A mí este cómic me gustó mucho. Sobre todo, me encantó cómo Tamaki recrea esa etapa de la vida en la que uno empieza a dejar de ser niño y entra, poco a poco, en la adultez. Tamaki traza un fresco de la adolescencia a partir de las conversaciones de las chicas que ya sienten mayores y empiezan a hablar de sexo con una inocencia con una inocencia conmovedora, de unas chicas que quieren hacer cosas de adultos y se ponen a ver películas de terror aunque luego pasen miedo por las noches, y, finalmente, a partir de un enamoramiento de un chico mayor. Esta faceta del cómic me recordó mucho a los cuentos de Turgeniev, al modo en que a partir de una anécdota te cuenta con una delicadeza exquisita lo que es la naturaleza humana.
Puestos a hacer paralalelismos, también me recordó por momentos a algunos cuentos de Cheever, sobre todo aquellos que tienen cierto aire costumbrista. Es como si pusiese un espejo ante una familia americana más o menos típica.
Y, por último, está el dibujo, en tonos azules, eficaz, en consonancia con ese aire nostálgico que tiene el cómic.
Le recomiendo esta lectura solo a adultos que disfruten de las narraciones lentas, que se recrean en la belleza de la nostalgia y en lo vericuetos del alma humana. Jamás a adolescentes amantes de la acción. Para ellos ya llegará el momento de leer cómics como este. Leerlo ahora es como leer el Quiijote con quince años: una pérdida de tiempo. No entenderán nada y se aburrirán.
Nota: 9 sobre 10.
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