Como reza el título del libro, Jerry Mander nos da cuatro razones por las cuales él cree que la televisión es nociva. Pero no va tan allá como promete el título. Eliminar tal vez sea un término un poco grueso y este ensayo se queda más bien en un análisis de por qué la televisión es un instrumento nocivo en sí mismo, por qué la naturaleza de la televisión es perjudicial para la sociedad. El título, que suena casi a slogan, es más bien un gancho que despierte la curiosidad en el posible comprador y no una síntesis real de lo que vamos a leer.
La gente pasa muchísimo tiempo viendo la televisión. La televisión, a través de la publicidad y las series y películas, nos vende un modelo de vida, unos patrones de conducta iguales para todo el mundo. Es un agente de globalizacíón brutal. Esto es perfecto para las grandes corporaciones porque se dirigen así a un público estándar y optimizan gastos y suben un montón los beneficios.
Además es una forma de control político. La gente piensa como piensa porque realmente no se ofrece una visión alternativa de la realidad, ni proyectos de vida distintos. A falta de una alternativa, la gente tiende a creer lo que le cuentan.
La televisión y la publicidad está en manos de unas pocas corporaciones que lo controlan todo.
Internet puede ser una forma de resistencia a esto. Por ejemplo Podemos, el 15M, ocupa Wall Street, etc... Lo mismo sucede con Amazon y la gente publicando libros o gente que hace cine y lo cuelga en al red. Pero tampoco hay que sobreestimar el poder de estas formas de resistencia que ofrecen modelos alternativos, porque tienen muy poca difusión. La gente compra, ve, lee, etc. lo que conoce, y esos blogs, esas páginas web, etc... ya difundan arte, y por tanto modelos de conductua, ya difundan política, no tienen publicidad, no se pueden gastar dinero, no tienen detrás una corporación y, en consecuencia, su difusión es muy limitada. El 15M consiguió algunas conquistas, pero al final no cambió el mundo. Las cosas siguen más o menos igual, con los mismos valores, la misma gente haciendo los mismos negocios, etc...
Gracias a la publicidad internet acaba siendo como la televisión, un agente homogeneizador y de difusión de ideas, modeles y patrones de conducta.
En segundo lugar, la televisión ofrece experiencias de segundas. En ella vemos paisajes, ciudades y vidas que no son las nuestras. Viajamos y vivimos vidas ajenas. En la vida primitiva los seres humanos conocían las cosas de primera mano. Ahora, que las naciones se han vuelto infinitamente complejas, es imposible que alcancemos todo el saber humano, de ahí que conozcamos las cosas porque nos las cuentan y nos las explican otros a los que llamamos expertos. Esto supone una separación del hombre con respecto de la naturaleza. Las ciudades, con sus casas, sus calles, el asfalto, etcétera también suponen vivir alejados de la naturaleza. Y los supermercados, donde basta con sacar un billete para obtener la comida. Y así prácticamente todos los fenómenos de la vida humana moderna. La televisión, con sus vidas de segunda, lleva esta separación al límite.
Además, estas ideas prestadas son falsas, porque las imágenes están seleccionadas y montadas. Ni los telediarios, ni las películas, ni los documentales son reales. Es una recreación estilizada para embobar a los espectadores. La televisión, por tanto, ofrece experiencias de segunda que, además, son falsas.
En la televisión importa más la forma que el contenido. Así sucede sobre todo en la política televisiva, donde se busca crear un personaje. No importan los proyectos políticos ni los programas. Lo que importa es transmitir una imagen del candidato con la que los electores puedan identificarse. Aplicado esto a nuestros días podemos observar cómo Rajoy en estas elecciones trató de venderse como el hombre de la estabilidad, y lo demás era lío. No importaba que eso fuese cierto o no y, por supuesto, tampoco importaban los programas del Partido Popular ni los de sus adversarios. Lo fundamental era identificar al candidato conservador con la estabilidad y la tranquilidad en un momento en el que las convulsiones económicas y políticas eran continuas.
Y en último lugar, la televisión es la institución menos democrática de nuestras sociedades. A pesar de que se nos repite una y otra vez que es democrática porque cualquier persona puede tener la televisión en su salón, encenderla y acceder a sus contenidos, los espectadores no deciden qué ven. La oferta es limitada y decidida siempre por los directivos de las cadenas en función de sus propios intereses.