sábado, 2 de noviembre de 2019

Harari: Homo Deus

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   Según el autor, hoy en día vivimos mucho mejor que en el pasado. Ya no hay epidemias que maten a un tercio de la población, hay muchísimas menos guerras y tenemos comida (de hecho, comemos de más). 



   La muerte ya no es el sentido de la vida. Para la ciencia la muerte es algo que tenemos solucionar. Explicamos la muerte no como un fenómeno asociado a una deidad, sino por algún fallo técnico de nuestro cuerpo. No hay nada metafísico en nuestra relación con la muerte. En este sentido, los ingenieros han tomado el relevo de los sacerdotes. 



   El primer proyecto de la ciencia consiste en que vivamos más. Se propone por tanto rehacer la muerte.


   El segundo proyecto es la felicidad. Antes, en la sociedad teológica, la felicidad no se contemplaba como un proyecto vital. Ahora tomamos continuamente decisiones en nuestra vida para alcanzar esa felicidad. Sentimos que tenemos derecho a ser felices.


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   Alcanzamos la felicidad por tres medios: victorias, consiguiendo comida o teniendo orgasmos.




   Según Harari, que lo hagamos por estos medios es resultado de la evolución. Las victorias, la comida y el orgasmo provocan reacciones químicas en nuestro cerebro que nos dan sensación de felicidad. Este es el modo en que entendemos la felicidad hoy en día (como reacciones químicas).


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   Derivado de nuestra concepción de la felicidad como bioquímica, cuando no nos sentimos desgraciados tomamos pastillas que son, en definitiva, sustitutos de nuestra química natural. Lo mismo sucede con el consumo de drogas ilegales.


   Antes, cuando la gente carecía de cosas, pensaba que la felicidad estaba en poseerlas. Así sigue siendo en parte hoy en día como consecuencia de la sociedad de consumo. Pero esta visión de la felicidad convive con la nueva concepción nacida de la ciencia y la salud. 



   Harari habla de Homo Deus porque pretendemos actuar sobre nuestros cuerpos para alcanzar la vida eterna y la felicidad (así es la cosmovisión moderna). 




   Define el humanismo como esa concepción de que el hombre es el origen y el centro del universo. El humanismo es la filosofía y la religión de nuestra era. Como todas las ideologías y las religiones, es susceptible de desaparecer. De hecho, el humanismo lleva en sí el germen de su decadencia, ya que las máquinas pueden hacer al hombre intrascendente. 


   Hemos dominado a los demás animales. Los hemos domesticado para ponerlos a producir en nuestro beneficio. La ganadería implica poner a los animales a disposición de nuestros caprichos, lo que significa quitarles la necesidad de afecto y cariño que tienen todos los animales.


   La clave para dominar el mundo es la capacidad de cooperación. Las abejas, por ejemplo, también cooperan, pero no son flexibles. Lo que nos diferencia de ellas es que nosotros podemos cambiar los patrones, lo que nos lleva a cooperar a gran escala y de forma mucho más eficaz.


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   La sacralidad de los seres humanos consiste en que nos gusta creer que somos especiales.



   Es fundamental para definir la naturaleza humana la capacidad que tenemos de crear realidades intersubjetivas como el dinero, la Unión Europea, el banco mundial, los pleitos, los dioses, las naciones o o las cuentas bancarias. Estas realidades intersubjetivas solo existen en nuestras mentes. De este modo homo sapiens le da sentido al mundo.



   La escritura y el dinero son realidades intersubjetivas fundamentales para la organización y cooperación. No hacen nada por sí mismos, Es cuando millones de personas creen en ellas y se mueven a la acción por ellas, cuando el mundo cambia.

   Los textos escritos fueron fundamentales en la evolución. Las escrituras pueden engañar sobre la percepción de la realidad. Puede no ser real, como sucede, por ejemplo, con las religiones. Esto no quiere decir que sean dañinas, ya que puede ponernos a todos a colaborar para conseguir un resultado positivo.

  De todos modos, el autor considera que inventamos las religiones para que nos sirvieran, y ahora nosotros estamos a su servicio.

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   La ciencia y su discurso no es una realidad intersubjetiva, ya que une a las personas y es real, creamos en ella o no. 

