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Como sucede en sus primeros escritos, Foucault parte de la pregunta ¿cómo es posible lo que es? En este caso, trata de responder a por qué pensamos y actuamos como actuamos en relación a la locura, trabajo que había empezado en Enfermedad mental y personalidad. La premisa de la que parte es la de siempre, y es que cualquier concepto/fenómeno, en este caso la locura, se define de forma diferente en cada cultura, dependiendo de criterios filosóficos, religiosos, místicos y médicos. Sin embargo, a diferencia de aquella obra primeriza, en Historia de la locura en la época clásica no establece una relación directa entre la alienación social y la locura, sino que se centra en el modo en que la sociedad occidental redujo la locura a una enfermedad mental encerrada en la interioridad y la culpa..
En la Antigüedad se consideraba que la locura era el resultado de una fuerza sobrenatural poseía al loco. Esta fuerza sobrenatural podía ser un demonio maligno o una divinidad que quería hacer daño al sujeto por venganza o castigo. Sea como sea, era una fuerza externa y sobrenatural. Ya fuesen demonios o dioses, la locura era algo sagrado y los locos no eran culpables de lo que les pasaba. Muy al contrario, eran víctimas inocentes.
En la Edad Media y el Renacimiento los locos eran expulsados de las ciudades, normalmente de forma ritual. En ocasiones se les entregaba a peregrinos, comerciantes o cualquier individuo que estuviese en la ciudad de paso para que se lo llevase. En otras ocasiones, eran acompañados hasta el límite del núcleo urbano, donde se los expulsaba por medio de un ritual que incluía la celebración de su ritual e incluso los familiares se repartían su herencia. Así es como nace el motivo del barco de los locos que hemos visto en pintura y literatura, si bien es cierto que hay pequeñas diferencias entre el tratamiento que se le da al motivo en ambas artes. Mientras que en pintura la locura está estrechamente relacionada con la animalidad, que es la naturaleza secreta del hombre que se esconde bajo el manto de sociabilidad, en la literatura la locura tiene que ver con la razón humana. El razonamiento, las emociones y los sueños de los locos son débiles, de ahí que el motivo en literatura devenga normalmente en sátira -por ejemplo, Erasmo de Rotterdam-.
Todo esto cambia en la época clásica. Para ellos, la locura es una suerte de incapacidad que surge de la fantasía y la imaginación y que impide al hombre ver la verdad. Esta ceguera afecta tanto al cuerpo como al alma, en concreto al modo en que ambos se comunican.
Mientras que en la Antigüedad la locura tenía una dimensión sagrada, en la época clásica toma una dimensión moral. Esta época es el momento en que surge y se desarrolla la nueva moral del trabajo -si os interesa este tema y cómo se relaciona la ética protestante y el capitalismo incipiente, pinchad en este enlaza sobre Max Weber-.
La locura es todo aquello que se aparta de la norma social. La norma social se identifica con la razón y la razón es el trabajo y ser productivo. Los valores religiosos que imperaban en la Edad Media hacía la pobreza y sus causas fuesen valoradas positivamente. Por el contrario, la nueva ética del trabajo y los beneficios convierten la pobreza en un vicio moral. Y así se identifica y se mete en el mismo saco a nigromantes, homosexuales, lujuriosos, los que no pueden o no quieren trabajar, etc...
Antes de la época clásica, la locura era una cuestión médica, de modo que el encargado de tomar decisiones sobre ella era un médico. En la época clásica la locura se convierte en una cuestión moral, así que sancionar a alguien como loco y qué hacer con él pasan a pertenecer al orden de la reclusión. En 1656 se funda el Hospital General de París, que es donde se encierra a ese grupo tan variopinto de los que no trabajan -prostitutas, locos, nigromantes...-. Instituciones similares se reproducen por Francia y Europa y ocuparon los espacios que habían sido de los leprosos y habían quedado vacíos con la extinción de la peste. Es significativo que usen los espacios de exclusión que siglos antes se habían utilizado para los antiguos marginados: los leprosos.
Estos grandes centros de internamiento no eran establecimientos médicos, sino estructuras semijurídicas o penitenciarias en las que el orden burgués y monárquico encerraba a todos aquellos que se apartaban de la norma moral. Es decir, lo centros de internamiento se utilizaron como herramienta moral, como instrumentos de represión contra los locos, desocupados, pobres, ancianos, y en general todos aquellos que van en contra de la moral de la época.
