Un rito de paso ya es un símbolo en sí mismo. Un símbolo por el que se expresa que una persona o un grupo de personas pasan de un estado a otro. Pero es un símbolo complejo, es decir, está compuesto, a su vez, por otros símbolos/unidades menores. Estos símbolos menores expresan las creencias y los valores de la sociedad acerca del cambio que tiene lugar.
Dado que Antropología de una persona corriente se propone explicar el mundo de unas chicas de diecisiete años de Moaña, lo lógico es que nos centremos en el rito católico. Ellas objetarán que no son católicas o que, al menos, no ejercen como tal. Sin embargo, el catolicismo ha sido la religión mayoritaria en Europa durante mil quinientos años y esto tiene por fuerza que reflejarse en los ritos funerarios que practicamos hoy en día. Con el paso del tiempo, a medida que Europa se vaya convirtiendo cada vez más en una sociedad absolutamente laica, con toda seguridad esas costumbres y esos símbolos desaparecerán. Pero el caso es que, en España, apenas si han pasado cuarenta años desde que este proceso de laicización ha comenzado. ¿Y qué son cuarenta años comparados con mil quinientos?
No puedo detenerme aquí a analizar pormenorizadamente el rito católico con todas y cada una de sus variantes. Ya sé que no en todas partes es igual. Simplemente trataré de explicar el significado y la función de algunas de esas cosas que tanto molestan a mis alumnas de diecisiete años cuando tienen la mala suerte de perder a un ser querido.
Los católicos creen hay otra vida más allá de la muerte. La muerte, en el catolicismo, es el viaje que emprende el alma hacia el Más Allá. Una vez allí, dependiendo de si el difunto se ha comportado de acuerdo con las leyes del catolicismo expresadas en los Diez Mandamientos, los Sacramentos, la autoridad del Papa, etc..., puede ir al Cielo, al Purgatorio o al Infierno.
Paralalelamente, los católicos creen en el Día del Juicio Final, el momento en que Jesucristo retornará, resucitarán los muertos y toda la humanidad será juzgada por sus obras.
Y, por último, en el catolicismo es fundamental el arrepentimiento. Si la persona se arrepiente sinceramente, todos sus pecados le son perdonados. De ahí la costumbre de la confesión. El creyente confiesa sus pecados, se arrepiente y el cura le absuelve. Para ir al Cielo, la persona tiene que ir absuelto de cualquier pecado.
1) La extrema unción.
Como acabo de decir, para que un católico vaya al Cielo, es necesario que haya sido absuelto de sus pecados. Esto, si más o menos sabemos cuándo vamos a morir, es relativamente fácil. Calculamos y, cuando nos quede poco tiempo, nos confesamos, nos arrepentimos y listo. Pero no siempre es así de fácil. Normalmente uno no puede anticipar su muerte. En estos casos, cuando el moribundo está agonizando y no puede confesarse, se le da la extrema unción. Esto es un rito que consiste en signar con óleo sagrado al moribundo. Entonces se considera que se le libera de sus pecados, está preparado para la muerte y encontrarse con Dios.
En Santiago 5:14 ya aparece el aceite asociado a la sanación. “¿Hay alguno enfermo entre vosotros? Haga llamar a los presbíteros de la comunidad y oren sobre él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor” (Sant. 5:14). En este sentido, el aceite de la extrema unción simboliza la sanación de los pecados del moribundo para que pueda encontrarse con Dios.
El olivo es un importante símbolo de paz y reconciliación tanto en el Antiguo como en el Nuevo testamento. A Noé, tras el diluvio, la paloma le llevó una rama de olivo para avisarle de que Dios ya estaba aplacado. Cuando Jesús entró en Nazareth, el pueblo judío lo recibió agitando ramas de olivo -esta tradición se perpetúa hoy en día en Semana Santa, cuando el Domingo de Ramos la gente acude a bendecir sus ramos de olivo a la iglesia, y que luego cuelgan en sus balcones o en las cabeceras de sus camas. Así, cuando al moribundo se le unge con aceite, se está simbolizando que está en paz -se supone que los pecados nos torturan- y que, por tanto, nos hemos reconciliado con Dios.
Jesús fue preso mientras rezaba en el Huerto de los olivos -Gethsemani en hebreo, que significa “prensa de aceite”-. Este lugar es concebido por el catolicismo como lugar de redención cuando Jesús entendió que Dios estaba a su lado y aceptó en su interior su pasión. Otra vez más, el aceite de la extrema unción redime al moribundo.
Los primeros cristianos adornaban sus tumbas con ramas de olivo en símbolo de triunfo sobre la muerte, porque el muerto no muere realmente, sino que empieza una nueva vida junto a Dios.
Podríamos seguir dando ejemplos de cómo el catolicismo asocia el aceite a la redención y al triunfo sobre la muerte, pero creo que ya ha quedado bastante claro el por qué del uso de esta sustancia en el rito funerario católico.
No obstante, esta tradición del uso del aceite de oliva en rituales religiosos proceden del paganismo y es anterior al cristianismo. Ya en Egipto los sacerdotes ungían a la estatua representación del dios para asearla y purificarla. También la religión griega y romana emplearon el aceite de oliva en los sacrificios y ofrendas a sus dioses.