   La ciencia y su discurso es el gran cambio del mundo moderno con respecto al premoderno. 

   La ciencia no sustituyó los mitos por hechos. Creó sus propios mitos, pero en ella la diferencia entre el mito y la realidad se acerca, ya que podemos hacer cosas para hacer realidad esos mitos, como por ejemplo, buscar la inmortalidad por medio de los avances científicos y técnicos. 

   Todas las sociedades sostienen que hay que creer en una realidad superhumana y obedecerla. Tanto el comunismo, como el capitalismo o la religión nos dicen cómo funciona el mundo (una explicación del mismo) y nos instan a obedecer. Se nos dan unas reglas que tenemos que obedecer. 

   La búsqueda de la verdad implica luchar contra las realidades intersubjetivas institucionalizadas. Pero, al hacerlo, se crean otras nuevas. 

   La ciencia estudia hechos, la religión moral. Según el autor, no deben tocarse. Aunque la  historia de la humanidad nos enseña que no siempre ha sido así. La religión nos habla de hechos. La función de la ciencia debería ser falsarlos y refutarlos. 

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   La religión le da sentido a la vida situándola dentro de un gran drama cósmico. 

   La ciencia se ocupa de hechos fácticos, por lo que hay cosas en las que no puede entrar, como, por ejemplo, el sentido de la vida. 

   La modernidad es el resultado de un pacto entre la ciencia y la nueva modernidad: el humanismo. 

   La ciencia nos otorga el poder de cambiar las cosas a nuestro gusto. 

   La religión es el orden social. 

   La sociedad contemporánea ha renunciado al sentido de la vida a cambio del poder. 

   El mundo moderno no cree en la finalidad, solo en la causa. 

   Pero tampoco hay ningún Dios que nos detenga, podemos conseguir lo que nos propongamos. 

   Al mismo tiempo somos la sociedad con mayor angustia existencial. 

   El crecimiento y la fe en el crecimiento capitalista es lo que nos ha hecho avanzar. Pero, al mismo tiempo, amenaza el ecosistema. 

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   Ya no le damos sentido al mundo a través de la religión tradicional. Sin sentido, lo lógico es que la vida colapsara. Pero no es así porque el humanismo -la religión del siglo XXI- es la que le ha dado sentido. Invierte los términos: espera que las experiencias de los humanos le den sentido al gran drama cósmico. No perdimos la fe en Dios, sino que la adquirimos en la humanidad. Lo que nos importa no es el juicio de un libro antiguo o de un sacerdote, sino el de nuestros sentimientos. Lo que nos mueve son nuestros sentimientos, o que los demás no se sientan mal. 

   Hay una nueva moral hedonista: si no hago daño a nadie, ese acto no está mal. Todo es bueno si produce placer y no interfiere en el placer de los demás. 


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   Relacionada con la nueva moral, surge una nueva estética: depende de lo que sienta el individuo ante la obra. 

   Este individualismo se proyecta en la escuela, donde nos enseñan a pensar por uno mismo, no a obedecer ni a asumir lo que pensaban otros como sucedía, por ejemplo, en la Edad Media. 

   La sensibilidad es una facultad práctica que se desarrolla con la experiencia. 

   Hay tres ramas dentro del humanismo: 

   a) El  humanismo liberal o liberalismo: cada individuo es único. Su libertad es lo más importante. Ni los estados, ni la iglesia deben controlarla. Cuanta más libertad tengamos, mejor. 

   b) El humanismo socialista.

 c) El humanismo evolutivo. Es el que abrazaron, por ejemplo, los nazis. Se interpreta el mundo como una guerra entre todos en la que gana el más fuerte. 

   Hoy en día no parece haber alternativa real al humanismo liberal. 


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   El fundamentalismo religioso no es la alternativa, porque ha perdido el contacto con la tecnología. Las religiones tradicionales con sus libros viejos no tienen respuesta al nuevo mundo tecnológico. 

   Los liberales son los que mejor se han adaptado a la tecnología y por eso han triunfado. 

   Las grandes religiones, que en su momento fueron creativas, ahora son solo fuerzas reactivas. 

   En la tercera parte del libro Harari analiza cómo el proyecto humanista socavará las bases de dicho proyecto. Homo sapiens ha perdido el control. 

