lunes, 1 de enero de 2018

Antropología de la Navidad.




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    Este post no pretende ser un análisis exhaustivo de la Navidad. Para empezar, porque para hacerlo sería necesario una tesis doctoral. Pero mis clases de antropología surgen de la voluntad de responder a por qué hacemos lo que hacemos, y estas fechas se prestan a preguntarnos por qué actuamos así en Navidad. En consecuencia, ahí va una aproximación antropológica a la Navidad. 

    Alrededor de esta celebración hay varios puntos que creo que son interesantes:

 En primer lugar está la parte estrictamente religiosa. Originalmente la Navidad era una fiesta en la que se celebraba el nacimiento de Cristo. El 25 de Diciembre del año 1 es cuando se supone que vino al mundo el hijo de Dios para redimirnos de nuestros pecados y, a partir de ahí, empieza la era cristiana. Durkheim, uno de los padres de la sociología, sostenía que la religión es la sociedad adorándose a sí misma. Con esto quería decir que las religiones codifican en forma de símbolos los valores de la sociedad. Adorando esos símbolos, los individuos aceptan como sagrados, es decir, como una verdad indiscutible más allá de cualquier razonamiento, los valores de su sociedad. En este sentido, la religión es un eficacísimo mecanismo para perpetuar los sistemas sociales. En el caso de la Navidad, celebramos el nacimiento de Cristo y, asociado a él, todos los valores que se le suponen al catolicismo, como la caridad, el perdón y todo eso. 


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    En segundo lugar, me llama la atención la cantidad de comidas y cenas que tienen lugar durante la Navidad. Hay una cena el 24 de Diciembre, una comida el 25, otra cena y otra comida el 31 de Diciembre y el 1 de Enero respectivamente, y, por si no ha sido suficiente, el seis de Enero hay quien también come fuerte. Se me ocurren dos razones para esta acumulación de comidas opíparas:

    a) Hasta hace muy poco en Occidente se pasaba hambre. Y en la mayor parte del mundo aún es así. En tales circunstancias, comer, y comer mucho y bien, se experimenta con júbilo. De ahí que cualquier fiesta, fuese la que fuese, llevase asociada una ingesta desproporcionada de calorías. Esto no es exclusivo de la Navidad, pero también le afecta a ella. No hay fiesta señalada que no se celebre con una buena pitanza. 


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    b) Las comidas son un símbolo y un mecanismo de cohesión social. Me cito a mí mismo:

 Hay pocas cosas más importantes para la existencia humana que la comida -quizá dormir-. No estoy hablando de regalarse el paladar en un restaurante más o menos finolis, sino de la necesidad básica de alimentarse. Sin comida nos morimos, y eso algo instintivo que sabemos desde el nacimiento.

   Esto nos puede parecer una chorrada, pero durante el 99% de la historia de la humanidad la actividad principal de nuestra especie fue conseguir comida. Hoy en día basta con acercarse al supermercado de la esquina y gastarse unos cuantos euros, pero hasta hace nada los seres humanos pasábamos hambre y con frecuencia nos moríamos por esta causa -en gran parte del planeta aún sigue siendo así-. Comer juntos, compartir la comida, supone controlar nuestro instinto de supervivencia. Renunciamos a nuestra comida en favor de otros miembros de un grupo con los que hemos establecido lazos afectivos en un gesto supremo de amor. Quizá hoy en día en occidente las circunstancias no sean tan extremas, pero esto no quita que después de millones de años esta relación con la comida ha quedado grabada en nuestra idiosincrasia.

    De todo esto se desprende que las comidas navideñas son mucho más que ingesta de calorías. Son el símbolo de un grupo humano cerrado, cohesionado por los lazos afectivos.

    Este mismo proceso simbólico es el que se da, por ejemplo, en las comidas de negocios. Dos personas que cierran un negocio alrededor de una mesa, están reforzando simbólicamente su nuevo pacto compartiendo la comida.

    Dado que la familia es el pilar sobre el que se funda la sociedad burguesa, no de extrañar que durante la fiesta más importante del año, se repitan varias comidas que expresan y refuerzan los lazos de esa unidad familiar. 


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     En tercer lugar, resulta muy interesante el intercambio de regalos en Navidad y/o el día de Reyes. Desde el análisis del kula de Malinowski, en antropología el estudio del intercambio de dones en sociedades no occidentales es un clásico. Por encima de las diferentes explicaciones dadas a esas costumbres, hay una constante en todas: el intercambio de regalos crea obligaciones y estas deudas contribuyen a la cohesión social.  Marcel Mauss, en su Ensayo sobre el Don, decía que el acto de regalar engrandecía al donante, al tiempo que implicaba relaciones correspondencia y hospitalidad, protección y asistencia mutuas. 

    Antes de continuar con la explicación de los regalos navideños como forma de cohesión social, me gustaría dejar claros los conceptos de discurso público y discurso oculto. 