En el siglo XVII hubo un fuerte crisis económica, lo que provocó un aumento masivo de la mendicidad. Todos estos que no trabajaban, por la nueva moral del trabajo y la reclusión, fueron internados. En los hospitales, por esta nueva moral, los ponían a trabajar, de modo que los internados se convirtieron también en centros de producción. De esto modo, los administradores no sólo reducían los costes, sino que también se proporciona trabajo a los desocupados e indigentes que, de acuerdo con la nueva moral, es lo que había que hacer.
Cuando se terminó la crisis, ya no era necesario dar trabajo a los que los necesitaban. Sin embargo, esta lógica del internado-trabajador se mantuvo, utilizando el trabajo de los internos para los precios en el mercado.
Cuando se terminó la crisis, ya no era necesario dar trabajo a los que los necesitaban. Sin embargo, esta lógica del internado-trabajador se mantuvo, utilizando el trabajo de los internos para los precios en el mercado.
Ni dar trabajo a los desempleados, ni el control de los precios funcionó. En el primero de los casos, se consiguió paliar en cierta manera el malestar social de las ciudades en las que había estos centros, pero en las regiones colindantes, alejadas, la tensión aumentaba. En el segundo de los casos, el precio final de producto era artificial, porque no se incluía en él el gasto de mantenimiento del interno en el centro, lo que lo aumentaría considerablemente.
A pesar de que el modelo no funcionó,se mantuvo en el tiempo porque era coherente con la nueva moral del trabajo. El trabajo no solo mantenía ocupados a los internos, sino que era un ejercicio ético y garantía de la moral. Cuando un interno trabajaba, era liberado, no porque se hubiese curado o porque su esfuerzo fuese útil a la sociedad, sino porque trabajando estaba demostrando que compartía la ética de la sociedad. De este modo, la tradición cristiana conforma a la medicina como una forma de represión, coacción y obligación de salvarse.
En la tercera parte de la obra Foucault nos explica cómo llegamos la lógica de la reclusión de la época clásica dio paso a la lógica de la psicología y la psiquiatría, el modo en que empezamos a concebir al ser humano como un ser psicologizable.
Este cambio tuvo lugar gracias a sucesivas crisis que pusieron en jaque el sistema de la reclusión.
En la segunda mitad del siglo XVIII descendió el número de internamientos. El hospital volvió a generar temor a las epidemias que podían salir de ellos y así recuperó algunos de los poderes simbólicos e imaginarios que había sido propios de los leprosarios.
Las condiciones económicas cambiaron. Ahora ya no
preocupaban las masas de población ociosa que proliferaban por las ciudades, sino que hacía falta mano de obra para las tierras conquistadas y las zonas rurales. Estas nuevas necesidades hacen que se perciba la pobreza de forma distinta. Encerrar a los indigentes en un centro de reclusión es desperdiciar mano de obra que podría trabajar en el campo o en las colonias, y, por su fuese poco, además dentro del internado apenas si consumen. El pobre, en tanto que trabajador potencial, vuelve a encontrar su espacio en la sociedad. Con su trabajo, se convierte en un factor imprescindible en la creación de riqueza. Y así se desvincula definitivamente la pobreza y la locura. Locos y miserables ya no estarán englobados dentro de la misma categoría y, por tanto, ya no compartirán el mismo destino.
preocupaban las masas de población ociosa que proliferaban por las ciudades, sino que hacía falta mano de obra para las tierras conquistadas y las zonas rurales. Estas nuevas necesidades hacen que se perciba la pobreza de forma distinta. Encerrar a los indigentes en un centro de reclusión es desperdiciar mano de obra que podría trabajar en el campo o en las colonias, y, por su fuese poco, además dentro del internado apenas si consumen. El pobre, en tanto que trabajador potencial, vuelve a encontrar su espacio en la sociedad. Con su trabajo, se convierte en un factor imprescindible en la creación de riqueza. Y así se desvincula definitivamente la pobreza y la locura. Locos y miserables ya no estarán englobados dentro de la misma categoría y, por tanto, ya no compartirán el mismo destino.
En los centros de internamiento también cambian las cosas:
En primer lugar, ya que locura y miseria se han desvinculado, surgen centros exclusivamente para locos.
