Wittgenstein diría que existen verdades objetivas en ciertos juegos de lenguaje, aunque algunas personas no sean capaces de verlas debido a sus limitaciones cognitivas. Para Wittgenstein, no todos los juegos de lenguaje son iguales, y no todos los puntos de vista son igualmente válidos: algunos son más adecuados que otros, en función de su conexión con la realidad y la evidencia.

    Putman también sugiere que Wittgenstein permitiría una evaluación de los juegos de lenguaje en términos de mejores o peores prácticas, cuestionando así la afirmación de Rorty de que la superioridad de un juego de lenguaje sólo es válida en relación a intereses específicos. Para ilustrar la diferencia, el autor evoca los ejemplos de Wittgenstein sobre la “ordalía” o la prueba del fuego, juegos de lenguaje primitivos que, según Wittgenstein, pueden ser vistos como absurdos o criticables.

    Al final, Putman reconoce en la interpretación de Rorty una característica genuina del pensamiento wittgensteiniano: el pluralismo kantiano que rechaza la idea de que un solo juego de lenguaje pueda arrogarse el derecho de describir la “naturaleza última de la realidad”. No obstante, concluye que Wittgenstein también permitiría un grado de evaluación y crítica entre juegos de lenguaje, una postura que Rorty tiende a descartar en su interpretación más radical del pluralismo lingüístico.

    Putnam explora la relación entre las ideas de Wittgenstein y Kant, enfocándose en sus diferencias y en cómo Wittgenstein "naturaliza" algunas de las nociones kantianas. Esta "naturalización" implica un enfoque menos abstracto y más práctico de la filosofía, evitando posiciones metafísicas rígidas. Wittgenstein abandona conceptos fundamentales en Kant, como la "cosa en sí", la síntesis a priori y el marco categorial, que Kant usaba para explicar los límites y estructuras de nuestro conocimiento del mundo.

    Mientras que Kant sostenía que no podemos conocer el mundo tal como es "en sí", Wittgenstein rechaza esta afirmación, argumentando que incluso plantear la imposibilidad de conocer la realidad tal cual es resulta ininteligible y un juego de pseudoproposiciones sin sentido. Para Wittgenstein, el error de la filosofía es tratar de establecer verdades absolutas sobre problemas que no son genuinos. Según Putnam, Wittgenstein intenta que el lector se libere de afirmaciones absolutas del tipo "podemos" o "no podemos" conocer la realidad en sí, sugiriendo que estos límites filosóficos son solo ilusiones o malentendidos del lenguaje.

    Putnam también examina la idea kantiana de la "primacía de la razón práctica". En Kant, la ética y los valores políticos tienen un papel superior al conocimiento teórico. Kant creía que conceptos como la autolegislación (inspirada en Rousseau) y la unión libre de ciudadanos eran necesarios para una sociedad justa. A nivel teórico, Kant argumentaba que la imagen unificada de la naturaleza, como un sistema de leyes, no puede derivarse de la razón teórica sola, sino que es impulsada por ideales prácticos de la razón, es decir, nuestra necesidad de ver el mundo como un todo coherente.

    Putnam relaciona esto con el pragmatismo y la "crítica de la cultura" propuesta por John Dewey, quien rechaza el apriorismo de Kant, pero comparte su énfasis en una filosofía orientada a la práctica y no a la metafísica pura. Para Dewey, la filosofía debe enfocarse en criticar la cultura y sus ideales, en lugar de construir teorías abstractas sobre la naturaleza de la realidad.

    Putnam sugiere que, aunque Wittgenstein y Kant abordan la moral desde enfoques distintos, comparten una visión sobre la importancia de la práctica y el impacto moral de la filosofía. Aunque Wittgenstein evitaba declaraciones morales directas, Putnam interpreta que su filosofía implica una intención moralizadora: un "redimensionamiento" del pensamiento moral en el cual la práctica ética, la comunicación y la vida cotidiana son centrales, tal como en la filosofía de Kant.

    Hilary Putnam explora la dimensión ética en la filosofía del último Wittgenstein, sugiriendo que este autor concede primacía a la razón práctica. Putnam contrasta su interpretación con la de filósofos como Horwich y Rorty, quienes ven el "juego de lenguaje" de Wittgenstein en términos de "condiciones de afirmabilidad", es decir, criterios observables que permiten a los hablantes decidir cuándo una afirmación es verdadera. Horwich sugiere que entender estas condiciones equivale a comprender el significado de una afirmación. Putnam critica esta visión, que considera positivista, ya que se limita a lo observable y descuida el trasfondo cultural y experiencial involucrado en la comprensión de un juego de lenguaje.

