Escribir este post me resulta muy difícil, porque me voy a meter en terreno pantanoso. Antes de hacerlo tengo que dejar muy claro que el canon de belleza totalizador afecta por igual a hombres y mujeres y que ambos nos comportamos exactamente igual ante él: forzamos nuestros cuerpos hasta doblegarlos para que se adecúen a este canon.
Estoy en la máquina multipolea. Estoy haciendo un ejercicio de glúteos que consiste en echar el culo hacia atrás y luego hacia delante. El movimiento es bastante similar al que hacemos los hombres durante el coito. Por si hacer esto en público no fuese lo suficientemente incómodo, a un metro de mí hay una chica joven. No sé qué músculos está trabajando, pero lo que sí que sé es que, para hacerlo, tiene que agacharse y echar el hacia trasero atrás. Y lleva un pantalón de ciclista muy corto. Cada vez que ella baja, sus nalgas quedan a medio metro de mi cara. Juro que no quiero mirarla, así que hago mi ejercicio con el cuello girado noventa grados sobre el hombro. La posición es incomodísima y acabo con un dolor cervical horrible, pero lo último que pretendo es que una chica joven se sienta intimidada por las miradas de un viejo verde.
Cuando acabo con este ejercicio, me dejo caer en las colchonetas. A mi lado un joven muy musculado hace abdominales. Lleva una camiseta de asas muy abierta que le deja al aire los pezones. Tampoco quiero mirarle, pero no puedo hacer mis ejercicios otra vez con el cuello retorcido. Esto está a punto de provocar una situación Larry David, así que me marcho.
Doy unas vueltas por el gimnasio buscando algún lugar en el que no intimidar con mi mirada a los jóvenes bellos, pero vaya donde vaya es imposible no encontrarse con partes del cuerpo exhibidas.
Esta no era la chica, pero el atuendo era más o menos así. |
Él llevaba una cosa más o menos así. |
Como dije al comienzo del post, me siento un poco violento hablando de esto, porque hay que medir mucho las palabras para que no se me malinterprete. Pero como antropológo no podía dejar de preguntarme qué pasaba allí, que todo el mundo lucía carne. Las entrevistas fueron complicadas, sobre todo con las chicas, porque podría parecer un acosador, así que solo se las hice a mujeres a las que conocía y a las que dejé muy clara la finalidad de mis preguntas.
La respuesta fue unánime: todos dijeron que se vestían así para ir cómodos.
El confort forma parte del hedonismo de nuestra sociedad -ya hablaremos de esto-, pero a mí la respuesta no me convencía del todo. Como dice James Scott, siempre hay un discurso público y un discurso oculto. La gente dice públicamente lo que se ajusta a los valores sociales dominantes, pero otra cosa es lo que realmente piensen. A mí eso de estar cómodo me parecía un poco raro. Yo me he puesto alguna vez pantalones de ciclista y la verdad es que no me parecen muy cómodos, o por lo menos no más que un pantalón de atletismo. Y desde luego no es nada cómodo utilizar las máquinas con tanta carne al aire. Durante el esfuerzo la piel entra en contacto con el polipiel y el plastiquillo e inevitablemente eso nos hace sudar. No sé a ellos, pero a mí no me parece nada cómodo ni higiénico frotar mi sudor en una máquina que dos minutos antes ha usado otra persona, por mucho que en QproGym nos obliguen a limpiar las máquinas después de usarlas.
Por fin llegó María. Como es guay y está acostumbrada a mis paridas, puedo preguntarle todo a fuego. De entrada ella me contesta lo mismo que los demás: usan esa ropa para ir cómodos.
-Ya, verás... es que... bueno... tú no llevas esa ropa. -digo señalando su camiseta XXL de algodón.
Ella se mira la camiseta.
-Es que yo que creo que hay algo más que comodidad -sugiero-. ¿No será que les quieren gustar?
Pensé que me iba a dar una hostia.
-Pero tú... -dice.
Agito las manos en el aire para tranquilizarla. Para un señor que ha pasado los 45, hablar con las nuevas generaciones es como una gimkana lingüística.