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Una vez se ha producido la muerte, hay que llamar a un médico para que certifique el fallecimiento y emita el certificado de defunción. Luego, se acostumbra a llamar a la agencia funeraria para que se haga cargo de lo que viene a continuación.
2) Preparación y exhibición del cuerpo.
Esta es una de las partes que más horroriza a mis alumnas. Normalmente, la agencia funeraria embalsama el cadáver, lo maquilla y se lo viste con su mejor ropa.
En el caso de presentarse el cuerpo dentro del ataúd descubierto es importante que el aspecto del difunto parezca lo más natural posible destacando aquellos aspectos más característicos de su personalidad para que el recuerdo de este último acto se una a los recuerdos de la persona fallecida en vida haciendo el paso, de gran significado antropológico, de vivir entre nosotros a vivir en nosotros.
3) Velatorio.
Consiste en reunión de los allegados o amigos del difunto en las horas posteriores a su muerte. Antes se hacía en casa y durante la noche -se pasaba en vela-, pero eso es muy engorroso, porque muchas carecen de las infraestructuras necesarias, así que la tendencia general actualmente es hacerlo en el tanatorio o la funeraria y se suele cerrar por la noche. Esta es otra de las partes del rito funerario cristiano que más horroriza a mis alumnas y, en general, a toda la gente joven. ¿Para qué estar ahí un montón de horas con el ataúd delante, torturándose? Es muy sencillo. Realmente, no te torturas, o, al menos, de la generación de tus abuelos hacia atrás no se torturaban. Todas esas personas que van al velatorio no van por el difunto, sino por las personas que se quedan aquí. Estas están sufriendo y reconforta saber que hay gente a la que le importas y que está dispuesta a acompañarte en ese momento. La soledad después de la muerte de un ser querido puede ser muy dura. Por medio del velatorio, nos aseguramos de que la persona que sufre una pérdida no esté sola y se sienta arropada en todo momento. No estoy muy seguro de por qué ya no se acostumbra a hacer por la noche, pero imagino que tendrá que ver con toda la farmacopea de ansiolíticos y antidepresivos que hemos desarrollado en los últimos tiempos. Supongo que hace años, sin estas drogas, era difícil conciliar el sueño y que por eso los allegados arropaban a la persona querida incluso durante la noche.
4) La misa de difunto.
Es la misa que da el sacerdote justo antes del entierro o la cremación. El sacerdote es el especialista de la comunidad en cuestiones religiosas. Es, en este sentido, el interlocutor con la divinidad. Es lógico, pues, que su presencia en un rito funerario sea imprescindible, sobre todo en el momento justo en que vamos a separarnos definitivamente del cuerpo. Él sabe lo que hay que hacer para que el alma del difunto viva la vida eterna. Espero no parecer muy irrespetuoso, pero su misa de difuntos es el equivalente al conjuro del chamán. Del mismo modo que el chamán trata de alterar las leyes de la naturaleza por medio de palabras mágicas, el sacerdote trata de influir en la futura vida eterna del difunto por medio de sus oraciones. Se asegura de que todo vaya a ir bien.
Además de este significado simbólico, la misa de difuntos tiene una función reconfortante para los que han perdido a un ser querido, al asegurarse de que, por medio del rito, el ser querido no ha muerto realmente y que pronto podrán reunirse con él. El rito nos ofrece seguridad y esta reconforta.
5) El enterramiento.
En esto el catolicismo no es muy original. Enterrar a los muertos es una práctica muy extendida y hasta casi me atrevería a decir que es la más frecuente. Como sucedía con el aceite, podríamos estar páginas y páginas hablando del simbolismo del enterramiento. Pero esto no es un ensayo de antropología simbólica del rito católico, sino algunas pinceladas con las que explicar a mis alumnas por qué hacemos lo que hacemos.
En primer lugar, es un símbolo de retorno al origen. Se establece un paralelismo entre la vida humana y la vida de las plantas y los árboles. Del mismo modo que brota la vida de la tierra en forma de plantas, la vida nace del vientre materno. Se identifica así a la Naturaleza con la Madre. Enterrar los cuerpos simboliza volver a ese origen. Se cierra así un círculo que no es sino la negación de la muerte.
En segundo lugar, el enterramiento, según Gilbert Durand, es un símbolo de recogimiento. Todo recipiente es símbolo de seguridad. Encerrados dentro de ese recipiente, nada puede hacernos daño. El recipiente por antonomasia, es el enterramiento. Así, la muerte se convierte en un descanso eterno, a salvo de cualquier mal. El ataúd es como una cama cerrada donde nada puede hacernos daño.
Para que el enterramiento sea realmente efectivo, ha de tener lugar en un espacio con propiedades mágicas. Esta es la razón por la cual los sacerdotes bendicen los cementerios a los que se les llama camposantos. En la Edad Media, por ejemplo, había una auténtica obsesión por ser enterrado en un cementerio debidamente santificado.
6) La cremación.