   No existe el libre albedrío. No somos libres. Nuestros deseos no son propios. Estamos determinados por la química, la biología, etc... Somos el resultado del determinismo y del azar. A esto hay que sumarle el evolucionismo: no elegimos libremente, sino como resultado de la selección natural. 

   Los procesos bioquímicos de mi cerebro me hacen creer que elijo libremente, pero mi elección está determinada por mi forma de pensar, sentir y actuar, que, a su vez, estar determinadas por la química, la biología y el evolucionismo.

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   Tampoco somos individuos, porque la ciencia ha demostrado que no somos un único yo. 

    El sentido de la vida ya no está en una deidad externa. El liberalismo lo busca en uno mismo. Es el individuo el que tiene que darle sentido a su vida y al cosmos a partir del libre albedrío. 

  Pero el humanismo lleva dentro el germen de la autodestrucción. La ciencia nos enseña que el libre albedrío es una falacia porque somos el resultado de procesos bioquímicos.

   Tres razones por las que el humanismo se autodestruye:

   a. El individuo ya no importa, luego tiene valor, ni que en la economía ni en las guerras. Ahora lo hacen todo robots y ordenadores y algoritmos.

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   La clase inútil  lleva al dilema de qué hacer con toda esa gente que sobra. Tenemos robots y algoritmos que hacen casi todo mejor. Esto ha llevado a la creación de una nueva clase inútil, que es un montón de gente desempleada.

    El problema no es crear nuevos empleos, es crear nuevos empleos donde los humanos rindan mejor que los algoritmos.

    Puede que la prosperidad tecnológica tenga alimentadas a las masas inútiles, pero hay que tener las entretenidas y satisfechas. ¿que hacen todo el día?

   Los algoritmos tomarán las decisiones por los individuos, lo que lleva a que perdamos la individualidad y la libertad, que realmente nunca existieron.

   Razones por las que la ciencia demuestra que no somos individuos:

   
  1. Los organismos son algoritmos, y los humanos no son individuos: son «dividuos». Es decir, los humanos son un conjunto de muchos algoritmos diferentes que carecen de una voz interior o un yo únicos.
  2. Los algoritmos que conforman un humano no son libres. Están modelados por los genes y las presiones ambientales, y toman decisiones, ya sea de manera determinista, ya sea al azar, pero no libremente.
  3. De ahí se infiere que un algoritmo externo puede teóricamente conocerme mucho mejor de lo que yo nunca me conoceré. Un algoritmo que supervisa cada uno de los sistemas que componen mi cuerpo y mi cerebro puede saber exactamente quién soy, qué siento y qué deseo. Una vez desarrollado, dicho algoritmo puede sustituir al votante, al cliente y al espectador. Entonces el algoritmo será quien mejor sepa lo que le conviene, el algoritmo siempre tendrá la razón y la belleza estará en los cálculos del algoritmo.

   Todo eso de los algoritmos tienen un lado positivo, ya que pueden conocernos mejor que nosotros mismos. Nos ayudarían a tomar mejor las decisiones.

  Pero tienen un problema, y es que también pueden manipularnos porque saben más de nosotros que nosotros mismos, lo que les permite modificar nuestros deseos. Cuando todo el mundo cree en un oráculo se convierte en soberano porque decide y piensa por nosotros. Los algoritmos de cada persona podrían relacionarse entre ellos en lugar de hacerlo las personas directamente. Esto revierte la revolución humanista porque despoja a los humanos de su libertad individualista.

   La individualidad es una fantasía religiosa. El individuo es una malla de algoritmos bioquímicos y tecnológicos. 

   Otra amenaza al humanismo es que unos pocos individuos mejorados serán indispensables, pero el resto serán prescindibles. Los imprescindibles serán aquellos que controlen los algoritmos.

  La lógica de liberalismo individual es que todas las experiencias humanas valen lo mismo, da igual que seas rico o pobre. Sin embargo, la brecha económica hace que no sea así. Los pobres no pueden acceder. Por primera vez en la historia habrá una brecha biológica. Esta brecha consiste en diferentes capacidades físicas y cognitivas.

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   Hoy en día la medicina no se centra tanto en curar a los enfermos como en mejorar a los sanos. Esto lleva a que ya no hay un estándar universal de salud.