    Putnam argumenta que, según Wittgenstein, el significado de un juego de lenguaje va más allá de la mera observación de patrones de conducta verbal y requiere una comprensión más profunda. Por ejemplo, el "juego de lenguaje" de un electricista no solo implica conocer reglas sobre cuándo un voltímetro indica corriente, sino también comprender cómo y cuándo cuestionar esos indicadores en situaciones reales. Este tipo de conocimiento práctico no se aprende simplemente mediante reglas, sino que depende de la experiencia y el juicio. Esta visión sugiere que para entender un juego de lenguaje, se debe conocer el contexto y el trasfondo de quienes lo practican.

    Putnam menciona la importancia de comprender las "formas de vida" que subyacen a los juegos de lenguaje, idea que Wittgenstein también desarrolla en sus estudios sobre lenguaje religioso, científico y cultural. Para Wittgenstein, no se puede juzgar un juego de lenguaje desde fuera de su contexto cultural; para comprender verdaderamente una forma de vida, es necesario asumir una postura empática y reconocer el valor de sus prácticas, en lugar de descartarlas como acientíficas o irracionales.

    Putnam sostiene que Wittgenstein no buscaba desarrollar una teoría del significado sino enfatizar la importancia de la práctica en la filosofía, lo cual se acerca al pragmatismo. Aunque Wittgenstein no se identificaba como pragmatista, Putnam lo relaciona con el pragmatismo de Dewey, que propone que la filosofía debe criticar y enriquecer nuestras instituciones y costumbres desde un enfoque práctico. Para ambos, la filosofía no trata de descubrir verdades metafísicas, sino de mejorar la vida práctica y moral.

    Finalmente, Putnam concluye que la filosofía del último Wittgenstein incorpora una "primacía de la práctica". Wittgenstein cree que la filosofía debe ayudar a clarificar el uso del lenguaje y promover un entendimiento mutuo entre diferentes formas de vida. Esta visión rechaza las teorías absolutas y propone una actitud ética de comprensión y valoración del otro.

    Putnam habla de la "interdependencia" o "compenetración" entre hechos y teoría, una idea central en la filosofía de William James. Esto quiere decir que los hechos y las teorías no son totalmente independientes: un hecho siempre está en cierto grado interpretado por una teoría, y una teoría, a su vez, se apoya en hechos observables.

    Por ejemplo, cuando digo "Me he equivocado al castigar a los niños", estoy emitiendo un juicio de valor, mientras que al decir "Mi paraguas está en el armario", en apariencia sólo estoy afirmando un hecho. Sin embargo, ambos enunciados dependen de conceptos o reglas preexistentes que guían cómo interpretamos estos hechos o valores.

    Algunos filósofos sugieren que hay distinciones entre hechos de observación, generalizaciones inductivas (ideas que se infieren de varios casos), y abducciones (teorías que explican los hechos). Pero incluso las observaciones más simples dependen de un fondo teórico, de ciertas "leyes" implícitas que asumimos, como que los objetos tienen peso o que, si muevo la cabeza, la vista cambiará en consecuencia.

    Un ejemplo famoso del filósofo Ian Hacking menciona que, si podemos manipular positrones (partículas subatómicas), entonces podemos considerarlos "reales". Pero la teoría cuántica nos indica que los positrones no siempre tienen una identidad clara, numerable o localizable; es decir, su "realidad" depende de la interpretación teórica que tenemos. Por eso, no podemos decir simplemente que algo es "real" sin tener en cuenta las teorías que nos permiten entenderlo.

    Gadamer distingue entre "hechos" y "hermenéutica" (interpretación) en el lenguaje y el significado. Según él:

  1. Hechos: Son afirmaciones claras sobre el significado directo de las palabras, como "parlez-vous français?" significa "¿hablas francés?". Esto no implica interpretación, sólo entender el significado literal.
  2. Interpretación o Hermenéutica: Es necesaria cuando hablamos de significados profundos o simbólicos, especialmente en contextos religiosos o filosóficos. Por ejemplo, "Ama a tu prójimo como a ti mismo" requiere saber su significado literal y después interpretarlo en un contexto espiritual o moral.

    Sin embargo, Gadamer no ignora que el significado de muchas palabras puede depender de la cultura, lo que hace que algunas traducciones (como "bosorkanyok" que significa "bruja") necesiten entender la cultura para comprender el significado de "bruja" en ese contexto específico. Aquí, el significado literal no puede separarse del contexto cultural (interpretación).

    Por otro lado, Wittgenstein también menciona que el lenguaje está relacionado con nuestra "forma de vida". Es decir, el lenguaje no es solo un conjunto de palabras, sino que está inmerso en nuestras experiencias y en cómo entendemos el mundo. No se puede separar el hecho del valor cultural que tiene, ya que lenguaje y cultura están interconectados.