-No... no... Verás... Es que en el siglo XXI hemos perdido todos los asideros de nuestra identidad. En las sociedades tradicionales, Dios le daba sentido a nuestras vidas. Sabíamos cuál era ese sentido y, por lo tanto, cómo comportarnos. Además, las comunidades eran muy pequeñas, de tal manera que se conocía todo el mundo. Tú serías María, la zapatera de Moaña, hija de zapateros, que conoce a todos los del pueblo desde que eras niña. Pero hoy en día ya no creemos en Dios, el sentido de la vida es la felicidad, pero eso es como no decir nada. ¿Cómo ser felices? Vaya gilipollez. Si ni siquiera es algo que podamos alcanzar. Además, vivimos en comunidades muy grandes, donde nadie nos conoce. Ni la familia puede ser el refugio de nuestra identidad. Tú ya no vives en la misma ciudad que tus padres y yo apenas si veo a mi hermana. Esto hace que estemos existencialmente inseguros, y por eso necesitamos la validación de los demás. Podemos hacerlo sintiéndonos deseados por los demás, admirados como actores, escritores o qué se yo, incluso siendo temidos como empresarios superpoderosos.
Esto es un error de bulto en el trabajo de campo. Jamás se pueden inducir las respuestas, pero el tema es tan escabroso que tampoco había podido preguntar con libertad a mis otros informantes y desde luego no quiero que María se enfade conmigo.
-Además, no son solo las chicas. Los chicos también lo hacen.
Le señalo con un discreto gesto de cabeza el joven musculado que enseña pezón. María se toma unos instantes para pensar.
-Puede ser -dice al fin-. Ya que vienes al gim, está bien lucirlo un poco.
Es una buena respuesta, pero totalmente inducida por mí y, por muy resbaladizo que sea el tema, no puedo ser tan chapucero con las entrevistas.
-Pues tú no lo haces -objeto.
Ella dice que no va a lucir sus lorzas.
Yo no creo que tenga lorzas, pero ese es otro tema.
-¿En serio que te da vergüenza lucir tu cuerpo aquí?
Insisto en que no tiene lorzas por ningún lado. Incluso yo me atrevería a calificarla como delgada.
-Joder Curro, es que el canon está aquí.
La frase es brutal y se explica por sí sola. María es una genia.
Hablamos un poco más. De chorradas, nada en concreto. Pero, mientras lo hacemos, me fijo en un detalle: muchas de personas que llevan ropa diseñada para los cuerpos perfectos, no tienen “cuerpos canónicos”, como diría María.
A continuación pongo un ejemplo ficticio. Como dije, es un tema complicado y no quiero que nadie se ofenda. Este caso concreto no existe, pero podría ser representativo de los cuerpos no canónicos embutidos en ropa minúscula que se veían por allí:
Una chica que tiene los ojos muy bonitos. Sin embargo tiene el culo gordo. Lo lógico hubiese sido ponerse ropa un poco floja abajo. Pero no lo hace. Lleva un pantalón de ciclista de algodón y un top de las dimensiones de un sujetador. El pantalón de ciclista exagera sus caderas anchas y marca celulitis. El top empuja las chichas hacia abajo lo que provoca pliegues en la zona abdominal.
-Fíjate en esa chica -le digo a María-. Si en lugar de ponerse esas prendas mínusculas y ajustadas se hubiese puesto algo un poquito ancho, le miraríamos la cara y pensaríamos que es una chica muy guapa. De esta otra forma, pensamos que es una gordita que viene al gimnasio a adelgazar.
-Cierto -reconoce ella.
A partir de aquí la conversación es real.
Entonces no me puedo contener y suelto mi rollo pedante de siempre.
-En lugar de manipular los objetos para sacarse partido, aprende técnicas corporales que fuerzan su cuerpo para entrar en prendas que han sido diseñadas para un canon en el que no encaja. Una mirada a la Naturaleza basta para darse cuenta de que hay muchas formas de belleza, sin embargo nuestra Cultura ha impuesto un único canon totalizador.
-Ya te lo dije -insiste ella-. El canon está aquí.
Tiene toda la puta razón del mundo, y no ha tenido que ir a la universidad para estudiar antropología.
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