Supongo
que habrá más, pero a mí solo se me ocurren dos razones por las
que escribir.
La
primera es el reconocimiento de los demás. Sé que puede parecer un
tanto banal, pero la mayoría de los escritores que he conocido han
resultado ser personas de lo más vanidosas. Lo único que demandaban
eran aplausos y nada más que aplausos. Cenar o tomarse un café con
ellos era como sentarse a la mesa con un pavo real. Tal vez a los
veinte años, cuando uno está en la Tierra para comerse el mundo, yo
haya soñado con salir por la televisión y gozar del reconocimiento
de la masa. Pero ahora, ya bien pasados los 45, no se me ocurre una
pesadilla peor, exponiéndome cada momento al juicio de los demás.
Lo digo sinceramente. No es una pose en absoluto. Ni quiero ser
popular, ni necesito que me digan lo maravilloso que soy. Me llega y
me sobra con mi vida gris, con las mañanas en el instituto con los
alumnos y los compañeros, las tardes de ejercicio y lectura y las
noches de cine con mi mujer. Me gustan mis fines de semana paseando
por la montaña y comiendo con la familia y los amigos. Ni aspiro, ni
deseo otra cosa.
Michel Houellebecq:
"Escribo porque soy vanidoso y busco los aplausos"
(él por lo menos lo reconoce).
La
segunda razón para arrancarse a escribir es considerar que uno tiene
algo que contar. Harold Bloom en la Angustia de la Influencia
dice que todo escritor siente el peso opresivo de aquellos que han
escrito antes que él. La grandeza de espíritu de las grandes obras
que nos han precedido enmudece al escritor novel, que lucha
denodadamente por encontrar su propia voz. En cierta manera Bloom
tiene razón, aunque creo que es un error extender esta relación con
la tradición a toda la historia literaria, cuando la originalidad no
es un valor hasta la explosión romántica de finales del siglo
XVIII. Sea como sea, hay algo de cierto, o al menos así lo he
experimentado yo. Primero fue El Quijote y luego Guerra y
Paz. Después de ellos ¿qué me quedaba a mí por decir?
Evidentemente, nada. Siempre me ha fascinado que alguien considere
que lo que tiene que contar es lo suficientemente interesante para
que los demás inviertan su tiempo leyéndolo. Me parece incluso de
mal gusto. Ya existen Homero, Shakespeare y Tolstoi. ¿De qué tamaño
tiene que ser tu ego para considerar que alguien puede preferir leer
tus relatos o tus poemas en lugar de Ana Karenina?
Así
las cosas, el lector se preguntará por qué me he arrancado a
escribir esto que está leyendo. En primer lugar, porque aquí no hay
una sola idea original mía. Cada artículo parte de una lectura que
he hecho y que me ha ayudado a entender algún aspecto de Qprogym. No
soy yo el que tiene ideas originales dignas de ser recordadas. En
esta colección de ensayos no soy más que la correa de transmisión
entre pensadores interesantes y la realidad cotidiana de un gimnasio
de un pueblo de Galicia. Si en ocasiones cuento anécdotas de mi vida
personal es por una pura y simple cuestión de estilo. La sociología
y la antropología en ocasiones pueden llegar a ser verdaderamente
arduas. He sudado tinta china para sacar algo en claro de muchos
autores, especialmente de los franceses. Por eso he salpicado un
poquillo las explicaciones con narraciones más o menos livianas del
suceso que me hizo pensar.
Y
en segundo lugar, porque no está pensado para él ni para esa masa
amorfa de personas a la que genéricamente llamamos lectores. Mis
lectores no son entes anónimos, sino seres humanos de carne y hueso
a los que conozco personalmente. Se llaman Juan, Ana, Manuel,
Esteban, Gema, Rosa. No necesito jugar a ponerles cara en un
ejercicio de vanidad. Conozco bien sus rostros y sus opiniones porque
hemos hablado, les he preguntado y, sobre todo, les he escuchado.
Ellos son los protagonistas de esta historia y, si me he decidido a
escribir esto, es porque yo sí perdería el tiempo leyendo una
versión de unos acontecimientos en los que yo he participado.
Escribo para ellos y solo para ellos, para que me digan qué opinan
de todo esto del gimnasio y para volver a pasar un tiempo agradable
compartiendo pareceres.
Me siento un poco ofendido porque no menciones entre tus lectores, Curro, pero la culpa es solo mía: somos por aquí tan huraños y tan monacales en nuestra vida diaria que no hemos sabido mantener el contacto, y así nos va... En todo caso, sigue siendo un placer leerte y seguir tu blog.
