En
el capítulo “Técnicas del cuerpo” de Economía
y Sociedad,
Marcel Mauss introdujo el concepto de técnicas corporales para
referirse a los movimientos, las posturas y las actitudes que los
seres humanos utilizamos para realizar determinadas actividades o
para expresar nuestros sentimientos.
Todos
los seres humanos tenemos cuerpo y, por tanto, nos relacionamos con
él. Sin embargo, y pese a que la humanidad es impensable sin cuerpo,
esta relación no es natural. La comparación entre diferentes
culturas demuestra que la manera en que las personas entendemos
nuestro cuerpo y el modo en que interactuamos con él está mediado
por el aprendizaje cultural. Si, por ejemplo, echamos la vista unos
siglos atrás, encontraremos una relación con el cuerpo
completamente diferente a la nuestra. Cierto catolicismo medieval
entendía que los padecimientos eran deseables porque nos acercaban
al sufrimiento de Jesús en la Cruz. Consecuencia de esta forma de
comprender e interactuar con el mundo son las técnicas corporales de
la flagelación, el ayuno o la mortificación. Nada más alejado de
nuestra percepción hedonista y nuestras técnicas de cuidado e
higiene del cuerpo. Las técnicas corporales reflejan los valores, la
ideología y las concepciones de cada sociedad. Este es el sentido de
la afirmación de Mauss de que “la sociedad se hace cuerpo”.
Todo
empezó en la consulta de una médica del seguro. Yo estaba allí
sentado, con el sobre con los resultados de mi análisis de sangre.
Se lo alargué. Ella rasgó la solapa y ojeó las hojas con aire
distraído.
-Mmmmmmmm
-musitó.
Yo
me asusté un poquito.
-
¿Es algo grave?
Ella
dejó las hojas sobre el escritorio y las giró para que yo pudiese
leerlas bien. Sacó una pluma del bolsillo de su bata.
-
El colesterol, el ácido úrico y las transaminasas –al tiempo que
pronunciaba cada una de las palabras las señalaba en el papel con la
punta de su pluma estilográfica.
-¿Qué
les pasa?
Ella
levantó los ojos y me miró por encima de los cristales de sus gafas
de ver de cerca.
-Que
están muy altos.
Yo
me dejé caer aliviado sobre el respaldo de la silla.
-Ah
–dije.
Ella
meneó la cabeza.
-Ah
no –repuso severa-. Estos resultados no están bien. Tienes que
cuidarte. Ya no tienes veinte años.
Fruncí
el ceño.
-¿De
qué estamos hablando?
Esta
vez fue ella la que se recostó sobre el respaldo de su silla.
-Dieta
y algo de deporte –se quitó las gafas y las dejó caer en el
escritorio, sobre mis análisis-. Y te recuerdo que tienes asma.
Tienes que dejar de fumar.
-Pero
ahora fumo poco –dije en mi descargo.
-Poco
ya es demasiado –nos miramos unos segundos en silencio. Al fin,
ella se inclinó hacia delante y apoyó los codos en la mesa-. Ya no
tienes veinte años –repitió señalándome con la pluma-. Y esto
así no va bien.
Me
gustaría decir que me mantuve firme en mis principios y que continué
con la vida bohemia que nunca había llevado, pero lo cierto es que
esa noche, ya en casa, me asusté un poco cuando tomé conciencia de
que no iba a ser joven eternamente. Soy un cuerpo y, como tal, estoy
sujeto a la ley eterna de la degradación, la enfermedad y la muerte.
Valoré las tres recomendaciones: dieta, dejar de fumar y deporte.
Adoptando las dos primeras corría el riesgo de que mis relaciones
sociales se viesen afectadas. Estaba en esa edad en la que uno
sustituye los placeres de la cama por los de la mesa, y las cañas en
las terrazas de los bares y comidas con amigos son dos de los
espacios principales de interacción social que tiene una persona de
cuarenta años sin hijos. Lo mismo me sucedía con el tabaco. El
pitillo del recreo había creado una relación de cierta intimidad
con los compañeros de trabajo que compartíamos vicio. El deporte
era la única opción que no amenazaba con recluirme en una burbuja
social. La mañana siguiente crucé la puerta de cristal de QProGym.
Tardé
en darme cuenta. Solo iba allí una hora tres veces a la semana.
Sudaba, jadeaba y sufría, y luego me iba a casa bastante relajado y
con la sensación del trabajo bien hecho. Pero el ejercicio en la
bicicleta estática puede llegar a ser realmente aburrido. Las
primeras semanas miraba por la ventana, a los coches que pasaban por
la calle estrecha. Luego, poco a poco, empecé a observar con
discreción a las personas que compartían la sala conmigo. No hacían
nada especial que no hiciese yo también. Corrían en la cinta,
pedaleaban en la biciestática y levantaban peso en las diferentes
máquinas de musculación. El comportamiento humano es infinitamente
más interesante que el de los coches. Me fijé en el modo en el que
hacían los diferentes ejercicios, observé las actitudes, presté
atención a los comentarios, e incluso tuve la mala educación de
escuchar furtivamente alguna que otra conversación. El tedio de los
ejercicios repetitivos dejó paso al interés curioso del
antropólogo. La frase de Marcel Mauss “La sociedad se hace cuerpo”
me daba vueltas en la cabeza y poco a poco le fue dando forma a la
idea de esta página: QproGym es un aleph, un punto que, si se observa
con detenimiento, permite asomarse al infinito o, lo que es lo mismo,
a la sociedad en su conjunto. Cada palabra, cada gesto, cada
movimiento me está contando cómo somos los occidentales del siglo
XXI, cómo piensa nuestra cultura de la salud, del hedonismo y de la
higiene, cómo funciona el capitalismo de consumo o cómo
representamos la desatención cortés propia de relaciones entre
desconocidos. Y así empecé esta sucesión de artículos, sudando en
una biciestática, fascinado con este aleph desde el que intento
comprenderme mejor a mí y a mis semejantes.
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