En primer lugar, ya que locura y miseria se han desvinculado, surgen centros exclusivamente para locos.
Se reformula la idea de locura, ahora como enfermedad mental.
La asistencia médica a los locos sale de los centros y se desplaza a sus casas. Esto tiene tres ventajas:
a) sentimental por los familiares, que ya no tienen que pasar por el infierno de los centros de internamiento para ver a sus seres queridos.
b) financiera: se ahorra dinero al no tener que proporcionarles alojamiento a los enfermos.
¿Por qué se produce esta nueva separación en el mundo de la locura del internamiento?
a) Se confunde el antiguo espacio penitenciario con uno nuevo y ajeno que es el espacio médico. Esto provoca que el antiguo vigilante sea sustituido por un médico que el representante de la moralidad exterior en el centro.
El Inglaterra se abandonan los centros de internamiento
con rejas y cadenas propios de los espacios penitenciarios. Ahora se recluye a los locos en espacios apartados, con grandes ventanales donde puedan reposar. Se piensa que en el hombre natural, originario, ajeno a las relaciones humanas, no tiene cabida la locura. Por eso en estos nuevos espacios al loco se le limitan al máximo posible sus relaciones humanas. Para ello se utilizaban técnicas como la del silencio, el espejo o el juicio constante.
En el asilo el temor es fundamental. El asilo no es solo un espacio de tratamiento médico donde se observa, diagnostica y trata al paciente, sino que es un espacio judicial en el que se vigila, denuncia, juzga y castiga al loco. En esta lógica de la vigilancia y el castigo el médico juega un papel principal. Él es el encargado de vigilar a los pacientes, el que decide si están sanos o enfermos, quien impone penas y castigos. Estas penas y castigos no son tomadas de la justicia y las cárceles ordinarias, sino que los médicos inventan nuevas formas como los baños y duchas calientes y frías, la reclusión en espacios cerrados, etc... La medicina se convierte así en justicia.
Antes, la autoridad en los centros de internamiento era abstracta y sin rostro. Ahora el médico, en tanto que representante de esta autoridad, tiene una cara perfectamente reconocible. La autoridad moral de la sociedad se individualiza y concreta en la figura del médico.
El Inglaterra se abandonan los centros de internamiento
con rejas y cadenas propios de los espacios penitenciarios. Ahora se recluye a los locos en espacios apartados, con grandes ventanales donde puedan reposar. Se piensa que en el hombre natural, originario, ajeno a las relaciones humanas, no tiene cabida la locura. Por eso en estos nuevos espacios al loco se le limitan al máximo posible sus relaciones humanas. Para ello se utilizaban técnicas como la del silencio, el espejo o el juicio constante.
En el asilo el temor es fundamental. El asilo no es solo un espacio de tratamiento médico donde se observa, diagnostica y trata al paciente, sino que es un espacio judicial en el que se vigila, denuncia, juzga y castiga al loco. En esta lógica de la vigilancia y el castigo el médico juega un papel principal. Él es el encargado de vigilar a los pacientes, el que decide si están sanos o enfermos, quien impone penas y castigos. Estas penas y castigos no son tomadas de la justicia y las cárceles ordinarias, sino que los médicos inventan nuevas formas como los baños y duchas calientes y frías, la reclusión en espacios cerrados, etc... La medicina se convierte así en justicia.
Antes, la autoridad en los centros de internamiento era abstracta y sin rostro. Ahora el médico, en tanto que representante de esta autoridad, tiene una cara perfectamente reconocible. La autoridad moral de la sociedad se individualiza y concreta en la figura del médico.
b) Dentro del asilo se libera a la locura de su parentesco con el mal y el crimen, pero queda atrapada en los mecanismos del instinto y del deseo. Los castigos a los que los locos son sometidos en los centros de internamiento serán repetidos hasta que el loco se reconozca e interiorice la instancia judicial y sienta remordimientos por los que hace, lo que piensa y, en definitiva, por lo que es.