A la iglesia católica no le gusta especialmente la cremación, pero la tolera. De hecho, cada vez más gente opta por esta opción. Si la observamos desde un punto de vista puramente funcional, la cremación es una forma bastante buena de deshacerse de los cuerpos y evitar enfermedades asociadas a su descomposición. Esto es cierto, y es más que probable que esta fuese una de las razones fundamentales por las que muchas culturas optaron por esta opción. Sin embargo, hay otras muchas opciones para deshacerse de un cuerpo y que transmita enfermedades -enterrarlo, por ejemplo-. Si se ha optado por el fuego, es porque este elemento es y ha sido desde el origen de los tiempos un símbolo de purificación. Por eso, por ejemplo, se quemaba a las brujas. Para purificar cualquier rastro demoníaco que hubiese en su cuerpo. Quemando el cuerpo, lo purificamos de sus pecados.
-Si os interesa el simbolismo del fuego, podéis leer un ensayo muy interesante de Bachelard: Psicoanálisis del fuego-.
7) La corona de flores.
A mí era una de las cosas que más me llamaba la atención cuando iba a funerales. ¿Por qué rayos había tantas coronas de flores?
En primer lugar, para disimular el mal olor del cuerpo difunto. Ahora tenemos un montón de métodos para hacerlo, pero antaño no era tan fácil. Y no resultaba muy agradable pasar todo el velatorio y el entierro con ese olor.
En segundo lugar, las flores tienen que estar bien lindas, en todo su esplendor. No valen flores pochas. Con esto, se trata de transmitir alegría a la familia, para que no se depriman y para que estén contentas porque su ser querido está en un lugar mejor.
Estas dos funciones pueden conseguirse solo con flores, sin necesidad de ordenarlas en una corona. Pero entonces perderíamos el significado del círculo, que no tiene ni principio ni final, como la vida eterna a la que ha pasado el difunto.
8) Misa del séptimo día, misa del mes, misa del año, etc...
Esto de realizar misas de forma reiterada incide en aquello que nos comentaba Àries (aquí) a propósito de la sobrevida que hay entre la muerte del cuerpo y la resurreción de la carne. Se supone que lo que hagamos aquí puede tener influencia en la vida de los muertos durante ese espacio de tiempo que se extiende entre la muerte del cuerpo y el Día del Juicio Final.
Además, sirven como forma de cohesión social y para acompañar a las personas en su dolor. El dolor por la muerte de un ser querido no se acaba con su rito funerario. Celebrando una misa a la que van los allegados, acompañamos a los que han sufrido una pérdida. Y esto nos mantiene unidos como grupo social.
9) El luto.
El luto es la forma que tenemos de expresar y exteriorizar nuestro dolor por la pérdida de un ser querido. Es el modo que tenemos de que los demás se enteren de que estamos sufriendo. Es socializar el dolor individual. Por eso nos vestimos de forma diferente. Aquí y ahora se hace de negro, pero, por ejemplo, las reinas medievales se vestían de blanco.
Además, la muerte de un ser querido supone un cambio de rol. Dejamos de ser esposos para convertirnos en viudos, de ser hijos para convertirnos en huérfanos. Como todo rol, lleva asociado una serie de derechos y de obligaciones. Antaño, por ejemplo, durante el periodo de luto, la viuda no podía contraer matrimonio. Sería interminable pormenorizar todas las prohibiciones y derechos asociados al rol de viudo o viuda porque, además de cambiar con las culturas, cambian con el tiempo. Basta decir que reflejan la cosmovisión de la cultura. Así, en una sociedad como la nuestra, machista, las prohibiciones a los que se sometía a la viuda eran bastante más que al viudo.
En cualquier caso, el luto ya solo afecta a la generación de las abuelas.
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El hecho de que a mis alumnas de diecisiete años todo esto les parezca engorroso y que, para referirse al rito funerario católico, utilicen expresiones como "solo sirve para torturarse" y otras semejantes, demuestra que estamos en una situación de tránsito. Hace tiempo que hemos dejado de ser una sociedad religiosa, pero los cambios sociales no tienen por qué darse en bloque todos a la vez. Tendemos a tener concepciones estratigráficas de la cultura -donde los distintos niveles se corresponden unos con otros de forma coherente-, pero eso no siempre tiene por qué ser así. De hecho, normalmente no lo es. En estos momentos aquí, en Moaña, conviven tres generaciones con costumbres y cosmovisiones bien distintas. Está la generación digital a la que pertenecen mis alumnas, los hijos de la Transición que son sus padres, y, por último, los abuelos, que fueron enculturizados en un mundo muy distinto al de sus nietas. Es lógico que unas niñas de la era digital no encuentren acomodo en los ritos funerarios de la generación de sus abuelos. Esto no sucedía, por ejemplo, en las sociedades tradicionales, que eran muy estables y apenas si había cambios entre generaciones. Pero nuestra sociedad no es así y del desajuste que hay entre nietas y abuelos, surge esa incomprensión. Yo, a parte de explicarles esto en clase, solo puedo decirles que no sean tan altivos y no desprecien los ritos de sus abuelos, que comprendan que tienen dos cosmovisiones distintas, y que la suya no tiene por qué ser necesariamente mejor.
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