    El discurso público es aquello que las personas expresan y pueden expresar públicamente sin correr el riesgo de ser censuradas. Este discurso es el que expresa los valores idealizados de la sociedad o, lo que es lo mismo, expresa cómo le gusta a la sociedad verse a sí misma. 

    Por el contrario, el discurso oculto es aquel que no puede expresarse ante los demás. Es lo que las personas realmente piensan y sienten y solo se lo reconocen a ellos mismos o, en el mejor de los casos, a sus allegados más íntimos. Muchas veces el discurso oculto está tan oculto que opera a nivel inconsciente. 

    Así, por ejemplo, el discurso público de nuestra sociedad democrática occidental sostiene que todas las personas somos iguales y tenemos los mismos derechos. Casi nadie se atrevería a decir públicamente que las mujeres o los inmigrantes son inferiores a los hombres o a los europeos. Pero otra cosa muy distinta es lo que muchos dicen o sienten en la intimidad. No hace falta darle una paliza a una mujer para que el discurso machista oculto emerja. Convivimos a diario con miles de micromachismos -como dije el discurso oculto muchas veces opera de forma inconsciente-. Lo mismo sucede con los inmigantes. Tampoco hace falta apalear a un inmigrante para ser un racista. Desgraciadamente la vida también está llena de microrracismos. A casi nadie se le ocurriría decir en público que son una fuente de delincuencia, pero otra cosa es lo que se piensa. Cuando, por poner un ejemplo, oímos en la radio que ha habido una reyerta en tal o cual sitio y, si esa reyerta ha sido protagonizada por inmigrantes, en el fondo nos tranquilizamos porque, al fin a y al cabo, ha sido cosa de una gente que es distinta y, por tanto, la cosa no va con nosotros. 

     -Aquí me veo en la obligación de reconocer que en los últimos tiempos con el auge de Trump y la extrema derecha europea el machismo y el racismo están saliendo del discurso oculto, pero creo que con el ejemplo ha quedado clara la diferencia entre discurso público y discurso oculto-. 


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Alguien que no se corta en decir tonterías.

    Volviendo al tema de la Navidad, en el discurso público se supone que la persona donante lo hace por altruismo, porque estima a la persona receptora y que no espera nada a cambio. El regalo es una expresión de amor y generosidad hacia un ser querido. Sin embargo, es mucho más. Y lo es en el discurso oculto. Como decía Mauss, el don implica relaciones de correspondencia. Cuando uno hace un regalo, espera una contrapartida. No tiene por qué ser regalo de igual valor. Basta con que sea amor o agradecimiento. Sea como sea, recibir un regalo hace que la persona receptora contraiga una deuda simbólica. Y por medio de estas deudas simbólicas aumenta la cohesión social. De hecho, es significativo que el intercambio de regalos se dé sobre todo en el seno de la familia, de la que ya hemos dicho que es el pilar de la sociedad occidental. 


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    Lo de la contrapartida esperada, me lleva al siguiente aspecto. Normalmente no hacemos regalos a desconocidos, sino a gente de nuestro entorno afectivo. El regalo expresa simbólicamente la cercanía de la relación. Es un símbolo cuyo significado consiste en explicitar el grado de vinculación emocional que el donante siente hacia el receptor. De ahí la especulación con los regalos, sobre todo cuando la relación con esa persona no está del todo clara -una pareja con la que empiezas o compañeros de trabajo, por ejemplo-. Esto nos preocupa menos en el seno de la familia, donde las relaciones son asimétricas. Ahí el regalo no transmite tanto significado porque las relaciones familiares están muy claras. Un hijo pequeño no tiene por qué regalar nada a sus padres porque se da por sentado que el retoño ama tiernamente a sus progenitores. No es necesario que codifique este amor en forma de regalo. Y lo mismo sucede con los padres. Ellos sí tienen que hacer regalos, pero la naturaleza del regalo no es el resultado de la proximidad o lejanía afectiva. El regalo símbolo se llena de significado en las relaciones simétricas y que, al mismo tiempo, aún no están perfectamente definidas. Pongamos por ejemplo una pareja de novios adolescentes. Él le regala a ella un abrigo para la nieve que le cuesta quinientos euros y para el que tuvo que ahorrar seis meses, mientras que ella le corresponde con un cómic que le costó quince. Lo que esta interacción está dejando claro es que él la siente mucho más cercana que ella a él. 


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    La proximidad afectiva del regalo no se expresa solamente por el valor pecuniario del mismo, sino que también se espera que adecuemos el regalo a la persona receptora. Siguiendo con el ejemplo anterior, si, además de ahorrar durante seis meses, resulta que ella es una amante de los deporte de invierno, el novio está dejando claro que se preocupa por conocerla y, por tanto, que es importante para él. Si, por el contrario, resulta que jamás en su vida ha leído cómics, la distancia emocional expresada en el regalo de ella se multiplica. No sucedería lo mismo si fuese la novia la que dibujó personalmente el cómic para contar cómo fue su primera cita, refiriendo pequeños detalles de aquel acto.  

