Creo que hasta aquel día no fui consciente de la manera en que la invención del reloj cambió la vida de los seres humanos. Había leído sobre ello, en concreto un ensayo de Norbert Elias (1) muy interesante sobre el tema , pero no había tomado conciencia real de hasta qué punto determinan nuestra forma de percibir el mundo y de comportarnos.
Era un Sábado por la mañana. El día anterior había estado festejando algo y, como suele pasar cuando se festeja, la mañana siguiente fue resacosa. No era una de esas resacas terribles, en las que te duele mucho la cabeza, tienes náuseas y apenas si puedes levantarte de la cama. Los excesos no habían sido tantos. Ya no tenía edad para eso. Era más bien una resaca madura, de las que tenemos los cuarentones. Había dormido mal, estaba cansado y me dolía ligeramente la cabeza. Aparte de eso, no puedo decir que la cosa fuera a mayores. Bebí medio litro de leche y miré melancólicamente por la ventana. Llovía con suavidad.
¿Qué carallo voy a hacer durante todo el día? –pensé.
Dar un paseo bajo la lluvia quedaba descartado. El cine o la lectura solo empeorarían el dolor de cabeza. La radio los fines de semana me aburría. Así las cosas, el gimnasio era la única opción. Además, sudando probablemente expulsaría las toxinas que me provocaban aquel malestar general.
El ritual de entrada fue el de siempre, solo que esta vez lo hice un poquito más despacio. Pasé el carnet por el torno, me puse la ropa deportiva en el vestuario y me subí a la bicicleta estática. No debía ser yo el único al que la suave lluvia plomiza había estropeado el plan del Sábado por la mañana, porque el gimnasio estaba más concurrido de lo normal.
Apenas si había empezado a pedalear, cuando me di cuenta de que algo no funcionaba. El estómago se me revolvía y el dolor de cabeza de ligero pasó a moderado. Con cada latido de mi corazón notaba cómo me palpitaban las venas de las sienes. Pero no paré. Seguí pedaleando a 31 rpm como hacía siempre.
-Seguro que con el sudor se va la resaca –me decía.
A mi alrededor, personas de todas las edades hacían ejercicio como si nada. Unos remaban, otros corrían en la cinta y algunos se ejercitaban en las bicis elípticas. Todos más o menos sudados, pero ninguno evidenciaba un calvario similar al mío. Me ardían las piernas y boqueaba desesperado tratando de coger aire. No sé cómo el corazón no se me salió por la boca. Literalmente. Entre bocanada y bocanada miré el cuadro de mandos. Tuve que parpadear un par de veces para dejar de verlo borroso. El cronómetro marcaba siete minutos. Volví a parpadear, esta vez haciendo fuerza, como para alejar de mí la alucinación que acababa de tener. No había sido una alucinación. Siete minutos. El maldito crono seguía marcando SIETE MINUTOS. Quise morirme. Siete minutos que me habían parecido siete años. La gente que me rodeaba seguía a su rollo como si nada. Los odié con toda mi alma.
Cualquiera que haya experimentado una situación similar compartirá conmigo que no es lo mismo el tiempo objetivo que el tiempo subjetivo. Una hora con los colegas entre cañas y risas no se parece en absoluto a una hora en clase de biología con aquella profesora asquerosa que confundía enseñar con imponer disciplina por medio del terror. A principios del siglo pasado Bergson distinguía entre el tiempo y la duración (2). Según Bergson, el tiempo objetivo, el del reloj, es fruto de nuestro intelecto. Nuestra mente “traduce” el tiempo en espacio físico, que divide en espacios iguales –lo que tarda en ir la aguja del reloj de un punto a otro-. Un segundo es igual a otro segundo, sean las condiciones las que sean. En esto se opone al tiempo subjetivo, el de nuestra conciencia, donde todo es un devenir continuo y nada es igual a lo anterior.
Conseguí llegar hasta los 45 minutos que siempre hacía los días que me tocaba cardio. Me bajé de la bici dando tumbos y me desplomé en un banco. Por primera vez me fijé en algo que debía haberme llamado la atención hacía mucho tiempo, pero que, a fuerza de costumbre, había pasado por alto. Qpro Gym estaba lleno de relojes por todos lados. Cada máquina de ejercicio cardiovascular tenía su propio cronómetro en el cuadro de mandos; frente a ellas, entre las ventanas, había otro reloj de agujas; en la zona de musculación había un reloj rectangular que también hacía las funciones de cronómetro; en las muñecas de los usuarios había relojes de pulsera y aquellos que no lo llevaban consultaban el tiempo regularmente en sus teléfonos móviles. En una sala de unos cien metros cuadrados habría, por lo menos, treinta relojes.