    Finalmente, John McDowell y otros filósofos agregan que nuestras percepciones del mundo no solo provocan ideas, sino que también pueden justificarlas. Esto significa que cuando "vemos" algo, no solo es una imagen, sino que incluye una interpretación basada en nuestras creencias. Sin embargo, esto puede ser un problema, ya que esas interpretaciones pueden estar contaminadas por prejuicios. Por ejemplo, alguien podría ver a otra persona como “inferior” o como una “bruja” debido a ideas preconcebidas.

    Tanto Gadamer como Wittgenstein y McDowell muestran que lenguaje, percepción e interpretación están profundamente conectados con nuestra cultura y creencias, y que es difícil separarlos en "hechos" y "valores" porque todos influyen mutuamente.

    Para entender la respuesta pragmática al escepticismo, Putman descompone las ideas centrales de Peirce y Dewey sobre la duda y el conocimiento práctico. Aunque los seres humanos somos falibles, esto no significa que debamos caer en un escepticismo total en el que dudamos de absolutamente todo.

    Charles Peirce distingue entre la duda real y la duda filosófica. La duda real es la que surge naturalmente cuando algo desafía nuestras experiencias o creencias. Por ejemplo, si alguien nos dice que el sol se apagará mañana, esto nos genera dudas reales porque afecta nuestra vida de una forma directa. Sin embargo, la duda filosófica es una duda abstracta o "teórica", sin base en una preocupación o problema inmediato. Por ejemplo, hace siglos, las personas creían en la brujería como explicación para ciertas tragedias. Hoy, sabemos que no es así, pero esto no nos hace dudar de todos los fenómenos naturales. La idea de Peirce es que no podemos activar una "duda real" a voluntad o por el simple deseo de cuestionar algo. La duda surge de un conflicto o problema genuino en nuestra experiencia.

    La falibilidad humana es reconocida por los pragmáticos como una realidad. Aceptar nuestra falibilidad nos hace más conscientes y cuidadosos en nuestro pensamiento. Sin embargo, los pragmáticos señalan que esta falibilidad no nos obliga a desconfiar de absolutamente todo lo que sabemos. Saber que una receta puede salir mal en la cocina no implica que dudarás de cada ingrediente o cada paso. La experiencia práctica te ayuda a mejorar y a evitar errores, pero no invalida el proceso de cocina en general. Igualmente, aunque nuestras creencias puedan fallar en ciertos aspectos, esto no significa que debamos descartar todo conocimiento.

    Tanto Peirce como Dewey argumentan que intentar encontrar una certeza absoluta es un error, porque el conocimiento siempre se adapta y cambia según las nuevas evidencias y experiencias. La ciencia y el conocimiento en general no pueden ser completamente predecibles ni infalibles porque están en constante evolución. Al investigar un problema, no usamos un "algoritmo mágico" que nos diga de forma definitiva qué es cierto y qué no lo es. Más bien, la investigación es un proceso dinámico, donde vamos probando, experimentando, y ajustando nuestras ideas según lo que descubrimos. No es un método perfecto ni absoluto, pero es el mejor enfoque para dirigir nuestra búsqueda de conocimiento.

    Peirce y Dewey contrastan sus ideas pragmáticas con el enfoque formalista de Rudolf Carnap, quien trabajaba bajo una perspectiva más teórica y estructurada de la lógica inductiva (o lógica de las probabilidades). Para Carnap, lo importante eran los datos y su confirmación lógica. No hacía distinción entre observaciones activas (experimentos) o pasivas (meramente observacionales), lo que en la práctica significaba que daba igual cómo se generaban los datos, mientras fueran datos observacionales. Los pragmáticos, sin embargo, ven esta falta de contexto experimental como un problema. Sostienen que la experiencia activa, y la forma en que interactuamos e intervenimos en el mundo, afecta de manera crucial el conocimiento que obtenemos. No podemos reducir el conocimiento a fórmulas aisladas de la realidad, pues el conocimiento no es sólo datos estáticos, sino un proceso activo y dinámico.

    Putnam compara dos enfoques diferentes sobre cómo debe llevarse a cabo la investigación científica y la búsqueda de la verdad: el positivismo lógico de Rudolf Carnap y el pragmatismo de filósofos como John Dewey y Charles Peirce.

    Carnap y otros positivistas lógicos veían la investigación científica como un proceso similar a un cálculo matemático, una serie de pasos lógicos que se podrían llevar a cabo de manera predecible y sin depender del contexto. La idea es que, mediante la lógica y los datos observacionales, podríamos aplicar un “algoritmo” para confirmar o descartar teorías. Imagínate que estás observando una serie de bolas de diferentes colores sacadas de una urna. Según el enfoque de Carnap, podrías predecir el color de las bolas restantes basándote únicamente en la frecuencia de colores observados. Este es un método pasivo y no interactivo, en el que solo cuentas y registras datos sin intervenir activamente. Para Carnap, si el científico cumple con un proceso formal —un “algoritmo” de observación y lógica—, podría llegar a la verdad sin necesidad de interacción con otros científicos ni de contexto adicional. Este enfoque es individual y pasivo.

