Se ubica en la corriente de pensamiento de Marcel Mauss y Karl Polanyi, quienes observaron que la civilización moderna presenta notables diferencias respecto a otras culturas y civilizaciones. Dumont señala que esta disparidad fundamental se atribuye al nominalismo, que da realidad a los individuos en lugar de las relaciones, y a los elementos en lugar de los conjuntos. El nominalismo, bastante arraigado en nuestra sociedad, se considera básicamente otra cara del individualismo.
Cuando se menciona "individuo", Dumont no se refiere al individuo empírico como una manifestación particular e indivisible de la especie humana presente en todas las sociedades. Más bien, se refiere a que en nuestra modernidad occidental, el individuo es "el ser moral independiente y autónomo", el sujeto principal de la vida moral y el portador de valores morales. Según Dumont, en la ética kantiana, el individuo es quien formula la máxima del comportamiento o acción que se debe universalizar, excluyendo a la sociedad, estamentos, clases o géneros específicos.
La concepción de Dumont implica que el individuo es la instancia suprema para asignar valor, lo cual refleja una perspectiva de valores muy diferente a la de otras sociedades y culturas. En sociedades donde el sujeto de la vida moral es la sociedad en su conjunto o partes jerárquicamente organizadas, los valores emanan del cuerpo social y están arraigados en la representación compartida por los miembros de la sociedad.
Dumont explora las metáforas legitimadoras del poder político, como las teorías occidentales del contrato social, que han surgido como respuesta a la erosión de la legitimidad de la organización estamental basada en la voluntad divina. A medida que la modernidad europea avanza, se desprende de las adscripciones estamentales, y la legitimación basada en el mérito individual reemplaza gradualmente a las adscripciones vinculadas al nacimiento. Esto conduce al surgimiento del homo oeconomicus, el individuo impulsado por la maximización de beneficios económicos.
El texto sugiere que la metáfora del contrato, inspirada en el paradigma mecanicista de la ciencia moderna, ha contribuido a una visión del mundo desencantado, donde la religión se privatiza, la sociedad se horizontaliza y se cortan los puentes entre el "es" y el "debe". Esto contrasta con sociedades que han mantenido la conexión entre hechos y valores a través de cosmovisiones jerárquicas y teleológicas.
Dumont destaca la peculiaridad de la "falacia naturalista" en la cultura moderna, donde es imposible deducir lo que debe ser a partir de lo que es. La ciencia ocupa un lugar supremo, excluyendo la dimensión del valor de la definición del ser. La insistencia en el individuo ha internalizado la moral, separándola de los demás propósitos de la acción y distinguiéndola de la religión, creando un abismo entre ser y deber ser. Dumont subraya que esta situación es característica y central en la cultura y civilización modernas. Al situarnos fuera de esta perspectiva, la idea de que las acciones humanas no están relacionadas con la naturaleza de las cosas, el universo y el lugar del hombre en él resulta extraña y aberrante, según Dumont. Esto contrasta con sociedades que creían basarse en el orden natural y social, copiando sus convenciones a partir de los principios de la vida o el mundo.
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