   A la economía y a la sociedad sólo le hacen falta los superhumanos para funcionar bien. Los demás somos infrahumanos.

   Harari pronostica la aparición de nuevas tecnoreligiones. Así interpreta Sylicon Valley, donde prometen todas las recompensas de las antiguas religiones como la felicidad, la paz o la vida eterna. Sin embargo, aquí se promete todo esto en esta vida gracias a la ciencia.

   Dos tendencias de la tecnoreligión:

   a. La religión de los datos es el tecnohumanismo. 

   Homo sapiens ya ha llegado al culmen de la evolución. Ahora es homo deus, que conserva algunos rasgos de sapiens, pero con capacidades físicas y psicológicas renovadas. 

   Ahora se escinde la inteligencia de la conciencia. La revolución cognitiva consiste en calibrar la mente y nuevos espacios cognitivos.

   Las mejoras en los seres humanos estarán determinadas por los intereses económicos y políticos.

   También podemos suprimir cualidades humanas que son molestas para el sistema. 

   b. Dataísmo. 

   El universo es flujo de datos. El Valor de las cosas es por su contribución a ello. 

   El dataísmo nació de la confluencia explosiva de dos grandes olas científicas. En los ciento cincuenta años transcurridos desde que Charles Darwin publicara El origen de las especies, las ciencias de la vida han acabado por ver a los organismos como algoritmos bioquímicos. Simultáneamente, en las ocho décadas transcurridas desde que Alan Turing formulara la idea de una Máquina de Turing, los científicos informáticos han aprendido a producir algoritmos electrónicos cada vez más sofisticados. El dataísmo une ambos, y señala que las mismas leyes matemáticas se aplican tanto a los algoritmos bioquímicos como a los electrónicos. De esta manera, el dataísmo hace que la barrera entre animales y máquinas se desplome, y espera que los algoritmos electrónicos acaben por descifrar los algoritmos bioquímicos y los superen.

(...)
El dataísmo está atrincherado en sus dos disciplinas madre: la informática y la biología. De las dos, la biología es la más importante. Fue la adopción biológica del dataísmo lo que convirtió un descubrimiento limitado en informática en un cataclismo que sacudió el mundo y que bien podría transformar completamente la misma naturaleza de la vida. Quizá el lector no esté de acuerdo con la idea de que los organismos son algoritmos y que jirafas, tomates y seres humanos son solo métodos diferentes de procesar datos. Pero tiene que saber que este es el dogma científico actual, y que está cambiando nuestro mundo hasta hacerlo irreconocible. 


Elecciones, partidos y políticos pueden quedar obsoletos porque no procesan la información lo suficientemente bien. 
Los gobiernos gestionan los países pero no los dirigen.
En gran Valor del dataísmo es la libertad de información, que no es de expresión. La libertad de información no es para los humanos. Los dataístas creen que todo lo bueno depende de la libertad de información. 

Los científicos no solo sacralizaron los sentimientos humanos, sino que además encontraron una excelente razón evolutiva para hacerlo. Después de Darwin, los biólogos empezaron a explicar que los sentimientos son algoritmos complejos que la evolución ha sofisticado para ayudar a los animales a tomar las decisiones correctas. Nuestro amor, nuestro miedo y nuestra pasión no son fenómenos espirituales nebulosos, útiles únicamente para componer poesía. Por el contrario, compendian millones de años de sabiduría práctica. Cuando leemos la Biblia, obtenemos el consejo de unos pocos sacerdotes y rabinos que vivieron en la antigua Jerusalén. En cambio, cuando escuchamos nuestros sentimientos, seguimos un algoritmo que la evolución ha desarrollado durante millones de años y que ha superado las más duras pruebas de calidad de la selección natural. Nuestros sentimientos son la voz de millones de antepasados, cada uno de los cuales consiguió sobrevivir y reproducirse en un ambiente despiadado. Nuestros sentimientos no son infalibles, desde luego, pero son mejores que la mayoría de las alternativas. Durante millones y millones de años, los sentimientos fueron los mejores algoritmos del mundo. De ahí que en la época de Confucio, de Mahoma o de Stalin, la gente debiera haber escuchado sus sentimientos y no las enseñanzas del confucianismo, del islamismo o del comunismo. 


   


   


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