    Por otro lado, los pragmatistas como Dewey y Peirce ven la investigación científica como un proceso activo y colaborativo. No se trata solo de registrar datos, sino de interactuar activamente con el entorno (haciendo experimentos y pruebas) y de trabajar en conjunto con otros investigadores. Para ellos, la ciencia no es un proceso aislado, sino una actividad que involucra contexto, colaboración, y crítica mutua entre científicos.

     Para Peirce, no basta con observar pasivamente. Debemos poner a prueba nuestras hipótesis, incluso tratar activamente de “falsarlas” (es decir, buscar situaciones en las que podrían fallar). Este método permite descubrir si una teoría es realmente sólida.

    Dewey subraya que las ideas deben ser discutidas y criticadas. Esto significa que los científicos deben compartir sus descubrimientos y someterlos a juicio. Una persona sola puede malinterpretar o sesgar una teoría según sus propios prejuicios, pero un grupo de científicos puede encontrar fallas y sugerir mejoras en las ideas y métodos. En un equipo de científicos que discute y prueba diferentes teorías sobre una enfermedad. Cada miembro aporta su propia experiencia y opinión, y juntos prueban diferentes métodos para ver cuál da los mejores resultados. Este proceso es activo y colaborativo, y permite que las ideas se “pongan a prueba” en vez de simplemente contarse como en el ejemplo de Carnap.

    Los pragmatistas rechazan la idea de que la ciencia pueda reducirse a un “algoritmo de la verdad”, como un programa de computadora que siempre lleva a la respuesta correcta. Según ellos, la ciencia implica reglas flexibles que deben interpretarse según el contexto, y no un conjunto de instrucciones fijas. En lugar de algoritmos, usamos principios que requieren juicio humano para aplicarse correctamente. Podemos usar como ejemplo un libro de recetas. Para los positivistas, solo necesitarías seguir cada paso exactamente como está escrito, y siempre tendrás el mismo resultado. Para los pragmatistas, el cocinero debe ajustar las cantidades y los tiempos según los ingredientes y el clima, por ejemplo, lo cual requiere criterio personal y experiencia. Así, la ciencia, según los pragmatistas, es más parecida a cocinar que a seguir un programa de computadora.

    Dewey va aún más lejos y argumenta que la ciencia necesita ser democrática y ética. Esto significa que los científicos deben ser abiertos y recíprocos, permitiendo que otros critiquen sus ideas y métodos sin imponer jerarquías rígidas. La ciencia debe permitir que todos tengan una voz y que las ideas se juzguen por su valor, no por el poder o la autoridad de quien las propone. Dewey critica los “juegos de poder” y la falta de transparencia, ya que estos factores pueden limitar la calidad de la investigación científica. Según Dewey, esta estructura de autoridad puede impedir que surjan ideas valiosas o críticas necesarias. Para él, la ciencia es más fuerte cuando permite la cooperación abierta y la crítica constructiva.

    Dewey defiende que la ciencia no se puede dividir fácilmente en “ciencia pura” (por conocimiento) y “ciencia aplicada” (por utilidad), ni en “valores instrumentales” y “valores finales”. Para él, estos elementos están interconectados: la ciencia tiene un valor por sí misma, pero también ayuda a lograr otros objetivos prácticos. La investigación científica, además, debe ser democrática, con apertura a la crítica y la colaboración. Esto garantiza una práctica científica basada en normas de racionalidad y respeto mutuo, en la que el conocimiento es accesible y enriquecido por el trabajo en equipo y el diálogo.    

    El relativismo postmoderno de Rorty y Lyotard cuestiona la idea de una verdad universal. Rorty sostiene que los valores de la investigación científica, como la cooperación y la democracia, son preferencias de la cultura occidental y no verdades universales. Lyotard argumenta que, al valorar el diálogo y la democracia, se puede marginar a quienes no tienen facilidad para expresarse. Sin embargo, los pragmatistas rechazan esta postura, argumentando que la investigación científica debe estar basada en la práctica y la colaboración, no en teorías abstractas o idealismos que separan a las personas de la realidad.

    Para Dewey y otros pragmatistas, el conocimiento se enriquece mediante la práctica y la colaboración democrática, y no debe depender de dogmas absolutos ni caer en el relativismo. Para ellos, el verdadero progreso científico y ético se da a través de una investigación que permite la cooperación y la revisión constante de los métodos y creencias, sin necesidad de certezas absolutas ni de una visión pesimista de la verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario