miércoles, 6 de diciembre de 2017

La sociedad del yo.

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    Escribir el post sobre droga y hedonismo capitalista me hizo reflexionar acerca de las paradojas que encierra la sociedad del placer obligatorio y el conflicto psicológico, la insatisfacción y la frustración que esto genera. 

   En aquel post sostenía que uno de los dogmas de nuestra cultura es la felicidad individual a través de placer  (aquí). Esta cultura del placer obligatorio nos impulsa a satisfacer todos aquellos deseos que puedan proporcionarnos gozo. Pueden ser de naturaleza sentimental, sexual o material. Basta con que sean deseos deleitosos para que sintamos la necesidad de cumplirlos, ya que nuestra felicidad depende de ellos. Sin embargo, no siempre es posible y, enculturizados en el placer, no estamos preparados para encajar la frustración.

    En primer lugar, hay veces en que uno no alcanza su objetivo. Podemos desear ser un futbolista famoso o comer un helado de chocolate que nos apetece un montón. Habrá veces que lo consigamos y otras que no. Y como hemos aprendido que la felicidad individual es el sentido de nuestras vidas, la frustración llega a ser una verdadera fuente de infortunio. En lugar de aceptar que a veces las cosas no salen como uno espera, no alcanzar el objetivo nos hace desdichados. 

    Paralelamente, esta cultura del hedonismo nos ha hecho incapaces de renunciar a los impulsos inmediatos en favor de un objetivo superior. Nos ha hecho débiles, sin la menor capacidad de sacrificio. Y luego no entendemos las consecuencias negativas de nuestros actos. No somos conscientes de haber hecho nada malo, porque, a fin de cuentas, nos hemos comportado de acuerdo a un valor social universal. 

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    En segundo lugar, vivir en sociedad implica renuncia. Cada ser humano tiene sus propios intereses y sus propios objetivos. Con frecuencia, estos objetivos chocan con los de los demás. Pongamos, por ejemplo, una pareja de enamorados que tienen una relación formal que se prolonga en el tiempo. Tanto él como ella en determinados momentos se sentirán atraídos sexualmente por otras personas. Es algo normal e inevitable. Sin embargo, los dos renunciarán a satisfacer esos impulsos porque hacerlo podría dañar a su pareja y, por extensión, a la relación. Lo mismo sucede, por poner otro ejemplo, con la propiedad privada. Lo normal es que deseemos poseer cosas que pertenecen a otras personas. Pero no las tomamos sin su permiso porque la generalización del robo y el estupro convertiría la comunidad en un caos. La cultura de la felicidad obligatoria choca frontalmente con este principio básico de cualquier sociedad humana. Incapacitados para la renuncia, nos hacemos daño a nosotros mismos y a los demás y, lo que es peor, no somos conscientes de la contradicción que encierra una sociedad así. La felicidad humana pasa por la relación con sus semejantes, por la amistad, por el amor, por el sexo. Y todo esto implica el abandono temporal de nuestros intereses inmediatos. 

    Aunque sea lo esperable en el individualismo capitalista, no deja de sorprenderme el egocentrismo brutal que nos define como sociedad. Se han utilizado muchas expresiones para definirnos. La sociedad hedonista, la sociedad postindustrial, el capitalismo de consumo... Todas son acertadas, y todas desembocan en  otra nueva que creo que recoge perfectamente el espíritu de nuestros tiempos: La sociedad del yo. 

1 comentario:

  1. Gran definición de nuestro mundo: la sociedad del placer obligatorio. Parece que no podemos aburrirnos nunca, que siempre hay que estar a la busca de retos, amantes, novedades... Es una sociedad del yo, y del yo más caprichoso, además.

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