  Sea como sea, una relación no deja de ser un juego de poder, y este juego de poder se expresa simbólicamente en los regalos. 

    Durante las Navidades proliferan las reuniones sociales  al margen de la familia, como las cenas de amigos, las cenas de empresa o los cotillones de fin de año. La naturaleza de estas reuniones no difiere mucho de las que realizan el resto del año. Sirven para cohesionar los grupos, lubricar las relaciones sociales y facilitar momentos y espacios para encontrar compañeros sentimentales y sexuales. La única diferencia es que durante las Navidades estas reuniones se intensifican. 


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     Ya para terminar, me gustaría señalar que las Navidades, como las sociedades, cambian. Puede que hace años el componente religioso fuese el elemento principal de esta celebración. Sin embargo, en la medida que nuestra sociedad ha dejado de ser una sociedad religiosa, se ha ido perdiendo y ya son solo los curas y las personas mayores las que lo tienen presente. Por el contrario, el capitalismo de consumo cada vez tiene mayor protagonismo en estas fiestas. Para que la enorme rueda del capitalismo global funcione es necesario que consumamos sin parar. Si no lo hacemos, las empresas sufren, aumenta el desempleo, la economía entra en crisis y todo se viene abajo. Para evitarlo, hay que consumir -que quede claro que a mí esto me parece un disparate-. Hemos pasado de una sociedad religiosa a una sociedad de consumo, así que no es de extrañar que las Navidades se hayan convertido en la gran fiesta del consumo. Consumimos regalos, comida, alcohol, etc... de forma compulsiva. En este sentido, las Navidades se asemejan a las Rebajas o el Black Friday, oportunidades para que el consumo se intensifique. 


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    Pero esto no quiere decir que la Navidad deje de ser la sociedad adorándose a sí misma, como decía Durkheim de las religiones. El otro día estaba escuchando el programa del gran Javier del Pino. Broncano, el cómico, hizo un chiste acerca de la Navidad, diciendo que él proponía dejarse de rollos y celebrar las Navidades en grandes centros comerciales, con multitudes peregrinando a ellos. No sé si se lo había propuesto, pero lo cierto es que le salió una análisis antropológico de la Navidad. En el capitalismo de consumo los centros de peregrinación religiosa han dejado de ser las catedrales. Los nuevos santuarios son los centros comerciales. En ellos cumplimos nuestro deber de fieles/devotos consumidores y asumimos los valores de nuestra sociedad. Compramos, gastamos y haciéndolo nos adherimos a la moral de nuestro tiempo. Asumimos el "tanto tienes, tanto vales" y la correspondencia entre moral y dinero -explico esto aquí-. Así que lo de Broncano no sé si era un chiste o un fino análisis antropológico, porque lo cierto es que los centros comerciales de hoy en día son las iglesias de antaño. 
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Santuario contemporáneo.


    Además de estas costumbres, en Navidad hay otras muchas. Aunque no sea en Navidad, me encanta el huevo de Pascua, el simbolismo de enterrar un huevo, muerte y resurrección desde la madre Tierra como revivió el mundo con la venida de Cristo. Pero, como dije al principio del post, no puedo detenerme a analizarlas todas exhaustivamente porque necesitaría cientos de hojas. Me limito, por tanto, a aquellas que se practican asiduamente en mi entorno. 


4 comentarios:

  1. Muy interesante. Me ha encantado lo del discurso público vs discurso privado. Y Broncano es lo más, se merece un programa para él solito.

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  2. Buenas, estoy investigando a propósito del cambio de significado de la Navidad en España, si pudieras pasarme alguna de las fuentes que has utilizado estaría genial, muchas gracias!!

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    1. Hola. Aparte de los autores citados (Durkheim, Malinowski, Mauss) no he usado otras fuentes directas. Este post es resultado de mi reflexión personal. Evidentemente, no son ideas totalmente originales mías. Por ejemplo, la idea de que las borracheras de Navidad sirven para lubricar las relaciones sociales está inspirada en Marvin Harris. No recuerdo que Harris hable específicamente de la Navidad, pero sí de salir por ahí a emborracharse. El problema es que muchas de esas fuentes no soy consciente o no las recuerdo. Siento no poder ayudarte.

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  3. Me parece toda una visión antropológica de nuestro tiempo, que deja en claro la pérdida de valores en el núcleo familiar en el cual han permeado fuertemente las a actuales ideologías que tan solo han logrado dejar en la sociedad, una falsa percepción de una realidad que se desmorona y que causa tanto sin- sentido y deja un enorme vacío en la vida personal de los individuos!

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