miércoles, 26 de diciembre de 2018

La neurosis social del examen.





   El año pasado me puse a estudiar inglés en la Escuela Oficial de Idiomas. En Febrero tendré que hacer un examen y en Junio otro. Si todo va bien, obtendré el título. Son dos exámenes más, como los que llevo haciendo desde los cuatro años. Empecé en prescolar, luego en la EGB, Bachillerato, la Universidad, el doctorado, las oposiciones... No he dejado de hacer exámenes desde entonces, y no hay muchas probabilidades de que pueda dejar de hacerlo. Cada x tiempo los profesores tenemos que hacer unos cursos de docencia al final de los cuales hay un pequeño examencito; si me propusiese ascender en mi trabajo tendría que presentarme a unos exámenes para inspección educativa o profesor de universidad; y, ni siquiera cuando sea un anciano jubilado, podré librarme de los exámenes, porque tendré que presentarme a un psicotécnico anualmente para ver si todavía estoy en condiciones de conducir. No hay nada inusual en ello. Es lo que le pasa a una persona cualquiera en un país desarrollado cualquiera. Y es precisamente la naturalidad con la que asumimos esta hiperexposición a los exámenes lo que me ha dejado fascinado. 




    El examen es la consecuencia lógica de sociedades muy complejas, hiperespecializadas, con una gran división del trabajo y, sobre todo, marcadas por relaciones de anonimia entre las personas. 

   En los grupos humanos tradicionales, con apenas unas decenas de miembros, todas las personas se conocían entre ellas. Si uno de ellos carecía de una habilidad concreta y necesita ayuda, sabía perfectamente a quién pedírsela. Conocía a todos los miembros de la comunidad y sabía de sobra quién poseía esos conocimientos y quién no. Por el contrario, las relaciones en nuestras sociedades contemporáneas son anónimas. Apenas si conocemos a un uno por ciento de las personas con las que compartimos espacio y con las que nos cruzamos a diario. ¿Cómo saber entonces a quién tengo que pedir ayuda para tal o cual cosa? No lo sé, salvo que haya alguien que tenga algo que acredite ese conocimiento. Y para eso surge el examen. Una prueba que acredita un conocimiento, un modo que tenemos en las megapobladas sociedades contemporáneas de saber si podemos fiarnos o no de los conocimientos de alguien. Una vez superados una serie de exámenes, el individuo obtiene un título que acredita un determinado saber. 

Convivir con miles de personas que no se conocen.

   Esta necesidad del examen y el título se ve exacerbada por la enorme división del trabajo propia de nuestra cultura. Todos y cada uno de los miembros de sociedades tradicionales sabían hacer prácticamente todo lo que necesitaban para vivir: sabían cazar, cocinar, curtir pieles, construir un refugio, etc... Muy al contrario, los habitantes de nuestras sociedades occidentales solo poseen un saber muy especializado y concreto, que intercambian en el mercado por otros saberes que no poseen y que necesitan. Así por ejemplo, un fontanero sabe mucho de tuberías, grifos, etc... Pero nada de software. En el mercado, este fontanero intercambia su saber hiperespecializado por dinero que, a su vez, le va a servir para obtener de otros un saber que no posee, pero que necesita. En este caso, cuando el fontanero necesite que le instalen internet en su casa, tendrá que llamar a un técnico informático. En este juego de intercambio de saberes hiperespecializados, el examen y título vuelven a ser los instrumentos por medio del cual las personas nos orientamos. 

Twitter: Rufián enseña en la red su título universitario ...
Si tenemos un problema de relaciones laborales, podemos llamar a Gabriel Rufián.
   

    Evidentemente, detrás de los exámenes y los títulos debe haber una institución social que los respalde. Alguien que garanta que, efectivamente, esa persona posee ese saber. Estas instituciones son las instituciones educativas, ya sean de carácter público o privado. Cuando uno supera los exámenes de la Universidad Complutense que conducen a la obtención del título en Económicas, es la Universidad Complutense la que está abalando que ese individuo sabe de economía. 

   Por supuesto, la relación entre las instituciones, las personas y los títulos se basa en la confianza. Los miembros de la sociedad confiamos en que el título de tal o cual institución educativa efectivamente es sinónimo de un conocimiento determinado. De ahí que fuese tan grave que algunos políticos españoles utilizasen su influencia para que la Universidad Carlos III les expidiese títulos sin la necesidad de pasar exámenes ni asistir siquiera a clase. Estas actitudes rompen la relación de confianza con la institución y, por ende, eran un misil en la línea de flotación del pacto social. 

Cristina Cifuentes comparece sobre su Máster, última hora ...
Una antisistema.

   El problema del examen es que su mecanismo es el de la sinécdoque -la parte por el todo-. Un titulo abala conocimientos de carácter muy general, como saber hablar una lengua extranjera, lengua y literatura, economía o lo que sea. Dado que es imposible evaluar en su conjunto esos saberes tan generales, las autoridades educativas primero y los profesores después, extraemos una serie de elementos que se consideran representativos de ese saber. Así por ejemplo, si yo tengo que evaluar si un alumno sabe o no literatura del Siglo de Oro, le pregunto en un examen las obras de Garcilaso, las de Quevedo y Góngora, Cervantes y el Quijote, las características del Arte nuevo de hacer comedias de Lope de Vega, etc... Si responde correctamente a esas preguntas, yo, como representante de la institución educativa, le apruebo la asignatura. ¿Significa esto que ese alumno sabe literatura del Siglo de Oro? Evidentemente no.
Entre otras cosas, porque puede responder a todo eso sin haber leído una sola línea y, además, se olvidará de todo lo que ha vomitado en el examen en menos de una semana.