En el devenir cada acontecimiento es diferente a todos los demás. El tiempo fluye sin dejar que un instante sea igual a otro. Nunca nada se repite de la misma manera. Así las cosas, el fluir del tiempo es lo más cercano al caos que conoce la conciencia humana. Pero los seres humanos necesitamos orientarnos en el mundo para poder vivir en él. Ninguna puesta de sol, por poner un ejemplo, es igual a otra. Sin embargo, establecemos similitudes entre ellas para inventar el intervalo que hay entre una y otra y al que llamamos día. En este sentido, el tiempo objetivo es expresión del intento de los hombres por determinar posiciones, duraciones de intervalos o ritmos en las transformaciones en este devenir para ordenar nuestras vidas.
En los primeros pasos de Humanidad la determinación del tiempo era pasiva. Los primeros homínidos comían cuando tenían hambre y dormían cuando tenían sueño. Este estadio primitivo empezó a cambiar con la agricultura. Esta depende de las estaciones, las cosechas, los ciclos lunares, etc… y los hombres neolíticos hicieron depender al tiempo objetivo de ellas. De acuerdo con Norbert Elias, ya no hacían las cosas cuando se las pedía su cuerpo, pero todavía no tenían una idea del tiempo en abstracto. Lo que les preocupaba eran sus problemas inmediatos (3). En los estadios primitivos de la humanidad, cuando querían situar los hechos, tenían que recurrir a procesos naturales como la puesta y la salida del sol, las estaciones o los ciclos lunares. En realidad, como todo lo que es sucesivo, estos procesos naturales son únicos e irrepetibles. No es la misma puesta de sol de hoy que la de ayer ni que la de mañana, pero, como nuestros antepasados vieron una pauta de repetición, se sirvieron de la similitud entre esos procesos para orientarse.
El tiempo abstracto no aparece hasta el siglo XVIII con la invención del reloj, que pronto se extiende a toda la población. Gracias a ellos, los seres humanos utilizamos los procesos simbólicos recurrentes en sus esferas. Paralelamente se unifican los calendarios entre los diferentes países. Giddens habla de "vaciado temporal" en el sentido de que la medición del tiempo se convierte en algo abstracto, sin contenido (4).
Esta idea del tiempo como algo abstracto fue lo que me dejó flipado aquella mañana de resaca en Qpro Gym. El tiempo objetivo no existe por sí mismo. Solo es el resultado de un pacto entre los miembros de la Humanidad. Podíamos haberlo hecho de mil maneras distintas, pero lo hicimos como lo hicimos y, a partir de entonces, el tiempo objetivo pasó a dominar nuestras vidas. Sentado en aquel banco de musculación, yo flipaba porque todos los que estábamos allí estábamos adecuando nuestras actividades a una institución simbólica, independientemente del modo en que cada uno la experimentase. Allí cada uno tenía su planning de entrenamiento basado en periodos de tiempo figurados y todos nos plegábamos a ellos. Me pareció alucinante cómo la Humanidad se doblegaba a una construcción simbólica creada por ella misma. ¿Aunque no es esto en realidad la Cultura? Personas regulando sus actividades de acuerdo con conceptos simbólicos. Y esto podía extenderse a cualquier actividad humana. Las horas de trabajo, de sueño, de ocio, los momentos en los que uno puede ir a una tienda, tomar una copa en un bar, citarse con un médico o una chica… Todo está sometido a la tiranía del tiempo objetivo.
Norbert Elias pone en relación la autocoacción con el proceso de civilización en general. Para Elias, la civilización no es más que la coerción de los instintos por medio de la cultura. A medida que la civilización avanza, la autodisciplina es mayor, hasta el punto de que nuestra sociedad hiperindustrializada parece estar absolutamente controlada por procesos simbólicos (5).
Y allí estaba yo, en Qpro Gym, pensando estas tonterías mientras luchaba agónicamente por terminar mi rutina de entrenamiento. La hice. Mis cuarenta y cinco minutos de bicicleta estática y mis ejercicios de pesas y abdominales. Juan, el monitor simpático, estaría orgulloso de mí y me diría que me había superado a mí mismo y a mi pereza. Pero no es así. En realidad fue la institución del tiempo objetivo la que venció a mi propia experiencia del mundo.
NOTAS:
1. NORBERT, E. (2010). Sobre el tiempo. México, FCE.
2. BERGSON, H. (1999). Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia. Salamanca: Ediciones sígueme S.A.
3. Cfr. NORBERT, E. (2010). Sobre el tiempo. México, FCE.
4. Cfr.GIDDENS, A. (1995): Modernidad e Identidad del yo. El yo y la sociedad en la época contemporánea. Barcelona, ediciones Península/ Ideas.
5. NORBERT, E. (2016). El proceso de civilización, Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas. Ciudad de México, FCE.
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