Revisanodo mis notas sobre Foucault encontré esta de Patxi Lanceros que resume perfectamente el sentido de la obra:
¿Qué es lo que ofrece —desde esta perspectiva— la Historia de la locura? No tanto la discusión del perfil epistemológico de la psiquiatría y de su —siempre discutible— estatuto científico, sino la matizada construcción de una historia en la que el sujeto aparece como centro de las miradas —de distintas miradas— en virtud de las cuales pasa a ser objeto, sucesiva o simultáneamente de exclusión, de custodia, de castigo y de estudio. El resumen es bien sencillo y no es necesario reproducir ejemplos que no harían sino reiterar la pormenorizada presentación del propio Foucault. Ahora bien, no hay que entender la palabra mirada como una simple alusión al sentido de la vista. Tanto la «mirada» como su objeto son elementos constituidos en y por relaciones de saber-poder. Y en el centro de esas relaciones se sitúa lo que Foucault denomina «división normativa», la que decide el estatuto del sujeto como objeto para distintos discursos y prácticas.
Foucault muestra cómo el lugar de esa división normativa ha variado desde el Renacimiento hasta la modernidad. Esta constatación genera la reescritura de una historia que no toma la forma del progreso sino la de sucesivas transformaciones, que son a la vez epistémicas, institucionales y «de conciencia».
Desde la Stultifera Navis renacentista, presentada con todo lujo de detalles y gasto lírico en los inicios del libro, hasta el encierro médico, que ocupa a Foucault en sus postrimerías, transcurre una historia que sólo para el profesional es la de la psiquiatría (que al principio del texto y durante buena parte de él no existe). Es historia del sujeto: la de cuatro sucesivos modos de objetivación del sujeto en ámbitos epistémico-políticos diferentes. El sujeto —en las distintas formas de objetivación— es el que ha estado presente a lo largo de todo ese magnífico libro, aun cuando su prosa se entretiene en minuciosas descripciones de leprosarios, de hospitales; aun cuando se divierte en arrebatadas narraciones de técnicas de encierro, de tratamiento o de observación.
Y lo que el libro desvela es lo siguiente: que no hay una experiencia de la locura, que no hay una única forma de recepción y diálogo con la misma, que el supuesto moderno de la enfermedad mental, y la subsiguiente medicalización de la locura, es un constructo trabajosamente urdido.
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Revisanodo mis notas sobre Foucault encontré esta de Patxi Lanceros que resume perfectamente el sentido de la obra:
¿Qué es lo que ofrece —desde esta perspectiva— la Historia de la locura? No tanto la discusión del perfil epistemológico de la psiquiatría y de su —siempre discutible— estatuto científico, sino la matizada construcción de una historia en la que el sujeto aparece como centro de las miradas —de distintas miradas— en virtud de las cuales pasa a ser objeto, sucesiva o simultáneamente de exclusión, de custodia, de castigo y de estudio. El resumen es bien sencillo y no es necesario reproducir ejemplos que no harían sino reiterar la pormenorizada presentación del propio Foucault. Ahora bien, no hay que entender la palabra mirada como una simple alusión al sentido de la vista. Tanto la «mirada» como su objeto son elementos constituidos en y por relaciones de saber-poder. Y en el centro de esas relaciones se sitúa lo que Foucault denomina «división normativa», la que decide el estatuto del sujeto como objeto para distintos discursos y prácticas.
Foucault muestra cómo el lugar de esa división normativa ha variado desde el Renacimiento hasta la modernidad. Esta constatación genera la reescritura de una historia que no toma la forma del progreso sino la de sucesivas transformaciones, que son a la vez epistémicas, institucionales y «de conciencia».
Desde la Stultifera Navis renacentista, presentada con todo lujo de detalles y gasto lírico en los inicios del libro, hasta el encierro médico, que ocupa a Foucault en sus postrimerías, transcurre una historia que sólo para el profesional es la de la psiquiatría (que al principio del texto y durante buena parte de él no existe). Es historia del sujeto: la de cuatro sucesivos modos de objetivación del sujeto en ámbitos epistémico-políticos diferentes. El sujeto —en las distintas formas de objetivación— es el que ha estado presente a lo largo de todo ese magnífico libro, aun cuando su prosa se entretiene en minuciosas descripciones de leprosarios, de hospitales; aun cuando se divierte en arrebatadas narraciones de técnicas de encierro, de tratamiento o de observación.
Y lo que el libro desvela es lo siguiente: que no hay una experiencia de la locura, que no hay una única forma de recepción y diálogo con la misma, que el supuesto moderno de la enfermedad mental, y la subsiguiente medicalización de la locura, es un constructo trabajosamente urdido.
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