La cultura del siglo de oro en españa - Modelos de examen
Típico examen de literatura del Siglo de Oro. 

      El examen no evalúa si una persona sabe o no de tal o cual materia, sino si en un momento concreto tenía una habilidad concreta, llevada a cabo de un modo concreto, y que se considera representante o significativa de un saber mucho más amplio. En este sentido creo que son muy significativos mis dos últimos exámenes en la escuela de idiomas. 

   Hará cosa de un mes, la profesora nos pidió que escribiésemos una redacción quejándonos a una agencia de viajes ficticia por un mal servicio. Esa misma tarde, cogí boli y papel y lo hice. El resultado fue lamentable. Muy educadamente, la profesora me hizo ver que el lenguaje era coloquial, que repetía demasiadas veces la misma palabra, etc... Me suspendió. 

   Pero soy profesor y, por tanto, perro viejo en esto. La semana pasada volvimos a tener un examen. Esta vez había que hacer una redacción dando nuestra opinión sobre viajar intercambiando casas. Trescientas palabras. Cogí el curriculum de la Escuela de Idiomas y analicé el temario. En él, se recoge a modo de sinécdoque, que saber inglés con nivel alto implica:

   a) Saber hablar con fluidez de una serie de temas, entre los que estaban las quejas a empresas, los viajes, la educación, etc... Otros temas como discutir de fútbol, la pornografía o el color de las nubes quedan fuera.

   b) Para demostrar que uno sabe hablar de esos temas, debe dominar cierto vocabulario y ciertas expresiones. No todas las expresiones posibles, sino unas concretas.

   c) Asimismo, de acuerdo con el currículum de la escuela oficial de idiomas, se supone que un hablante con nivel alto de inglés sabe utilizar pronombres relativos, oraciones subordinadas de subjuntivo, y una lista cerrada de estructuras gramaticales. No todas las posibles en inglés. Una selección de ellas. Las que se supone que, a modo de sinécdoque, son representativas del saber global hablar inglés. 

   No tardé más de dos horas en aprenderme el vocabulario, las expresiones y las estructuras gramaticales referentes a intercambiar casas. Hice la redacción. Nota 10. Además de un Congratulations con un montón de signos de exclamación que enfatizaban los bien que lo había hecho. 

   ¿Quiere decir esto que en apenas tres semanas alcancé el nivel alto de inglés? Evidentemente no. Solo que soy profesor, que conozco el mecanismo a modo de sinécdoque de los exámenes y que me aproveché de él.     

   Con esto no quiero fustigar a mis compañeros profesores que, en su mayoría, son conscientes de esto. El sistema nos obliga a evaluar para poner notas, y no podemos llevarnos a casa durante una semana a cada alumno para determinar si sabe o no sabe, así que acabamos aceptando el examen como un instrumento válido, aunque en el fondo sabemos que no es así. Además, tampoco se nos ocurre otra forma de hacerlo, y es el sistema el que nos lo impone. En caso de que yo suspendiese a un alumno y no tuviese un examen para justificar dicho suspenso, mi inspectora de educación me llamaría al orden y probablemente me abriese un expediente. 

   Y ya para concluir, creo que hay que señalar que la sociedad en su conjunto, aunque tal vez sin explicitarlo como acabo de hacer yo aquí, sabe que el sistema de exámenes no certifica un saber. De ahí que las empresas, además del titulo imprescindible para desempeñar un empleo, exijan experiencia. 








3 comentarios:

  1. Muy de acuerdo con todo lo que dices. Yo añadiría la cuestión de las oposiciones de enseñanza: ¿miden, siquiera remotamente, las habilidades de los candidatos para llevar una clase?

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  2. Hola Gon.
    No, desde luego que las oposiciones a profesor no miden la capacidad para sacar adelante a una clase. Prueba de ello es tengo y he tenido compañeros interinos -que no habían aprobado la oposición-, que eran mejores profesores que funcionarios de carrera. En la oposición hay una prueba práctica en la que tienes que presentar una programación didáctica y luego defender una unidad didáctica. En esta prueba se supone que uno demuestra su pericia como profesor, aunque en la práctica no es así. No tiene nada que ver hablar de forma teórica e hipotética delante de un tribunal evaluador que delante de un grupo de treinta alumnos reales. Pero eso pasa con cualquier oposición o examen. ¿Demuestran las oposiciones a inspector de hacienda que se va a ser un buen inspector? No. Incluso eso lo extendería a cualquier examen. ¿Demuestra el examen del carnet de conducir que se será buen conductor? Evidentemente no, ya que casi. todos los días nos encontramos en las noticias con casos de conductores con carnet que han hecho una cafrada y se han llevado vidas por delante. El problema es que no tenemos otro instrumento con el que medir las capacidades de las personas. ¿Qué hacer? No lo sé. Ojalá lo supiera.

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  3. Hombre, para que te den el carnet de conducir tienes que demostrar en la práctica que sabes conducir. Que luego, ya con el carnet en la mano, conduzcas mejor o peor es otra historia. Sin embargo, para ser profesor (y otras muchas cosas, como bien dices) no se comprueba si en la práctica puedes sacar adelante una clase. Quizá no exista un método ideal, pero uno mejor puede que sí (¿prácticas tuteladas por varios "jueces" durante un período de tiempo considerable?).

    Yo tuve una vez un profesor de francés (de nacionalidad española) que hablaba francés de puta madre pero era un completo negado para dar clase. Ese tío no debería haber pisado nunca un aula (en ese estado de ineptitud pedagógica, al menos).

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