ResponderEliminarNo me resisto a comentar mi propia posición con respecto a la escritura, que en cierto modo es opuesta a la tuya. En mi caso lo que me cuesta no es escribir para el lector anónimo, sino precisamente para el conocido, porque es aquí cuando surge el miedo a decepcionar, a aburrir y, lo que es peor, a que los amigos y familiares se sientan obligados a leerte (aunque no les interese nada lo que escribes) y, ¡horror!, a alabar lo que no les gusta solo por el cariño que te tienen. Eso sí que me resulta insoportable. Por eso escribo a veces desde el anonimato, con la esperanza de que lo escrito valga por sí mismo, con independencia de la personalidad de su autor. Cierto es que nadie me lee, así que tampoco consigo gran cosa, pero qué se le va a hacer..
Holaaa Rodri. Gracias por leer este blog. A ver si te llamo y quedamos un dia... No te he citado, porque esas personas a las que sí cito en el post son personas con las que coincido en el gimnasio y con las que he hablado y entrevistado -literalmente, las he entrevistado tomando notas-. Son todas personas que van al gimnasio y con las que he hablado de estos temas.
ResponderEliminarEn cuanto a lo de escribir, supongo que a mí me pasaría lo mismo que a ti si escribiese ficción. Aburrir, decepcionar, etc... es triste. Pero es que yo no hago ficción. Ni siquiera tengo ideas originales. Como me limito a aplicar lo que han pensado otros a mi vida cotidiana, creo que no me expongo.
He pensado y hablado mucho sobre el tema de la escritura. Un día tenemos que quedar un día y charlar sobre el tema. El capitalismo nos ha hecho interiorizar que toda actividad humana tiene que tener una finalidad lucrativa. Siempre hay que obtener algo de lo que se hace. Creo que, aplicado esto a la literatura, la pervierte. Sennet opone esta forma de pensar al trabajador manual tradicional, que hacía las cosas por el placer de hacerlas y por el del trabajo bien hecho. Así las cosas, creo que escribir para uno mismo para aprender o simplemente para entretenerse o porque te da la gana me parece la única opción. Hoy en día estamos rodeados de escritores y artistas por todas partes. Realmente no quieren aman la literatura. Simplemente quieren ser famosos. Nuestra sociedad padece una necesidad patológica de validación. El arte, por culpa de la idea romántica del genio, es el medio perfecto. El problema es que ya no se establece una relación directa con el arte, sino interesada. Eso es pervertirla y nada bueno puedo salir de ahí. Solo literatura de consumo. La única forma de ser honesto y no pervertir la escritura hoy en dia, es hacerlo para uno mismo y luego Dios dirá. Pero no pensar en publicar.
Eso que dices sobre la mercantilización de la literatura y del arte frente al trabajador manual tradicional me recuerda el ideal de la paideia griega, una civilización precapitalista a la que ya no serían aplicables esos tres capitales de Bourdieu (económico, social y cultural) más el erótico que añade Catherine Hakim. Para los griegos, la llamada gimnasia era un componente más del arte educativo pero, como recuerda Jaeger, no se trataba de que esta educase el cuerpo y la música el alma. Ambas educaban el alma, con la diferencia de que la gimnasia desarrollaba el ánimo guerrero, el salvajismo del hombre, y la música la delicadeza y la sensibilidad. Y ambos eran necesarios y complementarios.
ResponderEliminarEn todo caso, lo que me interesa resaltar aquí es que no se trataba del deseo consumista de acumular capital cultural, en el caso de la literatura, o capital erótico, en el caso de la gimnasia (entendida en sentido amplio). Se trata de un arte educativo, que buscaba desarrollar la virtud de la areté, de la felicidad. Hoy, en gimnasios, editoriales (y me temo que también a menudo en las escuelas) más bien se crean complejos, prejuicios, depresiones y vanidades hechas psicopatías como consecuencia del capitalismo que nos rodea y nos determina (incluso a pesar de nuestras resistencias).
Para los griegos "todo estaba lleno de dioses", todo era arte, todo era bello. Hoy, como dices, el arte se ha limitado al mero arte, valga la redundancia, que está tan mercantilizado que solo cabe, como contrapartida, la completa gratuitad...
Menos mal que, más allá de el mercantilismo de muchos, también nos quedan estos espacios para, al menos, recuperar el viejo arte, también gratuito, del diálogo epistolar...
Ya no me enrollo más (prometido).
Apertas