Como expliqué en el anterior post (Locura y enfermedad I), nuestra sociedad margina y considera peligrosos a los locos y enfermos mentales porque no encajan en los sistemas de clasificación y roles preestablecidos. En tanto que individuos que a los que no podemos clasificar, los locos son fenómenos liminales.
Mary Douglas en Pureza y peligro dice que las sociedades tienen dos reacciones posibles ante los fenómenos liminales: o bien se los margina, o bien los reinserta. La primera opción es la que se venía haciendo con los locos hasta hace relativamente poco y aún hoy en día sigue siendo la solución para casos considerados irrecuperables. Se aparta al loco de la sociedad encerrándolo de por vida en un manicomio.
La segunda opción es la que se prefiere hoy en día. Para ello existen lo que comúnmente se conocen como ritos de paso. Un adolescente, como el loco, es un fenómeno liminal porque no es ni niño ni adulto. Carece, por tanto, de estatus. En la mayoría de las culturas existen ritos de iniciación para estos individuos peligrosos que no encajan en ningún rol social. Pueden tener que matar un león, tomar unas drogas y hablar con la divinidad o lo que sea, pero siempre es un rito que sirve para reubicar al individuo dentro de un rol social reconocible -en el caso de los adolescentes, ya son adultos-. En este sentido, resulta muy curioso que los seres liminales,son considerados peligrosos por lo que sus ritos de paso siempre llevan asociado un desplazamiento espacial de los iniciandos para separarlos de la sociedad pura, de líneas y fronteras bien trazadas.
Joseph Campbell, en El héroe de las mil caras, estudió las representaciones simbólicas en la religión y el arte de los viajes iniciáticos. Un viaje iniciático es una representación simbólica en el arte y la religión de un rito de paso. Según Campbell, en nuestra sociedad occidental supermoderna e hiperracionalizada los cambios de estatus -o cambios vitales- son muy traumáticos porque carecemos de ritos de paso. Esto es cierto sólo hasta cierto punto, porque, por ejemplo, la mili era un rito de paso como un piano. En cuanto cumplías la mayoría de edad, te recluían en un cuartel, te rapaban la cabeza para identificarte como neófito y un sargento chusquero te tenía amargado todo un año -en los ritos de paso siempre hay un maestro iniciador-. Cuando terminabas, salías de allí hecho un hombre. Fijaos incluso en el detalle de que lo normal era esperar a hacer la mili para casarse y ejercer de cabeza de familia, rol por antonomasia del varón adulto.
Como a todos los neófitos, en la mili te vestían de forma distintiva para ser reconocidos como neófitos. |
Aunque los jóvenes españoles ya no van a la mili, sigue habiendo ritos de paso de variado tipo. Por ejemplo, la universidad. Esta experiencia suele implicar un desplazamiento espacial hacia otras ciudades, se recluye al estudiante en los edificios de los colegios mayores y las universidades y, aunque se le deja suelto los fines de semana para que se mezcle con el resto de la gente, suele hacerlo en compañía de otros estudiantes/iniciandos -los universitarios se juntan con los universitarios-. Cuando termina la carrera, se supone que ha aprendido el nuevo rol -un empleo- y puede ponerse a trabajar, que es lo que se espera que haga un adulto.
Universidad, espacio de reclusión y apartamiento para los estudiantes neófitos. |
Evidentemente, los ritos de paso no están organizados por un poder oculto que mueve los hilos del mundo como Spectra. Dado que los cambios son inherentes al ser humano, son estrategias que surgen de forma natural para que, tanto el individuo como la sociedad, se adapten a esos cambios. Y del mismo modo los ritos de paso nacen, cambian, se reproducen y mueren para volver a nacer, y en esto es en lo que se equivocó Campbell. Ya no nos recluyen en una cabaña y nos tienen en ayunas durante una semana antes de soltarnos completamente drogados en la selva para que encontremos nuestro tótem. Nuestra sociedad es mucho más prosaica y vulgar, de ahí que nuestros ritos de paso sean mucho más prosaicos y vulgares, pero eso no quiere decir que hayan desaparecido.
Volviendo al tema del post, he demostrado en la anterior entrada que los enfermos mentales son disfuncionales, luego son liminales y por eso la sociedad los percibe como una amenaza. A los casos extremos se los aparta y margina. Hay varios modos de hacerlo:
a) se les hace una lobotomía para que se queden como plantas y no molesten.
b) Los inflan a pastillas para que se queden como plantas y no molesten.
c) Se los recluye en manicomios para no tener que verlos y no molesten.
Pero no todos los casos son irrecuperables. Para estos casos no tan extremos, hay pequeños ritos de paso que ayudan a reubicarlos. Por ejemplo, ir al psiquiatra o a grupos de autoayuda. Merece la pena que nos detengamos en esto último:
Imaginaos un grupo de autoayuda. En él hay yonkis, alcohólicos, ludópatas, maníacos depresivos o cualquier otro colectivo de enfermos sociales. Están allí todos juntos porque son fenómenos disfuncionales. Y están situados físicamente en un centro cívico, en la sede de alcohólicos anónimos o donde sea, pero siempre en un lugar que, aunque está físicamente emplazado dentro de nuestras ciudades, está simbólicamente apartado y no vamos la gente normal. Están allí para superar su tara, su condición de seres liminales y poder encajar dentro del sistema de posiciones sociales. Por supuesto, hay un sacerdote iniciador, que es el terapeuta, que suele ser un licenciado en psicología y que no es ni remotamente consciente del valor simbólico de la acción colectiva en la que está participando -de todos modos esto no importa, porque lo normal es que los participantes en cualquier ritual desconozcan el significado profundo de sus prácticas-.
Volviendo al tema del post, he demostrado en la anterior entrada que los enfermos mentales son disfuncionales, luego son liminales y por eso la sociedad los percibe como una amenaza. A los casos extremos se los aparta y margina. Hay varios modos de hacerlo:
a) se les hace una lobotomía para que se queden como plantas y no molesten.
b) Los inflan a pastillas para que se queden como plantas y no molesten.
c) Se los recluye en manicomios para no tener que verlos y no molesten.
Pero no todos los casos son irrecuperables. Para estos casos no tan extremos, hay pequeños ritos de paso que ayudan a reubicarlos. Por ejemplo, ir al psiquiatra o a grupos de autoayuda. Merece la pena que nos detengamos en esto último:
Imaginaos un grupo de autoayuda. En él hay yonkis, alcohólicos, ludópatas, maníacos depresivos o cualquier otro colectivo de enfermos sociales. Están allí todos juntos porque son fenómenos disfuncionales. Y están situados físicamente en un centro cívico, en la sede de alcohólicos anónimos o donde sea, pero siempre en un lugar que, aunque está físicamente emplazado dentro de nuestras ciudades, está simbólicamente apartado y no vamos la gente normal. Están allí para superar su tara, su condición de seres liminales y poder encajar dentro del sistema de posiciones sociales. Por supuesto, hay un sacerdote iniciador, que es el terapeuta, que suele ser un licenciado en psicología y que no es ni remotamente consciente del valor simbólico de la acción colectiva en la que está participando -de todos modos esto no importa, porque lo normal es que los participantes en cualquier ritual desconozcan el significado profundo de sus prácticas-.
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