jueves, 27 de julio de 2023

Un Aleph

 


    En el capítulo “Técnicas del cuerpo” de Economía y Sociedad, Marcel Mauss introdujo el concepto de técnicas corporales para referirse a los movimientos, las posturas y las actitudes que los seres humanos utilizamos para realizar determinadas actividades o para expresar nuestros sentimientos. 


Marcel Mauss

    Todos los seres humanos tenemos cuerpo y, por tanto, nos relacionamos con él. Sin embargo, y pese a que la humanidad es impensable sin cuerpo, esta relación no es natural. La comparación entre diferentes culturas demuestra que la manera en que las personas entendemos nuestro cuerpo y el modo en que interactuamos con él está mediado por el aprendizaje cultural. Si, por ejemplo, echamos la vista unos siglos atrás, encontraremos una relación con el cuerpo completamente diferente a la nuestra. Cierto catolicismo medieval entendía que los padecimientos eran deseables porque nos acercaban al sufrimiento de Jesús en la Cruz. Consecuencia de esta forma de comprender e interactuar con el mundo son las técnicas corporales de la flagelación, el ayuno o la mortificación. Nada más alejado de nuestra percepción hedonista y nuestras técnicas de cuidado e higiene del cuerpo. Las técnicas corporales reflejan los valores, la ideología y las concepciones de cada sociedad. Este es el sentido de la afirmación de Mauss de que “la sociedad se hace cuerpo”. 

    Todo empezó en la consulta de una médica del seguro. Yo estaba allí sentado, con el sobre con los resultados de mi análisis de sangre. Se lo alargué. Ella rasgó la solapa y ojeó las hojas con aire distraído. 

    -Mmmmmmmm -musitó.

    Yo me asusté un poquito. 

    - ¿Es algo grave?
 
    Ella dejó las hojas sobre el escritorio y las giró para que yo pudiese leerlas bien. Sacó una pluma del bolsillo de su bata. 

    - El colesterol, el ácido úrico y las transaminasas –al tiempo que pronunciaba cada una de las palabras las señalaba en el papel con la punta de su pluma estilográfica. 

    -¿Qué les pasa? 
    
    Ella levantó los ojos y me miró por encima de los cristales de sus gafas de ver de cerca. 

    -Que están muy altos.

    Yo me dejé caer aliviado sobre el respaldo de la silla.

    -Ah –dije.
    
    Ella meneó la cabeza. 

    -Ah no –repuso severa-. Estos resultados no están bien. Tienes que cuidarte. Ya no tienes veinte años. 

    Fruncí el ceño. 

    -¿De qué estamos hablando? 

    Esta vez fue ella la que se recostó sobre el respaldo de su silla. 

    -Dieta y algo de deporte –se quitó las gafas y las dejó caer en el escritorio, sobre mis análisis-. Y te recuerdo que tienes asma. Tienes que dejar de fumar. 

    -Pero ahora fumo poco –dije en mi descargo.

    -Poco ya es demasiado –nos miramos unos segundos en silencio. Al fin, ella se inclinó hacia delante y apoyó los codos en la mesa-. Ya no tienes veinte años –repitió señalándome con la pluma-. Y esto así no va bien. 

    Me gustaría decir que me mantuve firme en mis principios y que continué con la vida bohemia que nunca había llevado, pero lo cierto es que esa noche, ya en casa, me asusté un poco cuando tomé conciencia de que no iba a ser joven eternamente. Soy un cuerpo y, como tal, estoy sujeto a la ley eterna de la degradación, la enfermedad y la muerte. Valoré las tres recomendaciones: dieta, dejar de fumar y deporte. Adoptando las dos primeras corría el riesgo de que mis relaciones sociales se viesen afectadas. Estaba en esa edad en la que uno sustituye los placeres de la cama por los de la mesa, y las cañas en las terrazas de los bares y comidas con amigos son dos de los espacios principales de interacción social que tiene una persona de cuarenta años sin hijos. Lo mismo me sucedía con el tabaco. El pitillo del recreo había creado una relación de cierta intimidad con los compañeros de trabajo que compartíamos vicio. El deporte era la única opción que no amenazaba con recluirme en una burbuja social. La mañana siguiente crucé la puerta de cristal de QProGym.

Esa puerta de cristal que se ve a la derecha es la que crucé. 




    Tardé en darme cuenta. Solo iba allí una hora tres veces a la semana. Sudaba, jadeaba y sufría, y luego me iba a casa bastante relajado y con la sensación del trabajo bien hecho. Pero el ejercicio en la bicicleta estática puede llegar a ser realmente aburrido. Las primeras semanas miraba por la ventana, a los coches que pasaban por la calle estrecha. Luego, poco a poco, empecé a observar con discreción a las personas que compartían la sala conmigo. No hacían nada especial que no hiciese yo también. Corrían en la cinta, pedaleaban en la biciestática y levantaban peso en las diferentes máquinas de musculación. El comportamiento humano es infinitamente más interesante que el de los coches. Me fijé en el modo en el que hacían los diferentes ejercicios, observé las actitudes, presté atención a los comentarios, e incluso tuve la mala educación de escuchar furtivamente alguna que otra conversación. El tedio de los ejercicios repetitivos dejó paso al interés curioso del antropólogo. La frase de Marcel Mauss “La sociedad se hace cuerpo” me daba vueltas en la cabeza y poco a poco le fue dando forma a la idea de esta página: QproGym es un aleph, un punto que, si se observa con detenimiento, permite asomarse al infinito o, lo que es lo mismo, a la sociedad en su conjunto. Cada palabra, cada gesto, cada movimiento me está contando cómo somos los occidentales del siglo XXI, cómo piensa nuestra cultura de la salud, del hedonismo y de la higiene, cómo funciona el capitalismo de consumo o cómo representamos la desatención cortés propia de relaciones entre desconocidos. Y así empecé esta sucesión de artículos, sudando en una biciestática, fascinado con este aleph desde el que intento comprenderme mejor a mí y a mis semejantes. 

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